Yo los satisfacía en la medida que podía, pero siempre de la forma más femenina posible, haciéndolos sentir verdaderos machotes.
Un chico que no quiso seguir estudiando es mandado por su padrastro a trabajar a una de sus haciendas, por malcriado y grosero, los peones lo tratan mal, hasta que termina siendo la puta de todos. .
Cuando terminé la escuela superior, me negué a seguir estudiando, y me dediqué a vivir la vida loca, con eso quiero decir que me la pasaba de fiesta en fiesta, bebiendo con mis amigos, fumando marihuana, y siendo mantenido por mi mamá.
Hasta que un día mi padrastro, me dijo. “O vuelves a seguir estudiando, o te inscribes en el ejército, o te vas a trabajar, porque vagos aquí no vamos a mantener.”
Aunque mi mamá procuró convencerme de que siguiera estudiando, dije que no, después de tratar inscribirme en el ejército me rechazaron, la razón fue supuestamente por ser muy bajito y delgado, aparte de tener cara de niña pequeña, por lo que no me quedó más remedio que decidir que me iba a trabajar.
Pero por mi falta de experiencia, mis bajas notas académicas, y de no tener los estudios mínimos necesarios, para los puestos que yo quería, finalmente mi padrastro, cansado de mis negativas a completar mis estudios, me envió a una de sus retiradas haciendas para la que comenzaba a trabajar.
Supuestamente mis funciones en principio iban a ser solamente administrativa, ya que como no sé montar a caballo, y ni idea tenía de lo que se hacía en la finca, solamente según yo pensaba, ayudaría al caporal.
Pero una de las cosas que yo ignoraba era que, debido a lo retirado de la finca, tenía que estar en el campamento, prácticamente los siete días de la semana, las 24 horas del día, hiendo a un lejano pueblito aproximadamente cada tres o cuatro semanas.
Eso si hacía falta que yo fuera acompañando al caporal, y las condiciones del tiempo así lo permitían.
Cuando llegué finalmente al pueblo, e identifiqué a la persona que me iban a llevar a la finca, le dije que era el hijo del dueño, y que recogiera mis maletas.
Casi de inmediato noté una mala voluntad de esa persona, hacía mí, por unas tres horas fuimos en una destartalada camioneta, por lugares que en ocasiones ni camino había, hasta que finalmente llegamos.
Unas de las cosas que me sucedieron, fue que la maleta donde cargaba toda mi ropa se perdió en el viaje, quedándome únicamente con un pequeño pantalón corto y la camiseta que cargaba puestos, además de una mariconera, o sea un bolso que llevo pegado a la cintura, por suerte con todo lo que me quedaba de marihuana.
Cuando fui a conocer al caporal, al darle la queja, este únicamente me dijo que seguramente se perdió en el camino, ya que yo no había estado atento a mis cosas, y por eso se perdieron.
Yo pensaba que, por ser el hijastro del dueño, me tratarían mejor, pero aparte de que de inmediato el caporal me colmó de trabajo, pero lo peor de todo era que los peones me ignoraban.
Como a la semana de estar en esa retirada hacienda, me molesté bastante, por la manera en que me trataban, por lo que después de que me fume un pequeño tabaquito de marihuana, cuando les quise llamar la atención, a tres de ellos, los muy hijos de la gran puta, me cayeron encima, realmente después de que recibí un fuerte golpe en la boca del estómago.
Por lo que caí al suelo, tan solo se dedicaron a reírse mientras manoteaban todo mi cuerpo, incluso uno de ellos se atrevió a bajarme los cortos pantalones que cargaba puestos, agarrar mis nalgas y prácticamente meter alguno de sus dedos dentro de mi culo.
Lo que me asustó más todavía, era como para demostrarme que de querer me podían hacer mucho más daño.
Después de eso, el mismo caporal, me advirtió que no les buscase pelea, pero tras aclararle que yo no fui quien comenzó, le solicité que se comunicase con mi padrastro para solicitar mi traslado, y las cosas se pusieron peores.
No sé por qué razón, nunca había espacio para mí, en los viajes al pueblo, y la comunicación con mi padrastro nunca había señal para que yo me comunicara.
Sobre mi traslado el caporal, nunca me decía nada, pero el acoso y hostigamiento continuaba, y de manera brutal.
