Segundo masaje
No pude evitar visitar otra vez al masajista chino. Y él no me defraudó. .
(Continuación de «Primer masaje»)
Sí, como era previsible volví a ver al masajista del club. No tenía ninguna lesión ni sentía algún dolor en particular, simplemente sabía que el oriental no iba a decepcionarme.
– Está pensativo hoy- dijo el Chino, mientras me masajeaba la nuca y los hombros -¿Problemas?
– Nada que no se vaya con un buen masaje – dije – usted es el amo, yo su esclavo..
– Me gusta que lo entienda así. Usted es mi niño preferido. Tiene un cuerpo muy disfrutable. Y hoy tengo juguetes nuevos para usted. Dese vuelta.
Boca arriba, con los ojos cerrados, dejé que me masajeara los muslos y las caderas. En la camilla, el Chino me dominaba completamente con sus manos aceitosas. Su ancestral conocimiento de las zonas erógenas era una fuente interminable de delicias.
Un zumbido me hizo abrir los ojos. El Chino sostenía un pequeño vibrador celeste y sonreía.
– Desafío: ¿aguanta el vibrador durante tres minutos sin eyacular?
Sabía que no tenía chances, pero acepté la prueba. El Chino me dijo que programara la alarma de mi celular. Tres minutos. Así lo hice.
Acercó el vibrador al frenillo de mi pene. Traté de pensar en cualquier cosa (en la tarea de Geografía, en el próximo partido), fue inútil: en segundos el contacto ya me había provocado la erección. El Chino apenas rozaba mi piel, pero lo hacía con tal destreza que el placer era bestial.
Y aunque me agarré fuerte de los bordes de la camilla, aunque moví mi pelvis para amortiguar su acción devastadora, no pude resistir.
Impasible a mi orgasmo y al semen que le había salpicado la cara, el Chino continuó sometiéndome con el vibrador. Yo acababa de eyacular pero mi erección se mantenía al máximo. ¡Eso nunca me había pasado!
La alarma sonó, los minutos siguieron pasando, pero el Chino no se inmutaba. Yo me estremecía, sacudido por sucesivas oleadas de placer.
– Con este vibrador podría mantenerlo excitado durante horas. Es un buen juguete. ¿No le parece?
Estaba tan conmocionado que apenas pude susurrar que sí. Lo estaba disfrutando tanto, deseaba que no se detuviera nunca.
Él siguió acariciando mi pene con exquisita paciencia oriental hasta que, con una convulsión, alcancé un segundo orgasmo.
– Doce minutos. No está mal para un niño de trece años – dijo, apagando el vibrador. Se limpió la cara y después se ocupó de retirar el esperma de mi vientre.
Yo estaba exhausto y lo dejé hacer.
– Me gusta mucho su pubis – comentó, acariciándome – es liso, plano, sin pelitos. Cuando duermo sueño que estoy acostado sobre él. Y tengo lindos sueños.
Creí que ya habíamos terminado, pero el Chino quería probar conmigo otro juguete. Su forma era la de una T invertida, de unos 15 centímetros de largo. La pieza vertical estaba compuesta por unas bolas recubiertas de siliconas.
– Boca abajo y arriba la colita – me ordenó. Me puso abundante gel y fue penetrándome con el juguete. Cuando entró completamente , empezó a vibrar.
– ¿Le gusta?
– Se siente raro… pero rico.
– Hoy vamos a trabajar su punto P.
– ¿Mi qué?
– Su próstata. Al no explorar este territorio, se está perdiendo una maravillosa experiencia. Ahora lo verá.
El Chino fue dándole más y más intensidad a la vibración, hasta llevarla al punto máximo. Era tal el goce que las piernas se me aflojaron. El Chino me las juntó otra vez.
– Lo necesito en esa posición.
Me afirmé mejor, tratando de que mi trasero quedase lo más perpendicular posible a la camilla.
El Chino me tocó los genitales: Veo que ya se ha excitado de nuevo… ¿Podrá eyacular otra vez?
-No- susurré- es imposible…
Tomó el pequeño vibrador celeste y volvió iniciar el roce, mientras el nuevo aparato, un híbrido de consolador y vibrador, actuando por su cuenta como un implacable robot perverso, me estimulaba terminaciones nerviosas desconocidas.
Cerré mis ojos, tratando de manejar la inundación de placer que me ahogaba. El ronroneo de los vibradores se mezclaba con mis gemidos. Sentí que mi pelvis se derretía como cera y alcancé mi tercer orgasmo.
Quedé exhausto. Estaba tan agitado como si hubiese corrido una maratón. El corazón galopaba.
Limpió mi cuerpo con su habitual meticulosidad. Me untó una crema en el glande, para evitar que la sucesión de eyaculaciones me provocara irritación.
Me dio una suave palmada en las nalgas.
– Lo espero para la próxima sesión.
No tuve fuerzas ni para decir gracias.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!