¡Use el pillin sobrino! (Mi hermana se confiesa)
Luego de la confesión de mi hermana nos fuimos a dormir y me puse a meditar como podría ayudar a mi sobrino a usar su «Pillin» y yo disfrutar de esas nenas con él..
Los que nacimos en los sesentas y parte de los setentas, vivimos o llegamos a sufrir una costumbre que nos practicaban los familiares hombres mayores, llámese abuelos o tios, especialmente de la línea materna, consistía, qué una vez llegaban de visita a nuestra casa, y después de saludar pedían mostrar nuestro «pillin», «el tipo» o «el hombre», según para constatar el grado de crecimiento de nuestro pene, año a año o mes a mes, según la ausencia del familiar.
A mí por lo menos me tocó casi hasta los once años porque un intenso tío militar agregaba al saludo toda esa parafernalia de ¡¡adiscreción, firme!!. Además de tener que mostrarle mi verguita, incluso parado cuál cabo o sargento.
Con el paso del tiempo y en estás épocas en que las distancias entre familias son evidentes, sin mayorazgo o jerarquía por la falta del respeto y de desapego; algunos recordamos y ponemos en práctica está vieja forma del machismo infundado en el Caribe.
En una ocación llegué de visita dónde mi única hermana que vivía en nuestra casa paterna con su esposo e hijo. Yo venía a atender asuntos legales que me mantenían interrumpido el trámite de la nacionalidad estadounidense.
Llegué después de mucho tiempo por fuera, casi seis años, y ya casi no conocía ni la ciudad ni la familia, era el caso del hijo de mi hermana, Jerry. Ayer con tres añitos, hoy con nueve.
En la sala estaba mi hermana, el esposo trabajaba de turno, y luego de recordar cosas y abrir regalos, me percaté que el sobrinito estaba allí taciturno, alejado y no se recordaba de mí, entonces recordé esa vieja escuela de hombres qué no se sabía si era para criar confianza en uno o destruirla en cada revisión de penes. Así fue que lo atraje para romper el hielo y lo senté en mi pierna derecha y lo cubrí con esa misma mano. Comencé por preguntarle bobadas: ¿cómo van los estudios, qué si juega algo o si tiene novia?, para al final, pedir que se bajara el pantalón y me mostrará el estado actual maduración de ese símbolo masculino.
Mi hermana se reía y recordaba que ellas veían mi pene grande cada día que el abuelo o el tío llegaba para hacer tal comprobación. Y anotaba que su pelao no era cualquier pichulita: era toda un heredero de nuestro abuelo Esteban Iriarte. Dicho eso le pregunté ¿Y cómo está «el hombre»?. Él no entendía la costumbre y mira a su mamá con sonrisa nerviosa, es cuando ella le dice: el tío quiere que le muestres la cosa tuya, y qué eso es una vieja práctica familiar. Entonces el pelao más alegre que apenado, saca del calzón un hermoso pene de color pardo, gordo y largo coronado con una cabeza roja en forma de punta de flecha y dos grades huevas que le colgaban, que demostraban más, la calidad de bisnieto del «burro» Iriarte.
Yo me asombré, y mi hermana al notar, también me enfatizó que el niño cada vez se lo viene mostrando, como sorprendido con ese constante crecimiento. Le dije que eso era normal en los niños y lo de grande es propio de nuestros genes, pues viene dandoce en generaciones de vergones y eso no se puede parar. Le di un beso al niño a la vieja usanza, y le dije que tenía un excelente ejemplar que alimentar. Él se rió y se fue a su lugar común, estar encerrado en su cuarto día y noche con el computador.
Me quedé con mi hermana hablando de otros temas y se nos fueron las horas. Yo iba a dormir en el cuarto de Esteban y el pasaría a dormir con ellos. Había una particularidad nueva en la casa, que ahora el baño se comunicaba con los dos cuartos y podías pasar fácilmente de una pieza a otra sin salir al patio.
Al día siguiente adelanté todo lo necesario de trámites en busca que fueran entregandos los documentos sin dilaciones y regresé a la casa en el medio día. Almorcé con mi hermana, ya que Jerry llega de la escuela a las 2 pm. Me fui a echar una siesta.
Luego siento las voces de unas niñas, eran tres que estaban paradas viéndome acostado en el cuarto de Jerry, yo usaba una trusa de nylon y en ese momento era mi erección que observaban las inquietas y risueña visitantes. Mi hermana las espanta diciéndoles que yo dormía y que el hijo no había regresado de clases, que se fueran y molestaran en sus casas.
