Xavier – Cuarta Parte
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por sumisBcn.
Ni bien cerré la puerta de mi piso, me cogió de la oreja y me obligo a ponerme en cuatro patas. Bajó mis pantalones y el slip bruscamente, se quitó los zapatos y se puso de rodillas junto a mí.
Con cierta displicencia, comenzó a jugar con mi culo y a separarme las nalgas para exponer mi ano. En cierto momento, noté que su polla se había puesto dura nuevamente, o que quizás, nunca había dejado de estarlo.
Luego de un rato de estar jugando con mi culo, cogió uno de los zapatos y comenzó a restregar la punta en mi ano. Empecé a sentir pequeños golpes en la entrada del mismo. La sensación era rara. No dolía, molestaba un poco, y a la vez, me resultaba excitante.
-¡Qué coño tienes, puta de mierda! – exclamó en un susurró con la voz engravecida por la calentura.
De pronto, el zapato se estrelló fuertemente contra mi nalga una y otra vez. Esto ya no me gustaba, pero no quise darle razón para que se enfadara y que el castigo fuera mayor. Los golpes se sucedían e intenté aguantar sin emitir un sonido, pero de pronto un gemido rompió mi silencio. Él se detuvo un momento para mirar mi rostro.
-Mmmm. Todavía falta- dijo como evaluando la situación, y no supe a qué se referiría.
Me obligó a sacarme la ropa, dejándome totalmente desnudo y poniéndome otra vez en cuatro patas. Escuché el roce de la tela de su pantalón contra el de su cinto. Ya sabía lo que me esperaba. Comencé a recibir azotes en todo el cuerpo. El dolor era cada vez mayor. Tenía la sensación de tener heridas abiertas y que mi sangre fluía. Las zonas en que primero se concentraba el castigo se encendía, me quemaba, pero al ser abandonada parecía enfriarse rápidamente y se veía invadida por una sensación de humedad.
Mis gemidos, de pronto, se vieron interrumpidos por un borbotón de llanto. Comencé a llorar como un pequeño. Al principio, pareció no importarle y siguió castigándome, pero de pronto dejó caer el cinturón al suelo y me cogió entre sus brazos. Se incorporó llevándome hasta el sillón. Se sentó primero él y me hizo sentarme sobre su regazo. Mi frente se apoyó sobre su hombro, y él me abrazó consolándome, mientras yo seguía sollozando.
-Esto que te he hecho fue por tu bien. Tienes que saber qué tipo de castigo recibirás, si no haces lo que te indico.
Tenía ganas de preguntarle qué había hecho para merecerlo, pues no creía haberle desobedecido en nada, pero me daba miedo hablar. Temía desatar su cólera de nuevo.
Pareció adivinar mis pensamientos porque en voz muy calma y suave me dijo: – No, nen. No has hecho nada malo hoy. Te he castigado para que sepas que te haré si lo haces. A partir de ahora, tu coño puede ser sólo mío. Como te vea buscando a algún macho, o me desobedezcas, esto se repetirá. Quiero que me pertenezcas a mí, a nadie más.
Seguí abrazado a él en silencio por un buen rato. Sus manos me acariciaban y comenzó a murmurar una nana. No sé si fue el sonido relajante de su voz o una conjunción del cansancio y el dolor, pero caí preso del sopor. Debo haber dormido un rato. Al despertarme, me sentí apenado e intenté incorporarme pidiéndole disculpas, pero él me detuvo.
-No – me detuvo – quédate así. Me gusta tenerte así y protegerte. Lo necesitas. Necesitas un hombre fuerte como yo, que te guíe y te proteja.
Seguimos un buen rato así. Él me acariciaba y daba calor. En un momento, instintivamente, llevé mis labios a los suyos y le besé. Por un momento, pensé que se enfadaría, pero le pareció lo más natural del mundo. Cambiamos de posición. Me hizo echarme a lo largo del sillón, y él se arrodillo junto al mismo para tener acceso a todo mi cuerpo. Comenzó besándome tiernamente el rostro y el cuello. Pequeños chasquidos de sus labios se repetía una y otra vez sobre mis mejilas, mis párpados, la punta de la nariz, mi mentón, mi cuello y mi frente. Luegó, comenzó a jugar con mis pezones. Me los besó, mordió, lamió y pellizcó. En un momento, sentí como comenzaba a masturbarse mientras se prendió a uno de mis pezones como un bebé que se está alimentando. Sin pensarlo, comencé a acariciar su cabello. Sentí como se masturbaba, mientras seguía succionando. Si bien cada tanto intercambiaba un pezón por otro. Era bastante evidente que el favorito era el derecho. En un momento, lo entrecortado de su respiración comenzó a anunciar que eyacularía pronto. Intenté llevar mi mano hacia su pene, pero él no me lo permitió. Parecía sentir vergüenza de la situación. Decidí dejarle hacer. De pronto, se incorporó. Como le fue posible, se montó sobre mi pechó y siguió cascándosela hasta que su leche salto a borbotones sobre mi pecho y rostro. Con sus labios, limpió mi rostro, y con su mano esparció su leche por mi pecho.
-No te laves. Quiero que tus tetas huelan a mí hoy.
No fue una orden. Fue más un pedido cómplice.
-Abofetéame – le supliqué sin saber muy bien de donde nacieron esas palabras.
Se negó.
-Las bofetadas te las daré cuando te las merezcas. Ahora, sólo mereces mis cuidados. Eres una buena hembra.
Debe haber sido evidente que me desagradó que me llamara "hembra", porque se sonrió. Si bien sus labios evidenciaban cierta sorna, sus ojos me inundaban de cariño. Su sonrisa continuó mientras me acariciaba la mejilla.
-¿Quién te entiende? Te excita cuando te digo puta, pero si te digo hembra, te enfadas. ¿Sabes? La histeria ha sido tradicionalmente asociada a las hembras de nuestro género. Tú de eso tienes mucho.
Mi rostro debe haber reflejado en un algún mohín caprichoso mi descontento, porque se rió cariñosamente y me abrazó.
-Cuanto más rápido aceptes que yo soy tu macho y tú eres mi hembra, más feliz serás. Esto es entre nosotros. No te preocupes.
Confieso que me gustaba que se sintiera superior al decirme esas cosas, aunque en el fondo, su chulería machista sólo me hacía verlo como a un niño grande.
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