• Registrate
  • Entrar
ATENCION: Contenido para adultos (+18), si eres menor de edad abandona este sitio.
Sexo Sin Tabues 3.0
  • Inicio
  • Relatos Eróticos
    • Publicar un relato erótico
    • Últimos relatos
    • Categorías de relatos eróticos
    • Buscar relatos
    • Relatos mas leidos
    • Relatos mas votados
    • Relatos favoritos
    • Mis relatos
    • Cómo escribir un relato erótico
  • Menú Menú
1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (3 votos)
Cargando...
Dominación Mujeres, Heterosexual, Infidelidad

Aylen, una puta en CFE

Este relato puede ser cierto, puede ser ficción, puede ser una mezcla de ambos, tu decides. Aylen, una esposa caliente que no consigue trabajo en CFE, pero si una buena cogida. .

El sol pega duro en la Ciudad de México, y aquí estoy, parada frente a las oficinas de CFE, con el sudor resbalándome por la nuca y el ruido de los carros y los puestos de garnachas llenándome los oídos. Llevo semanas viniendo a este lugar, como un montón de pobres diablos que se amontonan con sus folders llenos de copias, todos soñando con que les den un hueso en esta empresa del gobierno. Yo, la verdad, no estoy tan desesperada por el trabajo. Mi marido puede mantenerme muy bien, sin problemas, pero yo quiero mi propio dinero.

Hoy traigo unos jeans negros que me abrazan el culo como si fueran una caricia. Mis nalgas, mi orgullo, redondas, duras, en forma de durazno no pasan desapercibidas. Siento las miradas de todos. El tirante de mi microtanguita roja asoma por la cintura, un detalle que sé que vuelve locos a los que se atreven a mirar. Arriba, una blusa negra ajustada, con un escote que deja poco a la imaginación, marcando mis tetas blanquitas, copa B, redonditas, con los pezoncitos rosados que se adivinan bajo la tela porque no traigo bra. Mi cabello castaño, lacio, me cae a media espalda, moviéndose con cada paso. Mis ojos miel brillan con esa chispa de zorra que no puedo apagar, y mis labios carnosos en forma de corazón están pintados de un rosa discreto pero coqueto. Mis blancos y el tatuajito de una rosa en mi tobillo izquierdo le dan el toque final a mi look de “esposita perfecta que en realidad es una puta”.

Me recargo en una pared, cruzo los brazos para que mis tetas se levanten un poquito más, y echo un ojo a la bola de gente que espera igual que yo. Ahí está Claudio, un tipo que conocí hace unas semanas. Tiene 38 años, es alto, moreno, con una vibra de cabrón que sabe lo que quiere. Está casado, como yo, pero eso no nos frena. Al contrario, el wey se la pasa poniendo los cuernos a su vieja, una pendeja que no tiene ni idea de lo que su hombre anda haciendo. Claudio y yo empezamos hablando pendejadas, pero poco a poco la cosa se ha ido calentando. Me encanta cómo me mira, como si quisiera arrancarme los jeans y comerme viva. Y yo, pues, no me hago la difícil. “Mis nalgas, mis reglas”, pienso, mientras le sostengo la mirada y me paso la lengua por los labios.

Al principio, Claudio y yo nomás platicábamos cosas sin chiste: que si el calor está del carajo, que si las filas en CFE son una mierda, que si los tacos de la esquina están buenos o no. Pero luego, el cabrón empezó a soltar comentarios más picantes. Una vez, mientras me miraba el culo sin disimulo, me dijo: “Órale, Aylen, con esos jeans parece que traes el paraíso entre las piernas”. Yo me reí, le guiñé un ojo y le solté: “Ay, Claudio, si supieras lo que hay debajo, te da un infarto”. Desde ahí, la cosa se puso más caliente, y empezamos a mandarnos mensajes por WhatsApp que fueron subiendo de tono día tras día. Aquí te va un recuento de cómo se fue armando el desmadre:

Día 1

Claudio (9:45 AM): Qué buena onda verte hoy, Aylen. Esa blusa te queda de poca, ¿eh? 😎

Aylen (9:50 AM): Jaja, gracias, Claudi. Me gusta ponerme chula pa’ que no se duerman en la fila. ¿Y tú, siempre tan galán o nomás conmigo? 😉

Claudio (9:55 AM): Contigo no hay de otra, traes un imán en ese culo que no me deja pensar.

Aylen (10:00 AM): Cuidado, Claudio, que mirar es gratis, pero tocar te puede salir caro. 😈

Día 2

Claudio (10:10 AM): ¿Ya llegaste a CFE? Porque sin ti esto está bien pinche aburrido.

