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Dominación Hombres, Gays, Incestos en Familia

Remi Seduce a su Papi 2

Lucas se deja llevar por Remi y termina follandole la boca..
En medio de este juego de seducción creciente, Remi se dio cuenta de por qué su padre era un león tan hambriento. Su mamá, Sara, era una santurrona, una tonta incapaz de reconocer el tesoro que tenía. Con semejante macho en casa, ella no solo no lo atendía, sino que lo rechazaba activamente. Remi escuchó cómo regañaba a Lucas por intentar darle un beso apasionado después de la cena, lo llamó «depravado» cuando lo encontró con el pene erecto bajo los shorts del pijama. Cada vez que el hombre buscaba atención y afecto de su esposa, ella lo alejaba con desdén, diciéndole que solo pensaba en sexo «como un simio cavernícola».

Lucas, el macho sensual, estaba obligado a una abstinencia forzada. Para su esposa, el sexo era solo para procrear; pero para Lucas, con esos testículos grandes y siempre llenos de leche, el sexo no solo era placer, era una necesidad fisiológica, un hambre que gritaba por ser saciada.

Y su hijo, con la astucia de un ángel caído, estaba decidido a ser quien le diera de comer.

El domingo amaneció no con el canto de los pájaros, sino con el filo de las voces. Remi se despertó sobresaltado, los gritos de sus padres cortaban el aire tranquilo de la mañana, una liturgia de reproches que se escuchaba justo en frente de su habitación. Al principio era un murmullo confuso, pero pronto las palabras se volvieron cristalinas.

—¡No quieres otro bebé, Lucas! ¡Lo que quieres es tener sexo, solo eso! —la voz de Sara era un látigo de acero—. ¡Eres un lujurioso, un depravado!

Remi se deslizó de la cama y fue hacia la habitación de sus padres, allí tras una rendija en la puerta los descubrió, y su pequeño corazón martilleó violentamente. Lo que vio le quitó el aliento. Su padre estaba de pie, completamente desnudo, furioso y acalorado. Cada músculo de su torso estaba tensado, un relieve de poder bajo la piel pálida. Pero el epicentro de esa visión de ira y deseo no era su rostro contorsionado ni sus puños apretados. Era su pene.

Era la primera vez que lo veía al descubierto, desnudo, brutalmente erecto, tan duro y enorme que parecía un dolor en sí mismo. No se había ablandado ni un ápice con la discusión; al contrario, parecía alimentarse de la furia, latiendo con una pesadez rítmica. El glande, un casquete púrpura y húmedo, brillaba bajo la luz matutina, y un hilo brillante de lubricante caía desde la uretra.

—¡Mírate! —gritaba Sara, sin poder quitarle los ojos de encima—. ¡Un enfermo! ¡Por eso me sentía sucia! ¡Hacías que me pierda en mi propia lujuria! ¡Me hiciste pecar fuera del matrimonio! ¡Me hiciste adicta!

Lucas, hasta hace unos años la había hecho gritar de placer, la había follado tan bien que la tenía enviciada a su pene y a su forma de ser. Esa misma adicción era lo que ahora la llenaba de asco, impulsándola a un fanatismo religioso que usaba como arma contra su marido.

Pero esa mañana, Lucas se cansó. Por primera vez, alineó a su esposa con firmeza. Su voz, ya no tenía un tono conciliador como otras veces, sino un trueno que sacudió las paredes.

—¡Cállate, Sara! Ya no voy a escuchar más tus sermones. —Su carácter e imponencia llenaron la habitación, apagando la voz de su mujer por puro terror—. Estoy harto. ¡Harto de tu santidad hipócrita! Si quieres un santo, vete a tu iglesia y búscate uno. ¡Pero déjame de joder la vida! Días, meses, años… y ni siquiera siendo mi esposa eres capaz de darme un poco de cariño. ¡Estoy casado con una acomplejada!

