Tradiciones de un colegio pupilo (5)
Clint pasa una primera noche de pesadilla en Ulster Hall.
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__No recuerdo mucho acerca del tercer y cuarto tipo. Solo que no eran ni el Líder ni el Artista y que uno tenía manos enormes: las sentí cuando rodeaba mi cabeza para empujarla.
Al principio fueron rudos pero después, viendo que yo ya estaba «domesticado», se relajaron y solo se dedicaron a gozar de mi «trabajo». No hubo ninguna muestra de compasión o de humanidad. Parecía que ya no me consideraban un ser humano. Creo que a un bicho lo habrían tratado mejor.
Por supuesto, tragué el semen de los dos. Eso ya ni se discutía. No tenía fuerzas para quejarme. Me dolía espantosamente la mandíbula.
El cuarto tipo, el de las manos grandes, me dijo: -Ok, ahora no te muevas de aquí. El próximo vendrá en un minuto. ¿Has entendido?
– Si, señor.
Pensé que no podría hacerlo de nuevo, que mi cuerpo colapsaría. Sentí subir por mi garganta algo repugnante y vomité.
El tiempo pareció detenerse. Con los ojos vendados y el agua cayendo constantemente sobre mí, esperaba que crujieran las bisagras y viniera el último cretino. Pero no pasaba nada.
-¿Hay alguien ahí?
Pensé que con el ruido del agua, no me habrían escuchado y volví a gritar.
– ¿Están ahí?
Me daba miedo tomar la iniciativa, pero el tiempo seguía pasando. Extendí la mano hasta la canilla y la cerré. Tal vez así pudiera escuchar algo.
Esto es estúpido, pensé, no pretenderán que me quede esperando aquí toda la noche.
Me saqué las antiparras de los ojos. Estaba oscuro. Los idiotas habían apagado las luces.
Con mucho trabajo, me puse de pie. En la penumbra, busqué el interruptor y encendí las luces.
Mi ropa no está, estos hijos de puta no me dejaron ni una toalla, maldije. Lo único que tenía en las manos era la venda de los ojos. No me servía para nada.
Mierda, me dije, estoy desnudo y tengo que caminar hasta el dormitorio.
No tenía idea de la hora. Estaba agotado y quería dormir.
Salí del gimnasio. No se veía a nadie. En la noche cerrada había unos pocos faroles encendidos. El edificio principal estaba bastante lejos y hacía frío.
No tenía alternativa, así que troté a través del campus completamente desnudo.
Cuando por fin llegué a mi habitación, busqué en la cómoda un pijama. Traté de no hacer ruido, pero olvidé que yo mismo había puesto una silla a los pies de mi cama y me di un golpe en el dedo pequeño del pie. Solté una maldición.
Matt ni se enteró. Mi compañero de habitación siguió durmiendo como un bebé.
Me senté en la cama y descubrí que allí estaba mi ropa: la camiseta, los calzoncillos, mis sandalias. Los desgraciados, además de abusar de mí, me habían hecho la broma de dejarme desnudo lejos de mi habitación y dejar sobre la cama mi ropa. Imbéciles.
Miré el reloj. Eran las tres de la mañana.
Mañana hablaré con el director, me dije, por lo que me hicieron los van a encarcelar. Pero ahora tengo que dormir.
A las siete nos despertó la campana. Yo había dormido menos de cuatro horas. Me sentía muy mal: me dolía la mandíbula, el trasero, las piernas… Hubiera dado lo que fuese por seguir durmiendo hasta el almuerzo.
– Buenos días, Matt – dije, bostezando.
– Buenos días, Clint. ¿Quieres usar el baño primero?
– No, Matt, ve tú.- no quería levantarme.
Matt salió de su cama.
– Me siento tan cansado… – dijo.
– ¿Cansado? ¡Dormiste como un tronco toda la noche!
– Es extraño. No debería estar cansado, pero me siento agotado. – Matt lo pensó mejor y me preguntó- ¿Cómo sabes que dormí así toda la noche? ¿Te despertaste y me viste dormir?
– Sí… Solo fue un momento.
– ¿Roncaba?
– No, no roncabas.
No le iba a contar a Matt lo que me había pasado. Era vergonzoso y tampoco quería asustarlo. ¿Qué le iba a decir? ¿Sabes Matt? Anoche me violaron un montón de tipos. No, no haría eso. Cerré mis ojos. Quería dormir un poco más. Ya lo hablaría con el Sr. Stuart.
– Eh, Clint… ¿Te encuentras bien? – Me había quedado dormido.
– Si, no te preocupes…
Me levanté, me lavé la cara y los dientes y me fui al comedor donde desayunábamos los chicos de trece y catorce años.
Uno de los chicos de mi edad, Frank, me observó con curiosidad.
– ¿Te ha pasado algo? – me dijo.
Me asusté.
– No dormí bien anoche, Frank.
– Ya me parecía.
– ¿Por qué lo preguntas?
– Bueno, siempre estás alegre y feliz… Y hoy tienes mala cara, amigo. ¿No te parece, Matt?
– Ya te lo dijo, Frank. Tuvo una mala noche. Yo tampoco me siento muy animado hoy, no sé por qué. ¡Ya se me pasará!
Matt siempre estaba de mi lado. Si tenía alguna duda sobre si contarle o no al director, al pensar que a Matt, tan inocente y bueno, le hicieran algo parecido me confirmó que debía ir a verlo cuanto antes. No quería que esos monstruos le pusieran las manos encima.