Al punto que en ocasiones pasaban a mi lado y sin yo decir o hacer nada, o me empujaban o me tocaban el culo descaradamente.
En las noches la gran mayoría dormíamos en el dormitorio, no me dejaban tranquilo, apenas comenzaba a dormirme, me tiraban un zapato, una chancleta, y hasta alguna que otra bota o algo parecido.
Por lo que decidí salir a dormir fuera del dormitorio, pero cuando estaba a punto de marcharme, entre varios de ellos me volvieron a caer a encima, arrancándome la poca ropa que tenía encima, dejándome completamente desnudo.
Pensé en salir corriendo a pedirle auxilio, pero de inmediato sentí un montón de manos que me sujetaban, en medio de la oscuridad del dormitorio, me colocaron un trapo negro sobre mi cara, lo que me impedía ver.
Además, me mantenían sujeto por todos lados, hasta que a la fuerza me pusieron boca abajo, sobre el camastro en el que yo dormía.
A los pocos segundos, uno de ellos se trepo sobre mi cuerpo y a pesar de lo mucho que luché para soltarme, separaron mis piernas y tras embadurnar mi culo con algo grasoso, sin más ni más ese tipo me penetró.
Los gritos de dolor que di se debieron escuchar seguramente por toda la finca, y más haya, pero a todos ellos pareció no importarles muchos.
Me sentía vejado, humillado, me estaban dando duramente por el culo, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.
En todo momento el resto de mis atacantes, me decían. “Mueve ese culo maricónsito, puta, perra.”
Pensé que ya había pasado lo peor, cuando sentí que uno de ellos agarrando un cuchillo y pegándolo a mi garganta me amenazó diciéndome. “Quiero que abras la boca, y que me mames la verga, y no te atrevas a mordérmela porque te corto el cuello.”
Yo no dejaba de llorar, pero a pesar de eso abrí mi boca y de inmediato sentí como el miembro de ese tipo, entraba dentro de mi boca, y a pesar de la repulsión que sentía, me dediqué a mamársela, hasta que se vino prácticamente dentro de mi garganta.
Después de que dos de ellos, otros dos más tarde, tomaron su lugar, acababan sobre mis nalgas, y después de los primeros tres que me comieron el culo a la fuerza, ya no pude oponer más resistencia.
Esa noche creo que fueron más o menos seis de ellos que salvajemente me metieron sus vergas a la fuerza por mi culo, y como cuatro que me obligaron a que les mamase la verga.
Al despertarme al día siguiente, lo único que encontré para tapar mi desnudes fue una sucia toalla, y así como estaba me dirigí a la caseta del caporal.
Apenas lo vi, llorando le conté todo lo que me había hecho, después de contárselo, él me dijo. “Deja de llorar, y vete a bañar, y toma este machete y el próximo que se te acerque para hacerte daño lo cortas.”
Después me entregó un viejo pantalón y una enorme camisa, lo cierto es que tan solo pensar en lo que ellos me podrían hacer, lo que me pasaría si hacía eso, me entró un pánico tremendo, a tal grado que pensé que mejor era no hacer nada, por lo que dejé el machete en el piso.
Cuando llegó la hora de acostarme, no pude aguantar más, y llorando me paré en medio del dormitorio, con las luces apagadas, antes de que me volvieran a tirar con otra bota, chancleta o zapato, o quisieran violarme nuevamente a la fuerza, les pregunté qué era lo que querían de mí.
Por un corto rato ninguno dijo nada, hasta que de momento el silencio fue roto por la ronca e inconfundible voz del caporal, diciéndome. “Lo primero que todos queremos es que te conviertas en el culo de todos nosotros.”
De momento no entendí, pero cuando continuó diciendo. “Y nos des el culo a todos, por las buenas.”
Me quedé petrificado, fue cuando entendí el por qué mi traslado no se había producido, el caporal lo tenía detenido, o simplemente nunca realmente lo tramitó.
Pensé en decirles que no era ningún maricón, y que ni tan siquiera me gustaban los hombres, pero entendí que eso poco les podía importar a todos ellos, por lo que, resignado a mi suerte, les dije que haría todo lo que ellos quisieran, pero que no me hicieran más daño.