Se giró, dejándola con la palabra en la boca, y caminó hacia el baño con la dignidad de un rey que reconquistó su trono. Su erección, ese monumento a su virilidad, se mecía delante de él, indiferente a todo, un estandarte de su dominancia. Se encerró y el sonido de la ducha sonó, un murmullo de agua que no lograba apagar la imagen en la mente de Remi.

El niño se alejó de la puerta y corrió a su habitación, la respiración agitada. No sintió miedo, sintió reverencia. Su padre no era un hombre, era una fuerza de la naturaleza. Y en ese momento, una certeza absoluta cristalizó su mente: Él sí sabía cómo complacerlo. Sabía cómo ser una mujer para él.

Ese día, Sara salió de casa antes de lo habitual, con la cola entre las piernas. No dijo nada, solo murmuró que iría a la iglesia y luego pasaría el día en casa de su madre. Había entendido, en la forma más primitiva y dolorosa, quién era el macho en esa casa.

Remi, con el corazón martilleando un ritmo, bajó las escaleras con la delicadeza de un gato. En la cocina, encontró a Lucas. El hombre estaba sentado, con la espalda curvada sobre una taza de café humeante. Su cuerpo enorme parecía encogerse bajo el peso de la derrota, pero incluso en su abatimiento, era una estatua de poder.

Remi entró sin hacer ruido, un pequeño ángel portador de una redención perversa.

—Papi… —saludó, su voz era una caricia.

Lucas levantó la cabeza, y sus ojos marrones, cansados y tristes, se suavizaron al ver a su hijo. Giró su cuerpo en la silla, abriendo sus piernas en una invitación inconsciente. —Ven aquí, mi bebé.

Remi corrió hacia él, deslizándose entre sus muslos poderosos y envolviendo su cuello en un abrazo firme. Pegó su mejilla al pecho cálido de su padre, sintiendo el latido fuerte y regular de su corazón, un tambor de guerra que solo él podía calmar.

—Estás muy calentito, papi —murmuró Remi, su aliento tibio acariciando la piel del hombre.

Lucas le dio un beso en el pelo, oliendo la dulzura infantil de su cabello. —Hoy, el día es solo para nosotros dos. Solo tú y yo.

La promesa encendió una luz de pura euforia en los ojos de Remi. Se colgó del cuello de su padre con más fuerza. —¡En serio, papi? ¡Sí, sí, sí! —exclamó, pero luego su tono se volvió más serio, más manipulador—. ¿Por qué te peleabas con mamá?

Lucas suspiró, el sonido pesado con resignación. —Es que… cuando dos personas se quieren, Remi, se dan muchos cariños. Se abrazan mucho, se dan besos… así es como se demuestra el amor. Pero tu mamá… ya no me quiere dar nada de eso.

Remi aflojó el abrazo para mirarlo a la cara, sus ojos azules llenos de una compasión falsa y tierna. —Pues no te sientas mal, papi. Si mamá no te quiere dar abrazos y besos, yo te los daré. Todos los que quieras. Porque yo sí te amo mucho.

Y así comenzó el juego. Remi se puso de puntitas y empezó a cubrir el rostro de su padre con besos pequeños y húmedos. En la mejilla, en la barbilla, en la punta de la nariz. Luego, con una audacia calculada, sus labios encontraron los de Lucas. No era un beso de niño. Era un beso de posesión. Plantó varios picos rápidos, y Lucas, hambriento de afecto y humillado por el rechazo de su esposa, no solo lo permitió, lo correspondió. La adoración de su hijo era un bálsamo para su ego herido.

Lucas cerró los ojos, entregándose a la sensación de esos labios suaves y delicados. Sentía las manitas de Remi acariciar su barba, sus mejillas, descender por sus hombros y explorar sus pectorales. Disfrutaba de la genuina fascinación de su niño por su anatomía. Una de esas manitas curiosas viajó más abajo, enredándose con atrevimiento en el vello áspero y tupido que descendía en un audaz camino desde su ombligo a su pelvis.

