Ari: Prisionero de Mi Piel IV
Como todos los domingos, salí con mi madre a comprar víveres. Caminábamos juntas como si fuéramos dos mujeres, madre e hija —bueno, ella no sospecha nada—. Y ahí estaba él..
La historia sigue…
Como todos los domingos, salí con mi madre a comprar víveres. Caminábamos juntas como si fuéramos dos mujeres, madre e hija —bueno, ella no sospecha nada—. Y ahí estaba él.
Apoyado en un poste, con los brazos cruzados, observándome como si yo fuera suya.
—Buenas tardes, señora —saludó con voz grave y una sonrisa falsa.
—Buenas tardes, joven —respondió mi madre, sin sospechar nada.
Yo apreté el brazo de mamá, tratando de pasar rápido, pero Jordan me lanzó un murmullo que solo yo escuché:
—Te ves preciosa así, toda tímida al lado de mami.
Mi corazón dio un salto. Bajé la cabeza y aceleré el paso, pero sentí su mirada clavada en mí trasero hasta que doblamos la esquina.
Otro día iba con Camila, mi mejor amiga a comprar unas bebidas. Ella hablaba y reía animada de la universidad, ajena a mi tormento. De pronto, la voz que más temía y, al mismo tiempo, más esperaba, retumbó en la calle.
—¡Princesa! —gritó Jordan desde la otra acera.
Camila volteó, sorprendida.
Me paralicé. Mi rostro se encendió de inmediato.
—¿Quién es ese? —preguntó Camila, volteando hacia la acera de enfrente.
Yo me puse rojo, tan rojo que Camila lo notó.
Era Jordan, recargado en un poste, mirándome como si me desvistiera con los ojos. Mi corazón se desbocó.
—N-no sé… —balbuceé, evitando su mirada.
Jordan cruzó la calle con pasos seguros, esa sonrisa insolente pintada en su rostro.
—Hola, muñeca ——me dijo sin pudor, ignorando por completo a Camila.
—¿Perdón? —le reclamó, indignada—. ¿muñeca a mí? ¿Quién te crees para hablarme así?
Camila pensando que lo de muñeca era para ella, sin sospechar que Jordan se estaba refiriendo a mí.
—saltó Camila, poniéndose seria—. ¿Por qué me hablas así? —¿qué te pasa? Acaso me conoces…
—C-Camila, no le hagas caso… vámonos…
Jordan rió suavemente y alzó las manos en señal de “tranquilidad”.
—Relájate, solo estoy bromeando. Ari y yo somos buenos amigos.
Ella lo miró con desprecio y tiró de mi brazo—¿Lo conoces? Dijo Camila.
—S-si… yo… s-si… —balbuceé.
—Tu amigo es muy… especial. —Dijo Jordan.
Camila frunció el ceño.
—Sí, es especial porque no se mete con nadie. Y no creo que sean amigos así que déjalo en paz.
Yo quería desaparecer. Sentía que mi cara ardía, que mis labios temblaban.
Jordan se inclinó hacia mí, sin importarle la mirada de Camila, y susurró:
—No puedes esconderte, Ari. Yo sé lo que eres.
Mis rodillas flaquearon. Camila, confundida, me tomó del brazo.
—Ari, vámonos. Este tipo está loco.
Jordan me sostuvo la mirada, disfrutando de mi miedo.
—Nos vemos pronto Ari —dijo en tono burlón, con voz grave.
Camila me jaló para alejarnos, pero yo apenas podía caminar.
—¿Qué le pasa a ese idiota? —preguntó ella, indignada.
—Yo… yo no sé… —musité, la voz entrecortada.
—Ese tipo se le nota que es un vago. Seguro te molesta porque sabe que eres callado, y piensa que no puedes defenderte, Ari si ese tipo te vuelve a molestar avísame y le digo a mi tío que es policía.
(Camila siempre había sido dulce conmigo, me trataba como a un hermano, sin sospechar jamás la tormenta que yo llevaba por dentro.)
Asentí débilmente, fingiendo que tenía razón. Pero dentro de mí, sabía la verdad: Jordan no me molestaba por ser débil… sino porque ya me había atrapado.
Esa noche, mientras me arreglaba en mi habitación, escuché un silbido desde afuera. Me asomé un instante… y ahí estaba, en la vereda, con los brazos en alto, como si celebrara haberme atrapado en su juego.
—¡Ahí estás, princesa! —dijo en voz baja, pero firme, suficiente para que solo yo lo escuchara.
Cerré la cortina de golpe, con el corazón en la garganta.
—No puede ser… —susurré para mí misma, llevándome las manos al rostro.
Me sentía perseguida, vigilada, como si él pudiera atravesar mis muros en cualquier momento, pero me sentía empoderada por haberle cerrado la cortina de golpe, ese acto me hizo sentir seguro y que ya le podía hacer frente, pero todo fue una ilusión.
Apenas unos días después. Yo había salido solo a la tienda. Caminaba lento, mirando el celular, cuando sentí su sombra cubriéndome.
—Ya basta, Jordan… —dije en un hilo de voz pero fuerte, sin detenerme.
Él me tomó suavemente del brazo, sin violencia, pero con una firmeza que me paralizó.
Y mis miedos, dudas e inseguridades que pensé que las había superado regresaron de golpe y multiplicadas por mil.
—No, princesa… no basta. —Su tono sonaba como una sentencia—. ¿Sabes por qué? Porque cada vez que tiembla tu voz, cada vez que bajas la mirada, me das más razones para no dejarte.
—Yo… yo no puedo… no soy como tú crees… —mis ojos se llenaron de lágrimas.
Jordan me levantó el mentón con un dedo, obligándome a mirarlo.
—Claro que lo eres. Y aunque llores, aunque supliques, ya no puedes escapar de mí.
Negué con la cabeza, el pecho oprimiéndome, los labios temblorosos.
—No… no digas eso…
Él sonrió, inclinado sobre mí, su voz grave resonando en mi oído:
—Tú eres mía, Ari. Tarde o temprano vas a aceptarlo. Y ese día, vas a suplicar… no que me detenga, sino que nunca te deje.
Yo quedé muda, con el alma hecha pedazos, atrapada entre el miedo y esa vergüenza ardiente que me carcomía. Sentí que ya no podía escapar, que sus palabras se habían convertido en cadenas invisibles que me ataban a él.



(5 votos)
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!