Un depravado albañil viola sin piedad a un niño de 8 años (parte 6)
Los lectores solicitan y los autores debemos estar para cumplir; así que, post violación, sigue la saga sobre las experiencias sexuales en los agujeros de este niño sometido a los deseos de duras, largas y gruesas porongas….
El torso y el abdomen iban pegados a la cama y las nalguitas, ubicadas de cuatro y al aire trataban de amortiguar los embates de una gruesísima poronga que daba una ejemplar lección de fuerza y potencia. Anque ahora, a diferencia de otras veces, compartía las embestidas con la cama como punto de apoyo, por enésima vez el cuerpo de Luisito nuevamente estaba de perrito moviéndose al ritmo de las más duros pijazos. Lo único diferente aquí era que Luisito ya no lloraba las cogidas que le daba Pedro, sino trataba de relajar su laburado y pequeño ano para no sufrir y quizá hasta disfrutar. Ya no protestaba, ya no zapateaba, ya no pedía clemencia cuando aquel taladro se abría paso en su interior y, si bien no sonreía, tampoco se quejaba al sentir regar su recto con el ya conocido semen del albañil, como tampoco hacía muecas de asco cuando la chele se hacía camino desde su mejilla hasta el mentón y obedientemente abría su boquita cuando los dedos del obrero, transportaban su esperma y terminaba en su estómago (sí, parte de la dieta regular de este niño era tragar semen de albañil). Desde aquel onceavo tiro, que fue un increíble y dramático resumen de todas las brutales sodomizaciones, felaciones y humillaciones; las semanas posteriores fueron aprovechadas por Pedro para generar calor en lo externo de su cuerpo ante la llegada del invierno, impulsado por su inagotable calor y libido interior, haciendo fuego una y otra vez utilizando el cuerpito como su leña y su pija como chispa. Pero bueno ¿Qué podía hacer Luisito, más que recibir obedientemente la leche en su culo, en sus nalgas, en su estómago y hasta en todo su cutis que fue hasta sellado en dos ocasiones con poderosas lluvia bien doradas? El pescado, maní y huevo de codorniz que Pedro comía con regularidad no terminaba en las paredes de una rosadita conchita, sino iba a parar en lo más profundo de ese culito de 8 años y en la boca del estómago; Pedro básicamente se encargaba de rebosar el sistema de digestivo de Luis con su abundante semen. Mientras que los jefes hacían trabajar a los padres de Luis, al niño también lo hacían trabajar…pero la resistencia de sus agujeros con verdaderas matracas de albañiles como Pedro, que cada tanto le mandaba bola solamente para evaluar el aguante de la ese culito mediante desgarradoras pruebas a puros pijazos en posiciones que, según las experiencias de sus cuates, casi ningún culo aguantaba, utilizando como indicadores de evaluación la intensidad de los gritos, lágrimas, desesperadas sacudidas, gestos e inclusive la capacidad de almacenaje de la leche depositada sin que salga del ano.
Y pensar que toda esta historia empezó con un infantil descuido de los padres y una floja política de recursos humanos de la constructora, para desgracia de los agujeros de Luis, que recibía sin pedirlo quizá la mayor fantasía de todo puto sediento de pijas como las que el comía. Más que la casa, en esta historia lo que se estaba construyendo, con cada penetración, era la historia de un niño virtuoso en el cuestionable arte de aguantar la naturaleza sexual de rudos y duros hombres como un albañil. Se podría decir que, en las últimas semanas, por cada pared que se levantaba o piso que se arreglaba en la obra, era acompañado por igual cantidad se sesiones de fortalecimiento de las paredes anales de Luis, siendo acompañado con buenas raciones de mezcla que tenía como ingrediente principal la leche de verdaderos machos pechos peludos como el semental de Pedro.
