Riña de niños (2)
Segundo combate de sumisión sexual contra otro niño..
Dedicado a barcelona22 y Milenary
Continuación de https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/dominacion-hombres/rina-de-ninos-nueva-version/
Unas semanas después de la pelea contra Florián, al volver del club de lucha, encontré a mi tío en la puerta de casa.
– ¿Qué hacés, tío? ¿Vas a entrar?
– No, te estaba esperando. Vamos a tomar algo…
Sabía porqué mi tío no quería entrar a mi casa. A pesar de que mi victoria le había hecho ganar una pequeña fortuna, se la había gastado toda en vicios y seguía debiéndole dinero a mi padre.
Fuimos a un almacén donde pidió una cerveza para él y una soda para mí. Nos sentamos bajo un árbol.
– ¿Cómo va el entrenamiento?
– Bien, tío… No falto nunca. Pongo ganas.
– ¿Volviste a ver al rumano?
– ¿A Florián? No, y me gustaría verlo.
– Tal vez lo vuelvas a ver…- dijo mi tío, enigmáticamente.
– No quiero pelear con él de nuevo. No quiero lastimarlo… y creo que él tampoco a mí.
– No se trata de eso. Alguien te desafía. Quedaste como ganador en la categoría y ahora hay otro que quiere vencerte.
– ¿Quién es?
– Un chico africano, de la colectividad de Senegal. Creo que podríamos ganar dinero.
– Tío, ¿Cómo no le devolviste algo de lo que le debés a mi papá? Ahora no tiene trabajo. Y vos ganaste una fortuna cuando le gané a Florián. Estuviste mal.
– Necesitaba darme unos gustos, sobrino. Pero si le ganás al africano te prometo que le devolveré el dinero a tu viejo.
– ¿Y qué pasa con Florián?
– Irá a ver la pelea. Esos rumanos están muy mal de dinero también. El chico necesitará volver a pelear tarde o temprano, así que me aseguré que fuera a verte.
Eso me alegró. No me considero gay, de hecho, la tarde anterior había tenido muy buen sexo con una compañera de clase, pero mis sentimientos hacia Florián eran muy intensos.
Acepté la propuesta de mi tío y, con la excusa de ir de pesca a la laguna, pude salir de casa la noche de la pelea.
Ojalá no hubiera ido.
Cuando llegué al lugar de la pelea, Florián ya estaba allí. Vestía jeans y una camiseta sin mangas. Sonreía y volví a pensar en que con más suerte él habría sido modelo o actor. Era un chico hermoso. Con gusto lo hubiera besado en la boca, pero solo chocamos los cinco.
-Te voy a ayudar a ponerte la ropa de pelea. Hoy seré tu manager.
Se lo agradecí. El taparrabos que usábamos se sostenía por unos cordones y no sabía atármelos solo.
Habíamos llegado temprano.
-Sos el favorito en las apuestas – me dijo mi amigo- Acabalo rápido y podemos… ya sabés… divertirnos un rato.
En la soledad del vestuario, pudimos dar rienda suelta a nuestro afecto. Nos besamos con pasión. No pude evitar que se me pusiera tiesa.
Escuchamos pasos por el corredor y nos separamos. Me senté en un banco y esperé que se me pasara la excitación. No fue difícil. Cuando vi a mi adversario se evaporó toda sensualidad.
Era un muchacho alto y fuerte. No podía tener mi edad. Era, por lo menos tres o cuatro años mayor.
– Perdón, señor- dijo Florián al hombre canoso que acompañaba al senegalés- Creo que hay una confusión. Esta es una pelea para chicos menores de 15 años.
El canoso sacó de su billetera un documento estropeado con la foto de mi adversario. Decía que se llamaba Bassembo y que tenía catorce años y seis meses… ¡Era menor que yo!
– No puede ser…- dije.
– Una buena dieta y un buen entrenamiento hacen milagros – respondió el canoso, manoteándome el documento.
Nos desnudamos.
El miembro de Bassembo era inmenso, y eso que estaba en reposo. En silencio, Florián me ató los cordones del taparrabos y me dio un masaje en la espalda. El senegalés se puso uno blanco que casi explotaba con su paquete. Nos dirigimos al ring. Yo temblaba.
Cuando el organizador nos presentó, hubo un murmullo de sorpresa. La gente tampoco se creía que ese monumento de ébano tuviese mi edad.
Miré hacia las gradas buscando a mi tío, pero él no estaba. En mi rincón se había quedado Florián.
