Un niño criando otro niño: Cómo conocí a Pablo (parte I, la conquista)
Un chico hermoso, cargando un bebé, llama mi atención y decido entrarle a ver si puedo levantarlo.
En un pueblito muy rural, donde el aburrimiento se puede cortar con un cuchillo, estaba yo haciendo del supermercado con una carretilla llena de víveres. Estaba terminando de remodelar una casa de campo, un lugar para retirarme de vez en cuando de los ajetreos de la ciudad. Tengo 50 años y soy divorciado, un típico señor de mi edad, sin un físico llamativo. Lo que tengo es experiencia, labia y una posición económica más que cómoda, eso sí.
En los pasillos me fijo en un jovencito hermoso, guapísimo. Delgado, si acaso medía lo que yo, 1.75, cabello largo, a mitad del cuello, negrísimo azabache, despeinado, cejas gruesas, labios finos, blanco con un tono de piel tostado por el sol. Vestía un jeans gastado, una camiseta viejita y en todo se le notaba un aspecto no solo muy muy humilde sino descuidado. Llevaba unos brazaletes de plástico barato que lo hacían ver aún peor. En vez de zapatillas tenía unas chanclas bastante gastadas. Se le veían las uñas descuidadas. Con todo y esto se le veía un cuerpo definido, unas nalguitas bien marcadas y sobre todo, sus ojos café claro tenian una chispa intensa.
Cuando fui a pagar, él estaba en la fila delante mío. Llevaba un paquetito de pañales y algunas cosillas. Yo seguía viendo sus movimientos de manera discreta, lujuriando su cuerpo adolescente. Cuando iba a pagar, se dió cuenta que no le alcanzaba el dinero y comenzó a retirar algunas cosas de la banda. Inmediatamente saqué la oportunidad y le dije: – No hay problema amigo, yo me encargo, – No señor, no se preocupe, no es nada. Insistí con una sonrisa y saqué un billete de 100 dólares para cancelar su cuenta. Los ojos se le abrieron entre agradecimiento y sorpresa. Su dentadura era perfecta, dientes blanquísimos y perfecto. Creo que nunca había visto un billete así. Casi me abraza de la emoción y salió rápido. Yo me mordía los labios de la arrechera cuando veía ese culito y esa carita tan cerca.
Cuando salgo veo al chico sentado en una banca, con una chiquilla escuálida cargando un bebé de meses. Los saludé y ví como observaban la tanda de bolsas que llevaban hacia mi auto. Sonreí y me comencé a alejar cuando veo a la muchacha ponerse de pie y cruzar con el bebé hacia el hospital público al frente. Inmediatamente di la vuelta y volví a entrar apresuradamente como si hubiese olvidado algo. Apenas salí me le acerqué y lo saludé con confianza. El chico era tímido, un campesino que no estaba acostumbrado para nada a que un señor le saludara o lo tratara amablemente.
– Hola, yo soy Nelson, mucho gusto. Veo que estás llevando a tu hermanito al médico- No es mi hermanito señor, es mi bebé que está enfermita. -Ohh, tu bebé? ¿Wao, y esa es tu mujer? – Si señor, vinimos ésta mañana, pero se han demorado en atenderla. – Y de dónde vinieron? – Bueno, de tal lugar ( un caserío como a 30 minutos en bus).
-¿Vaya, como te llamas tú? – Iván señor. Bueno Isidro, me alegra que ya estén atendiendo a tu hijita. Mira, te voy a dejar mi teléfono por si acaso necesitas algún trabajito, yo estoy construyendo unas cosas por aquí y siempre necesito algo de ayuda. ¿Por cierto, tú no tienes teléfono? – Yo no pero mi madre sí, y me dictó un número de memoria.
YA HABÍA DEJADO LA CARNADA PUESTA.
Un par de días después suena mi teléfono y es Ivancito. Lo llamo de vuelta y quedamos en conversar en el pueblo. Le dije: -Mira, para no perder mucho tiempo, trae ropa, fíjate que va a llover y por si acaso acá te doy hospedaje. Cuando lo recogí me di cuenta que era un chico más guapo de lo que parecía. Sólo necesitaba un poco de atención… Y yo estaba dispuesto a dársela.
