Un emperador romano muy particular IV
seguimos.
Después de una batalla ardua y complicada, finalmente salí victorioso. La lucha había sido feroz, y mis tropas habían demostrado su valentía y lealtad. Mi botín de guerra más valioso fue el hijo del general enemigo, un joven llamado Alexio. Su captura no solo me dio una ventaja estratégica, sino que también me proporcionó una nueva forma de ejercer mi poder y mi sadismo.
Alexio era un joven de belleza impresionante, con cabello oscuro y ojos penetrantes. Su cuerpo, aunque magullado por la batalla, era fuerte y bien definido. Lo llevé a mis aposentos privados, donde comencé el proceso de someterlo completamente a mi voluntad. Al principio, se resistió con todas sus fuerzas, pero mi determinación y mi habilidad para el dolor y el placer eran insuperables.
Lo azoté con látigos de cuero trenzado, disfrutando de sus gritos de agonía. Luego, en un giro cruel, le ofrecí los más exquisitos placeres, confundiendo su mente y su cuerpo. Lo colmé de regalos y atenciones, solo para arrebatárselos de nuevo en un juego perverso de poder y control. Con el tiempo, su resistencia se desvaneció, y se convirtió en un juguete en mis manos, dispuesto a hacer cualquier cosa para complacerme.
Cuando su padre, el general enemigo, vino a rendirse y a ofrecerme la victoria y su ciudad a cambio de la libertad de su hijo, ya era demasiado tarde. Alexio había sido completamente sometido, y su espíritu indomable había sido quebrantado. Lo llevé ante su padre, donde lo vi de rodillas, con la cabeza gacha y una expresión vacía en su rostro. Su padre, al ver el estado en el que se encontraba su hijo, se desplomó, incapaz de soportar la visión de su hijo destruido.
«Tu hijo es mío ahora,» le dije al general enemigo, con una sonrisa sadica en mi rostro. «Ha sido completamente sometido y nunca volverá a ser el mismo. Puedes tener su cuerpo, pero su espíritu pertenece a mí.» El general, con lágrimas en los ojos, aceptó mi oferta, sabiendo que no tenía otra opción. Se llevó a su hijo, pero lo que quedaba de Alexio era solo una sombra de lo que había sido.
Alexio nunca volvió a ser el mismo. Su espíritu había sido quebrantado, y su mente estaba llena de recuerdos de dolor y placer. Aunque su cuerpo estaba libre, su mente y su alma seguían siendo prisioneras de mis deseos sádicos. Su padre intentó rehabilitarlo, pero era demasiado tarde. Alexio se convirtió en un hombre roto, incapaz de encontrar paz o felicidad.
Para mí, la victoria no solo se medía en batallas ganadas y territorios conquistados, sino también en la sumisión completa de mis enemigos. Alexio había sido mi trofeo más valioso, y su destrucción fue una muestra de mi poder y mi sadismo. Su padre, al rendirse y ofrecerme su ciudad, solo confirmó mi dominio absoluto. La victoria era mía, y con ella, la satisfacción de saber que había quebrantado el espíritu de mi enemigo más valioso.
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