Vestuario Dos (Cómo ser hombre de negro parte 2)
Tras ser follado por un dildo de dragón y Hassan, me dispongo a superar pruebas de humillación y dominación antes de dominar.
Recibir un pene grande negro, recibir uno largo de un árabe, meterse consoladores gigantes en el culo que inyectasen centímetros cubicos de fluido en mi interior, sólo eran los pasos preliminares de un largo y oscuro camino para convertirme en dador (u hombre de negro) que era el rango que tenían en la isla los jefes-soldados a los que todo el mundo rendía pleitesía arrodillándose ante ellos, y se dejaban follar por ellos. Los hombres de negro, no por el color de su piel sino por el calzón de cuero negro que poseían y los diferenciaban de los demás, que podían ir desnudos o con un simple slip de tela de un color que marcaba su edad y su categoría (nivel de sumisión y a quien se podía ya follar: cada edad y con cada avance los chavales recibían un calzón de un color distinto que determinaba su status) eran adorados en la isla y nadie se rebelaba a sus órdenes o deseos sexuales, por lo que tenían la capacidad de meterse en cualquier relación de sexo y formar un trío o una orgía, doblegar a los muchachos para que fuera fieles perras en celo rogando ser sus esclavos y lamer sus penes, o dejarse follar por el mástil gordo que se escondía debajo del slip de cuero negro. Por eso yo, a mis 17 años –un tanto precoz, todo sea dicho–, ya tenía bien claro que quería ascender a ese nivel, y si tenía que dejarme follar como un perro, lo haría para superar todas las pruebas, y ser al final yo el que me pudiera coger a todo el mundo como mis esclavos.
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No todos, pero sí los que teníamos la mente con más claridad, habíamos oído hablar de una zona secreta de ‘el complejo’. Bajando al nivel menos uno había un vestuario abandonado donde nadie entraba. Se decía que allí estaba la puerta para el laberinto, y que quienes lo superaban ascendían al nivel de los mandatarios o gobernantes de la isla. Muy pocos conocían aquella historia, y mucha menos gente conocía el acceso a las instalaciones. Y nadie conocía a nadie que hubiese entrado y hubiese vuelto a salir. Por eso el miedo, pánico, de acceder a aquel cuarto. Pero yo, haciendo fuerzas de flaqueza, dando muestras de valentía, fuí y entré.
Estaba en un subterráneo oscuro de paredes grises de hormigón. Apenas había luz que indicasen el camino cuando llegué a la puerta del vestuario. Paré ante ella. Sabía que si daba aquel gran paso emprendería un camino que cambiaría mi vida. Y aunque me detuve ante la puerta, yo había bajado allí con determinación y férrea convicción de que haría lo que fuera para convertirme en ‘hombre de negro’-
Los goznes de la puerta chirriaban cuando la empujé y accedí a una sala oscura como un vestuario, pero sin gente. Tenía aspecto abandonado, de no haber sido usado por nadie en mucho mucho tiempo. Encendí un antiguo interruptor de la luz que estaba al lado de la puerta y esta se creó de golpe a mis espaldas haciendo un ruido metálico sordo.
–Bloom. Sonó estrepitosamente retumbando hueco.
Las viejas fluorescentes empezaron a parpadear tenebrosamente, pero se empezaron a encender iluminando, no mucho sino de manera tenue, aquella sala en la que se podían ver telarañas encima de los casilleros o taquillas donde reinaba un silencio sepulcral. Las paredes eran de azulejo blanco, algunos un poco rotos en las esquinas. Era un vestuario como los de arriba, en forma de U, para unas 20 personas, con un escaño normal. Lo único que me pareció extraño de aquel lugar es que en el centro de la estancia había una zona acolchada, como de skay blanco, un poco elevada del suelo, que no sabía para qué serviría. ¿Para un ritual y pequeñas orgías? ¿Colocarían a un chico en el centro y 18 a su alrededor se lo follarían y le darían de mamar como en un gang Bang? No lo pensé. Me senté en el banco con un poco de asco de que se manchase mi culete con el polvo de aquella estancia que llevaba muchos años sin limpiar ni utilizarse.
El peso de mi cuerpo accionó un mecanismo sin que me diera cuenta y zasssss…. Se clavó en mi culete una jeringuilla con un líquido verde que sin que me diera tiempo a reaccionar, entro en mis venas.
-Ayyy. grité. Pero ya era tarde. Me levanté más rápido de lo que me había sentado, como acto reflejo, al sentir el pinchazo, pero ya me había pinchado el culete con aquella inyección. Yo no sabía que era una inyección o un alfiler. Pero enseguida la cabeza me dio vueltas y caí desmayado en el centro de la sala, en aquella colchoneta grande que había justo en el medio. Suerte de que estuviera aquello allí, porque así no caí sobre el duro suelo.
