Un batallón a mi disposición IV
Lo que empezó como una riquísima orgía con nueve soldados y un teniente machos alfa devino en una “segunda ronda” sadomasoquista, en la cual el dolor insoportable se me convertía en placer… y viceversa….
Luego de que el teniente Tony (o Johnny) y nueve me cacharon bien rico, con preñadas incluidas, terminé en una litera agotado, pero muy satisfecho. Traté de levantarme, pero las piernas me fallaron y caí al suelo. De la nada, llegó el soldado negro, el único que me empaló mirándome a la cara; al parecer, había escuchado mi caída. “Te dejamos trapo”, me dijo sonriendo con orgullo. “Quiero bañarme”, le dije y me llevó casi cargado con dirección hacia las duchas a través de las dos habitaciones restantes. En la última, estaban casi todos los soldados; unos sin polo, otros solo en calzoncillos y el teniente Tony desnudo, rascándose los huevos. Solo faltaba el soldado que se subió a su litera después de cacharme de pie.
“Quiere bañarse”, dijo el soldado negro. Tony se dirigió a mí: “lávate bien el culito, que falta por lo menos una ronda más con todos”. La mayoría soltó una fuerte carcajada.
“Pero yo ya no puedo más, Tony”, dije, y alguien soltó una carcajada adicional y dijo: “¡así que hoy te llamas Tony! ¡Ja ja ja ja…!”
Tony… o Johnny… en fin, pareció no oír el comentario; se puso de pie y bamboleando su hermosa verga gorda y prieta, se dirigió hacia una mesa de noche que yo antes ni había notado. Abrió un cajón y sacó un chisguete y se me acercó diciendo: “una de las perras que traje dejó esto, dijo que para que no le duela el culo de tanto cachar”. Recibí el chisguete; era lidocaína en gel. Le dije: Esto es como anestesia y si bien a quita el dolor del culo, también quita la sensibilidad del pene”.
“¿Y?”, dijo rompiendo el silencio el soldado negro que aún me tenía abrazado. “Pues… que no van a sentir muy rico; se les anestesiará el pene y no van a sentirme ni apretado ni caliente; será como cachar en el aire”. Nadie respondió; el negro me llevó a las duchas y me colocó debajo de una, indicándome dónde estaba el jabón. “Antes de irme afuera, voy a mearte”, dijo. Mi cara de palta no lo detuvo: “¿dónde la quieres?” Me tiré al suelo boca abajo y le pedí que me orine la espalda. ¡Qué rico se siente el chorro caliente de orina! Terminó, se la sacudió y se fue.
Me bañé y lavé el culo a conciencia y con agua bien fría. Pese al dolor, estaba decidido a seguir dando placer a este grupo de machos evidentemente heterosexuales que cada cierto tiempo se comen a un gay. ¿Tony —o Johnny— sería su teniente de verdad o solo una especie de Pantaleón? Qué me importa, con tal de que me vuelva a cachar rico…
Terminé de secarme y salí de las duchas. En el urinario me encontré con el soldado de la litera superior de la segunda habitación, desnudo, con la verga al palo y tratando de orinar. “Demoraste”, me dijo. “Ven, chúpamela”. Su aliento olía a cerveza. Le sugerí que vayamos a la habitación donde estaban los demás para chupársela. “¡Hazme caso, puta de mierda!”
Estos sujetos habían hecho que salga mi ‘yo masoquista’, hasta ese momento desconocido para mí. Me arrodillé y abrí la boca; él no esperó y metió su gran verga hasta mi campanilla y más allá, provocándome arcadas que apenas pude resistir. Me costó adaptar mi respiración a su ritmo de cache bucal porque era rápido y violento; golpeaba mi rostro con su coxis y tiraba sin piedad de mis orejas. Al fin se vino en medio de resoplidos de placer, lanzando chorros de leche caliente directo hacia mi laringe, mientras estampaba su pubis afeitado en mi rostro.
Salió de mi boca y dijo “qué rica garganta, la tuya”. Súbitamente, me dio un bofetón tan pero tan violento que me hizo caer al suelo. “Así le demuestro mi afecto a las putas”, dijo y procedió a orinarme la espalda; terminó y se fue. Tuve que volver a bañarme.
Al salir de los servicios, el soldado negro y me hizo pararme frente a los demás, sujetándome del cuello con una de sus manazas y abriendo mis nalgas con la otra, en busca de mi huequito.
Tony se acercó hacia mí, puso sus manos sobre mis hombros y me dijo: “hemos decido darte otra vez, pero sin la crema esa. Queremos sentir tu culito apretadito, húmedo y caliente; así que tendrás que aguantar”.
No terminó de decir todo esto y ya el soldado negro me había dejado ir su verga masiva, gorda y dura, lo que me arrancó un grito destemplado. “¡Bestia! ¡Animal!”, decía yo mientras trataba de zafarme del negro, pero entre él y Tony me tenían bien sujeto. “¡Te aguantas, dije!”.