– Es una estafa – me dijo mi amigo- si te hace daño, tiro la toalla y listo.
– Pero me va a coger igual…Y la tiene enorme…
– No sé qué decirte. Yo intentaría noquearlo.
Bassembo no solo era más alto y más fuerte. Sabía pelear. Intenté zafar de su abrazo y hacerlo caer con una zancadilla, pero fue como patear a un árbol. Ni se inmutó.
La primera vez que me inmovilizó en el piso, se dedicó a lamerme las tetillas. Tenía una lengua larga y áspera. Me lamía con voracidad, como si yo fuese una golosina. Él sabía que me iba a derrotar y quería gozar de mí cada uno de los ocho minutos de los tres rounds completos. Antes de soltarme, me arrancó el taparrabos y sonrió con malicia.
Miré angustiado al rincón. Florián me hizo señas de que faltaban cinco minutos. Una eternidad.
Intenté sorprenderlo con una patada de tae kwon do, pero me agarró la pierna y quedé parado en un solo pie. Me hizo caer y me puso boca abajo. Sus brazos eran como serpientes y le era fácil inmovilizarme. Pero en ese primer round la que más trabajó fue su lengua. Sentí su viscosa humedad entrando en mi agujerito, como si me estuviese preparando para cogerme.
Me desesperé. No quería ser violado. De alguna forma tenía que pararlo.
Pude zafarme y ponerme de pie. Florián me hizo la seña de que faltaba un minuto. Lo embestí con la cabeza, pero él me esquivó y me atrapó con una llave en el cuello. Quedé como un becerro en el cepo.
Aprovechando que yo había quedado expuesto, metió el más largo de sus enormes dedos en mi trasero. Como lo había lubricado con su saliva, me ensartó fácilmente. Empezó a moverlo dentro de mí, con suavidad.
La campana puso fin a esa penetración. Volví al rincón sintiendo que estaba en una pesadilla.
Florián me dio agua, mientras decía: -Si ese hijo de puta tiene catorce años yo soy el Papa. ¿Cómo estás?
– Me está haciendo lo que se le da la gana. No pude acertar un solo golpe.
– Tampoco te lastimó.
– No, solo me humilló. Es peor.
Cuando sonó la campana del segundo round, traté de dejar en claro que no se lo iba a hacer fácil.
Pude hacerlo caer y rodearle el cuello con mis brazos para ahogarlo: era como estrangular una roca. Me lanzó al medio del ring y se me puso encima. Se ve que quería seguir con sus lamidas, pero antes de que empezara, le acerté un puñetazo en la nariz.
La piña lo sorprendió y pude escabullirme de su abrazo. El árbitro se acercó porque el senegalés sangraba. Hizo que le pusieran algodón para contener la sangre. Florián me hizo un gesto con el pulgar levantado.
La pelea se reanudó. Bassembo estaba furioso. Pude esquivar bien dos golpes, lo que me ganó aplausos del público. ¿Tal vez pudiese ganar ese asalto? Seguramente la gente que estaba en las gradas había apostado por mí.
Yo no dejaba de moverme para evitar que me agarrara. Lo hice bien, hasta que me acorraló en un rincón y me hizo caer.
Quedé boca abajo y antes de que pudiera incorporarme, él ya me había puesto un pie en el pescuezo, sostenía mis brazos hacia atrás con una de sus manazas y me había puesto de rodillas, obligándome a levantar las nalgas.
Era una posición muy incómoda pero el verdadero dolor vino después.
Como si yo fuese un niño travieso, empezó a darme nalgadas. Su mano abierta era como una plancha de hierro. Me ardían los glúteos. Finalmente, sentí que esta vez eran dos los dedos que el senegalés me metía en el culo.
Me dolía el cuello, que él me pisaba sin compasión… me dolían los brazos, que él me estiraba implacablemente… pero el dolor en el trasero fue terrible. Antes lo había hecho con delicadeza, ahora la penetración fue frenética. No quería gritar ni rendirme, así que aguanté, pero mis ojos estaban arrasados en lágrimas.
Terminó el segundo asalto.
Florián me recibió en el rincón. Me echó agua en la cabeza para disimular mis lágrimas.
– Lo hiciste bien…- me dijo, pero ni él se lo creía.
– Lo eché a perder. Tengo el culo roto y eso que todavía no me cogió.
– Al menos lo hiciste sangrar. Creo que este round fue un empate.
– ¿Sabés dónde está mi tío? Tiene que protestar, este senegalés es mucho mayor. Esta pelea se debería anular ahora mismo.
