Aeromoza contratada PARTE IV
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Amanecer en un hotel de lujo en Bermuda fue una de esas situaciones en las que jamás te imaginas estar. A las 7:30 sonó la alarma y me levanté presurosa. Tenía que estar a las 7:45 desnuda y arrodillada a los pies de la cama de mis amos.
Mi ama solicitó que subiera a la cama y me ató boca abajo a la misma. Tomó un látigo y se dio gusto por los siguientes veinte minutos. Por alguna razón, esos latigazos no me prendieron, aunque sabía cómo manejar el dolor para ese entonces, el cambio de ambiente y el saborear cierta libertad habían disminuido mi líbido.
Una vez que terminó, me desató. Me dio instrucciones de presentarme en el salón de convenciones a las 9:30. Tenía que estar en el stand de la aerolínea y usar mi experiencia previa de edecán durante una expo de aerolíneas privadas. A partir de las 2:00 tenía el día libre hasta las 11 de la noche, que sería requerida en la habitación de mis amos. Ellos tenían todo el día reservado en juntas y pláticas con posibles clientes.
Me vestí casual con parte de la ropa que había traído originalmente para el viaje a Nevis y bajé al comedor a desayunar. La sensación de tener bragas y estar cubierta con una capa de ropa fue muy extraña. Me sentía más desnuda que nunca, era como si el cubrirme de ropa me desnudaba de mi verdadero ser, tan sólo diez días al descubierto me habían transformado y habían invertido el papel que la vestimenta representaba.
Regresé a la habitación y me vestí con mi traje de azafata rosa y mi atuendo completo, que, por supuesto, incluía el no traer nada por debajo de la falda. Llegué al puesto y me dispuse a instalarlo con fotografías de aviones y aeromozas, pilotos, playas, platillos y bebidas. La idea era ser lo suficientemente coqueta para hacerles creer a los posibles clientes que podrían tener la oportunidad de tener más placer del esperado en un vuelo normal. Una vez interesados, mis jefes darían detalles.
A las 11:13 exactamente fue la primera vez que lo vi. Desde el otro lado del salón noté su presencia y comencé a sentir escalofríos sin saber por qué. Un hormigueo me había invadido el cuello y comencé a sudar incontrolablemente. Mi incomodidad fue notada por varios visitantes, que inmediatamente se acercaron, como si mis feromonas los hubieran llamado. Tuve que ponerme a trabajar inmediatamente y dar explicaciones, tipos de aviones y rutas. Él se acercó y me miró a los ojos. Comencé a tartamudear y a decir palabras sin sentido, mis mejillas estaban coloradas y necesitaba aire desesperadamente. Dado que no podía dejar mi puesto, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano y recordar mis días en Nevis castigada sin lograr correrme por 72 horas para lograr controlarme.
A las dos en punto, se había acabado todo. Cada foto, folleto, tríptico y tarjeta, y casi hasta mi traje de azafata, el cual cae fácilmente, habían sido retirados. Llegué a mi cuarto y abrí la maleta para sacar un traje de baño tan conservador como pudiera. Me puse un vestido de playa y unas sandalias junto con un sombrero y bajé a la sala de cómputo para escribirle a mi familia y tratar de poner los pies sobre la tierra. Revisando mi email, encontré uno con fecha reciente por parte de la aerolínea, el cual contenía el contrato. Lo abrí de inmediato. Muchas de las cláusulas habían sido leídas durante mi primer vuelo y los primeros días. Pero encontré una que en ese momento me hizo sentir muy incómoda:
– "Bajo ninguna circunstancia está permitido el sostener relaciones sexuales de cualquier tipo con personal no autorizado. Cualquier acto que pueda transgredir el pacto de confianza y exponer a nuestros clientes a una infección o enfermedad implicará la disolución inmediata de este contrato y la esclava será abandonada sin hospedaje, dinero y sin pasaporte en cualquier localidad en la que se encuentre."