Aylen (10:15 AM): Ya estoy llegando, tranquilo. ¿Qué, ya te urge verme el culo o qué onda? 😜

Claudio (10:20 AM): Chingado, Aylen, no me digas eso que me pones en aprietos. Ese culo en esos jeans es un delito.

Aylen (10:25 AM): Jaja, delito sería no enseñarlo. Pero no te emociones tanto, que mi marido también dice que es un pecado. 😏

Día 3

Claudio (11:15 AM): Oye, ¿y tu marido no se pone celoso de que andes por ahí luciendo ese cuerpo?

Aylen (11:20 AM): ¿Celoso? Jaja, ese cabrón se pone cachondo cuando le cuento cómo me miran los vatos. Le encanta que sea una zorra. 😈

Claudio (11:25 AM): Pinche suerte la de ese wey. Mi vieja es una aburrida, no le entra a nada de eso.

Aylen (11:30 AM): Pobrecita, no sabe lo que se pierde. Si quieres, yo te enseño cómo se pone bueno el asunto, mijo. 😘

Día 4

Claudio (8:50 AM): Anoche soñé contigo, Aylen. No te digo de qué iba porque me mandas a la mierda. 😳

Aylen (8:55 AM): Jaja, ¿tan cachondo estuvo el sueño? Cuéntame, que no me espanto fácil. 😈

Claudio (9:00 AM): Digamos que te traía sin esos jeans… y sin nada debajo. ¿Qué tan cerca estoy de la realidad?

Aylen (9:05 AM): Mmm, no vas mal, pero mi tanguita roja no te la presto tan fácil, cabrón. Ven y quítamela tú. 😜

Día 5

Claudio (9:20 AM): Hoy traes una falda que me está matando, Aylen. ¿Cómo le haces pa’ verte tan pinche rica?

Aylen (9:25 AM): Fácil, mijo: tanguita chiquita, culo grande y ganas de coger. ¿Y tú, qué traes pa’ ofrecerme? 😏

Claudio (9:30 AM): Si te digo lo que traigo en los pantalones, Aylen, te juro que no sales caminando de aquí. 😈

Aylen (9:35 AM): Jaja, ¿tanta confianza traes, cabrón? Mi puchita no se asusta con amenazas, a ver si esa verga tuya cumple lo que promete. 😘

El sol sigue pegando duro en la explanada de CFE, y el sudor me resbala por la espalda, pegándome la blusa negra al cuerpo. Mis tetas, libres sin bra, se sienten sensibles con el roce de la tela, y mis pezoncitos rosados están duros, marcándose como si quisieran salirse. Me encanta esa sensación, saber que cada paso que doy hace que mis nalgas reboten en los jeans, con el tirante de mi microtanguita roja asomando como un secreto que no me esfuerzo en ocultar. Estoy parada en la fila, con mi folder en la mano, pero la neta, mi cabeza no está en el trabajo. Está en Claudio, que está a unos metros, mirándome con esa cara de lujuria que me prende la pucha.

Hoy lo noto diferente. Trae unos pantalones de vestir grises que le quedan bien, pero lo que me llama la atención es el bulto que se le marca en la entrepierna. ¡Puta madre, la verga de ese cabrón está parada! Se ve grande, gruesa, apretada contra la tela, y no puedo evitar morderme el labio. Mi puchita se humedece al instante, y siento cómo la tanguita se me pega a los labios rosados, que ya están hinchados de puro deseo. Me acerco a él con mi caminadita de zorra, moviendo las caderas pa’ que no pueda quitarme los ojos de encima, y le suelto, sin rodeos: “Órale, Claudio, ¿qué pedo con esa verga parada? ¿Te traigo tan cachondo que no puedes ni disimular?”

Claudio se ríe, pero esa risa nerviosa no me engaña. Sus ojos oscuros me recorren de arriba abajo, deteniéndose en el tirante de mi microtanguita roja que asoma por la cintura de mis jeans negros. El bulto en sus pantalones parece gritar por atención, y mi puchita rosita, ya empapada, late con ganas de verlo en acción. “¿Qué, Aylen? ¿Te gusta lo que ves o nomás estás curioseando?”, me suelta, tratando de hacerse el alfa, pero su voz tiembla un poquito. Me acerco más, hasta que mi cuerpo casi roza el suyo, y dejo que mis tetas, libres bajo la blusa negra, se aprieten contra su pecho. “Mira, cabrón, me tienes la papaya toda mojada con ese tolete que traes ahí. ¿Qué pedo? ¿Es por mí o qué?”, le digo, con una sonrisa de zorra que sé que lo desarma.

