Situada frente a él
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
… en un ángulo de más de noventa grados. Uno de los dedos de mi mano derecha está paseándose distraido por la entrada de mi coño humedecido, mientras observo satisfecha su cara de placer y dolor a cada embestida que recibe.
Él permanece a cuatro patas, con su cara a pocos centímetros de mis piernas y mi coño, con los ojos vendados y completamente desnudo, mientras mi otro esclavo está situado tras de él, también con los ojos vendados y desnudo, clavándole su polla en agresivos empujones que en ocasiones le hacen perder el equilibrio. Cuando esto ocurre, vuelve a situarse rápidamente en su postura a cuatro patas, y el otro le vuelve a ensartar la polla en el culo rápidamente, pero como castigo yo le golpeo la cara con un sonoro tortazo.
‐ No vuelvas a caerte, cabrón.
‐ Sí, claro, ama –responde entre los jadeos y la respiración agitada.
Mientras sigue la escena, me distraigo por un momento, saliéndome mentalmente de mi papel, y no puedo dejar de sorprenderme entonces al ver lo que está ocurriendo en esta habitación en la que además yo dicto todo lo que está pasando.
——
Apenas hace unos meses que empezó todo, cuando decidimos iniciar este juego. Aquella tarde los nervios nos acompañaban a ambos. El vestía con vaqueros y camiseta blanca, sin ropa interior. Yo llevaba una falda negra muy corta y ceñida, con una blusa abotonada. Y de ropa interior, sujetador y braguitas negras, ambos con encaje. Habíamos decidido que el papel de sumiso lo adoptaría él, pero no fue fácil que cada uno asumiese su rol desde el principio.
Quedamos en una pequeña casa aislada, en el campo, formada apenas por una habitación con cocina americana, y un baño. Yo ya le esperaba en el interior de la casa, y cuando él llego le ordené inmediatamente que se desnudara, sin mediar ningún otro tipo de saludo ni conversación. Él me miró con una sonrisa de duda, pero se desnudó. Se quitó los zapatos y la camiseta, quedándose con el torso desnudo.
‐ Está bien por el momento – dijo.
Sin decir nada, me acerqué a él y le quité el cinturón, conservándolo cerca por si más tarde tuviera que usarlo. Luego le desabroché el pantalón, y lo empujé hacía abajo, apareciendo directamente una polla grande y con un inicio de erección.
‐ Ahora está bien – contesté‐ Y será la última vez que hables sin que yo te lo haya
pedido antes, ¿entiendes?
Él asintió y se quedó quieto en mitad de la habitación, ya completamente desnudo, mientras yo observaba el que sería mi juguete durante toda la tarde. Lo observé durante muy largo rato, dando dos lentas vueltas alrededor de él. Y debió gustarle aquel examen visual, pues poco a poco fue creciendo su erección hasta elevarse la polla tanto como podía, mostrándome ahora sí un enorme miembro que podía hacerme disfrutar bastante si lograba ganármelo completamente. Solo después de un largo rato acerqué el dedo índice de mi mano derecha a su polla, y la rocé apenas. Su polla respondió con una breve palpitación.
‐ Bien, cabrón, lo primero que haré será masturbarme, pero me sobran las braguitas.
Quítamelas tú, con la boca, sin usar las manos.
Asintió con la cabeza. Yo alcé mi faldita hasta las caderas. Él se arrodilló frente a mí, y con la boca mordió el elástico del borde de la braguita, tirando hacía abajo. No le resultó fácil bajarla, y tuvo que ir mordiendo en distintos sitios, mientras yo le ayudaba con movimientos de mi cadera. Poco a poco las bajó hasta los muslos, y ya entonces sí pudo bajarlas de un tirón hasta mis tobillos.
‐ Vale, bien hecho. Mejor así. Pero antes de empezar, quiero que huelas mis braguitas y las lamas, para que empieces a indentificar el olor y el sabor de tu ama.
Lo hizo sin protestar, acercándoselas a la nariz, y luego pasando la punta de la lengua por el interior de las braguitas.
Tras esto, ya sí lo mandé sentarse en una silla, y le puse ambos brazos atrás, tras el respaldo. Se los anudé allí. Luego le anudé una venda en los ojos.
Me coloqué en pie junto a él, pero su boca quedaba a la altura de mi ombligo, y yo la quería junto a mi coño, de modo que acerqué una mesa a su silla, y sentándome en su borde, alcé mis piernas y apoyé mis pies calzados sobres sus muslos. Ahora sí dejaba mi coño expuesto directamente a su mirada y su boca.
Lentamente situé un dedo sobre mi coño, y empecé a hacer círculos concéntricos, cada vez más chicos, hasta terminar hundiéndolo. Era tal mi excitación que el olor a sexo ya era más que evidente, y él con su cara entre mis piernas, se estaba empapando de este olor.