Cuando llegamos a mi casa estaba todo oscuro, el aguacero había tirado un poste de electricidad y tuve que encender la linterna de mi celular. Le dije – Si quieres báñate y mañana hablamos con calma-
-Está bien señor, ¿dónde me acomodo?
-Bueno, ven y te muestro.
Lo puse en una habitación y me retiré a ducharme rápidamente. Me puse un bóxer y una camiseta cómoda y esperé escuchar la ducha. Nada. Me acerco a la habitación y me llama: – Señor Nelson, es que no «jayo» la pluma para abrir el agua. Me meto a la habitación y abro la llave del agua. Iván está sin camiseta y en calzoncillos. Uff, casi me desmayo. Un cuerpecito marcado por el trabajo de campo, pezoncitos rosados y totalmente lampiño, de hecho su cuerpo blanco relucía con mi linterna. El chico miraba al piso de vergüenza. Cuando abrí la llave el agua estaba súper fría y le dije, ahí tienes.
Salí y mi emoción crecía. Cuando escuché que había terminado de ducharse toco suavemente la puerta y lo llamo para darle sábanas limpias. Ahí me le acerco y le respiro muy cerca, – Oh, ahora si estamos olorosos!!! Se queda callado y le digo
– ¿Qué pasa? Tienes algo?
-Bueno, no señor, nada, tiene una casa muy bonita, ¿pero usted acaso vive acá solito?
-No siempre pero me gusta estar cómodo y con estas calores, es mejor no tener mucha ropa.
Me le quedé mirando fijamente y él no me sostuvo la mirada. La tensión se sentía en el aire, no era ningún inocente pero mi presencia le intimidaba. Miraba al piso y me le fui acercando hasta que estuve respirándole en la cara. Le subí el mentón y comencé a acariciarle el cabello suavemente pero con firmeza.
-Calma, calma, no vamos a hacer nada que no quieras.
-Esta bien señor, usted me va a ayudar, ¿cierto?
-Claaro papa, tú sólo déjate llevar y vas a ver que todo va a salir bien. Empecé a bajar mis manos por encima de su camiseta y hasta las nalguitas, una delicia, duras como piedras, pequeñas y formaditas. Iván temblaba pero se dejaba tocar. Lo fui acercando cada vez más hacia mí y podía sentir su olorcito adolescente, un chico que cumpliría apenas 18 en un par de semanas. Su cabello mojado era estupendo para meter los dedos.
Nos metimos en la cama y comencé a encuerarlo, poco a poco, mordisqueando sus tetillas, oliendo sus axilas peludas y podía sentir su verga larga y dura como una serpiente de piedra. No quise ser brusco pero me di cuenta que debía establecer quien estaba a cargo de ésto. Lo puse bocabajo y le mordí suavemente la nuca y los hombros. Él suspiraba y trataba de aguantar pero sin alejarse.
En un momento le agarré la verga y pude sentir la mata de pelos que la rodeaba, los huevos peludos y todo lo demás totalmente lampiño. Le metí la lengua en un oído y suspiró aún más profundamente……
Como no había electricidad comenzamos a sudar como bestias. El olor a sudor sólo me excitaba mucho más. Nuestros cuerpos se pusieron resbaladizos mientras yo zurraba mi verga contra sus muslos, sus nalgas y su pinga. Estaba tan dura que me asombraba tocarla.
Le bajé la cabeza hacia mi trozo de 8 pulgadas y el quitó la cara como si le diera asco. Le agarré por el cabello y lo fuí bajando con firmeza.
-¿Nunca has mamado una pinga?
-Si, pero hace mucho tiempo y no me gusta
-Yo te voy a enseñar, abre la boca y saca la lengua.
Le puse la verga en los labios y restregué mi cabeza ahi, para que él sintiera el olor y el sabor de mi pinga, la que le iba a poner a gustar por mucho tiempo.
——–
como sigue