Riña de niños (nueva versión)
Mi tío, apostador empedernido, me convence de participar en un combate de sumisión sexual contra otro niño…
Fue mi tío Martín quien me inició en la lucha grecorromana. Al principio solo era un juego, pero a medida que fui creciendo, cada lucha entre nosotros se fue volviendo más brutal.
A mis padres no les divierte nuestra relación. Ellos trabajan duro (papá es albañil, mamá empleada doméstica) mientras que al tío Martín nunca se le conoció empleo estable. Además, tiene deudas con mi papá y con muchos vecinos. Yo sé que también se droga, pero no por eso lo quiero menos.
Martín alababa mi desarrollo físico, pero cuando yo le pedía que me anotara en alguna competencia insistía en que me faltaba preparación y que debía crecer un poco más.
Eran excusas: Martín no podía pagarme un gimnasio porque el dinero que conseguía, se le escurría en droga, en apuestas y en mujeres.
Así que un día le hablé a mi papá. Ya estaba terminando la primaria y aunque me esforzaba mucho, solo conseguía notas mediocres. Tal vez la lucha grecorromana fuera mi manera de salir adelante
Mi padre se rascó la cabeza.
-No sé, hijo… Es un deporte que no entiendo. ¿Por qué no el fútbol?
Le expliqué que se ganaba muy buen dinero en los torneos y que no había tanta competencia para triunfar. ¿Cuántos niños jugaban al futbol en el barrio? Miles. ¿Cuántos hacían lucha grecorromana? Ninguno.
– ¿Y el box? Me parece un deporte más… no sé, más de hombres. Eso de estar agarrados, no sé…
– Con el box terminás con el cerebro destrozado, papá. ¡Y claro que la lucha grecorromana es un deporte de hombres!
Al final, se rindió. Me anotó en un club y empecé a ir a torneos en serio. Mis padres no podían venir a verme, pero mi tío Martín sí. A él le sobra el tiempo. Se entusiasmaba con mis victorias y me consolaba en las derrotas.
Una tarde que volvíamos de un torneo barrial, me dijo que tenía un negocio para proponerme. Se trataba de participar en una riña de niños.
-Dos chicos pelean y la gente apuesta. Es como la riña de gallos a la que te llevé aquella vez, ¿recuerdas?
Claro que me acordaba. El gallo ganador destrozó a su rival, fue horrible.
– ¿Pero es lucha grecorromana?
– No exactamente, sobrino. Sin embargo tu entrenamiento te va a servir. Estoy seguro que podrías derrotar a cualquier chico de tu edad. Tenés buenos músculos y sabés muchos trucos.
-A veces gano y a veces pierdo. ¿Hay árbitro?
-Sí, pero las reglas son diferentes.
– ¿Cómo son?
-Tenés que jurarme que no le vas a decir nada a tus viejos. Esto queda entre nosotros, como cuando te llevé a debutar…
Mi debut sexual: cuando cumplí 12 años, el tío Martín me regaló un encuentro con una prostituta. No era una mujer bonita, pero después de una hora con ella, sabía más de sexo que todos mis compañeros.
A mis 13 años, ya tenía sexo con varias chicas, mientras la mayoría de mis amigos todavía eran vírgenes.
-Está bien, tío, ni una palabra a los viejos.
Debí imaginarme que mi tío andaba en cosas muy turbias. La pelea (donde valía prácticamente todo) terminaba con la absoluta sumisión sexual del perdedor.
– ¿Si pierdo el otro chico me va a coger? Ni en pedo. No soy gay.
-No vas a perder. Y no te vas a volver homosexual. Te vas a volver millonario.
Le pedí a mi tío que, antes de tomar una decisión, me llevara a ver una de esas peleas.
Martiniano, un amigo de mi tío, en quienes mis padres tienen confianza, se prestó a pedirles que esa noche me dejaran ir con él a pescar. Me pasó a buscar en su viejo auto, con las cañas asomando por la ventanilla. Llegamos a una fábrica abandonada junto al ferrocarril, allí me esperaba mi tío. Martiniano siguió su viaje a la laguna.
Entramos. Había gradas alrededor de un tosco ring de sogas, con el piso acolchado. De los parlantes salía música fuerte y un olor a frito saturaba el ambiente. Tenía unos pesos y me compré un sándwich de chorizo. Me senté en una de las gradas junto a mi tío, que fumaba marihuana.