La sensación fue eléctrica. Un calor intenso se extendió desde el pecho de Lucas hasta su entrepierna. Empezó a mover sus propios labios contra los del pequeño, devolviéndo el beso con una creciente pasión. Sintió cómo la pancita suave de Remi se pegaba a su omiembro, y el roce, la presión constante, provocó un gusto exquisito que le hizo gemir en la boca de su hijo. Su pene estaba despertando. Hinchándose a más no poder bajo la tela del pantalón, tornándose duro, grueso, enorme, un monstruo sediento que reclamaba atención.

Lucas empezó a tocar a su hijo, sus manos grandes recorrían la espalda pequeña y delgada. Remi, sintiendo la respuesta de su padre, empezó a restregar su vientre con más intensidad contra la grotesca erección que ahora lo golpeaba. Notaba cómo el hombre enloquecía, cómo su respiración se convertía en jadeos.

—¿Ves, papito? —dijo Remi, sonriente, entre beso y beso—. Yo también puedo darte todo el cariño que necesitas.

Terminó de bajar su manita de los pelos púbicos hasta posarla directamente sobre el penesote de su padre, que palpitaba bajo la tela como un corazón cautivo. Lucas soltó un suspiro profundo de alivio y rendición, y dejó que su hijo lo consintiera, que lo explorara.

Continuaron besándose, un torbellino de saliva y deseo. Remi apretaba y exploraba la erección de su papá con una devoción fanática, palpando la longitud del pene, el peso de los testículos, todo sobre la delgada tela del pantalón.

Remi rompió el beso, pero no el contacto. Con los ojos brillando de lujuria, inició su asalto verbal.

—¡Uffff! ¡Pero qué papacito tan rico eres!—exclamó Remi con una sonrisa coqueta, su voz era miel venenosa—. No entiendo cómo mamá desperdicia a semejante macho. Tienes todo… —Apretó con una mano uno de los potentes pectorales de su padre, aplastando con la palma uno de sus pezones duros—. ¿Te gusta, papi? ¿Te gusta que te toque así?

Lucas solo pudo asentir, con la respiración agitada, incapaz de formar palabras.

Entonces, Remi deslizó su otra mano por el largo del pene de su papá y, con una precisión que torturaba, apretó su poderoso glande a través de la tela. Y volvió a preguntar.

—¿Y esto? ¿Te gusta?

—Sí… sí, Remi… me gusta mucho… —logró responder Lucas, con su voz ronca, sintiendo como su hijito le apretaba fuertemente la cabeza de su pene.

—¿Y ahora? ¿Se siente muy rico así, papito? —preguntó Remi, está vez frotando el largo del tronco a mucha velocidad.

—Mmm…sí, muy rico…—balbuceo Lucas, hipnotizado.

— Eso es, papi, disfrutalo. Quiero que la pases bien…Ven, vamos a ponerte cómodo. —dijo Remi, tomando una de las enormes manos de su padre y besando la palma ancha y callosa—. Un buen macho como tú se lo merece.

Remi jaló a su padre de la mano y se lo llevó a su cuarto. El hombre lo seguía hipnotizado, su mente una niebla de deseo, con el pene tieso y pesado vibrandole entre sus piernas con cada paso.

Al llegar a su cuarto, Remi hizo acostar a su papá en su camita de niño, la cual quedó demasiado pequeña para Lucas, quien la llenó por completo, su cuerpo enorme desbordando los bordes, una montaña de carne y músculo esperando ser escalada.

Remi se relamió los labios. Ver a su padre así, indefenso, excitado, erecto y esperando, era la visión más poderosa del mundo. Sin poder evitarlo, le dio una palmada en el pene. El sonido fue húmedo y sordo. Lucas se tensó, un gemido escapó de sus labios.

—Ya está demasiado enorme, papi —dijo Remi, fascinado—. ¿No te duele? ¡La tela está a punto de reventar!