Claudio traga saliva, y su mirada baja a mis labios carnosos, pintados de rosa, antes de volver a mis ojos miel. “Puta madre, Aylen, ¿cómo no voy a estar así si traes ese culo que parece que lo sacaron de un sueño? Esos jeans, esa tanguita… me estás matando”, confiesa, y su voz se pone más grave, como si estuviera a punto de perder el control. Me río bajito, sintiendo cómo mi pucha se aprieta solo de imaginar lo que ese cabrón podría hacerme. “¿Quieres saber un secreto?”, le susurro, acercándome tanto que mi aliento le roza la oreja. “Mi marido me da carta libre pa’ coger con quien quiera, pero le tengo que contar todo. Y ahorita, lo único que quiero es que me lleves a un lugar donde podamos coger como se nos de la gana”.

Sus ojos se abren como platos, y juro que veo cómo su verga da un brinco bajo los pantalones. “¿Estás hablando en serio?”, pregunta, como si no pudiera creer su suerte. Yo solo asiento, mordiéndome el labio, y le digo: “Pero aquí hay demasiados pendejos que conocen a mi viejo. Vamos a un lugar más privado, Claudio, y a ver si ese tolete tuyo es tan cabrón como parece”. No le doy tiempo de pensarlo mucho. Lo agarro de la mano y lo jalo hacia la calle, ignorando las miradas de los demás en la fila. Sé que algunos saben quién es mi marido, y la idea de que hablen de mí como la puta que soy me prende aún más. “Mis nalgas, mis reglas”, pienso, mientras caminamos rápido hacia un motel que está a unas calles de CFE.

El motel es uno de esos lugares de mala muerte, con luces neón parpadeando y un olor a desinfectante barato que se mezcla con el tufo a sexo de las habitaciones. Pagamos la tarifa en la recepción, y apenas entramos a la habitación, Claudio me empuja contra la puerta, cerrándola de un portazo. Sus manos van directo a mi cintura, y su boca se estrella contra la mía en un beso hambriento, desesperado, como si quisiera comerme entera. Nuestras lenguas se enredan, y el sabor de su saliva, ligeramente salada, me hace gemir bajito. Mis manos se deslizan por su pecho, bajando hasta el bulto de su verga, que siento dura y caliente bajo la tela. “Puta madre, Claudio, sí que traes un toletazo”, le digo, rompiendo el beso y mirándolo con ojos de perra en celo.

“Chingada madre, Aylen, eres una pinche diosa”, gruñe, mientras sus manos suben por mi blusa, apretando mis tetas con fuerza. Mis pezoncitos rosados, sensibles como siempre, se endurecen más bajo sus dedos, y un calosfrío me recorre hasta la pucha. Me quita la blusa como desesperado, dejando mis tetitas al aire, mi papaya rosita, ya empapada, con los labios hinchados y el clítoris pequeño palpitando de ganas. Claudio se arrodilla frente a mí, y sin decir nada, me baja los jeans con un movimiento rápido, dejando mi culo al aire. “Mira nomás este culo… es una puta delicia”, murmura, mientras sus manos lo acarician, apretando mis nalgas duras como si quisiera marcarlas.

Me jala hacia la cama, un colchón viejo con sábanas que crujen, y me tira boca arriba. Sus manos separan mis muslos, y su cara se hunde entre mis piernas. “Órale, cabrón, ¿vas a comerme la pucha o qué?”, le digo, con la voz temblando de pura calentura. Él no responde, solo aparta la tanguita con un dedo y clava su lengua en mi papaya. El primer lametón me hace arquear la espalda, y un gemido de puta se me escapa. Su lengua recorre mis labios pequeños, chupando mi clítoris sensible, que late como loco bajo cada roce. “¡Puta madre, Claudio, chúpame más, cabrón!”, grito, mientras mis manos se enredan en su cabello, jalándolo contra mi pucha. El calor de su boca, la humedad de su lengua, y el roce de la tanguita contra mi piel me tienen al borde. Mi papaya está tan mojada que siento los jugos resbalándome por los muslos, y cuando Claudio mete un dedo dentro de mi vagina estrecha, apretando rico, no aguanto más. “¡Me vengo, cabrón, me vengo!”, aúllo, mientras un orgasmo me sacude, haciendo que mi cuerpo tiemble y mi pucha se contraiga, soltando más jugos que le empapan la cara.

