amo impaciente doncella sumisa capitulo I
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por DomPeri.
Al mirarla desde detrás de la puerta del cuarto de baño, le conmueve su diáfana determinación, su entusiasmo sin complicaciones, su natural confianza en sí misma.
Francamente, ¿qué mas quiere de ella?.
Que importa si ha vuelto a olvidar el periódico, o si lleva un poco suelta la hebilla del zapato, o la cinta del delantal ligeramente torcida, o que en su euforia por poco no rompe las puertas de cristal (y tarde o temprano lo hará), lo que es maravilloso es cómo se aviva su ánimo al entrar, la luz que parece amanecer en su rostro al abrir el cuarto, el modo como hace que la agobiante rutina de una doncella parezca una súbita invención de amor.
¡Mirad cómo sacude las mantas y quita las sábanas, como si, con excitación pueril, estuviese desenvolviendo un regalo! ¡Como al mullir las almohadas parece casi les esté dando vida! Ella lo llama: “¡hacer la voluntad del señor con todo corazón!” “mi dios y mi rey, que pueda en todas las cosas veros”, anta ella, “y lo que hago ofreceros como si para vos fuera” La envidia: ¡ojalá el lo tuviera tan fácil! Toda vida es un servicio, lo sabe. Vivir en el pleno sentido de la palabra no es simplemente existir, sino renovarse, darse: a una causa elevada, a otros, a algún fin social, mas allá de la caparazón del ego.
Pero él, que no tiene superiores, debe dedicarse a las abstracciones, mientras que ella, al no necesitar a ningún otro, lo tiene a él. Le gustaría explicárselo a ella mitigar el dolor de su rutina, de su castigo –lo que el llama sus intervenciones disciplinarias- pero sabe que es él, no ella, quien permanentemente necesita tales explicaciones.
Se examina en el espejo del cuarto de baño. Si sólo pudiese comprender de algún modo lo difícil que es para mí, piensa, mientras sale para recibir el saludo de ella: “Buenos días, señor” “Buenos días”, contesta seco, echando un vitazo a la habitación. Se propone alentarla un poco, premiar su celo con elogios o gratitud o por lo menos con una sonrisa a tono con la de ella, pero en lugar de eso se ve arrojando las toallas sucias a sus pies y diciéndole bruscamente:
“¡Estas toallas están húmedas. Encárgate de reemplazarlas!” “¡Además las cintas del delantal están mal atadas!” “Señor.” Se dirige a grandes pasos a la cama y la deshace. “¿No es hora de cambiar estas sabanas?” “¡Pero, señor, si acabo de poner…” “¿Cómo? ¿CÓMO…?”, ruge. “¿Contestando cuando se te reprende? ¿Has olvidado todo lo que te he enseñado?” “¡Lo.. lo siento, señor!” “Nunca contestes cuando tu amo ha creído oportuno reprenderte, ¿salvo…?” “Salvo si es para reconocer mi culpa, señor, y que siento haberla cometido, y que en lo venidero prometo enmendarme y… y…” “¿Estoy siendo injusto?”, insiste él, desabrochándose el cinturón, “No, señor”, dice ella, mirando al suelo, los hombros temblorosos, los brazos apretados a los costados.
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