Regalo de cumpleaños con mi primo
el siguiente relato puede ser cierto o ficticio querido lector, Me llamo Ingry tengo 30 años, soy una morena, mi físico se podría decir que es petite, esta historia sucedió cuando cumpli 15 años, como es costumbre en mi país es una fecha de celebración,.
Esta historia sucedió cuando cumpli 15 años, como es costumbre en mi país es una fecha de celebración, de mala gana acepte que se hiciera a las afueras de la ciudad en una finca
Los grillos siempre suenan más fuerte después de la medianoche. – Dijo mi primo
Mateo apoyó su espalda contra la puerta de madera de la cabaña de asados mientras hablaba. Yo casi salto del susto al oír su voz; pensé que estaba sola aquí, lejos del ruido de la fiesta de cumpleaños que nunca quise.
Mi cuerpo aún temblaba del cansancio. Había pasado horas fingiendo sonrisas mientras los amigos borrachos de papá intentaban bailar salsa conmigo, sus manos sudorosas rozando mi cintura demasiado bajo. Ahora, a las 1 AM, solo quedaban las luces de papel picado colgando flácidas y el olor agrio de cerveza derramada en el pasto. Me refugié en esta cabaña buscando silencio, pero Mateo tenía esa sonrisa traviesa que mostraba cuando tramaba algo. Su pelo rizado parecía absorber la escasa luz de la luna.
-¿Te escapaste también de la fiesta? – pregunté
ajustándome el vestido rosa que ya sentía pegajoso contra mis muslos. Él olió a cigarrillo y cerveza barata, pero también a ese aroma dulzón que siempre traía de su cuarto. Mateo se acercó despacio, sus ojos cafés recorriendo mi cuerpo como si midieran algo.
-Vi que venías acá sola. Pensé que quizás necesitabas compañía.
Su voz era más grave de lo habitual, casi un susurro que hizo que mis pezones se endurecieran bajo la tela delgada.
La cabaña olía a carbón frío y grasa quemada. Desde la casa principal llegaban gritos ahogados y una canción de reggaetón distorsionada. Mateo rozó mi brazo al pasar hacia las bancas de madera, y ese contacto eléctrico me recordó cuando Libardo me desfloró hace tres meses. Su polla enorme llenándome… Ay, Dios. Apoyé las manos temblorosas sobre la mesa de concreto mientras él se sentaba, separando las piernas lo suficiente para que vislumbrara el bulto creciendo en sus jeans ajustados. Seis centímetros. Trece. Dieciséis. Mi boca se llenó de saliva imaginando ese tamaño dentro de mí.
-Tu papá está tan borracho que cree que baila con el perro, rio Mateo
pero sus ojos oscuros no se apartaban de mis tetas pequeñas marcándose bajo el vestido. El aire frío de la madrugada erizó mi piel. Sabía lo que quería. Lo que ambos queríamos desde que me vio desarrollarme. Cuando me incliné fingiendo recoger un cubierto del suelo, sentí su mirada quemándome la tanga empapada.
-Deberías tener cuidado, Ingry – murmuró él mientras
yo volvía a sentarme lentamente, dejando mi muslo descubierto casi hasta la cadera.
-Un hombre podría malinterpretar tus… movimientos
De repente, sus dedos largos envolvieron mi muñeca. Pero Mateo apretó más fuerte, arrastrándome hacia él hasta que mi pierna rozó su erección. Dieciséis centímetros palpables bajo la tela vaquera. Un gemido escapó de mi garganta al imaginarlo entrando por mi culo virgen.
-Calladita
susurró él acercando sus labios a mi oreja mientras la otra mano bajaba por mi espalda hasta agarrarme la nalga pequeña con fuerza.
-Escuchas eso?
Las carcajadas borrachas sonaban cada vez más cerca del sendero hacia la cabaña.
Me empujó bruscamente contra la pared de ladrillos donde colgaban los ganchos para las carnes. El frío de la piedra me caló el vestido delgado mientras su rodilla se abría paso entre mis muslos. Olía su sudor adolescente mezclado con la humedad de mi propia entrepierna.