La física dice que el movimiento constante es solo teórico, y su bombeo estaba para confirmarlo; la intensidad de las metidas eran directamente proporcionales al paso del tiempo, siendo respondidas por una extraña mezcla de sonidos de dolor y placer infantil. Una vez más, vamos a decirlo (aunque para la mayoría nos sea placentero imaginarlo) es deseable que a los 8 años un niño no tenga el culo relleno de semen ni tener partes de su anatomía siendo forzadas por gruesos, duros y largos invasores; quizá a esa edad bombearles la boquita sea mas que suficiente, pero sabemos que la realidad siempre dicta otro camino; hablando de realidad, ahí va continuando el muy goloso albañil, con su pija bien estimulada en su sesión de placer. Extrae del interior del niño su mazorca y decide que es hora de voltearlo y ponerlo de rodillas frente suyo para ponerlo a tragar pija de auténtico arriero; Pedro sabe que, aunque el niño en ese momento no valore la calidad del sexo que recibe, algun día, cuando el niño sea toda una putita adulta, le agradecerá por haberle hecho disfrutar del arte amatorio más delicioso, iniciándolo a una edad en la que muy pocos tienen el privilegio de disfrutarlo y en especial de aquella poronga de ensueño que en ese momento estaba invadiendo su garganta…esa venosa y otras más…
Por varios minutos, retumbaban el típico «glup glup glup», los atragantamientos y los gemidos de placer de ambos como partitura de un nuevo concierto sexual, ejecutados por un instrumento con cavidad y una flauta muy, muy potente. Todo fluía con armonía…. hasta que un sonoro «¿Qué mierda pasa acá?» interrumpió la escena y, más que eso, marcó un antes y un después en la historia de los protagonistas principales de esta morbosa y prohibida saga. Ricardo, el muchacho de 23 años, macho hecho y derecho como todo albañil, todo un depósito de calentura y pasión en su dotada tercera pierna, incrédulo observaba como un niño, de la misma edad de uno de sus sobrinos, era empalado bucalmente con el pene de su compañero de trabajo, todo un acto «contra natura e inmoral» que poco y nada importaba a Pedro y su estimuladísimo viril miembro. Luisito, preso del miedo y la vergüenza, tapó su rostro al mismo tiempo que Pedro detuvo sus embestidas. Un ofuscado Ricardo expresó «¿Que te pasa idiota degenerado? ¿Por qué le hacés esto al hijo del patrón? ¿Que…te querés ir preso y que te empalen en la cárcel, idiota?» a lo que Pedro respondió «imbécil vos, callate, no es tu problema, los vírgenes como vos no van a entender lo delicioso de un apretado culito como este… en vez de llorar ahí vení probá y hacete hombre de una vez con esta perrita golosa que es mía y que te la presto», «sos un puto enfermo, tiene 8 años no jodas», «jajaja, la carpa en tu short no piensa igual que tu boca, anda no seas gil y dale pija que te va a encantar, es más te dejo que le largues adentro…pero callado todo pibe o te reviento también a puños y pijazos». En ese momento, en aquel flaco pero bien dotado muchacho; conocido por su fama de gran pajero, poco suertudo con las mujeres comunes y usual consumidor de conchitas pre-pagas, se despertó un fuego que nunca antes sintió, ese fuego causado por una obligada abstinencia en la pobreza, aquel calor acumulado, producto de tanta leche disparada en sus manos que agitaban sus descomunales 23 cm y cuya leche terminaba en sucias ropas o trozos de papel higiénico, esa temperatura que también, como a muchos de sus colegas, aumentaba con cada par de tetas observadas y nunca manoseadas, de esos culos inalcanzables para tremendas vergotas como la suya, que debían contentarse con pajas en la pieza o en el baño de la obra; todo ese deseo acumulado terminó nublando su consciencia al punto de que, apenas 90 segundos después y cediendo a aquella impura propuesta, generó que lo que ya parecía superado, volviera a la realidad: preso del dolor, los 22 centímetros bien adentro hizo que retornen los intensos gritos e intenso llanto en el pequeñito, que acompañaba la cogida más intensa realizada por aquel joven de 22 años en cualquier agujero jamás, comprobando con las sensaciones que venían de su inflamado glande, el incomparable placer que pueden brindar unos prematuros pliegues anales que por primera vez recibían unos 23 cm de dura pija (tres más que la de su desvirgador) dándole así con cada metida la razón a un Pedro que, excitado por el espectáculo (que bien podía haber terminado en una tragedia para el) se hacía una tremenda paja a dos centímetros de la cara del putito, que lo combinaba con intensos golpeteos en esa carita llena de lágrimas y desazón que reflejaba, una vez más, el infame (o privilegiado) destino de ser el depósito de esperma y objeto de las más intensas sacudidas que lo hacían vibrar al ritmo de cada embestida, de cada bombeo o simplemente en cada vez que la cabeza de una feroz poronga llegaba al tope de su culito con el consiguiente y lógico sufrimiento. El pobre Luisito, que todos los días deseaba con todas sus fuerzas que no lo cogieran más, se encontraba en un momento de su vida tal que se conformaba con momentos de tranquilidad luego de que la pija se retiraba de su caverna, momentos después de que millones de espermatozoides, cubiertos de un blanquecino y espeso líquido, se depositaban en lo más fondo de su ser una y otra y otra vez. Ya no le importaba lo molestoso que era tener la leche adentro, si ese era el precio de no sufrir el dolor causado por la naturaleza salvaje del hombre en el coito.