Lucas ni siquiera pudo responder. Antes de que pudiera procesar la pregunta, Remi había jalado el elástico del calzoncillo y el pene salió de su prisión de tela, libre y soberbio.

La visión era abrumadora. Una columna de carne viva, gruesa y larga, surcada por venas prominentes. El glande era un casquete ancho y púrpura, cuya uretra ya goteaba un líquido brillante. Abajo, colgaban dos testículos enormes, peludos y pesados en una bolsa de carne suave y cálida. Era la obra maestra de la masculinidad.

Remi quedó sobrecogido, cautivado. Terminó de sacar los calzoncillos de su padre, dejándolo como realmente debería lucir el macho en la casa: desnudo, poderoso y en plena erección.

—Es… es hermoso, papi —dijo Remi, con una reverencia genuina—. Eres perfecto.

Lucas, con la voz ronca y la mirada perdida en el placer que le provocaba la admiración de su hijo, le suplicó que continuará adorándolo. — ¿Eso crees, amor? Pues ahora soy todo tuyo… Sígueme tocando, bebito, puedes tocar y lamer todo lo que quieras, tú sí sabe cómo atenderme… me estás haciendo sentir muy, muy bien.

Remi hizo caso. Se subió a la cama, instalándose entre las piernas abiertas de su padre. Con fascinación, empezó a apreciar el pene gigante de Lucas. Lo examinó con la mirada unos segundos, relamiéndose los labios. Luego, con ambas manos, lo acarició. Lo frotó, lo agitó, inexperto pero lleno de intención. Su manita no lograba rodearlo ni a la mitad.

Lucas sintió el tacto delicioso y virgen de su hijo, y disfrutó de cada segundo de su curiosidad. Empezó a guiarlo. —Así, mi bebé… agarra el pene con las dos manos… sí, como puedas… ahora sube y baja, despacio… así… más fuerte… uff, eso es. Ahora, tócame las bolas. Acarícialas.

Remi obedeció. Intentó apretar uno de los testículos en su palma, pero era tan grande el huevo que apenas podía contenerlo. Vio cómo el presemen empezaba a salir de la uretra en un flujo constante, y con una curiosidad insaciable, preguntó: —¿Qué es eso, papi? Se ve… rico.

Agarró el glande de su padre, lo apretó suavemente y untó su manita con el líquido cálido y oloroso a testosterona. Luego, despegó la mano, formando varias hileras pegajosas que unían el glande con su palma. Hipnotizado, se llevó la mano a la cara y empezó a lamer el líquido con mucha fascinación.

Lucas observaba, realmente excitado, el cuerpecito pequeño de su hijo entre sus piernas, disfrutando de sus jugos. Esa visión lo motivó a ir más allá. —Si quieres más, mi amor… puedes tomarlo del origen. No tengas miedo… métetelo bien profundo en la boca.

Remi lo miró con los ojos muy abiertos. —¿Cómo? ¿Así?

Y antes de que Lucas respondiera, le dio un chupo al glande. Lucas gimió de placer, un sonido gutural y animal. Remi, animado, dio más chupos, sorbiendo el líquido, empezando a dar besos y lamidas por toda la longitud. A veces, masturbaba el pene tan rápido solo para ver el gusto extremo en el rostro excitado de su padre. Remi escupió sobre el pene, dejándolo brillante, húmedo y realmente jugoso, lo metió en su boca y empezó a chuparlo con un ritmo natural, haciendo que Lucas gimiera y lo felicitara.

—¡Dale, amor! Chúpalo bien, así, sí…lo haces muy rico… aaahh

Lucas se abrió más de piernas y empezó a dirigir la cabeza del niño con una mano en la nuca. Ya no había conceptos éticos, solo hambre. Empezó a follarle la garganta. Primero lento y suave, adaptándose al calor de esa boca pequeña. Pero pronto incrementó la velocidad. Cerró los ojos y empezó a mover sus caderas, follandole la boca como si de un coño se tratara.

