Un batallón a mi disposición I
Conocí a Tony, un teniente que me invitó a un lugar y en el cual me dio mucho placer y otras agradables sorpresas….
Un domingo por la tarde que pintaba muy aburrido, abrí el Grindr sin esperar novedades. La verdad es que con una semana de uso siempre se termina encontrando a los mismos.
Pero esta vez me esperaban novedades. A unos 750 metros de donde me encontraba, figuraba en la app un tal “teniente Tony”. El perfil tenía cuatro fotos de un cholón power sin polo, llenito, pero con buen cuerpo, además de una última foto con uniforme militar. Estaría por llegar a los 30 años de edad. Me interesó, le escribí y, tras breve un intercambio de fotos, me dijo que solo cuidando un restaurante y que podía recibirme.
Me bañé salí de casa rumbo a la dirección indicada. Al llegar, vi que la cosa no era exactamente como me la había descrito el “teniente Tony”. En efecto, era un restaurante vacío, pero ubicado dentro de una especie de complejo militar. Tony no era tan alto como me pareció en las fotos; mediría 1.75cm, pero por lo demás, tenía ese ‘chenesecuá’ varonil y muy sexual propio de los cholos power.
Me invitó una cerveza y conversamos un poco en una de las mesas del local hasta que alguien entró por alguna puerta. El teniente Tony fue a hablar con él —o ella— a una pieza para luego regresar y decirme: “ya llegaron los dueños, ven conmigo a mi habitación”.
Salimos del restaurante y caminamos un buen trecho, siempre dentro del complejo militar. Pasamos varios edificios, un parque con un avión mediano y hasta una capilla de tamaño considerable. Seguimos caminando y llegamos a un edificio, subimos tres pisos por unas escaleras oscuras y ya en el tercero nos dirigimos a lo que parecía un cuarto… y que resultó ser una especie de sucesión de tres grandes habitaciones, cada una con dos camarotes por lado, separadas una tras otra por una puerta. Nos dirigimos hacia la habitación final (Tony parecía tener todas las llaves) que a su vez daba a unos amplios servicios higiénicos que constaban de un largo urinario, varias cabinas para ocuparse y muchas duchas sin privacidad.
El teniente lanzó las llaves sobre la litera superior de un camarote, encendió una televisión y sintonizó un noticiero mientras yo recorría el recinto distraído, y luego se me acercó por detrás, directamente a comerme el cuello. “Mamacita, vamos a mi cama”, me susurró con voz grave en el oído, estremeciéndome con el calor de su aliento en mi nuca. Me dirigió hacia una de las literas inferiores de uno de los camarotes, me dijo que me eche boca abajo, se acomodó sobre mí y empezó a frotarme el culo con su duro bulto. Prosiguió comiéndome el cuello y susurrándome cochinadas al oído, tipo “qué rica estás”, “¿así te gusta que te punteen, mamacita?”, “te vas a portar como una putita obediente, ¿ya, mi amor?”. Se movía muy despacio, presionando su pelvis contra mi culo, recorriendo sutilmente los lados de mi cuerpo con sus manos ásperas, con la firmeza y decisión de un macho alfa experto en dilatar ojetes.
Me dejé llevar por sus caricias, besos y palabras… para cuando reaccioné, no solo ya no tenía puestos ni mis zapatillas, ni mi pantalón ni mi ropa interior, sino que el teniente Tony ya estaba desnudo y había enterrado toda su pinga en mi cavidad anal. Lo siguiente que hice fue venirme en un riquísimo orgasmo; traté de no hacer bulla, pero me traicionaron los gemidos de placer. El teniente me estaba llevando al cielo y lo sabía, pues me dijo “así que te gusta, perra” y, tras una brutal embestida para ensartarme hasta sus bolas, empezó un salvaje mete y saca en mi culo. Sacaba toda su gruesa y larga pinga hasta un poquito antes de la base de la cabeza y luego la empujaba otra vez hasta los huevos. Estuvo así un buen rato encima de mí, presionándome contra la cama con su peso corporal. Yo tuve un segundo orgasmo y él, entre gritos y bufidos, anunció el suyo. Me dio lo que pensé que sería la estocada final, pero luego continuó con el movimiento, aunque esta vez hacia los lados, más rápido y más contundente, sin parar de decirme groserías, solo que ahora a voz en cuello. Perdí la noción del tiempo y justo cuando él gritaba “se me sale otra vez la leche de nuevo… ¡ahí te dejo a mis hijos, mamacita!”, me inundaba un tercer orgasmo, esta vez más intenso que los anteriores.
Tony sacó su pinga de mi culo sin delicadeza alguna (me hizo doler y se me escapó un grito), antes de retirarse de encima de mí, me dio una sonora nalgada; luego se echó a mi lado, me dijo “qué rica hembra que eres, maricón” y me dio una segunda nalgada igual de fuerte que la primera.
Yo terminé de desvestirme y me eché a su lado, boca abajo; me sentía agotado. Solo atiné a estirar mi brazo para poner mis manos sobre su pinga y huevos. Los acaricié delicadamente, pues eran las herramientas con las que el teniente me había dado placer. Sus huevos no eran muy grandes, pero su verga sí era respetable en tamaño y grosor. Estaba medio dormida pero igual imponía respeto.
Seguimos unos minutos así, en silencio, excepto por el noticiero, hasta que escuché una voz decir “oe, Johnny, ¿compartes?”. Me asusté, obvio, y de un salto me puse de pie. Tony me dijo: “ya que estás de pie, ve a la habitación de al lado y tráeme cigarros”. Obedecí sin pensar; me dirigí a la otra habitación tal como me encontraba: desnudo, pero cubriéndome los genitales. Grande fue mi sorpresa al ver que dos jóvenes con uniforme de soldados estaban sentados al filo de una litera jugando cartas. “Manya, tiene ojos azules”, dijo uno de ellos, señalándome. El otro me miró, afirmó con la cabeza, me ofreció una cajetilla de cigarrillos a medio llenar con un encendedor dentro, diciéndome: “toma, dale esto a Johnny”. “¿A quién?”, pregunté yo. El otro soldado me dijo “al que te acaba de hacer su hembrita, no sé cómo te habrá dicho que se llama…”.
“¡Pa’ la…! ¡Culito blanco, qué rico, uón!” dijo una tercera voz de repente, desde la litera superior de uno de los camarotes situados frente al de los soldados que jugaban cartas. “¡Invita, pe’ Johnny!”
“Que me traiga los puchos y luego, si quiere, que les dé el culo a todos”, dijo el teniente Tony… o Johnny o como se llame. “Pero no le maleteen mucho el culito, que de un rato lo embarazo otra vez”, agregó el teniente.
Continuará…
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