Tradiciones de un colegio pupilo (13)
Ya como niños prostitutos, Clint y Matt cruzan la línea….
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Después de «trabajar» como niños prostitutos durante varias horas, el profesor Foot nos pasó a buscar. Fuimos a las «Grandes Tiendas» y el Artista se ocupó de comprarnos varias mudas de ropa interior, tres camisas blancas y pantalones. Nos explicó que deberíamos estar siempre limpios e impecables para nuestros clientes.
Cuando volvimos a nuestra casa, antes de que la campana nos convocara a cenar, hablamos de nuestro primer día. Matt estaba dolorido, porque la mayoría de sus clientes había elegido el número 1.
– Creo que me penetraron seis tipos. Tengo el culo roto, Clint.
Mis clientes habían sido más variados. La abuela me había hecho la paja y dos de mis clientes pidieron que se la mamara. Solo hubo un incidente. Un tipo entró con el ticket 4. Me hizo una mamada pero después se excitó y quiso metérmela. Protesté, no tanto por la acción en sí misma, sino porque no era lo que el Artista nos había dicho. El hombre me dio un golpe en la mandíbula y yo grité. Matt estaba libre en ese momento y entró a mi habitación, para ayudarme.
– ¡Vete de aquí, niño, o también te la voy a clavar! – le gritó el «cliente».
– No te preocupes, Matt – le dije. No quería que lastimaran a mi amigo.
Matt llamó por su teléfono al Artista y este le dijo que se mantuviera atento. Cuando el tipo se corrió dentro de mí, se marchó. El Artista nos explicó que a veces podía darse esa situación, y que lo único que se podía hacer era poner en la lista negra a esos malos clientes que no respetaban las reglas.
Durante la cena, observamos a Juan y Carlos. Les teníamos compasión y nos sentíamos culpables por no haberles advertido nada. Ya no eran los alegres chicos que habían llegado. Apenas hablaban y tenían moretones en la cara. Frank nos preguntó qué tal la habíamos pasado. Respondimos generalidades y dejamos que él nos contara cómo había disfrutado la tarde libre como un niño «normal». Nos daba envidia.
El sábado nos pasó a buscar Joe, el chofer de Fatso. Ya nos habían dicho que nuestra rutina de trabajo sería los miércoles, en el hotel y los sábados, a domicilio. Antes de viajar, nos drogábamos y bebíamos alcohol.
Una de esas noches sucedió algo que significó un quiebre en nuestra vida afectiva.
Joe nos dejó en una casa donde vivía un hombre de unos cuarenta años. Era gordo, feo, y pertenecía a una categoría que no habíamos conocido todavía: los voyeurs.
En su dormitorio nos dijo que nos desnudáramos lentamente uno al otro. Así que tuve que ir desnudando a Matt mientras él me quitaba la ropa.
– Ahora, quiero que se besen.
– Vamos, qué esperan…
Los dos estábamos incómodos. Finalmente Matt acercó sus labios a los míos. Apenas nos rozamos.
– No, así no… Quiero que se besen apasionadamente, muchachos. ¿No saben hacer French Kiss?
Esta vez fui yo quien tomó la iniciativa. Y un momento después, nuestras lenguas se enredaban sensualmente. Pero el hombre no estaba conforme.
– Quiero que usen sus manos, chicos. Háganse caricias mientras se besan… Tóquense…
Mis manos rodearon el cuerpo tibio de Matt y él empezó a abrazarme. Mientras disfrutaba del momento, comprendí de pronto cuánto amaba a Matt. Lo amaba como nunca había querido a ninguna chica. Me encantaba acariciar su piel, admiraba sus ojos azules, su cara de ángel…
Llevábamos varios minutos de pasión cuando oímos un aullido de placer. El hombre, excitado terriblemente, estaba eyaculando a chorros. Nos dijo que siguiéramos con lo nuestro.
Besé los hombros y el cuello de mi amigo, mientras él acariciaba mis nalgas. Los dos estábamos cachondos y hasta diría felices. Nuestras lenguas volvieron a buscarse.
Cuando Joe -a la hora prevista- nos pasó a buscar, el hombre dijo que éramos los chicos más calientes que había conocido. Pero no nos había puesto un dedo encima. Solo nos había mirado y eso lo había excitado hasta la locura. Se había corrido dos veces.
Se lo comentamos a Joe.
– No es lo más extraño que se van a encontrar – nos dijo.
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Esa noche, Matt vino a mi cama, se acostó desnudo a mi lado y tuvimos otra sesión de besos y caricias, con masturbación mutua incluida. Lo que habíamos temido: ¡Ahora estábamos enamorados!
Mientras Matt dormía pacíficamente junto a mí, oí que los venezolanos Juan y Carlos sollozaban en la habitación de al lado. Me imaginé que ya estarían en la etapa donde el Artista los había embarrado y todos los profesores que estaban en el negocio los habían obligado a mamársela, uno tras otro.
Muy pronto, los cuatro atenderíamos clientes en el hotel. Besé la mejilla de mi amigo, que dormía, y abrazándolo me dejé llevar por el sueño.
(Continuará)
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