Yacía boca arriba en estado semiinconsciente cuando de los altavoces del cuarto empezó a salir una música relajante que inundaba mi mente con un mensaje subliminal repetitivo. Un dispositivo mecánico salió del centro de aquella camilla separando mis piernas. Del techo aparecieron como dos brazos metálicos que amarraron mis piernas por los tobillos y las levantaron exponiendo mi ojete. Y entonces un enorme consolador se fue acercando a mi culo. Mi cara era de pánico al ver como aquel dispositivo mecánico avanzaba. Mediría como 25 centímetros de largo y era como un tubo de desodorante de ancho.
Los brazos mecánicos del techo habían colocado mis piernas contra mi cabeza para hacerme estar en una posición como sentado de cuclillas pero tumbado en la camilla. Con aquella postura tenía mi culo totalmente expuesto y era como una tortuga panza arriba. No me podía mover.
–Ahhhhhhhhhhhhhhhhggggggggggg aggggg ayyyyyy agggggghhh Joderrrrr -exclamé DIOS MIO, DIOSSS aghhhh.
El dispositivo se insertó. Y un zumbido mecánico precedió a una voz grabada.
–«Fase 1 terminada. Bienvenido a la prueba. Hemos inyectado en su ano una serie de drogas que le harán tener una sensibilidad especial por las próximas 48 horas. Cualquier roce en su culo lo sentirá cien veces más. La siguiente prueba será ponerse este calzón blanco y meterse en las duchas. Una vez allí por las mismas saldrá un vapor especial que inhalará. Su culo es su llave.» me dijo una voz femenina por los altavoces.
Me incorporé, me dirigí a las duchas. Y al llegar estas, automáticamente, se encendieron, pero de ellas no salía agua sino un vapor rojizo que empecé a respirar. No sabía qué sería, pero no me eché atrás ni salí corriendo de aquel vestuario. Aunque tampoco sabía si aquella puerta metálica de goznes oxidados que se había cerrado detrás de mí cuando entré se abriría para dejarme salir o estaba ya atrapado y no podría salir si no superando todas las pruebas.
Al principio no había entendido bien qué significaba la última frase de aquella voz grabada que oí por los altavoces ‘su culo es su llave’. Pero luego, entre la bruma roja, vi que al fondo del pasillo de las duchas comunitarias había un dildo, a la altura de la cintura, clavado en la pared. Me doblé la cintura 90 grados mirando hacia el suelo de la zona de duchas, que estaba encharcado de agua y de vapor rojizo, y fui culo atrás introduciéndome aquel pene-consolador clavado en la pared, en mi ano hasta tocar la pared blanca de azulejos, con mi culo. La hipersensibilidad de mi ojete, dada por aquella inyección, hizo que sintiese cada una de las rugosidades de aquel dildo que empujé hacia atrás y de repente giró la pared. Era una especie de puerta secreta que me dio paso a un pasillo oscuro y estrecho. Saqué mi culo del dildo de aquella pared (que no sabía si me habría introducido en mi intestino alguna nueva sustancia), y decidí ir hacia adelante.
(Cada laberinto de agua, de los varios que había, tenía una distinta profundidad del agua en la que te sumergías, según tu altura, preprogramada según la edad del candidato). También, según la edad del candidato, las pruebas eran un poco más o menos complejas.
Pronto noté agua a la altura de mis tobillos. Pero no entré en pánico. Seguí avanzando. El pasillo giraba sobre sí 180 grados, volvía hacia atrás, pero estaba bajando. El agua ya me llegaba a las rodillas. Otros metros y otro recodo, 180 grados. Estaba de vuelta. El agua ya tocaba mis huevos. Me di cuenta que estaba en un laberinto subterráneo y pensé que no me quedaba otra que avanzar. Avancé y el agua pronto empezó a cubrirme por la cintura, por el ombligo, por debajo de los hombros… La situación se puso muy difícil. Caminaba entre el agua por unos estrechos pasillos de azulejos blancos por los que no podría nadar, con el agua cubriéndome ya más alto de mi cintura. Pero no podía tener miedo, tenía que avanzar y avancé. El último tramo el agua llegó al cuello y luego a la nariz. Pensé. “Todo o nada. No creo que me quieran ahogar. Esto no puede durar mucho. Voy a seguir adelante”. Y seguí. Anduve 20 metros con la cabeza bajo el agua pero poco a poco ví que subía de nivel, el suelo estaba en rampa cuesta arriba y asomó mi nariz, mi cabeza, mi cuello, mis hombros de debajo del agua, que ahora ya solo llegaba a mi cintura. De repente vi La Luz. Estaba en el vestuario 2.
continuará
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