Como a las 5 pm me bañé y salí para hablar con mi cuñado y mi hermana. Estuvimos recordando los tiempos pretéritos y aquella buena época de los setentas. Mi cuñado se excusó, pues debía descansar ya que su turno se iniciaba a las 4 de la mañana en esa empresa de petróleos.
Y en tanto, recordé las figuras de las niñas de reojo antes que mi hermana las sacara volando.
-¿Y esas niñas, amiguitas de Jerry?.
Mi hermana río y recordó que esas niñas vienen casi todos los días a buscarlo, y se encierran por horas en el cuarto. Ella, pues dedicada a sus negocios a veces no se da cuenta, de cuando entraron o cuando salieron. Andan las tres todo el tiempo.
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-¿Y Jerry la gustará alguna?
Dice ella que no cree, pues su amor es el computador y parece que lo que ellas vienen a buscar tiene que ver con los juegos y películas.
-¿Te acuerdas cuando niños, el poco de amiguitas tuyas no venían solo por jugar contigo» sino jugar también con mi Pipi?. (Risas).
Ella regresa a esos viejos tiempos y corabora que eso era lo interesante, verme el pene, besarle y apuntarlo en sus coñitos.
«-Esteban, a cuántas de esas peladas tu te comiste?».
Le digo que recuerdo eso como si fuera hoy, aunque han pasado más de 30 años, creo que fueron todas, ninguna se salvaba porque querían privacidad y no comer juntas como veo la juventud de hoy.
Mi hermana se ríe y recuerda a Estelita, una niña menuda y maluquita de piel amarilla que parecía China y era de un pueblo de gente así.
Le cuento que esa niña era una fiera del deseo y estuvo conmigo hasta casi los 15 años cuando sus papás se mudaron para el interior del país. Ella no lo creía, pues nunca hizo comentario alguno de mi pene ni de nada como las otras que le decían que me amaban y que yo era su hombre con esa rica picha.
-Eso pasa, era y debe ser una mujer recerbada.
Entonces le decía que sino le había visto malicia con esas niñas, que se le salen los ojos mirando más de la cuenta.
«-¿Te vieron, hermano?».
-Creo que si. Pues tendrán ahora un dolor de cabeza recordando la carpa de circo en mi pantaloneta. Sus risitas me despertaron.
-Esas niñas, creo que no van a la escuela. Sus mamás pasan en la calle y nada que las cuidan. Crecen en las casas de otro. A mi me tienen aburrida todo el día. Recuerdo a mamá, pobrecita, con tanto pelao todo el día en la casa correteando.
-Hermana, ¿y a ti quién te lo metió por primera vez?
Ella se sonroja un poco y los ojos verdes le brillan al recordar.
-No te acuerdas que en los juegos siempre me lo metían pero eso eran algo de chiquillos, pero he sido una mujer caliente desde niña buscando placer. Así como decía nuestro abuelo:»el sexo es para el placer y no para el dolor» y lo decía uno que tenía la porroca más grande que he visto.
-Ah, ese amiguito mío negro, te acuerdas el Jerry, le pusiste ese nombre a tu hijo por él? (Risas).
-Ve que no asociaba esa coincidencia pero debo decirte que ese negrito tenía lo suyo, ese pene largo y en forma de tornillo me lo hizo muchas veces rico cuando juzgamos a la Casita e hicimos esa película tuya porno. (Risas).
-Recuerdo que quedaste como enviciada a las piernas de los amigos o extraños que llegaron a casa en tu crecimiento.
Mi hermana más cabilosa en buscar con mirada en un vacío la memoria y la respuesta.
-Eso también me quedó de nuestra convivencia con Eufemia. Ella me decía que eso era rico. Y desde el cuarto me enviaba para que yo me le metiera al amigo, tío o extraño en las piernas. Eso me ponía caliente y sentía la calentura de ellos en mis nalgas y cuando empezaba a gozar, salía ella detrás de la cortina y me sacaba de ese placer con esos mayores. Siempre en adelante me gustaron los mayores que yo. ¿No ves a Moisés?, me lleva 15 años.
-No me habías contado eso de las piernas. Esa Eufemia nos pervertió a ambos. (Risas).
-Te acuerdas cuando, ya tu te fuiste a viajar con el abuelo. Al no tenerte por aquí y sin tus amigos alrededor y mis amigas siempre añorando esos juegos que sabías inventar. Andaba yo exitada todo el tiempo recordando esos juegos sexuales que hacíamos.
Mi hermana había traído un par de vasos de whisky para seguir matizando los recuerdos, estaba ella en sus treintas, apenas con el candor de su madurez con ese cuerpo blanco de finas caderas y grandes nalgas para su 1.75 cm de estatura.