Acompañé un segundo dedo dentro de mí, y luego un tercero, mientras movía con un lento vaivén mi cadera, acompañando el juego de los dedos. Entonces saqué mis dedos y se los acerqué a su nariz, y luego a su boca. Él la abrió inmediatamente, y se los tragó, lamiéndolos con deseo.
‐ Creo que será mejor que veas mi coño mientras me masturbo.
Y tras esto le quité la venda, encontrándose al instante mis labios vaginales húmedos frente a su cara, apenas a quince o veinte centímetros. Volví a masturbarme, y volví a meterle los dedos en su boca por dos ocasiones más.
‐ Límpiamelos, puto.
Él los lamía con esmero, mezclando su saliva con mis jugos vaginales, y luego
secándomelos con los labios.
No tardé en correrme, y como premio por su comportamiento obediente le agarré fuerte los huevos con una mano, mientras bajaba la boca y humedecía su polla metiéndomela en la boca y salivando sobre ella. La reacción fue instantánea, cogiendo todo el tamaño que podía coger, pero me levanté al momento sin dejarle disfrutar más.
Lo desaté entonces y le dije que se pusiera a cuatro patas.
‐ Hazlo, y dí que eres mi perro.
‐ No lo soy ‐me contestó.
Me quedé muy seria mirándolo y le crucé la cara con un guantazo, más sonoro que doloroso.
Volví a levantar la mano para darle un segundo guantazo en la otra mejilla, pero él me agarró por la muñeca y me la torsió, girándome y situándome el brazo en la espalda.
‐ No vayas demasiado rápido, todavía puede ser que te folle yo a ti como si fueses mi perra.
Me excitó escuchar aquello, pero no podía tolerar que se me revelase de aquél modo, aunque cogida mis muñecas por sus manos, no podía hacer nada, y estaba a su disposición. Aún tenía la falda levantada hasta la cadera. Entonces me dirigió con empujones a la cama y me lanzó sobre ella, bocaabajo. Se sentó encima de mis muslos y colocó su glande en la entrada de mi culo.
Cuando ya pensaba que me iba a penetrar así, se levantó, sonrió y dijo… “que continúe el juego”, y volvió a colocarse de pie en mitad de la habitación esperando mis órdenes. Volvió a tomar el rol de sumiso, mientras relajaba su respiración agitada.
Yo me levanté de la cama, me bajé la falda y tratando de calmar el temblor de mis piernas me puse a su espalda, y sin avisarle ni preguntarle, agarré sus brazos y le anudé las muñecas tras el cuerpo.
‐ Eres un cabrón, y vas a pagar caro esto, hijo de puta. Ahora vas a saber quien somete a quien aquí.
Tras decirle esto le escupí a la cara, y agarrándole fuertemente la polla y los huevos como si fuese un mango del que tirar, me lo llevé tras de mí al baño.
Subí la tapa del váter y le dije que se tumbase en el suelo, bocaarriba, con la cabeza apoyada sobre el borde del váter, en el centro de éste. Mientras tanto yo me subía nuevamente la falda.
Dudó por unos instantes, y fue entonces que lo dijo: “negro”.
Era nuestra clave para detener el juego. Sorprendida, detuve mi movimiento de subir la falda y me quedé cortada y confundida, como arrancada de golpe de un sueño del que no es fácil despertar.
Entonces volvió a dudar, y corrigió… “no he dicho nada, sigamos”. Y entonces se agachó, sentándose en el suelo junto al váter, y tumbándose luego para apoyar la cabeza, bocaarriba, en el centro. Sonreí y volví a subirme la falda. Cogí mis bragas que estaban por el suelo, y se las metí en la boca.
Me situé encima de su cara, y esperando apenas unos segundos, empecé a orinar. El chorro cayó con fuerza sobre su cara, que se cubrió al instante de dorado. El calor le hizo enrojecer la cara. Cerró los ojos con fuerza, y hubiera cerrado la boca si no hubiese tenido la braguita dentro, pero no podía, de modo que hilillos de orina se le colaban en la boca y luego los espulsaba por la comisura de los labios como podía.
Su cara era, ahora sí, el vivo reflejo de la sumisión. Estaba pagando caro su atrevimiento de momentos antes.
Más allá de la cara, la orina se resbalaba por su barbilla y su cuello, cayendo al suelo, o discurriendo por el pecho hasta el vientre y hasta llegar a sus huevos y su polla, que estaba ahora más dura que nunca.
Cuando terminé me retiré y le quité la braguita de la boca.
‐ ¿Eres mi perro, cabrón de mierda?
‐ Lo soy, soy tu perro.
Satisfecha, le desanudé las manos que tenía a la espalda, y le dije que fregara aquello y se duchara.