Claudio se levanta, con la boca brillante de mis fluidos, y se quita la camisa y los pantalones como si le urgiera. Su verga, de 18 centímetros, gruesa, morena, con venas marcadas, sale disparada, dura como piedra. Me siento en la cama, con la tanguita todavía puesta, y me lanzo a mamarle el tolete. “Chingada Madre, Aylen, qué rica eres”, gime, mientras mi lengua recorre su verga, desde la base hasta la punta, saboreando el sabor salado de su piel. Chupo con ganas, metiéndomela hasta la garganta, sintiendo cómo me llena la boca. Mis labios carnosos se aprietan alrededor, y mis manos le acarician los huevos, pesados y calientes. “Dame tu leche, cabrón, quiero tragármela toda”, le digo, mirándolo con ojos de zorra mientras sigo chupando. Claudio gruñe, sus manos en mi cabeza, y de repente siento el chorro caliente de su semen llenándome la boca, caliente, espeso, con un sabor salado que me hace gemir de puro morbo. Trago cada gota, relamiéndome los labios carnosos, pintados de rosa, mientras lo miro con ojos de perra en celo. “Puta madre, Claudio, qué rica leche me diste”, le digo, con la voz ronca, limpiándome una gotita que me escurre por la barbilla. Él está parado frente a mí, jadeando, con la verga todavía dura, brillando por mi saliva y los restos de su corrida. Sus ojos oscuros están encendidos, como si no pudiera creer lo que acaba de pasar. “Carajo, Aylen, eres una maldita diosa”, gruñe, y su voz tiembla de pura calentura.

Me levanto de la cama, con mi microtanguita roja todavía puesta, pegada a mi puchita rosita que está empapada, con los labios hinchados y el clítoris palpitando de ganas. “¿Eso crees, cabrón? Pues esto apenas empieza”, le digo, mientras me acerco al buró de madera vieja que hay en la habitación. Me subo de un brinco, sentándome con las piernas abiertas, dejando que la tanguita apenas cubra mi papaya. “Ven, Claudio, cógeme como se debe. Quiero esa verga gorda dentro de mí”, le ordeno, con esa autoridad que me sale natural. “Mis nalgas, mis reglas”, pienso, mientras lo veo acercarse, con la verga dura como piedra, lista para darme lo que quiero.

Claudio no se hace de rogar. Se pone entre mis piernas, y sus manos grandes me agarran las nalgas, apretándolas con fuerza. “Pinche culo, Aylen, es el mejor que he visto en mi vida”, murmura, mientras desliza la tanguita a un lado, dejando mi pucha expuesta, rosita, mojada, lista para él. “¿Mejor que el de tu vieja?”, le pregunto, con una sonrisa de zorra, sabiendo que lo estoy picando. Él se ríe, con un brillo cabrón en los ojos. “Esa pendeja no tiene ni la mitad de lo que tú traes. Es una aburrida, no como tú, que eres una puta de verdad”. Sus palabras me prenden más, y siento cómo mi pucha se aprieta, deseando ser penetrada.

Sin decir más, Claudio alinea su verga de 18 centímetros con mi entrada y empuja, lento pero firme. “¡Puta madre!”, grito, mientras siento cómo me llena, estirando mi vagina estrecha con cada centímetro de su tolete moreno. La tanguita sigue puesta, rozándome los labios de la pucha, y el morbo de que me coja con ella puesta me tiene al borde. “¡Más, cabrón, dame más verga!”, gimo, como la puta que soy, mientras mis uñas se clavan en sus hombros. Él empieza a bombear, fuerte, rápido, con un ritmo que hace que mis tetas blanquitas reboten y mis pezoncitos rosados se froten contra su pecho. Cada embestida me arranca un gemido, y el sonido de su pelvis chocando contra mi culo llena la habitación. “¡Así, Claudio, cógeme como si fuera tuya, cabrón!”, le grito, perdida en el placer.

“Tu marido es un pinche suertudo, Aylen. ¿Sabe que te estás portando como una zorra ahorita?”, gruñe, mientras me clava la verga hasta el fondo, haciendo que mi pucha chupe su palo con cada movimiento. “¡Aún no, pero lo sabrá, cabrón! Le voy a contar cómo me llenaste la papaya, y me va a coger como loco”, le respondo, con la voz entrecortada por los gemidos. La idea de mi viejo cachondeándose con esto me prende aún más, y siento cómo mi pucha se aprieta alrededor de la verga de Claudio. “¡Me vengo, cabrón, me vengo!”, aúllo, mientras un orgasmo me sacude, haciendo que mis muslos tiemblen y mis jugos se desborden, empapando la tanguita y el buró. Claudio no aguanta más y, con un gruñido, se desleca dentro de mí, llenándome la pucha con chorros calientes de leche que siento resbalar por mis muslos.

Nos quedamos un momento jadeando, sudados, con su verga todavía dentro de mí. “Puta madre, Aylen, nunca había cogido así”, dice, mientras se sale lentamente, dejando que su semen me escurra por la pucha, manchando la tanguita roja. “Y eso que no has visto nada, mijo”, le digo, con una sonrisa pícara, mientras me bajo del buró, sintiendo cómo la leche se desliza por mi piel.