-A mamá le recomendaron un albañil para los arreglos de ese baño, su enchape hasta el techo. -Se sorbe un poco y continúa:-Llegó entonces el señor Marcos para hacer el trabajo el primer día. Yo dormía y me despertó el toqué y martillo en el baño y me dieron ganas de orinar. Me levanté y me asomé por la puerta del patio y estaba el albañil, agachado de espaldas y sin camisa rompiendo las paredes de la ducha. Yo tenía mi pijama con su short corto y apretadito que se notaba mis nalguitas y mi rayita. Lo miraba de espaldas, era un hombre moreno de unos 35 o 40 años, fornido y no muy alto. Más bien bajo casi como de mi estatura siendo yo de diez. Me moría por hacer pipi, y lo llamé:
-¡Señor, hola!, me estoy orinando. ¿Usted me excusa?
Él volvió y me miró de pies a cabeza y se incorporó con el maso de hierro en una mano y en la otra, un cincel largo. Y su pecho sudoroso y el olor a macho. Su pantalón dejaba ver también su otra herramienta considerable. Que se lo acomodó bajandolo con la mano de la «Mona». Yo entré y era tanta la tensión que me causó su cuerpo y los deseos de orinar, que no cerré la puerta. Me bajé mi short y eche una deliciosa meada. Y cuando me lo subia, el señor Marcos me miraba desde el patio con sus útiles cruzado de brazos viendo como me subía el short. Yo salí apenada, mirandolo de reojo y fui a ver, y no había nadie en la casa, mamá había salido quizá a comprar los materiales o a sus asuntos de su profesión. Total que regresé a mi habitación y lo sentí orinando en la tasa sobre mi orin, pues no lo bajé al salir. Todo eso me tenía intrigada y ansiosa y no sabía porqué. No podía bañarme entonces me quedé como estaba esperando que pasará.
-¡Niña, niña! -Era su voz que me llamaba. Me levanté y acudí, el desde adentro me daba una señal como de tener sed y tomar algo con el dedo meñique. Fui hasta la cocina y sacando el agua del frizer un poco nerviosa, me cayó y empató mi blusa de algodón, me miré y ya se marcaban mis pezoncillos erectos por la fría agua. Tomé el jaron y el vaso y lo llevé. Él al verme salió a recibir el vaso y no quitó su vista de mi blusa mojada y el risado pico de mi incipientes tetitas.
-Se va a resfriar la nena.-Me dice, mirando mis puntitas.
Yo le esperé que terminará. Y le pregunté si era posible poder bañarme.
-No, en ese baño no se puede usar, habrá que adecuar el lavadero de ropa para eso.
El lavadero estaba entre la cocina, el patio y la última habitación de la casa. Era un pequeño zaguán hasta la batea y las lavadoras eléctricas.
-No se preocupe, bañese que yo voy a estar ocupado, y no creas que quiero verla.-Y se sonrió. Tenía una bella dentadura blanca y unos labios gruesos pero uniformes.
-Esta bien.- Y entre a mi habitación a buscar mi toalla y shampoo y cepillo de dientes, y me fui al lavadero.
Me quité el short y la camisa de dormir, quedando completamente desnuda y caminé hasta la pluma. Pero había un inconveniente, que no instalé antes la manguera para facilitar mi baño. Entonces, llamé de nuevo al señor Marcos. Me cubri con la toalla, y descubrí que había sacado una de manos y no de cuerpo. El señor acudió y me preguntó amable, ¿que quería?. Le informé de la manguera. Prácticamente estaba desnuda delante de él, pues podía ver el nacimiento de mis nalgas y el de mi sexo.
Él se agachó y debajo del lavadero estaba enrollada la manguera. Yo estaba a su lado, el de reojo me miraba. De pronto salieron de ese lugar varias cucarachas voladoras hacia mi y yo pegué un grito de pánico y asco de esos insectos, qué di un brinco y me encaramé en su brazo y espada para no tocar el suelo. Él se impresionó que me tomó por las ya desnudas nalgas y me alzó en sus brazos poniéndose de pie, y mirando el recorrido de los insectos en el aire y en el piso. Yo estaba abrazada a su cuello.
-Tranquila nena, no hay peligro. Ven vamos para fuera. -Me decía mientras me sobaba la espalda con su mano derecha hasta las nalgas. Llegamos al patio y yo tenía miedo, esa era mi peor fobia, y no quería bajarme y parece que él así lo entendía. Moviendo uno de mis pies descalzo golpeo algo duro en su pantalón, que no podía ver con mi posición recostada a su hombro; y dejé mi pie ahí en esa loma blanda.
-Ven preciosa, ¿muestrame tu carita bella?.
Lo miré y su cara estaba a menos de cinco centímetros de la mía. Yo apretada a él con mi sexo en sus costillas, abierto.
