Sombras de Deseo: Pasiones Prohibidas CAPITULO 12
En «Sombras de Deseo: Pasiones Prohibidas», seguimos a Morgana elegida por Alexis, un nuevo amo. Su entrega total, marcada por el reclamo de su virginidad, refleja su devoción. Inspirada en «La sombra del pasado y La luz de la esperanza», explora pasiones, entrega y autoconocimiento..
Juan besa con fuerza a Dixie. El beso de este inundó a Dixie con una mezcla de deseo y sumisión, mientras sus palabras resonaban en su mente. La intensidad de la situación la abrumaba, pero también despertaba un fuego interior que la consumía.
Dixie asintió en silencio, aceptando el castigo que su amo había decidido impartirle. Sabía que debía someterse completamente a él, tanto física como emocionalmente, para redimirse por su falta y recuperar su favor.
Con manos temblorosas, Juan la guió hacia donde él deseaba, mientras Dixie caminaba con pasos vacilantes, consciente de las miradas que los seguían. La atmósfera cargada de tensión y expectación envolvía la escena, haciendo que el corazón de Dixie latiera con fuerza en su pecho.
Cuando finalmente estuvieron donde Juan lo había indicado, Dixie se entregó por completo a él, permitiendo que la pasión y el deseo los consumieran por completo. Los gemidos de Dixie llenaron el aire mientras Juan la poseía con fuerza y determinación, mostrando su dominio sobre ella ante los ojos de todos los presentes.
Juan se entrega completamente a la pasión desenfrenada, penetrando a Dixie con una furia incontrolable. Sus embestidas son rápidas y contundentes, sin darle tregua a su esclava. La abraza con firmeza, sintiendo su cuerpo temblar bajo el poder de sus embates. Dixie, con los ojos girando en éxtasis y la lengua afuera, se abandona al placer, incapaz de articular palabra alguna. Solo puede expresar su gozo a través de gritos de éxtasis, mientras el amo continúa con su frenética entrega.
En ese momento, Dixie comprendió la profundidad de su sumisión hacia Juan, aceptando su papel como su esclava y entregándose por completo a su voluntad. A través del placer y el dolor, encontró redención en los brazos de su amo, sabiendo que nunca más se atrevería a desafiarlo.
«Di que eres una puta, que te gusta que te humille tu Dios, que pidas disculpas por humillar a tu Dios Juan». Juan le ordena a Dixie «Y luego grita mi nombre, grita a tu Dios que te posee».
Con voz entrecortada por el placer y la sumisión, Dixie obedece las órdenes de su amo. «Soy una puta, me gusta ser humillada por mi Dios Juan», murmura entre gemidos, sintiendo cómo el éxtasis se apodera de su ser. «¡Perdón, perdón por humillarte, mi Dios Juan!», exclama con fervor, reconociendo su falta y buscando redimirse ante su amo. Luego, con un grito lleno de pasión y entrega, invoca el nombre de su amo. «¡Juan!», grita con fervor, dejando claro su reconocimiento hacia el hombre que la posee y domina por completo.
Con cada embestida de Juan, los gritos de Dixie se vuelven más intensos y desgarradores, como si estuviera siendo consumida por un placer salvaje. Su cabeza se arquea hacia atrás, revelando el éxtasis que la envuelve mientras sus chillidos resuenan , llenos de un placer tortuoso y visceral. La intensidad del momento es palpable, con Juan continuando su penetración implacable mientras Dixie se entrega por completo a la vorágine de sensaciones que la consume.
Con una sonrisa maliciosa en el rostro, Juan continúa su embestida con aún más ferocidad, observando con satisfacción cómo Dixie se encuentra perdida en un torbellino de sensaciones. Cada movimiento de su cuerpo refleja la intensidad del castigo que está recibiendo, y Juan se regodea en el control que tiene sobre ella en ese momento. Su sonrisa revela un placer retorcido mientras disfruta de la sumisión total de Dixie y la sensación de poder que le otorga.
Con una expresión de malicia en su rostro, Juan se abalanza sobre las voluptuosas tetas de Dixie con ferocidad, lamiéndolas con voracidad y devorándolas con pasión. Una de sus manos se aferra con fuerza a la suavidad de sus pechos, mientras la otra continúa con sus embestidas implacables. Las tetas de Dixie son tan grandes que podrían asfixiar a un hombre menos experimentado, pero Juan las acaricia y chupa con confianza y determinación. Su sonrisa se ensancha aún más al sentir cómo se retuerce Dixie bajo su dominio, disfrutando del control absoluto que tiene sobre ella en ese momento.