Mi cuerpo rebotaba contra el suyo como consecuencia de las embestidas animales del negro que me estaba cachando sin piedad. Luego de unos minutos que me parecieron eternos por el dolor, mi cachero me cogió de las caderas con fuerza y me mandó la pinga hasta el hígado; se estaba vaciando otra vez.
Luego me soltaron y caí al suelo. Los demás se abalanzaron sobre mí. Sentí muchas manos recorrer mi cuerpo, pellizcar mis tetillas e invadir mi boca y mi ano con dos, tres, cuatro y hasta cinco dedos… en un momento, en medio de mis gritos desgarradores, sentí que uno de ellos logró introducir su mano hasta más allá de su muñeca en mi culo, provocándome un dolor indescriptible. Sentí que perdía el conocimiento, pero no. La mano que me habitó el culo salió y dejó entrar a otra hecha un puño. Grité nuevamente, pero ya no tenía fuerzas para resistir. Dejé mi cuerpo a disposición de todos, sin voluntad. Solo lloraba y pedía misericordia.
“¿Por qué me hacen esto?”, les pregunté entre lágrimas. “¡No era necesario! ¡Yo estaba dispuesto a ser sumiso!”. Alguien me hizo callar de un puñetazo en el mentón.
Al momento, fui lanzado hacia la litera sobre la cual Tony me había estrenado aquel día, y mientras dos me sujetaban por los brazos y las piernas, uno de ellos se lanzaba sobre mí para penetrarme. “¡Increíble que aún apriete tan rico!”, dijo y procedió a meterme y sacarme su pinga dura como roca. Entretanto, alguien se había deslizado por debajo de la litera para atarme a la cama por las muñecas, mientras otro hizo lo propio con mis tobillos. Quedé nuevamente boca abajo, cual estrella de mar.
Para mi sorpresa, mientras unos me ataban y otro me violaba… fui invadido por un rico orgasmo que me hizo gemir de placer. Uno de ellos notó esto y lo gritó a los demás; todos celebraron. A pesar del maltrato, sentía placer —a la par del dolor—.
Como consecuencia de este orgasmo, mi esfínter se contrajo fuertemente y apretó la verga de quien me estaba cachando y este no aguantó más; me mordió la espalda con muchísima fuerza mientras se deslechaba dentro de mí. Reconocí la mordida y el orgasmo; ya empezaba a reconocer los estilos de cache de cada uno.
Me la sacó de golpe y volví a sentir un dolor insoportable, con lo que regresaron mis súplicas para que ya no sigan. Una patada en el estómago me quitó el aire y las ganas de hablar; otro soldado se subió sobre mí y me penetró hasta que la leche se le salió como la lava de volcán.
Durante las siguientes horas, todos desfilaron por mi culo una y otra vez, ya sea metiendo sus vergas hasta deslecharse o metiendo sus puños tan solo orinándose sobre y/o dentro de mí, causándome más ardor y dolor hasta que, ahora sí, perdí por completo el conocimiento —aunque despertaba cada tanto solo para sentir que seguían abusando de mí y volverme a desmayar de dolor… o de placer—.
Al despertar, ya era de día y yo seguía boca abajo, aunque desamarrado. El culo me dolía, pero no tanto como debía dolerme y, al dirigir mi mano hacia mi ojete, me topé con una parte del chisguete de lidocaína; el resto estaba insertado en mi recto. Al parecer, terminaron conmigo y me metieron el chisguete lo más que pudieron, y una vez dentro vaciaron todo el contenido. Muy atento de su parte, solo que no tuvieron la delicadeza de retirar el chisguete…
Me incorporé y vi que donde estuvo mi cara había manchas de sangre, seguro como consecuencia de los puñetazos. Caminé hacia donde estaba mi ropa —cuidadosamente ordenada— y noté que algo caliente recorría mis piernas; me fijé y vi que era sangre.
Escuché que alguien abrió la puerta y que empezó a barrer. Yo me puse la ropa como pude y descubrí que, sobre ella, había una nota:
“Nos has gustado. No somos maricones, solo nos cachamos un cabro cada cierto tiempo y lo maltratamos porque nos gusta hacerlo. Nunca repetimos perras, pero te has dejado cachar bien rico. Sabemos que te gustó y que vas a regresar por más en cuanto puedas. Estaremos esperándote. A veces seremos menos, otras veces seremos más… a veces se sumarán los vigilantes y hasta los de limpieza. Deberías venir un viernes por la tarde y así te vas lunes por la mañana. Te maltratamos menos, para que dures todo el fin de semana. Eso sí, cuando regreses, el primero en cacharte y preñarte seré yo. Saludos: Johnny, tu teniente favorito”.
Terminé de leer y levanté la mirada. Un señor con una escoba en la mano miró alrededor; luego me miró y me guiñó el ojo y se agarró el paquete. Lejos de disgustarme, me excitó mucho.
¿Continuará…?
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