Nos tiramos en la cama un rato, con el olor a sexo llenando la habitación. Mi tanguita está empapada, pegada a mi pucha, y el semen de Claudio me chorrea lentamente, dejando un rastro caliente entre mis piernas. Pero yo no estoy satisfecha, no con una zorra como yo. Me acerco a él, que está recostado, con la verga todavía medio dura, y me pongo a mamarle el palo otra vez. “Vamos, cabrón, ponla dura otra vez pa’ mí”, le digo, mientras mi lengua recorre su verga, saboreando la mezcla de su leche y mis jugos.

La verga de Claudio vuelve a estar dura como piedra, brillando con mi saliva mientras la chupo con ganas, saboreando el gusto salado de su piel mezclado con el dulzor de mis propios jugos. Mi lengua recorre las venas marcadas de su palo, desde la base hasta la punta, donde me detengo a chupar con fuerza, haciendo que él suelte un gruñido profundo que me prende la pucha aún más. “Puta madre, Aylen, eres una maldita experta en esto”, gime, con las manos enredadas en mi cabello castaño, jalándome suave pero firme contra su verga. Yo levanto la mirada, con mis ojos miel brillando de puro morbo, y le digo, con la voz ronca de tanto chupar: “Esto no es nada, cabrón. Ahora ponme de perrito y rómpeme el culo como hombre”.

Me pongo de pie, con la microtanguita roja todavía pegada a mi pucha, empapada de semen y jugos, y me subo a la cama, poniéndome a cuatro patas. Mi culo, redondo, duro, en forma de durazno, queda en el aire, y el tirante de la tanguita se pierde entre mis nalgas, dejando mi ano rosadito a la vista. “Mira nomás este culo, Claudio. ¿No te mueres por metérmela?”, le digo, moviendo las caderas para provocarlo, sintiendo cómo mi pucha gotea de puro deseo. Él se pone detrás de mí, y sus manos grandes me agarran las nalgas, abriéndolas con fuerza. “Puta madre, Aylen, este culo es un pinche paraíso. Tu marido debe estar bien orgulloso de tener una zorra como tú”, gruñe, mientras escupe en su mano y frota la saliva en mi ano, preparándome para lo que viene.

“Mi viejo me coje imaginando y pensando en cómo me cogen otros, cabrón. Y ahorita, tú eres el que me va a hacer gritar”, le respondo, con la voz temblando de pura calentura. Siento la punta de su verga, gruesa y caliente, rozando mi ano, y un escalofrío me recorre la espalda. “Métela ya, Claudio, no me hagas esperar”, le ordeno, como la puta mandona que soy. Él no se hace del rogar. Empuja lento, y siento cómo mi culo se abre, estirándose alrededor de su palo de 18 centímetros. “¡No mames, qué rico, cabrón!”, gimo, mientras mi ano se aprieta, ajustándose a su grosor. El dolor inicial se mezcla con un placer sucio, intenso, que me hace arquear la espalda y clavar las uñas en las sábanas.

Claudio empieza a moverse, primero despacio, luego más rápido, bombeando mi culo con fuerza. Cada embestida me arranca un gemido de puta, y el sonido de su pelvis chocando contra mis nalgas llena la habitación. “¡Más duro, cabrón, rómpeme el culo!”, grito, perdida en el morbo. Mi pucha, todavía empapada, gotea sobre las sábanas, y la tanguita se frota contra mi clítoris, mandándome chispas de placer. “Tu vieja es una pendeja, Claudio. No sabe lo que se pierde por ser una aburrida de mierda”, le digo, entre gemidos, sabiendo que hablar de su esposa cornuda lo pone aún más cachondo. “Esa estúpida no tiene ni idea de lo que es una hembra de verdad. Tú eres otra cosa, Aylen, una puta de campeonato”, gruñe, mientras me clava la verga hasta el fondo, haciendo que mi culo tiemble con cada golpe.

Siento cómo mi ano se aprieta alrededor de su palo, y el placer es tan intenso que mi pucha se contrae sola, soltando más jugos. “¡Me vengo, cabrón, me vengo por el culo!”, aúllo, mientras un orgasmo me sacude, haciendo que mi cuerpo se estremezca y mis piernas tiemblen. Claudio no aguanta más, y con un rugido, se corre dentro de mi culo, llenándome con chorros calientes de leche que siento deslizarse por dentro, calientes, espesos, marcándome como suya. “Puta madre, Aylen, eres una maldita reina”, jadea, mientras se sale lentamente, dejando mi ano abierto, palpitando, con su semen escurriendo.