A primera vista habría sonado lógico, pero mi mirada se perdió en mis pensamientos y encontró la suya. Estaba en severos problemas, tenía que salir de Bermuda y regresar a Nevis de inmediato. Otra cláusula más:
-"Correrse sólo está permitido por un superior. Queda prohibido tocarse o masturbarse o correrse sin permiso en cualquier momento. Nuestro personal capacitado puede notarlo . Cada corrida sin permiso acarreará castigos más severos y más días secos".
Estaba atrapada, no tenía escapatoria. La opción de irme derecho a mi recámara y ver películas infantiles parecía mi única salida. Pero al llegar, mi llave no abría. La programación no estaba hecha correctamente y tomaría el resto del día componerla.
Me dirigí a la piscina y me dispuse a nadar un rato y dejar que la energía que me comenzaba a consumir se disuadiera. Pero él estaba ahí. No podía dejar de mirar. Él seguía ahí y no me quitaba los ojos de encima. Salí de prisa y me dirigí al bar. Él llegó con un par de piñas coladas.
-"Por qué me huyes?"
-No huyo de ti, simplemente me dio sed.
-Aquí está tu bebida. Vas ahora a decirme tu nombre?
-Cecilia. Contesté. Hacía mucho que no escuchaba decirlo a nadie. Había sido Amelia por los pasados diez días. Era como si la puta en mí fuera una persona diferente. El mundo real se veía extraño.
-Yo soy Lucas. Te sientes incómoda?
(si supiera cómo me siento, incómoda se queda corto)
-No.
Así que trabajas para uno de estos magnates, siempre tenemos convenciones por acá, pero pocas veces una mirada me saca de concentración.
-No sabía que me hubieras notado.
-La noté de espaldas, me partió por la mitad. Pero antes de precipitarme, prefiero simplemente pasar el día conversando. Hamilton es una ciudad muy pequeña y los turistas vienen por un par de días y se van. Me hace falta tener tardes de vino, relatos escolares y libros desconocidos.
-Repites el mismo sermón cada semana?
-Sólo con edecanes vestidas de rosa y mirada intrigante.
Por qué me dejé llevar, no lo sé. Fuimos a la biblioteca local, caminamos por toda la isla, comimos helado y logré hablar de mi trabajo como edecán sin mencionar el verdadero empleo que tenía en ese momento. Vimos al sol descansar en el horizonte y regresamos al hotel. Los días de citas perfectas habían regresado por un momento.
A las 10 de la noche regresamos al hotel después de una magnífica cena con mariscos. Me preguntó si me acompañaba a mi habitación, lo cual era muy riesgoso, pero mi corazón latía tan rápido y mi mente estaba tan adormecida, que decidí poner una alarma y deshacerme de él 15 minutos antes de las 11.
Entramos y sin pensar mucho me miró. Las piernas me empezaron a temblar. Se acercó a mi oído y me dijo que había cruzado la barrera, que sería suya. Mi vagina chorreaba como fuente. Las piernas ya no me podían sostener. Sus manos en mi espalda descendieron a mis glúteos, luego se metieron debajo de mi vestido y de un jalón rompieron mi braga. Sintió mi concha pulsante y empapada. Jaló una silla y me sentó en ella. Abrió mis piernas y con ellas todo mi ser. Yo comencé a aterrorizarme. No quería pensar. Faltaba una hora para que mis amos regresaran y yo no había logrado controlarme. Iba a ser humillada y abandonada y no podía hacer nada por detenerlo.
Cuando me convertí en puta me dominaron con la amenaza de abandonarme y permití ser penetrada y humillada. Ahora estaba permitiendo ser humillada y abandonada con tal de que me penetraran. No dejaba de ver la puerta de la habitación contigua. Mi respiración se agitaba. Lucas seguía vestido. No tenía prisa. Subía y bajaba sus manos de mis piernas. Tomó mis manos y las ató a la silla.