Al escucharme sentí las risas de alegría de todos los que se encontraban dentro del dormitorio, y de inmediato nuevamente la ronca voz del caporal ordenándome que me desnudase y me acostase en mi cama, cosa que sumisamente realicé, de inmediato.
Al mismo tiempo el resto de los que estaban en el dormitorio salieron, dejándonos solos a los dos.
Ya me había acostado, cuando a los pocos minutos sentí como una de sus gruesa y callosas manos, me comenzó acariciar las nalgas.
Esos inconfundibles dedos eran los del caporal, que poco a poco continuaron, no tan solo a tocando mis nalgas, sino que, embadurnándome el culo con algo grasoso, y lentamente me los comenzó a introducir por el culo.
Aunque me moría de la vergüenza, de la rabia, y de la indignación ante mi propia impotencia para defenderme, el sentir como lentamente sus manos acariciaban mi piel, y sus dedos me penetraban de manera suave, despertaron dentro de mí unas sensaciones que nunca había sentido.
Al poco rato el caporal se tendió sobre mi cuerpo, sentí como su boca me besaba y mordisqueaba mi cuelo y mis orejas, al tiempo que me decía que me relajase, y dirigió su verga al centro de mis nalgas.
Él separó mis piernas con las suyas, y abrió un poco más mis nalgas, sentí como esa cosa dura y caliente comenzó a penetrarme, y aunque el dolor nuevamente se hizo presente.
Pero no sé si fue la manera en que me trató, y las cosas que me fue diciendo al tiempo que me penetraba, que cuando finalmente enterró toda su verga dentro de mí culo, el dolor ya no era algo insoportable.
Aun me encontraba entre confundido, avergonzado, frustrado, y enojado con todos y en especial conmigo mismo, por lo que ya les dije y por permitir lo que me estaba sucediendo.
Pero a la vez, el sentir sus fuertes y gruesos brazos alrededor de mi cuerpo, hacía que me estremeciera hasta lo más profundo de mí ser.
Hasta esos momentos jamás había pensado en que algo así me llegase a pasar, pero en esos instantes, a pesar de lo avergonzado que me sentía.
Casi de manera automática, y de forma involuntaria creo que comencé a mover mis caderas, restregándolas contra su cuerpo, era como si yo mismo buscase sentir más dentro de mi culo aquella enorme verga, produciéndome un mayor placer.
De la misma forma y manera, yo apretaba y soltaba mi esfínter, a medida que él continuaba bombeando salvajemente mi culo con su verga.
Yo mismo me sorprendí al ver la manera en que comencé a responder a sus caricias besos y abrazos, gemía de placer, a medida que el caporal continuaba metiendo y sacado casi toda su verga de entre mis nalgas.
Hasta sin darme cuenta de cómo sucedió precisamente, eyacule en cierto momento, mientras que él por un buen rato no dejó de clavarme una y otra vez su gruesa y caliente verga.
Después de un largo rato, disfrutando de todo lo que sentía y él me hacía, de momento que apretándome con fuerza contra su velludo cuerpo se vino dentro de mí.
Cuando eventualmente se levantó, dándome una cariñosa nalgada me dijo. “Ahora vas te lavas y regresas a la cama y esperas a que el próximo que quiera, te venga a comer ese sabroso culito.
Sin demora apenas me levanté salí del dormitorio, fuera se encontraban todos los peones, yo actué, como si no los hubiera visto.
Completamente desnudo pasé frente a todos, me dirigí a la una manguera, en la que expulsé todo lo que el caporal me había dejado dentro, y luego frente a todos ellos, me lavé las nalgas.
Luego sumisamente, sin levantar la cabeza, regresar al dormitorio, y seguir las ordenes que me había dado el caporal, al pie de la letra.
Esa noche perdí la cuenta del número de hombres que me dieron por el culo, y de los que me pusieron a mamar sus vergas.
A la mañana siguiente me sentí todo un asco, completamente reventado, explotado, y adolorido en especial mi culo.
Sin exagerar creo que me dejaron el hueco del culo, tan abierto como la boca de un túnel, que fácilmente me podían meter una mano completa.
Cuando me levanté ya cerca de las tres de la tarde del siguiente día, como no encontré mi ropa, tomé la sucia toalla y a duras penas, podía caminar, y sumamente avergonzado, me dirigí a la oficina del caporal.
