Utopía de un ladyboy.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace poco tiempo, me sucedió algo impensado, pero que resultó maravilloso. Frente a mi casa, se desocupó una vivienda, pues los propietarios tenían que ir a vivir a otra ciudad. Venían varias personas interesadas en adquirir aquella casa, pues aquel era un barrio tranquilo. No les ponía atención a estos, pues generalmente, se trataba de familias con personas mayores; pero quiso la casualidad que un sábado por la mañana, y estando yo recortando el césped a regañadientes, observé que se estacionaba un auto convertible, del cual bajó una preciosa mujer alta como un edificio. Vestía una falda que apenas y le rebasaba las rodillas, tan ajustada que apenas y podía caminar.
Además su torso se ocultaba en una blusa que le hacía lucir sus pechos encantadoramente. Sus piernas eran largas y blancas como nubes al sol. Observé entonces, que se acercaba a mí, y sonriendo amablemente me preguntó por el barrio. Con entrecortada voz, le dije que aquel era pacífico y muy agradable su gente. En eso, se dio media vuelta, pues llegaba el agente de bienes raíces. Afortunadamente, ella se quedó con la casa, y yo deseaba que tal sucediera. Las del barrio, entre ellas mis tías, alegaban que aquella mujer no era para aquel barrio, pero se conformaron cuando supieron que era modelo.
Desde aquel día, siempre andaba observando por la ventana, para poder verla, pero rara vez la miraba. Sin embargo, después de un mes de haber llegado, alguien tocó la puerta y abrió mi tía. No logré mantenerme estable cuando escuché su voz. Mi tía, algo recelosa, no dijo nada, pero ella anunciándose, dijo llamarse Juliana. Entonces, le mencionó a mi tía que necesita de mis servicios, a lo cual acudí presuroso. Ella, al verme sonrió, y no pude con el impacto de su azabache cabellera toda lacia. Entonces, me pidió ayuda para que cortase su césped, pues ella no tenía tiempo ni podadora. Además dijo que me pagaría, lo cual fue aceptado por mi tía, ya que alegaba que era un holgazán.
Trabajaría frente a su casa hasta el sábado, y los días se me hicieron eternos, aunque fuera miércoles. Pero al fin llegó el sábado, y muy temprano, ya en pie, aguardaba a la hora señalada. Se dieron las diez de la mañana, y acudí con la cortadora. Toqué a su puerta, y pronto apareció toda frente a mí. Alta, con su pelo peinado en un bien elaborado molote, que le descubría un cuello delgado lineal y blanquecino. Vestía una camisa recortada, que le dejaba a la vista un vientre plano, y sus piernas, casi todas fuera al mundo de no ser por un recortado short de lycra, lucían como de sueño. Sonrió al verme, y dijo que empezara con lo mío, pues ella se cambiaría. Salió al poco tiempo, esta vez, vestida con unos leggins de spandex brillosos de color plateados y unas botas a las rodillas negras, que sin poderlo evitar sufrí una erección tremenda. Apenado, bajé la mirada, y Juliana subiendo a su auto, me dijo que regresaría pronto. La miré marcharse, y maldije el que se fuera. Continué con mi encomienda, y al paso de hora y media, regresó. Abrió la cajuela de su auto, y pidió mi ayuda. Acudí como si fuese un esclavo obediente, y cargué con todas las bolsas. Entré a su casa, y señalándome la mesa de la cocina, dejé ahí sus compras. Me disponía a seguir cortando el césped, cuando su melodiosa voz me indicó que me quedara, pues me serviría un refresco. Me abrió una botella de la famosa bebida de cola, y para poder observarla más tiempo, la bebía poco a poco. Sentado ahí sobre ante la mesa, la observé de cerca y sin poder saberlo me enamoré. Pero la cordura me pedía aguantar, pues a mis quince años aquel era un sueño. Noté entonces, que acomodaba su despensa, y extrajo de una de las bolsas del súper, un par de guantes de hule verdes, los cuales se colocó, y se disculpó por los trastos sucios.