Nos desplomamos en la cama, sudados, jadeando, con el olor a sexo impregnado en la habitación. Mi tanguita roja está hecha un desastre, pegada a mi pucha y manchada de semen, jugos y sudor. Me paso una mano por el culo, sintiendo la leche de Claudio resbalándome por las nalgas, y me río bajito. “Esto le va a encantar a mi viejo cuando se lo cuente”, pienso, imaginando cómo se va a poner mi marido cuando le describa cada detalle. Claudio me mira, todavía con la respiración agitada, y me dice: “No mames, Aylen, nunca había cogido así. Eres una pinche loca”. Yo le guiño un ojo y le respondo: “Y tú no has visto nada, mijo. Esto es solo el comienzo”.

Nos vestimos, yo con mis jeans que me aprietan el culo y la blusa negra que deja ver mis pezoncitos rosados, duros como piedritas. Salimos del motel, con las piernas todavía temblándome un poco, y nos despedimos con una sonrisa cómplice. “Nos vemos mañana en CFE, cabrón”, le digo, mientras me alejo, sabiendo que los pendejos de la fila que conocen a mi marido van a estar hablando de lo puta que soy. Y eso, la neta, me encanta.

Esa noche, en casa, me meto a la ducha para sacarme el sudor, el semen y el olor a sexo que traigo pegado como un trofeo. El agua caliente me cae por la piel, resbalando por mis tetas blanquitas, mis pezoncitos rosados que todavía están sensibles, y mi culo, que sigue palpitando del cogidón que me metió Claudio. Me paso la mano por la pucha, todavía hinchada, y siento el roce de mi tanguita roja, que tiré al suelo junto con los jeans negros. Mientras el jabón me limpia, mi cabeza está en otro lado, imaginando la cara de mi marido cuando le cuente todo. Ese cabrón se pone como loco cuando le suelto los detalles de mis aventuras, y yo, como buena zorra, no pienso dejarle nada por fuera.

Salgo de la ducha, me envuelvo en una toalla que apenas me cubre las nalgas, y me miro en el espejo empañado. Mi cabello castaño, mojado, se pega a mi espalda, y mis ojos miel brillan con esa chispa de perra que nunca se apaga. Me pinto los labios de un rosa suave, porque sé que a mi viejo le encanta verme así, como si fuera una muñequita inocente que esconde una puta debajo. Me pongo una tanguita limpia, negra, de encaje, que se me pierde entre las nalgas, y una camisita de tirantes que deja mis tetas al aire, con los pezoncitos marcándose como siempre. “A ver cómo te pones con esto, cabrón”, pienso, mientras bajo a la sala donde mi marido está tirado en el sillón, viendo una pinche serie de Netflix.

Mi marido, es moreno, con barba recortada y una vibra de macho que sabe lo que tiene en casa. Cuando me ve bajar, con la toalla todavía húmeda en la mano y la camisita pegada a mis tetas, sus ojos se encienden. “¿Qué traes, Aylen? ¿Otra vez anduviste de zorra por ahí?”, me dice, con esa sonrisa de cabrón que me derrite. Me siento a su lado, cruzo las piernas pa’ que la tanguita asome un poquito, y le suelto: “Ay, mi amor, si supieras lo que me hicieron hoy, te la jalas aquí mismo”. Él se ríe, pero su mirada se pone intensa, y noto cómo sus jeans empiezan a apretarle la verga.

Me recargo en el sillón, dejando que la camisita se suba un poco más, y empiezo a contarle todo, con lujo de detalle, porque sé que eso lo pone al mil. “Fui a CFE otra vez. Estaba formada, con mis jeans negros, esos que me hacen el culo como de revista. Y ahí estaba Claudio, el vato que te conté, el de 38, casado, con una vieja que es una aburrida de mierda”. Mi marido levanta una ceja, y su mano ya está en mi muslo, acariciándome despacito. “Sigue, zorra, cuéntame qué hiciste con ese cabrón”, me dice, con la voz baja, como si ya estuviera imaginando el desmadre.

“Pues, mijo, el wey no podía quitarme los ojos de encima. Y yo, pues, le di show. Me recargué en la pared, con las tetas bien levantadas, y le dejé ver el tirante de mi tanguita roja. El pendejo se puso duro al instante, te juro que se le marcaba la verga en los pantalones como si quisiera salirse sola”. El gruñe, y su mano sube por mi muslo, rozando el encaje de mi tanguita. “Puta madre, Aylen, ¿y qué hiciste? No me dejes con las ganas”, dice, mientras sus dedos se cuelan bajo la tela, tocando mi pucha rosita, que ya está húmeda otra vez.

Le sigo contando, con la voz temblando de puro morbo. “Lo jalé a un motel. Uno de esos de mala muerte, con luces neón y sábanas que apestan a sexo. Apenas entramos, el cabrón me empujó contra la puerta y me besó como loco. Me arrancó la blusa, me bajó los jeans, y me comió la pucha como si estuviera hambriento. Su lengua en mi clítoris, mijo, me hizo venirme en dos minutos, gritando como puta”. Mi marido respira fuerte, y sus dedos ya están dentro de mi pucha, moviéndose lento, sintiendo lo mojada que estoy. “puta madre, Aylen, qué rica eres. Sigue, ¿qué más te hizo ese cabrón?”, pregunta, con los ojos brillando de calentura.