Me miró de nuevo, volví a temblar. Mis piernas estaban abiertas para él, el reloj me recordaba cada segundo que mi vida estaba apunto de irse por la borda y yo estaba atada de manos. Nada que pudiera hacer, ninguna de mis artimañas funcionaba para acelerar el proceso. Había aprendido la sumisión tan bien, que simplemente estaba paralizada, permitiendo que un desconocido se llevara mi honra, mi trabajo, mis medios para regresar y al mismo tiempo me devolviera mi dignidad. Si tan sólo me vendara los ojos y no viera la puerta abrirse.
Pero no lo hizo, me pidió que los mantuviera bien abiertos. Tomó un pañuelo de seda y lo pasó por mis brazos atados. mis pechos erectos casi traspasaban mi vestido, mis piernas mostraban mi concha sedienta a cualquiera que entrara.
Finalmente Lucas sacó su polla enorme. Comenzó a jugar con ella y a pasearla por mis piernas. Volteó y me sonrió. Te voy a penetrar dijo, porque eres mía y porque me lo permites. Porque tiemblas al verme. Porque tu corazón late por mi polla, porque con ello, tu vida me pertenece completa, porque nadie más podrá dominarte como lo hago yo.
Accedí. Mi vida estaba por terminar. Llegaría tarde con mis amos y eso sería el fin de mi vida como puta. Justo en el momento en el que estaba Lucas por entrar, se retiró un momento y la puerta se abrió.
Mi amo me encontró con las piernas abiertas, las manos atadas, la mirada ardiente, el corazón paralizado.
-Buen trabajo Lucas, estás contratado.
En ese momento casi me desmayo. Mi amo embistió mi cuerpo con todo lo que tenía, yo no me podía mover. Mis manos atadas y mi cuerpo cabizbajo. Cuando mi amo me permitió correrme, empecé a llorar. Entonces Lucas me desató y me tomó en sus brazos, dándome un largo beso. Las lágrimas seguían rodando. Me colocó sobre la cama y mi amo le dio unas tijeras. Cortó el vestido por la mitad, descubriendo mis senos. Comenzó a acariciarlos y morderlos. Mis lágrimas no paraban. Tomó mis manos y me ató a la cama. Me vendó los ojos y me habló al oído.
-"Eres mía, piensa en mis ojos mirándote y desnudándote en tu traje rosa".
Los latigazos comenzaron. Mi mente divagaba. Nunca habían sido tantos. El dolor me consumía por dentro y por fuera. Cuando acabó había dejado una L bien marcada en mi vientre. Se trepó en mí y me embistió. Dolió, dolió mucho. Mi mundo se había terminado. Mi amo observaba mientras su esposa se tragaba su pija. Lo percibía aun con los ojos vendados.
Me desató. Me puso un collarín en el cuello y lo ató a una cadena. Me vistió con un traje de cuero que cubría mi vientre y dejaba mis pechos erectos al descubierto. Me puso un par de botas de tacón alto y ató mi pelo.
-Amelia, vamos a salir a pasear. Mantén la cabeza en alto y saluda a todos los caballeros que pasen. Has demostrado falta de control al abrir tus piernas con un extraño y debes pagar las consecuencias.
Salimos del cuarto. Paseamos por el lobby del hotel, la piscina, la playa. Hombres se detenían y saludaban. Yo respondía el saludo. Salimos a las calles de Hamilton. Los tacones eran demasiado altos y el dolor en los pies era insoportable. Un policía nos vio. Multó a Lucas y el pago fue penetrarme en vía pública.
Llegamos de regreso a mi recámara. Me volvió a mirar. Eres mía. Eres débil y eres puta. Duerme en tormento. Me penetró un dildo de bolas en el ano y me dejó dormir. No sabía más quién era yo. Lucas se había apoderado de mis dos identidades.
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