Y volviendo al joven Ricardo que, desde la primera metida, se debatía entre darse placer y evitar romper en demasía el culito del niño, al eyacular se convirtió, de forma inesperada, en el segundo hombre en coger a Luisito, aunque apenas pudo aguantar unos minutos antes de inundar, de manera precoz, como tal crecida de río los intestinos del pequeño con toda esa leche acumulada y al fin expulsada. La confusión de Ricardo, al descargar el último disparo y ver su leche escurrirse de ese pequeño culito, se daba porque le costaba asimilar que acababa de disfrutar el largar en un culo de tan solo 8 años y sin otro pago que su silencio, para así con su glande golpearlo a su gusto y paladar y, para colmo, lamentarse en sus adentros el durar tan poco, situación que no pasó inadvertida para el «generoso» Pedro, quien autorizó un gran banquete sexual en las siguientes 4 horas de aquella tarde, haciendo debutar a Luis en el mundo de los tríos, con muchísimos embates de dos poderosas pijas y un intenso rociado seminal como evidencia irrefutable de lo mucho que ambos sementales jugaron por su culito, su boquita, su garganta, su carita, sus nalgas y hasta su oreja que casi quedó infectada al ser víctima de una raro desafío de ambos machos que apostaron quien de los dos cubría mejor de chele ahí y que terminó, entre risas y burlas del par de lecheros, con una especie de aros blancos y espesos que desprendían ese inconfundible olor a regio varón. El desafío fue ganado por el lechero de Pedro.
¡Pobre Luisito! ¿o bendecido?… Cada uno puede juzgar esta historia desde la perspectiva que más le guste, pero siempre partiendo del hecho de que la vida de aquel niño va siendo marcada por pijas dentro suyas; decimos pijas ya que Ricardo ya también lecheró su indefenso anito. En resumen, y culminando la sexta pero no última entrega de la saga, la historia continuó así: durante las siguientes tres semanas posteriores a la primera leche de Ricardo en su culo, tanto el como su compañero Pedro y Ricardo se pasaron, de lunes lunes, llenándo a Luis con sus duras porongas, por todos lados, en todas las posiciones para continuar disfrutando y consolidando al hijo de sus patrones como un excepcional receptor de verga y depósito de esperma; el trío de esa tarde no volvió a repetirse ya que, para evitar odiosas comparaciones y herir sus egos, ambos machos decidieron seguir cogiendo a Luisito por separado y en turnos rotativos: el culito de Luis reemplazaba un día la matutina paja de Pedro, para que al siguiente día goce Ricardo del mismo beneficio, siguendo la misma lógica en las siestas, tardes e inclusos momentos no planificados, como cuando una potente erección, causada por cualquier atractiva dama caminando en la calle lo bajaban llenando el tanque del niño con combustible de hombre ya que, como regla sagrada de albañil, nunca usaban condón; cada vez que Ricardo le decía a una mujer frases como «te quiero romper el culo mi amor» o «vení te doy leche hasta que vomites» lo que en realidad hacia era, una y otra vez, que el pobre de Luisito llorara y gritara, ya que solamente lograba aguntar sin dolor la estaca de 23 centímetros cuando le entraba de cucharita, pero lo que al macho le gustaba era cogerlo duro de cuatro, boca abajo, patitas al hombro, en misionero y otros; y así, entre frases morbosas como «ahí viene tu leche, bebé», «abrí la boca, ya viene ya viene», «ufff que putita tragaleche sos, se nota que te encanta la leche de macho», procedía a eyacularlo donde quería, pero lo que más le gustaba era soltarle en el culo, imaginando que preñaba a cada mujer que al momento de largar recreaba en su cabeza.
Y así, mientras el peque intentaba disfrutar lo máximo posible de esas dos enormes y dolorosas pijas, los dos albañiles amantes del sexo rudo, daban rienda suelta a sus más bajos instintos en cada cogida, probando en ese culito, al que incluso obligaban a retener su leche. Con brutales cojidas en posiciones como de cuatro, cabalgando, o parándole contra la pared, ambos hombres llamaban la atención con sus sonrisas de oreja a oreja, mediante un Luisito que, de tantas veces que lo cojieron, hasta ya sabía las posiciones favoritas de los dos: el de Pedro, montarle de cuatro encima suyo y empavonar su cara de leche y el de Ricardo, patitas al hombro y largar con los ojos cerrados en lo más profundo en su culito; ambas le dolían muchísimo y cada vez que hacía un gesto de dolor recibía como respuesta embestidas más y más duras por parte de ambos.
Y así, entre machos que disfrutaban el hacer sufrir al niño, había algo que los tres desconocían y que, nuevamente, estaba por cambiar la realidad. Concentrados en el placer y en el dolor, ignoraban que no uno, sino dos compañeros más, estimulados por lo que entraba en sus ojos y canalizados en tremendas masturbaciones, iban a largar: algo mas que leche por la pared. El culo del pequeñito Luisito, que ya dominaba el arte de caminar sin soltar la leche después de cada descarga, ignoraba por completo de que su escuela sexual apenas estaba empezando y que los desafíos estaban por explotar, para su desgracia o para su placer…
SUPER DELICIOSO ASI ME.GUSTA CUANTAS MAS VERGOTAS LE PUEDAN METER AL NENE MAS SABROSURA
De acuerdo contigo, desde nenes ya hay que darles mucha poronga, es lo mas delicioso que hay