__ Sabes –me dijo ella mientras tallaba los trastos – no me gusta la suciedad y soy algo compulsiva con la limpieza, además, uso guantes para todo, pues cuido demasiado mis manos.
No supe que decir, pues estaba embobado con su perfecto trasero brillante. Terminó de lavar los trastos sucios, y aunque eran apenas dos vasos y un par de platos, lo hizo con tanto esmero que dejó brillando el fregadero. Luego se pasó a la mesa, y comenzó limpiar con un trapo húmedo, y cuando se inclinaba, sin poder evitarlo miraba sus senos columpiándose entre sí. Tuve que salir de ahí, pues estaba por estallarme el pene. Ella lo notó, y tocándome una mejilla con sus húmedos guantes, me dijo que no tenía de que avergonzarme, pues muchos hombres apenas la veían, y le incomodaban con toda clase de vulgares piropos. Terminé de cortar el césped, y me pagó. Creí que no volvería a verla, pero ella me dijo que viniese a su casa mañana, pues necesitaba ayuda con unas cosa que deseaba instalar.
Temprano a la hora indicada, toque a su puerta, y me recibió envuelta en su pijama. Aun así, se veía fantástica. Me indicó lo que debería hacer, y yo listo para lo que iba, comencé a desempacar. Extraje un fabuloso equipo de sonido, y al poco tiempo regresó. Se veía fabulosa. Vestía ligeramente. Usaba unos pescadores entallados de vinil negros, que parecían una segunda piel, y su torso apena lo cubría un top del mismo material. Calzaba además, unas sandalias de correas y tacón alto. Portaba entre sus manos un par de guantes negros de hule, los cuales aún no se colocaba. Me dijo que tenía que usar aquellos atuendos por un rato, pues tendría que tomarse algunas fotos, y usar la ropa antes de eso le ayudaba a mejorar sus poses. Algo envalentonado, le dije que se veía muy guapa. Ella sonrió, y me dijo que guapa se le decía a una señora mayor, pero que a una de su edad se le debía decir sexy.
Inmediatamente se puso los guantes, que le quedaban también entallados, y se puso manos a la obra. Conectamos cables, alzamos bocinas, y al final ella limpió el piso. Dijo que iría al cuarto de lavado, que pronto regresaría. Afortunadamente, había grabado parte de nuestra instalación con una cámara apostada en un tripie, y para probar el sonido y la tv, lo reprodujo. Me sugirió cambiar de canal si me aburría. Pero mirarla en la tv junto a mí, me puso más que caliente, y creyendo que tardaría, me bajé el pants que usaba y comencé a manosearme el pene hasta que sin pensarlo me masturbaba viéndola en la pantalla con sus atuendos ajustados. Estando en eso, se acercó por atrás, y notando su presencia, me disponía a correr, cuando ella me atrapó por un brazo, y con sus guantes húmedos y con espuma, me tocó el pene. Me miró con malicia, y me invitó a quedarme quieto. Comenzó a masturbarme lentamente, y miraba su rostro hermoso, sus pechos duros y sus manos enguantadas negras sobre mi pene. Comenzó a hacer voces y gemidos, los cual aumentó mi erección, pero entonces hizo alto a lo que hacía.
_ ¡Ven! – Me dijo mientras me tomaba de la mano-. Me siento sucia, y deseo ducharme, acompáñame. Me dirigí como apresado, adormecido en una suave locura. Sentía su figura alta y esbelta, una utopía. Me llevó a la regadera, y abriendo los grifos, me desnudo con sus enguantadas manos, sus dedos delgados y atrevidos, hacían perfecta su labor, y se paseaban llanamente por los caminos de mi piel. Una vez desnudo, se inclinó acariciándome levemente los bellos púbicos, dijo que me afeitaría tal región. Metete en la regadera, tal fue su orden, a lo cual obedecí ciego de lo deseoso que me sentía. Comencé a sentir los chorros de agua como un bálsamo a mi calentura, y en eso la miré entrar junto a mí. Su pelo se ocultaba en una cofia de hule, lo cual realzaba su cuello, y usaba sus leggins de latex. Además, calzaba unas sandalias transparentes de tacón alto. Y sus manos se ocultaban en los guantes negros. Se acercó a mí, con un bote espuma y un rastrillo de rasurar.
