Secretos de mi infancia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cogí aire, lentamente.
Otra vez estaba metida en esta situación; de nuevo sobre aquellas sabanas de franela, recién lavadas, que se amoldaban a mi cuerpo. Ese olor a vainilla…como lo odiaba. No era más que otro precedente de lo que se avecinaba.
Un escalofrío me recorrió la columna.
Pero no era debido al frío, aun desnuda, seguía estando en aquella calurosa habitación que tan bien conocía. Miedo. Puro miedo.
Miedo a ese par de ojos marrones que me abrasaban desde la distancia, pánico ante aquella sonrisa pérfida que enmascaraba el pecado de la lujuria. ¿Cuántas veces la habré contemplado? ¿Cuántas veces recé por despertarme de aquella pesadilla?
Sin embargo no había escapatoria, estaba amarrada al cabecero de hierro mediante pañuelos de seda roja. No importa lo fuerte que tirase de ella, que las retorciera… no se soltarían ni se aflojarían, él se encargaba de que así fuese.
Cinco años…. habían pasado cinco años desde que, por primera vez a mis seis años, fui tomada, violada…por aquel monstruo que me triplicaba la edad. Mi primo, ese, cuyo deber era protegerme y cuidarme, abusó de su confianza para arrebatarme mi virginidad. No fue rápido ni fue bonito. Se tomó su tiempo en preparar toda la escena, con la cama bien hecha, el suelo impecable y la luz encendida.
Aun recuerdo el sabor salado de su miembro en mi boca, sentada en el borde del colchón, atragantándome cada vez que lo introducía más profundamente en mi garganta. Las lágrimas corrían por mi rostro hasta acabar en el suelo, mis gritos fueron mitigados por los continuos gemidos de placer que emitía aquel ser monstruoso. Sus manos recorriendo cada centímetro de piel que iba descubriendo, se había deshecho de mi vestido infantil con lunares que yacía en el suelo de la habitación. Y mis braguitas blancas, colgaban de uno de los postes de la cama, ya olvidadas. Grité, o al menos todo lo que su lengua me lo permitía. No dejó de chupar y besar todo lo que quiso y más…los labios, mis pechos aun en desarrollo, mi estómago plano e incluso mi monte de Venus sin un solo pelo a la vista. El terror al sentir sus dedos husmeando dentro de los pétalos aun virginales, como los introducía en mi vagina intentando dilatar el estrecho pasaje, fue indescriptible. Dolía, dolía mucho y dolió mucho más cuando se cansó y decidió reemplazarlos por su polla bien lubricada por mi saliva. Su polla era enorme a mis ojos y aunque no pudo meterla por entera no dejó de intentarlo una y otra vez.
Me desgarró por dentro, la sangré había dejado una mancha color carmesí en las sábanas y no fue lo único. Después de media hora de embestidas, dentro-fuera, dentro-fuera… de los gemidos de placer combinados con los de dolor, de los chirridos producidos por los muelles de la cama y del éxtasis, todo acabó. Un chorro de semen, muy caliente, me llenó por completo. Mis entrañas ardían y pero lo que jamás podré borrar de mi mente fueron sus palabras: “Esto es solo el comienzo… Ahora comenzarás a disfrutarlo.”
Así fue como comenzó mi pesadilla. Día tras día, año tras año fui violada una y otra vez por el mismísimos diablo que hizo que aquel dolor se convirtiera en placer. Adiestró mi cuerpo, lo moldeo a su gusto. Me enseñó el placer de ser sometida, a cogerle gusto a sentirme indefensa ante él. Me mostró que el tacto de la seda, de la cuerda, de sus propias manos podía desatar el deseo dentro del cuerpo, que el dolor era placentero. Su semen era mi pan de cada día, si no me alimentaba tres veces no estaba satisfecho.
No importaba cuantas posturas habíamos probado ya (arriba, abajo, de lado, sobre una mesa, o el mismo suelo) siempre encontraba una nueva. Pero la posición del perrito era su preferida, le encantaba tomarme con fuerza y desenfreno mientras me agarraba de las coletas que él mismo me había ordenado ponérmelas. Vestida con la ropa que él elegía, aprovechando cualquier momento para meter sus manos por debajo de mi ropa interior…provocando el deseo en mi cuerpo. Dios…solo tenía seis años y él me sacaba doce, pero jamás dije ni una solo palabra a ningún adulto… ¿Quién iba a creerme?
Ahora, ante mí, la pesadilla se había tornado a terror nocturno
Mi primo V no estaba solo, mi demonio había decidido iniciar a su querido hermano pequeño, mi primo A dos años menor, en el arte de la dominación. Atada, a merced de dos hombres que deseaban desatar su lujuria usándome como su juguete sexual.