“Me puso en un buró, con la tanguita puesta, y me metió su verga, gruesa, morena, de 18 centímetros. Me llenó la pucha, mijo, y me cogía tan duro que mis tetas rebotaban como locas. Me vine otra vez, empapándole todo, y luego el cabrón se corrió dentro de mí, llenándome con su leche caliente”. Diego gime, y su verga ya está dura, marcándose en los jeans. “Puta madre, Aylen, eres una zorra de primera. ¿Y qué más? No me digas que paraste ahí”, dice, mientras me jala hacia él, sentándome en su regazo.

Siento su palo duro contra mi culo, y me muevo despacito, frotándome contra él. “No, mi amor, eso fue solo el principio. Luego me puse de perrito, y le pedí que me rompiera el culo. Me metió la verga en el ano, y me dio tan duro que grité como loca. Me vine por el culo, mijo, y él se corrió dentro, dejándome el culo lleno de su leche”.

Mi marido no aguanta más. Sus manos me agarran con fuerza por las caderas, clavándome los dedos en la carne de mis nalgas mientras me aprieta contra su regazo. Siento su verga, dura como fierro, empujando contra mis jeans, y el bulto me frota justo donde mi tanguita negra de encaje se pega a mi pucha, todavía mojada de tanto recordar lo que pasó con Claudio. “Puta madre, Aylen, eres una maldita perra”, gruñe, con los ojos oscuros encendidos de deseo, como si quisiera devorarme ahí mismo en el sillón. “¿Te cogieron el culo y te llenaron de leche? Carajo, eso me pone como loco”, dice, mientras su mano se cuela por debajo de mi camisita de tirantes, encontrando mis tetas blanquitas y apretándolas con ganas. Mis pezoncitos rosados, sensibles como siempre, se endurecen bajo sus dedos, y un gemido se me escapa, bajito, como un ronroneo de gata en celo.

“¿Quieres saber lo mejor, mi amor?”, le digo, moviéndome despacito en su regazo, frotando mi culo contra su palo para volverlo loco. “Cuando Claudio se corrió en mi culo, me dejó tan llena que todavía sentía su leche escurriendo cuando venía para acá. Y yo, pues, me puse a pensar en cómo te iba a contar todo para que me cojas como te gusta”. El respira fuerte, y su mano baja hasta mi tanguita, deslizando los dedos por el encaje hasta rozar mi pucha rosita, que late de puro morbo. “Eres una zorra sin remedio, Aylen. Sigue contándome, no pares”, me ordena, con la voz grave, mientras sus dedos se meten entre mis labios hinchados, sintiendo lo empapada que estoy.

Me río, con esa risa de perra que sé que lo desarma, y me inclino para susurrarle al oído, dejando que mi aliento caliente le roce la piel. “Después de que me rompió el culo, Diego, me volví a subir al buró del motel. Le dije que me comiera la pucha otra vez, y el cabrón no se hizo de rogar. Me lamió el clítoris hasta que me vine en su cara, gritando como loca, con la tanguita roja toda empapada de mis jugos y su semen. Y luego, mijo, me la metió otra vez, pero ahora en la pucha, bien duro, hasta que me dejó temblando y con la papaya chorreando”. El gime, y siento cómo su verga se tensa aún más bajo sus jeans, como si quisiera romper la tela. “Chingao, Aylen, no sé cómo no te rompen en pedazos con lo puta que eres”, dice, mientras me jala la camisita hacia arriba, dejándome las tetas al aire.

Me pongo de pie, con la tanguita negra pegada a mi pucha y el culo rebotando con cada movimiento. “Quítate los jeans, que esta zorra quiere ver lo que traes pa’ mí”, le digo, con una sonrisa pícara, mientras me arrodillo frente a él en la alfombra de la sala. Él no pierde tiempo. Se baja el cierre, y su verga, morena, gruesa, de 19 centímetros, salta libre, con la punta brillando de puro deseo. “Mira nomás este palo, mi amor. ¿Es por mí o por lo que te conté?”, le pregunto, mientras me paso la lengua por los labios carnosos, dejando que el rosa del labial brille bajo la luz de la lámpara.