En poco tiempo me dejó afeitado, y con delicado vaivén, empezó a masturbarme lentamente. Yo era un pequeño a su lado, y ella, para estar a mi altura, tomó asiento en un pequeño banco de plástico que ahí estaba. Pronto me hizo sexo oral, y sentí como sus dedos me toqueteaban las nalgas, y poco después horadaban mi ano. Esa fue una experiencia maravillosa, y me hizo estremecer como un loco. Entonces, penetró primero con un dedo, después con dos. Tras esto, me giró y me sentó en sus piernas y continuó con su lenta labor de masturbación. Me sobaba los testículos. Me paseaba su lengua sobre mi cuello y espalda. Me inclinó sobre el chorro de agua tibia, y me penetró con sus dedos nuevamente, lo cual gocé de manera extraordinaria. Luego, paseo su lengua quemante traviesa por todo mi ano, y tomándome por la cintura, me sentó en su rodilla, y comenzó a moverla arriba y abajo sobre mi trasero. Estalle en gemidos, y cosa rara, me llevó a su entrepierna, y sentí duro y rígido un bulto, sobre el húmedo látex. Quedé un poco sorprendido, pero de tanto deseo, yo mismo le bajé sus leggins a la altura del muslo, y con ardua desesperación introduje aquel falo en mi boca y empecé a ocuparme en sexo oral que me sabía delicioso.
Era impresionante ver su pene y girar la vista arriba y ver por igual sus senos redondos de mujer. Parecía un sueño, por un lado una increíble mujer, y por otro lado un pene que disfrutaba como loco. Pero ella me tomó por los hombros, y cerrando las llaves del agua, me invitó a su recamara. Me sentó en un sillón, y me dijo que esperara. Me senté aún con el pene erecto, y al poco tiempo la observé regresar ataviada con unas sandalias de alta plataforma color negro, y sus piernas se ocultaban por unas medias brillosas de látex. Usaba una blusa súper ajustada también de látex de color rosa y unos guantes largos del mismo color, lo cual le confería una apariencia por demás sexy y atrevida. Su pene, curiosamente estaba adelgazado sin erección, y de no ser por esa pequeña protuberancia, sería ciento por ciento, mujer.
Me acarició el cabello húmedo, y me introdujo dos de sus dedos en mi boca, los cuales yo saboree con lujuria. Se sentó sobre mí, y mientras pegaba sus senos duros en mí, dijo que a pesar de lo visto, ella se consideraba una mujer entera, y que ahora al haberme penetrado, sentía un loco deseo revivido. Yo quede serio, ante lo que dijera, pero considerándome a su disposición, entonces, se inclinó, y comenzó a brindarme una soberana mamada, a la vez que estimulaba mi ano con sus resbalosos y ahulados dedos. Era experta en eso, pues aunque creía no aguantar más, no eyaculaba. Poco después, me giró y miré que se colocó un pene de plástico, con el cual me penetró como una loca. Esa sensación, que yo creía antes de afeminados, fue un completo agrado, y poseído de tanto ardor gemí en voz alta. Hizo alto ella, y me ató las manos a la espalda, y tomando asiento en una silla, me hizo montar en su pene adherido, y yo que deseaba su verdadero pene, logré que este se realzara, y comencé a sentirlo en mi ano con tan dulce sufrir, que ambos nos corrimos al mismo tiempo.
Desde entonces, soy la envidia de los muchachos del barrio, que piensan que juliana es mujer, y que para mí si lo es; aunque más de una vez he saboreado su gran pene, y ella ha usado el mío muchas otras. A veces, me masturbaba mientras lavaba los platos con sus guantes puestos, o disfrazándome de maid, me penetraba, mientras yo continuaba limpiando el piso. Otras, me hizo un fisting tan ardiente con aquellos guantes largos, que de solo recordarlo, me siento locamente animado.
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