-¿Quieres que te llevé a tu cuarto?. -La dije que no, que no quería bajarme. Ya él sudaba y yo también.
-Bueno, vamos para poder acomodarte mejor.
Optó por llevarme al mesón de la cocina alto y limpio y sin señas de insectos.
Me trepó delante de él. Estaba yo desnuda, ahora mi sexo quedaba casi en su boca. Me sostuvo por las nalgas que empezó a sobar.
-Ves, que no pasa nada. Eres una nena preciosa y estoy aquí para cuidarte.
Se abrazó a mi vientre y pude sentir su respiración agitada. Me besó el ombligo y fue bajando hasta mi sexo. Yo estaba más que excitada con toda esa sensación de miedo y de la atención de un hombre. Y me deje llevar. Agarré su cabeza y lo apreté a mi.
-Si, nenita, ves que no pasa nada. Ven siéntate aquí.- Me senté el frío mosaico y el abrió mis piernas y se inclinó a chupar mi puchita. -Era una sensación indescriptible.
-Dame tu boquita, preciosa.- Y me besó con la fuerza que lo hiciera a una mujer veterana. A mi se me recortaba el aire y hacia esfuerzo para respirar.
Se abrió el pantalón y salió un pene color chocolate como el de Jerry el amigo negro.
Grueso y venoso con un cabeza roja. Era fina y larga. Lavó bien sus manos y me dijo:
-¿Quieres que te lo meta, mi bella?.
No sabía que hacer, temblaba de deseo y de nervios al mismo tiempo. Entonces él se despegó de mi y fue hasta la sala y colocó el cerrojo interno y al regresar ya venía al aire con su erecto pene bonito y uniforme.
-Ese fue mi primer hombre. Me tomó mi virginidad con dulzura y con paciencia, y gracias a Dios, con tiempo, pues nuestra madre no volvió sino hasta las 2 pm, cuando ya todo estaba consumado y yo contenta con el trato que me brindó el señor Marcos, que no olvidaré nunca.
-Y como fue al final, sabes que somos morbosos con los detalles.-Nos apuramos otro whiskie y me dice:-Me lamió mi puchita y comenzó a sobar su glande en mi rajita. Algo sumamente delicioso; yo estaba encendida. Chupó mi boca con su aliento de cigarrillo, pero besaba bien sabroso. Y mordió mis pezoncitos bien fuerte. Me decía para que lo recordara. Me mordió los glúteos y me besó el ano, metía su lengua allí y yo me retorcía. Muchas sensaciones inesperadas para mi que vivía caliente. Se hecho saliva en el pene y comenzó a puyar. Pero se torcia o resbalaba, sin dejar de darme ardor o dolor, tenía ya la chucha caliente e irritada. Él sudaba ansioso, nunca lo vi nervioso. Fue cuando vio un frasco de aceite de oliva y lo tomó y me hecho un poquito con su dedo y pudo abundante en su cabeza y cuerpo de su mástil. Y lo punteo y está vez me entró la cabeza. La sacó y volvió a penetrar; me pregunto si me dolía. Le dije que no. Entonces avanzó otro poquito y empezó a darle por el grosor. Lo volvió a sacar y otra vez lo metió hasta la mitad. Yo pegué un grito fuerte y él al sacarlo había sangre.
-¿Algo se rompió en mi interior, señor Marcos?.
-Si mi nena, algo tuyo y mío. Ya eres una damita y yo soy tu autor.
-Y suavemente me la introdujo y ya no sentí más dolor sino el friccionar de su verga en mi interior y empecé a gozar; nunca lo metió todo quizá por prudencia o respeto. Pero con ese pedazo de verga me hizo feliz por primera vez como una mujer y eyaculó la mayor cantidad de leche que he visto hasta hoy, parecía una fuente, me llenó toda y todo mi vientre y mi pecho. Me decía, nunca había botado tanta leche en su vida y era que nunca antes se había comido el virgo de una nena. Ahora lucia nervioso y feliz, y me rogaba que no le dijera a nadie. Al otro día ya no nos vimos ni juntamos más. Así fue mi primera vez hermanito.
-Mira que historia, se conjuga el dicho: «al que le van a dar, le guardan»; el afortunado fue el señor Marcos. Un hombre serio y honrado hasta hoy. ¿Y con tanto tiempo a su favor no pudo romperte el chiquito?
-El chiquito se lo di a otro viejo, ya te contaré. -Dice mi hermana medio ebria y con su risa escandalosa.
Nos fuimos a dormir y me puse a meditar como podría ayudar a mi sobrino a usar su «Pillin» y yo disfrutar de esas nenas con él.
Continuará.
@Kuripi
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