– ¿Preparado para la diversión?- La voz de mi torturador resonó dentro de mi cabeza.
– ¿E-estás seguro?- Mi primo A estaba muy nervio y yo le comprendía, en su había inseguridad y miedo. Me miraba, aunque no a los ojos; recorría mi cuerpo desnudo sobre la inmensa cama de matrimonio, parándose sobre mis grandes pechos. Si mis pechos ya era más grandes que el de la mayoría de mis compañeras de clase, seguramente debido al trato que había recibido a manos de mi primo V. Tenía un fetiche por mis dulces pechos y adoraba ver como esos pequeños capullitos se enrojecían y se ponía duros bajo sus dientes. Pero lo que más llamaba la atención del hermano más pequeño era mi depilado coño. Nunca podía dejar que un solo pelo destrozara la imagen perfecta de mi monte de Venus.
– ¡No seas nenaza!- El hermano mayor le dio una palmada en la espalda al hermano pequeño. Este se echó hacia adelante por la inercia del golpe, sin apartar la mirada de mí.- ¿A caso no la deseas? Ella ya no es tu prima, lo que tienes delante de ti es una mujer, una mujer que desea que la penetres y le hagas gozar como la perrita que es.- Mi primo A siguió mirándome muy detenidamente, mi cuerpo temblaba, yo misma temblaba por dentro. Podía ver su erección bien dura que amenazaba con romper el cierre de los vaqueros que llevaba puesto, me deseaba y sabía que mi última esperanza de salvación moría con él.- Bien.
Mi primo V vio la aceptación en el rostro de su hermano y ambos se desnudaron delante de mi persona.Tenían unos miembros bastante grandes de unos 19 cm de largo, dos trabucos que se alzaban con la intención de penetrarme hasta que se hubieran saciado. Tan solo con verlas, mi cuerpo traicionero cobró vida propia. Mis pulsaciones se alteraron y comenzaron a aumentar su ritmo cardiaco, mi piel se calentó y ardió de deseo de ser tocada, besada y marcada como las anteriores veces. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces he tenido que ocultar los mordiscos en mi piel bajo maquillaje o algún improvisado pañuelo.
No obstante eso ya no importaba, delante de mí se imponía la polla de mi primo A, deseoso de que le demostrara toda la experiencia que había adquirido con los años. No quería hacerlo… ¡Dios! Odiaba lo que me estaban haciendo pero más me odiaba a mi misma por regresar y desearlo.
– Ahora, vas a tragarte esta polla.- Mi primo V tenía el miembro de su hermano en la mano delante de mi boca mientras me agarraba con fuerza de la nuca. Me tiraba del cuero cabelludo, sentía los latigazos de dolor recorrerme la espina dorsal.- Y no pares hasta que te llene la boca de semen. ¿Me has oído?
Solo llegué asentir levemente, el dolor me nublaba la mente y mi instinto de supervivencia tomó el mando. Obligó a que mis labios se abrieran y recibieran aquel cúmulo de músculos y tendones. Como si de un muñeco se tratase, la succión comenzó. La lengua lamía el tronco y el capullo como si de un sabroso helado se tratase, los carrillos se contrajeron y la garganta se dilató para darle cabida.
Los continuos chupeteos, los jadeos, el movimiento del colchón toro era ensordecedor; igual que ver una película, a través del cristal, todo va a cámara lenta. Los minutos se convirtieron en horas, solo deseaba que se corriese de una vez pero aun sigo sin saber si era por la impaciencia de saborear ese líquido blanco o por terminar con los preliminares y comenzar con lo rudo. Y mientras mi primo A disfrutaba de su increíble mamada, su hermano mayor jugaba con mis labios inferiores. Sus dedos esparcían mi flujo por toda esa piel satinada, introduciéndolos dentro y fuera de mi vagina, sin olvidarse de lubricar bien la entrada al agujero de mi culo. Él bien sabía lo enloquecedor que era ese tratamiento, lo sensible que esa entrada era y el desenfreno que desataba en mi interior.
– Y-ya no aguanto más. ¡Joder!- Esas palabras, siempre los mismos diálogos que los amantes se decían con amor, a mi me sabía a serrín.
– Te lo dije hermanito, he entrenado bien a esta perrita. No se atrevería a desobedecer; ya le quedó bien claro la última vez.- Escuché decirle desde detrás de él. Y tenía razón. La única vez que trate de resistirme, que me enfrenté a él, lo pagué bien caro. Durante un día entero me tuvo maniatada a cualquier superficie que quiso, aprovechó que no había nadie en toda la casa, para vagar tranquilamente a sus anchas mientras me torturaba. Varios consoladores bien amarrados a mi cuerpo (vagina, pezones en el clítoris…), siempre dejándome al borde del orgasmos. Durante doce horas, las peores de mi vida. Siempre pendiente de que no me deshidratara, yendo al baño con ellos puestos…fue una tortura que nunca más desearía experimentar.- Pero espera, no te corras aun en la boca, no quiero que lo hagas; al menos no en esta primera vez. Quiero que te la folles bien fuerte y duro tal y como a ella le gusta.