Remi no podía alojar todo el pene en su boca. Cuando su padre empezó a follarlo con violencia, se desesperó. Era gigantesco, le llenaba la boca por completo, y el glande se introducía con fuerza en su garganta, aplastando su epiglotis, entrando aún más adentro. Intentó seguirle el juego, pero era difícil. El pene le desgarraba la garganta, y al hombre parecía gustarle mucho. Remi intentó separarse, empezó a escupir gruesas babas, a dar arcadas rudas. Le golpeaba los muslos a su padre, incluso le apretó una de sus bolas con cierta fuerza, pero el tacto pareció excitarlo más, porque el hombre empujó más la cabeza de su hijo hacia adentro y ahora se movía con más vehemencia.

Remi empezó a gritar, pero el sonido era ahogado por el pene de su papá que le llenaba la boca, hasta que Lucas, en un arrebato de conciencia, se frenó y lo soltó.

El niño salió agitado, con baba cayéndole por el mentón y el rostro completamente rojo. Estaba jadeante, pero en sus ojos brillaba una sonrisa plena. Eso era lo que quería de su papá: su lado salvaje, su masculinidad indomable.

Sin dudarlo, Remi volvió a prenderse del pene y empezó a lamerlo y chuparlo con renovada furia, metiéndoselo él solito a la garganta, retándose a sí mismo.

—¡Ufff, amor! —resopló Lucas del gusto.

El niño sumergía profundamente el pene en su cavidad bucal, lo sacaba y lo metía, una y otra vez, medio tronco brilloso, adentro y luego afuera, lento y rápido, aguantando las arcadas frecuentes, resistiendo el grosor del pene querer reventarle la tráquea, no importaba en sí, por qué para Remi solo importaba una cosa, el placer que debía sentir su padre.

—Tienes el pene más rico del mundo, papi… me encanta… ¡sabe tan bien! —decía sacándose el vergón jugoso de la boca por unos instantes, con la voz rota por el esfuerzo.

Lucas solo lo miraba con los labios entreabiertos, viendo cómo su hijo se sacaba solo su polo de pijama, dejando su cuerpecito desnudo y blando al descubierto. Remi empezaba a restregar el pene gigante por su torso, pasando el glande por toda su carita angelical. Lucas se acomodó sobre sus codos para ver mejor y vio, entre sus gruesas piernas, a su hijo, tan chiquito, que ya de por sí lo excitaba, pero ahora también veía a una puta hambrienta, y eso lo prendió aún más.

—Eres mejor que todas las putas a las que me he cogido —dijo Lucas, su voz era un ronquido grave de pura lujuria—. Ni la más experta me la ha chupado tan rico que tú.

Moviéndose con la cadera, Lucas restregaba su pene en la boca de su hijo mientras Remi chupaba la parte superior y masturbaba el resto con sus manitas.

—Papi, ese juguito que te sale es muy rico… ¡Me encanta! —dijo Remi, y chupó todavía con más ganas.

Lucas se volvió a desplomar sobre el colchón, cerró los ojos y dejó que su hijo, continuará metiéndose su pene en la boca, una y otra vez mientras le masajeaba los huevos.

Pronto ya no pudo resistirlo más. Soltó un rugido, y su cuerpo se arqueó. Su pene se puso durísimo como una barra de hierro y una patada sacudió el aire. Sintió la tensión en su cuerpo y la corrida le inundó el interior de su hijo. Ahora los líquidos que a Remi le encantaban eran más espesos y copiosos, sabían delicioso, pero le llenaron la boca y empezaron a salirse por la comisura de sus labios, incluso por su nariz. Pero no se despegó. Se mantuvo firme, resistiendo el orgasmo de su papá, tragando y bebiendo la esencia del hombre que amaba, demostrándole que él sí sabía cómo cuidarlo.

67 Lecturas/11 noviembre, 2025/0 Comentarios/por ALxx1
Etiquetas: baño, hijo, madre, montaña, orgasmo, padre, sexo, virgen
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