Así que no fui a mi clase para buscarlo en su despacho.
El Sr. Stuart estaba sentado junto a su escritorio. Le pedí permiso para entrar.
– ¡Adelante, Clint! ¿En qué puedo ayudarte?
– Tengo que contarle algo importante… ¿Puedo cerrar la puerta?
– Claro.
Me invitó a sentarme en una silla frente a él.
– ¿Qué te preocupa?
Y entonces le conté todo. Estaba tan angustiado que en medio de mi relato me largué a llorar. Cuando me recuperé, seguí adelante hasta el final.
– ¿Estás bien, Clint?
– Sí, señor. Un poco dolorido, nada más.
– ¿Le has contado esto a alguien? – quiso saber.
– No, señor.
– ¿Ni siquiera a tu compañero de habitación?
– No, señor. A nadie.
El Sr. Stuart se arrellanó en su asiento y se quedó pensando. Después dijo: – Tiene que haber sido bastante duro para ti venir y contarme todo esto.
Asentí.
– ¿Y realmente ellos te obligaron a hacer todas esas cosas?
– Sí, señor. Todo lo que ya le conté.
– Supongo que tu piel debe haberse arrugado después de estar tanto tiempo debajo del agua… ¿Fue así?
El comentario me pareció estúpido. Pero parecía preguntarlo en serio.
– No lo sé, señor. Puede ser. ¿Va a llamar a la policía?
– No, no me parece conveniente hacerlo todavía. Tienes que entender que no tenemos pruebas.
– ¿Qué quiere decir?
– ¿Podrías reconocer a alguno de los que estuvieron allí?
– Yo tenía los ojos vendados. Y las voces no se oían bien, por el ruido del agua…
– ¿Y tu compañero de habitación podría testificar que entraron esos dos enmascarados y te llevaron?
– No, Matt estuvo profundamente dormido todo el tiempo. – Empezaba a sentirme inquieto.
– ¿Y fuiste con ellos contra tu voluntad? Piénsalo.
Lo pensé.
– Bueno, al principio ellos me dijeron que era una iniciación o algo así. No sabía de qué se trataba.
El Sr. Stuart hizo un gesto de desánimo.
– No podemos ir a la policía: no puedes reconocerlos, no hay testigos, y además al principio quisiste ir con ellos.
– ¡Pero después me negué a todo! ¡Les rogué que no me violaran! Ellos me golpearon… Ellos me engañaron. Todo lo que me hicieron fue contra mi voluntad, señor. – Yo estaba enojado.
– Lo sé… Lo sé… Yo te creo. Pero si no puedes probarlo, no podemos hacer la denuncia. Además, está el tema de la publicidad…
– ¿Publicidad?
– Mucha gente sabría lo que te pasó. Conviene que seamos discretos.
Yo no entendía nada.
– Pero quédate tranquilo, nunca se sabrá que estuviste involucrado en un juego sexual con otros muchachos mayores.
Mierda, pensé. ¿Qué está sugiriendo? ¿Juego sexual? ¡Ellos me golpearon y violaron!
– Hiciste lo correcto al venir a contármelo, Clint. Voy a investigar esto inmediatamente. Los alumnos mayores no deben usar a los más pequeños como objetos sexuales, ¿no te parece?
Estuve de acuerdo.
– Bueno, ahora ya no te preocupes por esto. Déjalo en mis manos. Tal vez me lleve un poco de tiempo…
– ¿Cuánto tiempo?
– Unas semanas.
– ¿Semanas? ¡Mierda!… Perdón, señor…
– Estás disculpado, Clint. Y no se lo cuentes a nadie más. Los chicos de tu edad pueden ser crueles y burlarse de ti. Y tú no quieres eso.
– No, señor.
– Bueno, entonces vete a clase. Me pondré a investigar ahora mismo. Por las dudas, comerás algo fácil de digerir. Puré, sopa, algo así. Te evitará el dolor cuando… Bueno, me entiendes…
– Está bien, señor.
Me puse de pie para irme.
– Clint, ¿sabes que el pelo largo te hace muy atractivo?
– Me gusta usarlo así, señor…
– Supongo que anoche, todo mojado, se te metería en los ojos. Bueno, vete a clase.
El resto del día tuvimos clases. Yo tenía mucho sueño y los profesores me enviaban a lavarme la cara en cada hora. A las cuatro de la tarde tenía una fuerte jaqueca. Terminé el día como pude.
En la cena, Frank se burló de mí porque otra vez me habían dado puré.
– ¿Menú especial para Clint?
– No preguntes…
Al probar el puré le sentí un gusto raro. Aparté mi plato.
– ¿Cuál es el problema? – dijo Thomas, el cocinero. Era un afroamericano enorme.
– Ninguno, señor. No tengo ganas de comer.
– Pero lo necesitas, pequeño. No dejes nada en el plato.
Thomas se fue. Traté de comer un poco más, pero definitivamente tenía un gusto extraño. Solo comí la mitad.
Por fin llegó la hora de acostarnos. Me dormí.
——-
En medio de la noche, me desperté sobresaltado. Era la una de la mañana. Todavía me quedaban seis horas para dormir.
Entonces me di cuenta de que la cama de Matt estaba vacía. Me levanté y apoyé mis manos en sus sábanas. Todavía estaban tibias.
– ¿Matt?
No estaba en el baño.
-Mierda. ¡Se lo llevaron!
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