Los luchadores entraron al cuadrado acompañados de sus managers. Uno era un chico más bien obeso, muy morocho y de flequillo. Su adversario me llamó la atención. Delgado, con los abdominales marcados y una buena musculatura en los brazos, era blanco, pelo castaño claro y ojos verdes. Su cara era tan bonita como la de una niña, pero adiviné que no era ningún flojo.
La única vestimenta de los chicos era un taparrabos mínimo que se sostenía en su lugar por unos cordones.
-El chico gordo pesa mucho más que el de ojos verdes- observé.
-Aquí eso no importa. No hay categorías por peso sino por edad. Mira bien, porque la semana que viene vas a estar peleando con alguno de estos dos.
Noté que Brian, a pesar de su tamaño, estaba asustado.
– ¿Cómo se llama el otro chico? – quise saber.
-Florián- me respondió un viejo que estaba detrás de mí – es rumano, creo. Lleva cuatro peleas ganadas al hilo. Es lindo pero bravo.
Y el espectáculo le dio la razón. El gordo recibió una tremenda paliza. Solo el amor propio lo mantenía en pie. Era valiente, pero peleaba mal.
Mientras Florián lo fajaba a Brian, me explicaron que había dos maneras de ganar la pelea. Una era por abandono. La otra era si uno de los luchadores lograba dominar a su adversario y lo hacía eyacular.
Quedó claro que la segunda no era opción para Florián. Le dio tantos golpes a Brian que este terminó en cuatro patas, sollozando que se rendía y chorreando sangre por varias heridas en las cejas y la nariz.
Lo que vino después me impactó. Brian sufrió la humillación de ser violado brutalmente por su vencedor mientras todos los celulares grababan la escena. Me sentí mal y le pedí a mi tío que nos fuéramos ya mismo a casa.
Mientras esperábamos que Martiniano me llevara de vuelta a casa, mi tío quería saber si podía presentarme como retador del rumano el próximo viernes. Le dije que lo quería pensar.
Martiniano me dio una boga grande para que mi mentira fuera creíble. Mamá me esperaba levantada. Se alegró de que trajera el pescado, tendríamos un buen almuerzo. Me dio un beso y me fui a dormir. Pero no pude conciliar el sueño.
¿Tal vez terminara como Brian, penetrado delante de una multitud, chillando de dolor y de humillación? Pero la belleza del vencedor me había dejado impresionado. Perfectamente ese niño podría haber sido actor o modelo. Quería volverlo a ver.
Al otro día, le dije a mi tío que sí, que pelearía contra Florián.
Esa semana fui todos los días al club. Le pedí a mis entrenadores que me exigieran al máximo, que me enseñaran a bloquear golpes, a defenderme de un ataque directo. Ellos se asombraron de mi entusiasmo porque faltaba bastante para el próximo torneo.
Y finalmente llegó el viernes.
Martiniano me dejó cerca del galpón, donde estaba mi tío, y siguió viaje a la laguna.
-Tengo una sorpresa- me dijo. Y me ofreció una pastilla.
– ¿Qué es esto?
-Una pastillita mágica que duplicará tu fuerza. Anfetaminas.
La rechacé.
-No, tío, no me hace falta. Le voy a ganar sin trampas.
-Mirá que pedí bastante dinero prestado para apostar por vos y ese pendejo nunca perdió. Está invicto.
-Hasta ahora…
Aunque todavía faltaba media hora, ya había bastante gente. Le dijeron a mi tío que me llevara al vestuario, así me cambiaba. Era un recinto improvisado, con dos bancos largos de madera y unas duchas precarias.
Florián ya estaba allí, quitándose la ropa. Iba a usar el mismo taparrabos negro de la vez pasada.
Mientras me desnudaba, contemplé con callada admiración el cuerpo de mi adversario. Se puso sin problemas el slip de combate, atándose con habilidad los cordones. Yo no acertaba con ellos. Como no había nadie más en el vestuario, no me quedó más remedio que pedirle ayuda.
-Florián, ¿me podés ayudar? No sé cómo carajo se pone esto…
Me miró sorprendido. Creí que se iba a enojar, pero sonrió.
-Vos estabas en las gradas la semana pasada- me dijo, mientras me ataba los cordones que sostenían el taparrabos.
-Tremenda paliza le diste al gordito.
-Y tremenda cogida también- agregó, con desprecio. Mascaba un chicle y me observaba burlonamente- pero vos te fuiste enseguida. ¿Cómo te llamás?
-Jonatan Hernández
Se rio.
-Acá todos se ponen esos nombres que no pegan con los apellidos. Brian, Jonatan, Kevin… ven mucha televisión.
– ¿Vos sos rumano?