A pesar de sus intentos débiles y sin fuerza, Dixie trata de apartar a Juan de sus tetas, pero él persiste en su voraz devoción, aferrándose a ellas con determinación y pasión. Sus labios y lengua continúan explorando cada centímetro de su suave piel, enviando oleadas de placer a través del cuerpo de Dixie a pesar de sus esfuerzos por resistir. Aunque sus movimientos son débiles, la ferocidad con la que Juan continúa chupando y lamiendo sus pezones la deja indefensa, atrapada en un torbellino de sensaciones que la sumergen aún más en la lujuria y la sumisión.
Con una sonrisa de satisfacción y malicia, Juan observa a Dixie caer exhausta al suelo como una muñeca de trapo, completamente rendida por la intensidad de la experiencia. Su cuerpo yace allí, cubierto de semen en su coño y sus tetas empapadas de saliva, una evidencia tangible de su sometimiento y entrega total. Mientras Dixie descansa en el suelo, agotada y vulnerable, Juan camina alrededor de ella con indiferencia, como si fuera simplemente un objeto descartado en el campo, su presencia no más que un eco de la pasión que acaba de consumirlos.
Juan se acerca lentamente a Dixie, notando un brillo húmedo en sus ojos. Observa con atención mientras una lágrima solitaria recorre su mejilla. Un destello de sorpresa cruza su rostro, seguido de una chispa de compasión.
«¿Has llorado?», pregunta Juan con una mezcla de asombro y preocupación en su voz, sintiendo un destello de empatía hacia la esclava que yace ante él, vulnerable y deshecha.
Juan observa a Dixie con un gesto de confusión y desconcierto, incapaz de comprender completamente la situación. Para él, la idea de que una esclava llore parece ser un concepto ajeno y desconcertante. Sin embargo, a pesar de su falta de comprensión, se siente impulsado por un instinto de protección hacia ella.
Con movimientos cuidadosos y decididos, recoge parte de su ropa y la envuelve alrededor de Dixie, cubriendo su cuerpo desnudo con un gesto de consideración y compasión. Con delicadeza, la levanta en sus brazos, sintiendo el peso de su cuerpo exhausto mientras la lleva.
El ambiente está cargado de una tensión silenciosa mientras Juan carga a Dixie, su mente llena de preguntas sin respuesta. ¿Por qué lloraba? ¿Qué había causado ese estallido de emoción en una esclava que, según su entendimiento, no debería tener emociones tan profundas? Aunque las respuestas no llegan, su instinto de cuidarla y protegerla sigue siendo fuerte.
Caminando con determinación, Juan se adentra en la intimidad de su hogar, encontrando un lugar tranquilo y apartado donde pueda dejar a Dixie descansar y recuperarse. Acomoda suavemente su cuerpo en un lecho suave, asegurándose de que esté cómoda y segura antes de alejarse un momento para darle espacio para procesar sus emociones.
Mientras tanto, el corazón de Juan late con una mezcla de intriga y compasión, preguntándose qué podría haber llevado a Dixie a ese punto de vulnerabilidad. Aunque las respuestas siguen siendo un misterio, su compromiso de cuidarla y protegerla sigue siendo inquebrantable.
Juan, repasa mentalmente los eventos de la noche. Recuerda la intensidad de sus interacciones, la ferocidad de su entrega y el frenesí de sus cuerpos entrelazados. Cada gemido, cada jadeo, cada susurro de sumisión resuena en su mente, pintando un cuadro vívido de la pasión compartida entre ellos.
Sin embargo, algo no cuadra. A pesar de la intensidad del momento, no recuerda ver lágrimas en los ojos de Dixie. ¿Por qué, entonces, esa sensación de que algo está fuera de lugar?
En su mente, las imágenes se entrelazan y se superponen, formando un collage de recuerdos fragmentados. Recuerda el sonido de los gemidos de Dixie, el tacto de su piel contra la suya, la sensación de sus cuerpos ardiendo con deseo. Pero, por alguna razón, no puede recordar el brillo de las lágrimas en sus ojos, el signo revelador de una emoción profunda y genuina.
