Un chico con curiosidad
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por danimelow28.
Esto es algo que me pasó cuando tenía 22 años. Acababa de romper con mi novia y la verdad es que no tenía muchas ganas de conocer a nadie. Llevaba tanto tiempo con ella que estaba saturado de tener siempre a alguien a mi lado.
Un día, aburrido, entré en la sala de ordenadores de la universidad para hacer un trabajo, y para mi sorpresa, me di cuenta de que había conexión a Internet. Yo no solía entrar en Internet, así que no conocía mucho ese mundo. Empecé a chatear y me gustó. Conocí varias chicas, y pensé que podría ser interesante para ligar, aunque ahora piense lo contrario.
De pronto alguien me envió un Chat, y no tenía nombre de chica. Se presentó como "Amadeus", y empezó a hacerme preguntas. A cada pregunta yo sentía que me excitaba más, y no entendía muy bien por qué. Él me trataba como si yo fuera su conquista, cuando yo estaba acostumbrado a todo lo contrario. Eso me excitó mucho. Me dijo dónde vivía y me ofreció su casa para que fuera a visitarlo por la tarde. Yo dije que sí, aun no teniendo la más mínima intención de ir. Me fui a casa.
En casa aún estaba muy excitado por la conversación con aquel señor. Me dijo que tenía 47 años, era muy mayor para mí. Inexplicablemente eso me excitaba más. Entré en el baño y me miré al espejo. Pensé que podría ser más atractivo si me depilaba los pelos de las piernas, así que eso hice. Tengo unas piernas largas y muy bien formadas, que quedaron muy bonitas sin vello. Pensé que debería haberlo hecho antes. Ya puestos, me depilé los pocos pelos del pecho y finalmente también los pelos de los huevos y sobre el pene. Mientras lo hacía me empalmé, imaginándome así expuesto ante aquel señor. Decidí vestirme y salir de casa. Tenía la dirección de su casa anotada en un papel.
Cuando llegué al portal no podía creer que estuviera allí. ¿Qué pensarían mis amigos? Estaba muy nervioso y me dije que simplemente estaba allí para ver si de verdad existía aquella dirección, nada más. Volvería a mi casa después de comprobarlo, eso me repetía. Efectivamente, la dirección existía y llamé al portero automático. El señor contestó, y le costó reconocerme. Creo que él tampoco me esperaba.
Recuerdo que me temblaban las piernas mientras subía, pero estaba extremadamente excitado. Llamé a la puerta y un señor apareció al otro lado. Me dijo que pasase. Fuimos al salón y me preguntó a ver si quería algo. Le pedí agua, solo para que fuera a buscarla y me dejara unos segundos a solas. Estaba muy nervioso. Estaba convencido de que me iba a marchar pronto.
El señor vino con un vaso de agua en una mano, y un camisón en la otra. Me dijo que le gustaría verme con el camisón puesto, y remarcó “solo con el camisón”. Me dijo que fuera a su cuarto a cambiarme y que volviera a la sala. Fui a su cuarto, cerré la puerta, me desnudé y me puse el camisón. Sabía que al abrir la puerta habría cruzado ya la línea y no habría marcha atrás. Abrí la puerta y fui al salón. No tenía ni unas chancletas, recuerdo que no me gustaba andar descalzo, pero lo hice.
Él me miró y me dijo que ese día le serviría. Me mandó a por dos cervezas a la cocina. Fui a la cocina pero no las encontraba, así que le pregunté desde la cocina a ver dónde estaban, y no obtuve respuesta. Volví al salón y él estaba muy serio. Me ordenó que me inclinara lo máximo posible y que me agarrase los tobillos. El camisón era corto, y al hacerlo dejé mis nalgas al descubierto. Eso me excitó. Él se levantó del sofá y pasó cerca de mí, mirándome. Entró en su cuarto y salió con una pala de madera. Me ofreció un trapo y me dijo "no vuelvas a gritar en mi casa. Ahora agárrate fuerte a los tobillos, no te sueltes y muerde este trapo". Acto seguido me dio un fuerte azote con la pala en las nalgas que me hizo mucho daño. Con el segundo azote se me cayó el trapo de la boca. Con el tercero doblé un poco las rodillas instintivamente y él me dijo "no te muevas". Esperó un rato, dio una vuelta en círculo al rededor de mí y me indicó que, con cada azote, repitiera "no volveré a gritar como una puta en el piso de mi amo". Se puso detrás de mí otra vez y volví a sentir un dolor agudo cuando me azotó por cuarta vez. Repetí lo que me había dicho. Volvió a azotarme. Volví a repetirlo, pero me trabé. El sexto azote fue muy fuerte, y no pude evitar soltar las manos de los tobillos. Aun así, repetí perfectamente lo que me había pedido que repitiera: "no volveré a gritar como una puta en el piso de mi amo".
Después me ordenó que me incorporara, y se sentó en el sofá enfrente de mí. Entonces empezó a hablarme sobre lo que él pensaba que debía ser mi papel allí. Era una situación extraña. Yo estaba allí, enfrente de aquel señor, escuchando lo que decía, vestido únicamente con un camisón muy ligero y corto, que dejaba ver mis piernas recién depiladas. Estaba empalmado mientras aquel desconocido me hablaba. Estuvo un buen rato hablándome. Finalmente me dijo: “tú no eres lo importante aquí, lo importante es el regalo que me has traído y me vas a dar. Cuando me lo des quiero que te despidas de mí y te marches”. Me preguntó a ver si lo había entendido, y yo dudé. En realidad no había traído nada para él.
Sin tiempo para pensar más, me ordenó que me pusiera de puntillas y alzara los brazos lo más alto posible. Al hacerlo dejé mi pene al descubierto, totalmente empalmado. Él se quedó así quieto observándome durante un buen rato. Finalmente no aguanté lo suficiente como para seguir de puntillas y apoyé los talones en el suelo de nuevo. Entonces me dijo: “quítate el camisón, y ponte de puntillas. No vuelvas a defraudarme”. Me dio una vergüenza horrible, pero lo hice. Estaba allí expuesto ante él, totalmente desnudo, esforzándome por soportar mi peso sobre la punta de mis pies, y él seguía allí sentado mirándome, sin decir nada.
Cuando estaba a punto de desistir, me ordenó: “aguanta un poco más”. Se levantó y se puso detrás de mí. Por fin me tocó. Me puso la palma de la mano abierta en el glúteo derecho. Yo llevaba empalmado desde que salí vestido con el camisón de su cuarto, pero esto me excitó muchísimo. De pronto puso su pulgar sobre mi pene erecto y me lo agarró con la yema de los dedos índice y corazón. Me dijo: “aguanta”, y comenzó a masturbarme despacio. El esfuerzo de seguir de puntillas comenzaba a ser insoportable, pero eso era precisamente lo que más me excitaba. Él continuó y me dijo: “dame tu regalo y despídete”. Entonces el cansancio y la excitación hicieron temblar mis rodillas y sentí cómo algo explotó dentro de mí. El semen empezó a salir a borbotones desde la punta de mi pene mientras gritaba: “¡adiós!”.
Fui al cuarto y me vestí deprisa, volvía a estar nervioso, no entiendo por qué, pero así fue. No entendía por qué él quería que me fuera sin haberse masturbado sobre mí o haberme penetrado. Quizá estaba cansado, quizá había quedado con alguien. Cuando salí por la puerta me dijo: “el próximo día yo traeré tu regalo”. Por supuesto, no fue la última vez que lo visité.
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