Aprovechamos tras aquello para darnos un descanso. Yo me abroché mi blusa y él se vistió y salimos a la calle, a pasear y respirar algo de aire fresco, pero para que no se enfriase lo que había logrado en el rato anterior, le pedí en un determinado momento, en un sitio aislado entre unos árboles, que se agachara, y metiese su cara bajo mi falda hasta alcanzar mi coño con su lengua. Lo hizo, rozándolo apenas, y al volver a levantarse no lo dudamos y volvimos inmediatamente a la casa sin tener que decirnos nada el uno al otro.
En cuanto entramos a la casa le ordené desvertirse nuevamente. Yo desabroché mi blusa y con la mano derecha saqué ambos pechos por encima del sujetador. Luego volví a abrocharla, dejándola abierta en la mitad superior, con lo que tenía la mitad de cada pecho expuesta a su mirada.
‐ Ahora, agáchate, y ponte a cuatro patas. Vamos a seguir con el adiestramento. Ven hacía mí.
Él obedeció, situándose a mis pies.
‐ Lame mis botas.
Llevaba puestas unas botas negras, con altos y estrechos tacones. Empezó lamiendo la punta de las botas y luego fue ascendiendo, hasta llegar a la pierna. Entonces lo detuve, subiendo la bota y poniéndole la suela en su cara.
‐ Nadie te dijo que fueses más allá de las botas, cabrón. Te castigaré por haberme
rozado la piel con tu lengua sucia.
Y tras decir esto, escupí al suelo.
‐ Vamos, lámelo.
Él me miró suplicante, esperando que retirase la orden, pero en lugar de eso, volví a escupirle, esta vez a él.
‐ He dicho que lamas el suelo, donde yo he escupido.
Sacó su lengua y lo hizo, situando la punta sobre mi saliva en el suelo. Y luego arrastrándola y llevandose mi saliva en su lengua.
‐ Vale –dije a continuación‐ creo que ya me has demostrado varias veces que estás
suficientemente sometido a tu ama. Eres un perro obiedente. Ahora llega tu premio.
Tendrás el lujo de servir como consolador para tu ama. Ponte un preservativo y
túmbate sobre la cama, bocaarriba.
Extendí sus piernas y brazos, atando las primeras a los pies de la cama, y los segundos, al cabecero. Fue un proceso lento, en el que su pene iba endureciéndose cada vez que notaba una de las cuerdas ceñirse a sus muñecas y tobillos. Entonces me quité los tacones y me subí a la cama, situándome de pie con las piernas abiertas encima suya. Subí la falda una vez más a las caderas, mostrándole mis muslos y mi trasero. Permanecí unos segundo así, permitiendo
que se recrease observando a su ama, y luego fui flexionando mis rodillas hasta situar mi coño, empapado, cerca de su polla. La cogí con mis manos y la situé en la entrada de mi vagina. La mantuve así unos segundos. Él, impaciente, alzó la cadera para tratar de penetrarme. Yo lo evité agarrándosela fuerte y apretándole.
‐ No hagas nada que no te haya mandado, hijo de puta
Y añadí “y no se te ocurra correrte en ningún momento si no te he dado permiso”. Entonces flexioné un poco más las rodillas y toqué apenas mi coño con la cabeza de su glande. Luego lo hice un poco más, entrando un poco. Me quedé en esa postura, sabiendo que no volvería a atreverse a empujar su polla dentro de mí, y dirigí mis manos a mis pechos. Mirándole, mientras me mordía el labio inferior, con todo el morbo del momento, empecé a pasar el dedo índice de mi mano derecha por mis pezones, y luego entre los pechos.
Notaba palpitar su polla en la entrada de mi coño. Yo no le quitaba la mirada de sus ojos, y él la mantenía también firme en los míos. Humedecí mi dedo y volví a pasearlo por entre mis pechos, que asomaban ya casi completamente de mi blusa abierta.
Su polla comenzó a lubricar y humedecer los labios de mi coño, y entonces, sin avisar, me senté sobre él de un golpe. La polla entró hasta el fondo, y mi perro soltó un grito ahogado al sentarme sobre sus huevos con mi repentina embestida. Yo, lubricada como estaba, apenas sentí un pequeño pero agudo dolor. Comencé a subir y bajar, lentamente al principio, y acelerando el ritmo progresivamente.
Mientras, le cogía fuertemente la cara con mi mano derecha, y le insultaba.
‐ Vamos, perra, dále placer a tu ama. Cabrón, te voy a dejar seca la polla, pero antes te la voy a reventar. Eres un hijo de puta. Me pones a mil. Puta…
Mis pezones bailaban a cada bajada y subida de mi cadera. Al bajar me sentaba
completamente sobre él, y al subir casi me salía de la polla, que estando tan lubricada volví a entrar facilmente con la nueva bajada de mis caderas.