– Lo vi a tu tío en donde toman las apuestas… Pero ahora no sé dónde está.
El tercer asalto fue una carnicería.
El senegalés se había reservado sus mejores armas para el final. Volvió a inmovilizarme en el suelo, esta vez boca arriba y a lamerme el cuello y el pecho como si yo fuese un helado.
Cuando vio que yo me estaba excitando –no pude evitarlo- me apretó el pene hasta hacerme doler. Él no quería que yo eyaculara y la pelea se terminara. El apretón le devolvió la flaccidez a mi pija y él me siguió lamiendo.
Yo apenas podía defenderme. Me había agotado y me sabía perdedor. Me subió sobre sus hombros, dio varias vueltas y me arrojó al acolchado como si yo fuese una bolsa de papas.
Aturdido, sentí como se acostaba sobre mi espalda y otra vez sus dedos trabajaban en mi agujero. Cada tanto dejaba caer abundante saliva para lubricar. Metió primero un dedo, después otro y finalmente fueron tres los que entraban y salían de mi ano. El dolor era insoportable.
Los últimos momentos de la pelea fueron simple diversión para él. Su lengua exploró cada rincón de mi cuerpo, apretándome la pija cuando esta intentaba pararse.
Naturalmente, ganó la pelea.
El árbitro levantó su brazo y susurró a Bassembo: – Ya te has divertido lo suficiente con el chico. Que sea algo rápido.
Pero Bassembo no tenía ningún apuro.
Su pene era un tronco de ébano y me obligó a mamársela. Sus manos me empujaban la nuca, pero no podía metérmela toda en la boca. Era enorme. Yo me ahogaba y tosía, pero a él no le importaba.
Después, me puso en cuatro y me empaló hasta el fondo. Sentía su inmenso miembro dentro mío y temí que me rompiera las vísceras.
Desde las gradas, muchos estaban filmando. Era humillante pensar que esos videos se iban a viralizar en minutos por todo el planeta. El morocho me tomaba por las caderas y me embestía como un jabalí.
Bassembo me puso boca arriba y levantando mis piernas, me penetró otra vez. El dolor había cedido y ahora (me da vergüenza reconocerlo) sentía un extraño placer. Sin poderlo evitar, empecé a suspirar.
Sentí que iba a correrme mientras el africano me violaba a lo bestia. Intenté que eso no pasara, pero fue en vano. Nuestros gemidos se mezclaron. Eyaculé sobre mi estómago, al mismo tiempo que sentía el calor de la corrida del senegalés dentro mío.
A pesar de haber eyaculado, la pija de Bassembo seguía rígida. Creo que si fuera por él todavía me estaba cogiendo, pero el árbitro dijo que ya era suficiente.
– Solo algo más, un recuerdo para mi putita- dijo Bassembo.
Acercó su cara a la mía y me ordenó abrir la boca. No fue un final romántico. Un escupitajo me la llenó de flema.
Florián se acercó. Se notaba que él también había llorado de angustia. Me limpió la cara y me ayudó a incorporarme.
No quise entrar al vestuario hasta que se fuera el senegalés. Estaba seguro que, si me veía en bolas, me iba a coger de nuevo. Esperamos en un lugar apartado.
Mientras tanto, Florián buscó en Internet. En Senegal y otros países africanos la fecha de nacimiento es dudosa. A veces anotan a los niños en el registro cinco o seis años después de su nacimiento. A los burócratas no les importa. Ya habían tenido inconvenientes deportivos por ese motivo en torneos juveniles de fútbol.
Me di una ducha caliente y con ayuda de Florián me vestí. Me sentía mal, pero me puse mucho peor cuando vi a mi tío, sonriente, en la fila de los que cobraban sus apuestas.
¡Había apostado por Bassembo!
Me acerqué enfurecido: – Sos un hijo de puta.
– Negocios son negocios.
-Al menos dale algo a papá.
-¿Le ganaste al africano? ¿No? Entonces toda la plata es mía. Jodete por…
Le di una patada en las bolas. Se quedó aullando en el suelo. No me importó. Se lo merecía.
Prometí no hacerle más caso a mi tío y olvidarme de las peleas. Pero no pasó mucho tiempo antes de que tuviera que volver al ring.
(Continuará)
espero con impaciencia un nuevo episodio
¡Gracias por leer y comentar, AlbertYag!
como sigue
¡Te lo dediqué!
Muchas gracias bro.
Me encanto la historia. Que bueno que perdió jeje
¡Gracias por leer y comentar, Milenary!