– No podré esperar mucho más para correrme…-gemía con un cerdo, un maldito cochinillo.
– Ven, sácala y ven.- En un segundo tenía la boca a rebosar y al siguiente estaba jadeando en busca de aire, intentando no toser demasiado y sintiendo como la garganta me latía de dolor. Abrí ligeramente los ojos, después de haberlos cerrado con fuerza para no ver el espectáculo de su polla entrando y saliendo de mi boca; allí estaban los dos viendo mi coño manteniendo mis piernas bien separadas.- ¿Ves lo mojada que esta? Está preparada para que la folles y le demuestres lo buena que es tu polla. Esta perra te esta suplicando que la revientes.- ¡MIERDA! Sus palabras me calentaban más aun, estaba tan acostumbradas a ellas que ya ni si quiera me ofendían.-Díselo, quiero que le digas lo cachonda que estas… ¡Díselo!- El cachete que me dio en el coño me hizo pegar un grito que despertó a mi mente lo suficiente para darle una contestación.
– Por favor- les susurré con la voz ronca.
No fueron necesarias más motivaciones, de una solo embestida mi primo A se introdujo dentro de mí, apartando a su hermano del medio. El placer no tardó en llegar, mi cuerpo vibraba y le gritaba que me diera bien duro, que me follara con todas sus ganas y más. De solo una cometida casi me había corrido y lo peor fue la risa de mi primo V. Esa risa de satisfacción, de recochineo.
Gemí, una y otra vez; las embestidas fueron rápidas y profundas llegando a mi matriz en cada impulso. El placer era demasiado intenso, me retorcía, impulsaba mis caderas para que salieran al encuentro con la suya y tiraba de mis ataduras en busca de aquello que necesitaba. Sin darme cuenta mientras el pequeño me follaba, mi primo V se subió a la cama, se puso por encima de mi cabeza, aplastando mis brazos contra el colchón, levanto mi cara hasta que vi su enorme erección demandando atención.
– Chupa, perrita…Chúpala con ganas…
Así mientras que uno me follaba el otro disfrutaba de las delicias de mi boca; ambos arrasaron con todo a su paso. No importaba cuantas veces se corrieran, siempre había más. Se cambiaban las posiciones, incluso intentaron penetrarme ambos por el mismo sitio pero tras varios intentos y al ver que me estaban haciendo sangrar decidieron no intentarlo, al menos por el momento. No querían que nada les hiciese tener que parar de jugar con su pequeño juguetito. Pero aun así me destrozaron; dos hombres de veintitrés y veintiuno años follando a una niña de once…
Ese día tragué más semen que en toda mi vida.
Al final tras varias horas todo se acabó, me desataron la muñecas ya en carne viva de tanto tirar de ellas. Me había corrido más de cuatro veces y ellos…perdí la cuenta. Ambos estaban contentos, llenos de energía renovada y el mayor felicitaba al menor por su hombría. En cambio yo me metí corriendo en el baño, abrí la ducha y deje que el agua purificase todo lo que esos salvajes habían hecho conmigo. El agua se llevó el semen que no paraba de salir dentro de mí, junto con la sangre de los arañazos, de los mordiscos y de mi vagina, y junto a mis lágrimas que no dejaba de derramar.
Cuando salí, el cuerpo de dolía por entero. Gracias a Dios, ellos se habían marchado a saber donde…pero lo agradecí con toda el alma. Volví a aquella habitación… el olor a sexo me dio una bofetada nada más entrar. Corrí a abrir las ventas, y me giré para enfrentarme al horror de nuevo. La cama que tan perfectamente estaba hecha esta mañana, tenía el aspecto de haber sufrido un cataclismo. Las sabanas arrugadas y desperdigadas por la habitación con manchas de sangre ya secas, la almohada en el suelo y, colgando aun del cabecero de hierro, los dos pañuelos negros danzaban a la voluntad de la suave brisa. Con rabia los quité, al igual que las sabanas y las metí en la lavadora. Ella se encargó de destruir prueba alguna de los hechos que se habían producido en aquel cuarto.
Sin embargo, daba igual… nunca se irían las manchas de mi alma y no importa cuánto rezara por mi príncipe azul, ese que vendría a rescatarme, mataría a los monstruos y me haría feliz… Jamás aparecería ni me sacaría de ese infierno donde dos demonios saciaban su lujuria conmigo, porque sí… ahora eran dos. Y lo seguirían siendo durante muchos años más.
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