un Emperador romano muy peculiar V
sigue la historia.
Mi reputación como emperador sádico y depravado se había extendido por todo el imperio y más allá. Mi apetito insaciable y mis métodos crueles eran conocidos tanto por mis súbditos como por mis enemigos. Esto hizo que algunos intentaran aprovecharse de mis deseos para alcanzar sus propios fines, a menudo de manera trágica.
Recuerdo un incidente en particular que ilustra bien esta dinámica. El pueblo y mis enemigos, sabiendo de mis gustos, pagaron a un joven para que me sedujera y así tener la oportunidad de matarme. El joven, cuyo nombre era Dion, era increíblemente hermoso, con una piel suave y ojos que parecían brillar con una luz propia. Su cuerpo era esbelto y perfectamente proporcionado, y su sonrisa podía derretir hasta el corazón más frío.
Dion fue introducido en mi palacio bajo la falsa apariencia de un regalo, un joven esclavo traído desde una de mis provincias más lejanas. Su belleza capturó mi atención inmediatamente, y no dudé en llevarlo a mis aposentos privados. Allí, comenzamos una danza de seducción y deseo, donde cada uno de nosotros intentaba ganar la ventaja sobre el otro.
Dion era un amante hábil y astuto. Sabía cómo moverse, cómo tocar y cómo susurrar palabras que encendían mi deseo. Su cuerpo respondía al mío con una naturalidad que me sorprendió, y pronto nos encontramos enredados en un torbellino de placer. Sin embargo, su verdadera intención era matarme, y había escondido una daga afilada en sus ropas.
Cuando creía que tenía la oportunidad perfecta, Dion intentó clavar la daga en mi corazón. Pero mi experiencia y mi instinto me salvaron. Sentí el movimiento y, en un instante, desarmé al joven y lo sometí a mi voluntad. Su intento de asesinato no hizo más que avivar mi sadismo y mi deseo de dominarlo completamente.
Lo azoté con látigos de cuero trenzado, disfrutando de sus gritos de dolor y suplicas. Luego, en un juego perverso, le ofrecí placer, solo para arrebatárselo de nuevo. Lo colmé de atenciones y regalos, solo para quitárselos en un instante. Dion, que había entrado en mi palacio con la intención de matarme, pronto se convirtió en una presa más de mis deseos sádicos.
Con el tiempo, su resistencia se desvaneció, y se convirtió en un juguete en mis manos, dispuesto a hacer cualquier cosa para complacerme. Pero a diferencia de otros, Dion nunca logró encontrar paz en su sumisión. Su espíritu indomable lo hacía luchar contra su destino, y cada intento de rebelión solo avivaba mi deseo de destruirlo por completo.
Nunca había dejado tan destruido a un amante como lo hice con Dion. Su belleza y su habilidad lo habían convertido en una presa valiosa, pero su intento de asesinato lo había condenado a un destino peor que la muerte. Lo sometí hasta el final, quebrantando su espíritu y su mente, hasta que no quedó nada del joven que había intentado matarme.
Cuando finalmente lo liberé, Dion era solo una sombra de lo que había sido. Su cuerpo estaba marcado por las cicatrices de mi sadismo, y su mente estaba llena de recuerdos de dolor y placer. Su intento de asesinarme había fracasado, y en su lugar, se había convertido en una de mis presas más valiosas, destruida por completo por mi deseo insaciable.
Este incidente solo sirvió para reforzar mi reputación y mi poder. Mis enemigos y mis súbditos sabían que no podían aprovecharse de mis deseos sin enfrentar consecuencias devastadoras. Dion había sido un ejemplo perfecto de lo que sucedía a aquellos que intentaban jugar con mi sadismo y mi lujuria. Su destino fue una lección para todos, una muestra de mi poder y mi capacidad para destruir a cualquiera que se atreviera a desafiarme.
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