«¡Juan!» gritó, su voz cargada de pasión y entrega. «¡Mi Dios, me posees!»
¿Habrá sido su imaginación, o acaso había algo más en la expresión de Dixie que él no logró captar? La incertidumbre lo consume, pero sabe que solo el tiempo revelará la verdad detrás de ese misterio emocional.
Juan recuerda vívidamente el momento en que sus labios se aferraron a los pezones de Dixie, su boca ansiosa por saborear su sumisión y devoción. Aunque sus manos trataban de apartarlo, él persistía en su deseo de poseerla por completo, de marcarla con su dominio y control.Fue entonces, en medio de su frenesí, cuando sintió algo húmedo sobre su mejilla. Pero la furia y la determinación volvieron a apoderarse de él, recordándole su posición como amo y su deber de castigar cualquier atisbo de desobediencia o resistencia.Ahora, mientras observa las tetas de Dixie, rojas y marcadas por su violencia anterior, se debate en su interior. ¿Fue su castigo justificado, o fue demasiado lejos en su ansia de control y poder sobre ella? Las dudas lo asaltan, pero la voz de su autoridad interior le recuerda que los amos y amas siempre castigan a los esclavos por cualquier muestra de insolencia o desafío.Con un suspiro pesado, aparta esos pensamientos de su mente y se concentra en el presente. Dixie yace a su lado, dormida y vulnerable, y él se siente inundado por una mezcla de deseo y culpa.
Con gentileza, Juan se inclina y toma una manta suave que reposa cerca. Con movimientos cuidadosos, cubre el cuerpo de Dixie, asegurándose de que esté protegida del frío y el desconcierto de la habitación. La suavidad del tejido contrasta con la tensión que aún siente en su interior, recordándole la delicada línea entre su autoridad como amo y el respeto hacia la humanidad de su esclava.
Mientras la manta envuelve el cuerpo de Dixie, Juan se siente momentáneamente aliviado, como si ese simple acto de cuidado pudiera redimirlo de los momentos de violencia y control que compartieron. Sin embargo, sabe que los dilemas morales que enfrenta como amo no desaparecerán fácilmente, y que debe seguir reflexionando sobre su papel y responsabilidad hacia sus esclavos.
Con un suspiro, Juan se aparta de la cama y observa a Dixie dormir, su rostro sereno y tranquilo en el sueño. Aunque su mente está llena de preguntas sin respuesta, por ahora se contenta con el silencio reconfortante de la habitación, sabiendo que mañana será otro día en el que deberá enfrentarse a las complejidades de su posición como amo y protector de sus esclavos.
Dixie, al despertar al día siguiente, se encuentra con una sorpresa inesperada: el reloj de arena marca un tiempo mucho mayor del que esperaba. Confundida al principio, una sensación de alivio la invade cuando nota que el tiempo extra no implica ningún castigo o consecuencia negativa. Juan, su amo, la ha dejado dormir un poco más, un gesto de consideración que la sorprende y reconforta.
Al notar un plato de dulces junto a ella, Dixie se siente aún más desconcertada. ¿Por qué su amo le habría dejado un regalo tan inesperado? Mientras mira los dulces con curiosidad, una mezcla de emociones la invade: gratitud por el gesto amable de su amo, pero también incertidumbre sobre qué significará este acto en el contexto de su relación como esclava y amo.
Con cuidado, Dixie toma uno de los dulces y lo saborea lentamente, dejando que el sabor dulce se disuelva en su boca. Aunque sus pensamientos están llenos de preguntas sin respuesta, por ahora decide disfrutar del momento de calma y indulgencia, agradecida por el respiro inesperado que su amo le ha brindado.
El repentino cambio en la actitud de Juan sorprende a Dixie, quien apenas puede creer lo que está escuchando. La disculpa de su amo, tan inusual en su trato con los esclavos, le hace sentir una mezcla de asombro y esperanza. Aunque inicialmente se siente abrumada por la idea de la libertad, una chispa de determinación comienza a encenderse dentro de ella.
Entre sorbo y sorbo de los dulces, Dixie absorbe las palabras de Juan con cautela. Aunque la idea de la libertad la llena de emoción, también le invade el miedo ante lo desconocido. Sin embargo, la promesa de una nueva vida fuera de las ataduras de la esclavitud es demasiado tentadora para ignorarla.