Tuve un orgasmo, y poco después, otro más, que acompañé de fuertes gritos y la boca abierta completamente. Él, mirándome, se excitó mucho y aunque dejó de mover sus caderas, al seguir yo con mi movimiento, no pudo evitar correrse.
Me di cuenta porque su polla perdía fuerza. Le increpé con una retahila de insultos, a la vez que le escupía a la cara. Seguí saltando sobre él aún con más fuerza, aunque su polla se puso flácida rápidamente. Aún seguía saltando sobre él cuando ya se había salido su polla de mi coño, de modo que lo que hacía era sentarme una y otra vez sobre sus huevos y pene flácido, con el consiguiente daño. Pero eso no era suficiente castigo por haberme desobedecido una vez más.
Le quité el preservativo y vacié su contenido sobre su cara. Me puse en pie nuevamente sobre la cama, y le pasé mi pie derecho, desnudo, por el interior de sus muslos y por sus genitales.
Luego se lo arrastré por el pecho, hasta llegar a su cara, y la pisé. Restregué el semen por ella, y después situé el dedo gordo del pie sobre su boca, obligándolo a abrirla. Cuando lo hizo, se lo introduje, y le ordené que lo chupara como si fuera una polla. Lo hizo, atragantándose en ocasiones, cuando yo empujaba algo más que el dedo en el interior de su boca.
Al retirarle el pie de la boca respiró aliviado, pero apenas tomó aire, le avisé de lo que venía a continuación.
‐ Ahora, puta, me limpiarás el coño con tu cara. Quiero que me lo dejes bien limpio.
Y dicho esto, me agaché, colocándome encima de su cara, y empecé a moverme de adelante hacía atrás, pasandole el coño y el culo por su boca y su nariz. Notaba esta última introducirse entre los labios vaginales, y en ocasiones, también la lengua, que me humedecía con su saliva tanto la vagina como la entrada del culo.
Al retirarme, miré si su polla había vuelto a ponerse dura, pero seguía flácida.
‐ ¿Cabrona, todavía no la pones dura? Así no me sirves, perra. Ahora verás…
Fui a la cocina y cogí papel transparente, para conservar alimentos. Del baño cogí gel, y del suelo, uno de mis zapatos de tacón. Al volver junto a él, lo situé todo en la cama, y le coloqué la almohada bajo su culo, alzándole su pelvis y dejando la entrada del culo completamente expuesta. Me senté frente a él, entre sus piernas, envolví el tacón con el papel film, y lo lubriqué con gel.
‐ ¿Que vas a hacer? –se atrevió a hablar por primera vez.
Le respondí escupiéndole en la polla y golpeándosela con la mano. Con esto había cogido algo de dureza, pero no fue hasta que le pasé la suela del zapato que tenía en la mano por sus muslos y genitales cuando empezó a ponerse nuevamente erecta. Luego le coloqué la punta del tacón sobre su culo.
‐ Y ahora, querido, me la vas a poner completamente dura.
Y tal como lo dije, efectivamente, la erección fue total, antes incluso de empezar a meterle el tacón en el culo. En un principio se resistía algo, pero no tardó en dilatarse y ceder completamente a su extraño y duro visitante.
Yo aceleraba cada vez más las embestidas del tacón, y él había dejado de mirarme, y ahora tenía la vista perdida en el techo, mientras jadeaba de placer.
——
Es la misma mirada que tiene ahora, mientras mi segundo esclavo lo penetra.
Lo decidimos en nuestro anterior encuentro. Era hora de meter a una tercera persona en el juego, pero conservando los roles. Ahora dispongo de dos esclavos para mí. Hace un rato me follaron ambos a la vez. Uno por el coño, y el otro por el culo, y yo en medio de ellos. Son ambos más altos y grandes que yo, y me tenían aprisionada entre sus cuerpos, entre su sudor y sus embestidas, que me aplastaban rítmicamente.
Creo que tuve 2 o 3 orgasmos seguidos. Ahora descanso, mientras les toca a ellos
entretenerme. Ambos situados a cuatro patas, como perros que son. Uno lame la polla del otro desde atrás, situando su cabeza entre las piernas del otro. Luego le lame el culo para humedecerlo y prepararlo para la penetración. Y tras esto lo penetra, situado sobre él con la misma postura a cuatro patas, como dos perros que se follan.
Siguen el ritmo que les marco, y solo se corren cuando yo se los ordeno.
Continúa el juego, y los jadeos. Y yo sigo sorprendida al ver lo que está ocurriendo en esta habitación en la que además yo dicto todo lo que está pasando. Pero más que sorprendida, estoy húmeda, y muy cachonda, deseando que me follen otra vez.
Espero tus comentarios y propuestas en sumen2010@hotmail.es
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