-Mateo… – protesté débilmente,
pero mi cuerpo ya arqueándose hacia él. Sus dedos encontraron el elástico de mi tanga empapada. Rasgó la tela mojada como papel. El aire nocturno rozó mis labios hinchados antes de que sus dedos ásperos los separaran.
-Calladita – repitió
mientras su pulgar exploraba mi ano virgen. Gemí al sentir la presión ardiente. Desde aquella vez con Libardo, ningún hombre había tocado ahí. Pero Mateo conocía mis fantasías; las había visto escritas en mi diario. Su polla dura rozaba mi vientre bajo la tela vaquera. Dieciséis centímetros palpando mi piel como un animal enjaulado.
Las voces borrachas se detuvieron justo afuera.
-!Vamos a buscar más hielo! gritó alguien.
Contuve la respiración mientras las sombras pasaban por la ventana sucia. Mateo aprovechó el silencio para bajarse los jeans. Su verga salió golpeando mi muslo interno. Gruesa. Oscura. Goteando pre-semen en mi piel.
-Esto es lo que querías, ¿no? – susurró
frotando la cabeza contra mi clítoris. El líquido viscoso me hizo estremecer. Olía a sal marina y almizcle adolescente.
Su lengua entró en mi oído mientras empujaba. Primero solo la punta. Un ardor eléctrico me hizo agarrarme de sus rizos. Luego, centímetro a centímetro, mi primo llenó mi recto estrecho. Gemí tan alto que él tapó mi boca con su mano libre.
-Te encanta, putita – jadeó.
Sentía cada vena, cada latido de su polla dentro de mí. Las tablas crujían al ritmo de sus embestidas. Por la ventana abierta, el olor a fogata apagada se mezclaba con nuestro sexo salvaje.
Los ganchos para carne temblaban sobre nuestras cabezas. Cada empujón más fuerte. Más profundo. Mateo me volteó bruscamente contra el ladrillo frío. Sus manos morenas agarraron mis caderas estrechas levantándome en vilo. Sentí su semen caliente chorreando por mis muslos antes de que entrara otra vez. Seis centímetros. Trece. Dieciséis entrando en mi culo hambriento. Grité cuando sus dedos encontraron mi clítoris hinchado. El aire nocturno enfrió la saliva en mis labios entreabiertos.
De repente, la puerta chirrió. Mateo se congeló dentro de mí. Siluetas tambaleantes enmarcadas por la luz de la luna.
-¡Aquí no hay hielo! gritó una voz borracha.
Él apretó mis tetas pequeñas mientras conteníamos la respiración. El corazón me latía en el cuello. Los pasos se alejaron hacia las matas de aguacate. En el silencio, solo se oía nuestra respiración acelerada y el goteo de su semen en el suelo de tierra.
Sus dientes mordieron mi hombro cuando reanudó el ritmo. Más rápido ahora. Más violento. Sentía cómo su verga palpitaba dentro de mi ano.
Quiero que te corras en mi cara – gemí
Él gruñó agarrándome del pelo negro. Su semen salió a chorros cuando gritó mi nombre. Caliente. Espeso. Pegajoso en mi lengua mientras miraba sus ojos cafés perderse en el éxtasis. Por la ventana, el primer pájaro cantó anunciando el amanecer.
Sus manos temblorosas limpiaron mi mentón. Olía a sexo y sudor adolescente. Mi tanga rasgada colgaba de un gancho para carne.
-Eso fue… salvaje.
La voz de Mateo sonaba ronca mientras se subía los jeans. Sentía mi culo abierto y ardiente, el semen caliente chorreando entre mis muslos como cera derretida. Afuera, los grillos habían callado. Solo quedaba el crujido de las hojas de plátano movidas por la brisa fría del amanecer.
Me apoyé en la pared de ladrillos, temblando. Los ganchos para carne oscilaban sobre nuestras cabezas.
-Mi papá… balbuceé,
imaginando esas mismas manos que horas antes me apretaban para bailar, descubriendo mi tanga rasgada colgando como trofeo. Mateo olió sus dedos, todavía brillantes con mis jugos.
-Tranquila – murmuró
Mientras limpiaba mi mentón con su camiseta manchada, terminamos de vestirnos, preparados para salir fingiendo que nada había sucedido.


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