Al verme se sonrió sádicamente, y me dijo. “A ver puta, que parte no entendiste de que, de ahora en adelante, serías la mujer del campamento.”
No supe que responderle, pero de inmediato me dijo. “Hoy te mudas a la caseta que se encuentra al otro lado de la hacienda, dentro encontraras todo lo necesario, y no se te olvide, ahora eres la puta de todos aquí, así que no se te ocurra negarte a ninguno. ¿Entendiste?
Bajé la cabeza y sumisamente, le respondí con un casi audible. “Sí señor.” sin más ni más me dirigí a la caseta que el administrador me había indicado, y ya dentro encontré una gran cantidad de prendas femeninas, algunas usadas, otras nuevas, algunas sucias, otras rotas.
Las que después de un rato, finalmente me dediqué bañarme y a lavar la ropa en el rio, para después arreglar aquellas que podía, para después de que se secaron, probármelas.
Al terminar de probarme la ropa, con una vieja navaja de afeitar y algo de jabón se me ocurrió depilar casi todo mi cuerpo.
Realmente no quería hacer nada de eso, pero el que me dieran otra paliza o me hicieran algo peor me atemorizaba, tanto que procuré no contrariar a ninguno de los peones y mucho menos al caporal.
Después salí de la caseta vistiendo una ajustada mini falda, una blusa roja, y con unos zapatos con los que apenas podía caminar.
Como mi cabello es algo abundante y largo, no tuve que nada más que dejarlo suelto, desde ese día, por miedo a ser golpeado, no tan solo me vestía, sino que procuraba actuar y hablar como una mujer.
Aprendí a maquillarme, a medio peinarme y arreglarme para tener una imagen mucho más femenina.
Lo usual era que después de que caía la tarde o comenzaba la noche, alguno de los peones entrase a mi caseta, y ya dentro yo los satisfacía en la medida que podía, pero siempre de la forma más femenina posible.
Haciéndolos sentir verdaderos machotes, dejándome dar por el culo como a ellos se les antojase, mamando sus vergas, lamiendo sus bolas y hasta tragándome todo su semen.
Pero había ocasiones en que no se esperaban a que callera la noche y a plena luz del día, me obligaban a que les diera el culo o se los mamase, prácticamente en medio de las casas de la hacienda, ante la vista de todos, lo que al principio me avergonzaba más aún.
Como a las seis semanas, finalmente el caporal me dijo, que podía regresar a la civilización no lo pensé dos veces, supuestamente mi padrastro me había mandado a llamar.
Yo no pensaba en regresar más nunca a ese infierno, pero ya al segundo día de haber regresado a la ciudad, me di cuenta de que extrañaba el usar ropa de mujer y que me tratase de manera especial.
Así como también extrañaba el que cualquiera de ellos, diera por el culo, o me pusieran a mamar.
Por lo que, después de pasar por el centro comercial y comprar algo de ropa, vistiéndome de nena, fui a las oficinas de mi padrastro, justo cuando él se disponía a irse, aprovechando que mi madre se encontraba con mis hermanastros de vacaciones, fuera del país.
Él al verme no me reconoció de inmediato, lo hizo después de que le dije que deseaba volver a la hacienda a seguir trabajando.
Sorprendido por mi aspecto femenino, se me acercó, me vio de pies a cabeza, cerró la puerta de su oficina, se me acercó y colocando una de sus manos sobre mis paradas nalguitas, y de inmediato me preguntó, que le daría a cambio si él me volvía a mandar a la hacienda.
Lo primero que hice fue, agacharme frente a mi padrastro, bajar la cremallera de su pantalón, y echarle mano a su verga, y casi de inmediato me la llevé a la boca.
Por un corto espacio de tiempo se la mamé, y apenas se le puso bien dura, me recosté sobre el sofá de su oficina, y levantando mis nalgas, al tiempo que me bajaba los pantis, se las ofrecí.
Mi padrastro, no perdió tiempo, y de inmediato me penetró, haciéndome sentir su gruesa verga dentro de mí.
La cara de sorpresa que el caporal y todos los peones pusieron al verme llegar, completamente vestido de mujer, era como para tomarles una foto.
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