-Papá es rumano, mamá es rusa… Nos vinimos hace unos años. Creíamos que aquí iba a ser más fácil, pero…
De pronto se quedó pensativo, absorto. Algo pasó por su mente y lo entristeció.
-Lo siento mucho – Le dije. Y sin pensarlo, le pasé afectuosamente un brazo sobre los hombros.
No se ofendió. Solamente dijo: -Vamos, hay que divertir a las fieras…
Martín me vino a buscar. Otro hombre se llevó a Florián, que ingresaría primero. Se escuchó una ovación.
-Las apuestas están 5 a 1 a favor del rumano. Si ganás, nos llenamos de plata.
-Le voy a ganar.
Salimos del vestuario. Otra vez la música ruidosa, el humo y el olor a asado me envolvieron. El que anunciaba la pelea me presentó y por fin, apagaron los parlantes y se hizo silencio. Nos estudiamos unos momentos.
Florián intentó alcanzarme con sus golpes, pero pude bloquearlos. Yo sabía que si intercambiaba golpes iba a perder. Mi fuerte eran las técnicas de lucha grecorromana que mi adversario ignoraba. Logré atraparlo y derribarlo. Forcejeamos en el suelo. Lo inmovilicé por unos instantes. Finalmente logró zafarse y ponerse de pie, pero su taparrabos ya se había deslizado al suelo.
La gente estaba entusiasmada. Nuestra pelea no se parecía en nada a la anterior.
Florián me alcanzó con un puñetazo en la mandíbula. Aunque el golpe me conmovió, hice como si no me hubiese dañado y le sonreí.
Eso lo desconcertó, descuidó su guardia y lo derribé. Giré sobre él y me puse de tal modo que mis rodillas inmovilizaron sus brazos, mientras yo contenía con los míos los esfuerzos de sus piernas. Traté de soltar una mano y pajearlo. Pero no era fácil. Su pene estaba fláccido y el chico se agitaba con fiereza. Entonces decidí sostener firmemente a sus piernas con mis brazos y hacerle sexo oral. El chico se movía pero ahora no pudo impedir la erección.
Un murmullo recorría las gradas. Yo nunca había chupado un pene, pero si me habían hecho sexo oral y sabía cómo llevar a mi adversario al clímax.
La resistencia del chico se iba desmoronando a medida que mi lengua trabajaba. Sus piernas finalmente se relajaron. Florián ya estaba entregado. Entonces continué la masturbación con la mano. El chico dejó escapar un gemido. Estaba sintiendo un gran placer, pero sabía que ese orgasmo sería su derrota.
En los celulares de los que filmaban desde las filas más cercanas, quedó grabada la eyaculación del rumano.
Me levanté aliviado. Había logrado vencerlo.
El árbitro me levantó el brazo. Ahora me tocaba disfrutar a mí.
Le ordené que se pusiera de rodillas, pero me incliné hacia él y le dije en voz baja: -Peleaste como un león, amigo. Pero ya sabés: hay que divertir a las fieras…
Le acaricié la mejilla y asintió. Dócilmente comenzó a chupármela. Aunque se notaba que el chico no tenía experiencia, la contemplación de su rostro me daba un gran placer.
Yo no quería eyacular todavía. Le dije que se pusiera en cuatro. Con abundante saliva, cubrí su rosado agujerito, primero introduje un dedo y solo después de mojarlo bien, lo penetré. A diferencia de sus bestiales embestidas a Brian, fui cuidadoso y tierno con él, como lo era con las niñas con quienes tenía relaciones habitualmente.
Mi práctica en las artes del sexo me permitió probar con él otras posiciones aguantando la eyaculación. No dejaba de sorprenderme la suavidad de su piel, la perfección de su cuerpo. Finalmente, acabé dentro de él y quedamos exhaustos, uno encima del otro.
Después, lo ayudé a incorporarse y bajamos del ring. La gente aplaudía.
Cuando llegamos a la vieja oficina, Florián me habló.
-Me trataste demasiado bien – dijo sorprendido.
-Espero tratarte todavía mucho mejor la próxima vez. Y que no sea con público.
Él se echó en mis brazos. Nos besamos como amantes hasta que apareció Martín. Mi tío estaba feliz, había ganado mucho dinero. Pero yo había ganado más que él.
comos igue
Gracias por leer y comentar, barcelona22!
Chingón, quisiera saber más de esas peleas
¡Muchas gracias por leer y comentar, Milenary! Veremos…
En esas peleas yo prácticamente sería violado en 2 segundos