«¿En serio? ¿Me dejarás libre?» susurra Dixie, su voz temblando con emoción y incredulidad. «¿Pero qué hay de ti? ¿Qué pasará contigo?»
Juan la mira con una determinación tranquila en sus ojos. «Ya no importa», responde con firmeza. «Lo importante es que estés a salvo y libre. Prepararé todo para nuestra fuga esta noche. Pero primero, debemos tener cuidado y asegurarnos de que nadie nos descubra.»
Con el corazón latiendo con anticipación, Dixie asiente, comprendiendo la gravedad de la situación. Aunque el camino hacia la libertad puede ser peligroso e incierto, está lista para enfrentarlo junto a Juan, su amo convertido en aliado en esta audaz búsqueda de la libertad.
En la penumbra de la habitación, Dixie y Juan se enfrentan a sus propias verdades, compartiendo sus miedos y anhelos en un momento de vulnerabilidad compartida. Mientras las lágrimas surcan los rostros de ambos, se sumergen en una conversación sincera y conmovedora que revela las profundidades de sus almas.
«Yo también quiero ser libre», susurra Dixie con voz temblorosa, su mirada perdida en el horizonte de lo desconocido. «Es todo lo que he deseado desde que tengo memoria. Pero la idea de dejar este lugar, de abandonar todo lo que conozco… me aterra.»
Juan la estrecha con fuerza en sus brazos, sintiendo el peso de la responsabilidad y la carga de su propio pasado sobre sus hombros. «Lo siento», murmura entre sollozos, su voz cargada de arrepentimiento y dolor. «No deberías haber tenido que soportar todo esto. Ser un amo, un dios falso… es una carga que no desearía ni siquiera a mi peor enemigo.»
Dixie se aferra a él con desesperación, encontrando consuelo en el calor de su abrazo. «No estás solo», le asegura con ternura. «Juntos enfrentaremos lo que sea que venga, superaremos nuestros miedos y nos liberaremos de estas cadenas juntos. Eres más que un amo, Juan. Eres un ser humano, con tus propias esperanzas y sueños.»
«No soy un ser humano, mira estos colmillos, ¿crees que un humano tiene estas cosas?» Dice Juan.
Dixie envuelve a Juan en un abrazo reconfortante, mientras sus labios exploran su espalda con suavidad. «Es solo un recordatorio de que no estás solo», murmura contra su piel, su aliento cálido enviando escalofríos por la espalda de Juan. «Tus colmillos pueden ser parte de ti, pero no te definen por completo. Eres mucho más que eso.»
Juan se siente sorprendido por la ternura y la calidez de sus gestos, un destello de emoción brillando en sus ojos oscuros. «Se siente… diferente», admite, dejándose llevar por la sensación de afecto y conexión. «No estoy acostumbrado a esto… pero me gusta.»
Dixie sonríe, sus dedos trazando patrones reconfortantes en la espalda de Juan. «Entonces, permíteme mostrarte que hay más en la vida que el dolor y la sumisión», susurra con dulzura. «Permíteme ser tu compañera en esta búsqueda de libertad y redención.»
«Existe una manera de tener compañera sin darle ordenes?» Pregunta Dixie.
Juan reflexiona por un momento antes de responder, su mirada perdida en el horizonte. «Creo que sí», murmura finalmente, su voz cargada de una mezcla de incertidumbre y determinación. «Una compañera no necesita órdenes para estar a mi lado. Necesita libertad para elegir, para ser ella misma. Necesita respeto, amor y comprensión. Y yo… yo necesito aprender a ser un compañero, no solo un amo.»
Dixie lo escucha atentamente, su expresión suavizándose con cada palabra que sale de los labios de Juan. «Entonces, ¿qué dices?», pregunta con una chispa de esperanza en sus ojos. «¿Estás dispuesto a intentarlo, a dejar atrás tus viejas creencias y abrirte a algo nuevo?»
Juan asiente lentamente, su mano buscando la de Dixie y entrelazándose con la suya en un gesto de unidad y compromiso. «Lo estoy», declara con determinación. «Porque contigo, Dixie, he encontrado algo que nunca pensé que sería posible: la verdadera libertad.»
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