“Por las dos cosas, zorra. Por ti y por lo puta que te portas con otros”, gruñe, mientras me agarra del cabello y me jala hacia su verga. Me la meto a la boca sin pensarlo, saboreando el gusto salado de su piel, con un toque de sudor que me hace gemir. Mi lengua recorre su palo, chupando desde la base hasta la punta, mientras mis manos le acarician los huevos, pesados y calientes. “Aylen, qué rica boca tienes”, gime mi marido, mientras empuja las caderas, metiéndome la verga hasta la garganta. Chupo con ganas, dejando que mi saliva la moje toda, y mis labios carnosos se aprietan alrededor, como si quisiera exprimirle hasta la última gota. “Dame tu leche, quiero tragármela como la puta que soy”, le digo, mirándolo con ojos de perra, mientras mi lengua juega con la punta de su verga.

Mi marido no aguanta mucho. Con un rugido, se viene en mi boca, llenándome con chorros calientes de semen que trago con gusto, relamiéndome los labios como si fuera el mejor postre del mundo. “Puta madre, Aylen, eres una maldita reina”, jadea, mientras me jala para sentarme otra vez en su regazo. Su verga, todavía medio dura, se frota contra mi tanguita, y siento cómo mi pucha se moja aún más, lista para más acción. “Esto no termina aquí, mi amor. Quiero que me cojas como Claudio, pero mejor, porque tú eres mi macho”, le digo, mientras me quito la tanguita y la tiro al suelo, dejando mi pucha rosita, hinchada y brillante, a la vista.

El no necesita que le diga dos veces. Me carga como si no pesara nada y me lleva a la recámara, tirándome en la cama con las piernas abiertas. “Voy a hacerte gritar más que ese cabrón, Aylen. Vas a ver quién es el que te coge como se debe”, gruñe, mientras se pone entre mis muslos y clava su verga en mi pucha de un solo empujón. “¡Ah, mi amor, sí, métemela toda!”, grito, mientras mi vagina estrecha se aprieta alrededor de su palo, chupándolo con cada embestida. El sonido de su pelvis chocando contra mi culo llena la habitación, y mis tetas rebotan con cada golpe, con los pezoncitos rosados duros como piedritas.

“Eres mía, zorra, aunque te cojas a medio mundo”, dice mi marido, mientras me coge con furia, como si quisiera marcarme. “¡Sí, mi amor, soy tu puta, cógeme más duro!”, le respondo, con la voz rota de tanto gemir. Mi pucha está tan mojada que los jugos me resbalan por los muslos, y cuando me mete un dedo en mi ano, todavía sensible por lo de Claudio, no aguanto más. “¡Me vengo, mi amor, me vengo!”, aúllo, mientras un orgasmo me sacude, haciendo que mi cuerpo tiemble y mi pucha se contraiga, exprimiendo su verga. Mi marido gruñe, y con un último empujón, se deslecha dentro de mí, llenándome la pucha con su leche caliente, que se mezcla con mis jugos y me chorrea por los muslos.

Nos quedamos tirados en la cama, sudados, jadeando, con el olor a sexo impregnado en las sábanas. Diego me acaricia el culo, todavía temblando, y me dice: “Eres una pinche loca, Aylen, pero por eso te amo”. Yo me río, acurrucándome contra él, y le susurro: “Y yo a ti, mi amor, por dejarme ser lo puta que me gusta”.

45 Lecturas/2 agosto, 2025/0 Comentarios/por A-relatora
Etiquetas: culo, madre, metro, orgasmo, puta, semen, sexo, vagina
Compartir esta entrada
  • Compartir en Facebook
  • Compartir en X
  • Share on X
  • Compartir en WhatsApp
  • Compartir por correo
Quizás te interese
Mis 2 hijos pt2.
o) ¿Decepcion?
LA ESCUELITA DE FÚTBOL. (4).
Descubrí a mi novio con un chico de 15
Cogida con el hermano de mi mejor amigo
Dante, el calenton
0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.

Buscar Relatos

Search Search

Categorías

  • Bisexual (1.146)
  • Dominación Hombres (3.510)
  • Dominación Mujeres (2.676)
  • Fantasías / Parodias (2.793)
  • Fetichismo (2.379)
  • Gays (20.903)
  • Heterosexual (7.448)
  • Incestos en Familia (16.857)
  • Infidelidad (4.156)
  • Intercambios / Trios (2.855)
  • Lesbiana (1.093)
  • Masturbacion Femenina (795)
  • Masturbacion Masculina (1.642)
  • Orgias (1.807)
  • Sado Bondage Hombre (417)
  • Sado Bondage Mujer (157)
  • Sexo con Madur@s (3.793)
  • Sexo Virtual (231)
  • Travestis / Transexuales (2.280)
  • Voyeur / Exhibicionismo (2.249)
  • Zoofilia Hombre (2.074)
  • Zoofilia Mujer (1.618)
© Copyright - Sexo Sin Tabues 3.0
  • Aviso Legal
  • Política de privacidad
  • Normas de la Comunidad
  • Contáctanos
Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba