Capítulo 1: Una esposa consentidora
Una madre soltera que me consiente en todo.
Capítulo 1: Una esposa consentidora
Cecy de 36 años, parecía sacada de un anuncio de jabón para bebés: piel blanca que se enrojecía con cualquier roce, 1,58 de estatura, tetas pequeñas pero perfectas, pezoncitos rosaditos que se marcaban bajo cualquier camiseta), cintura finita, caderas anchas de mujer que ya parió y unas nalgas duras, redondas, que subían y bajaban como dos melocotones cuando caminaba. Era la mamá dulce, la que hornea galletas los domingos, la que besa las rodillas raspadas, pero Nadie imaginaría lo que ocurría cuando se apagaban las luces.
Giselle, su hija de 9 añitos, era su opuesto delicioso: piel morenita brillante, flaquita pero con un culazo ya prominente (herencia de mamá), piernas largas, trencitas con moñitos y una coquetería natural que hacía que se contoneara sin darse cuenta. Le encantaba usar leggins ajustados, vestiditos cortitos y bailar frente al espejo imitando a las cantantes de TikTok.
Y luego estaba Fer.
23 años recién cumplidos, alto, tatuado, barba de tres días, el típico “chico malo” que volvió loca a Cecy en cuanto lo vio. Se conocieron en un antro, ella salió “de chicas” por primera vez en años y terminó con las piernas abiertas en el asiento trasero de su coche. Dos meses después Fer ya dormía en su cama todas las noches, aunque no estaban casados. Para Cecy él era su marido en todo menos en el papel: le planchaba las camisas, le hacía el desayuno, le dejaba follarla donde y cuando quisiera. Se sentía su esposa joven, su putita privada, su todo.
Pero Fer tenía 23 años… y una imaginación que no conocía límites.
Una noche, después de dejarla temblando y con el coño rojo de tanto usarlo, Fer se quedó dentro de ella, todavía duro, y le habló al oído mientras le apretaba los pezoncitos rosados:
—Cecy… imagínate que en vez de ti, ahora mismo estuviera Giselle aquí… su culito moreno rebotando encima de mí, sus trencitas volando, lloriqueando “papi” mientras la parto en dos…
Cecy se tensó entera, intentó empujarlo.
—¡Estás loco! ¡Es mi hija, Fer! ¡Tiene nueve años!
Él solo sonrió, le dio una nalgada que resonó en la habitación y siguió moviéndose dentro de ella, lento, torturador.
—Shhh… solo es una fantasía, mi reina. Tú misma dices que eres mi esposa y que harías cualquier cosa por mí…
Y empezó la seducción lenta, paciente, diabólica.
Al día siguiente le compró a Giselle leggins grises idénticos a los que usa Cecy para yoga.
Al otro, un bikini diminuto “para cuando vayamos a la playa”.
Cuando Giselle se probaba la ropa delante de ellos, Fer se mordía el labio y le susurraba a Cecy:
—Mira ese culito… parece hecho para mis manos.
Cecy lo regañaba, pero cada noche, cuando Fer la ponía en cuatro y la penetraba hasta el fondo, le describía escenas cada vez más detalladas:
—Imagínate que abres la puerta del cuarto y me ves lamiéndole el coñito a tu hija… ella te mira con esos ojitos y te dice “mami, ven, sabe rico”… tú te arrodillas a mi lado y le chupas los pezoncitos planos mientras yo la penetro despacito…
Cecy se tapaba los oídos, pero su coño se contraía alrededor de la polla de Fer como si quisiera tragársela.
Y llegaron los sueños… intensos, vívidos, imparables.
Primer sueño
Cecy entraba al baño y veía a Fer sentado en el borde de la bañera, Giselle desnudita encima de él, de espaldas, el culito moreno subiendo y bajando sobre la polla gruesa. La niña gemía “papi… más profundo” mientras Fer le agarraba las caderitas. Cuando Giselle vio a su mamá, sonrió y estiró los bracitos:
—Mami, ven… papi dice que tú también puedes montarte después.
Cecy se despertó con tres dedos metidos hasta el fondo, corriéndose tan fuerte que mojó la mano entera.
Segundo sueño
Estaban en la cocina. Giselle subida en la encimera, las piernitas morenas abiertas, Fer de rodillas comiéndosela con hambre. La niña tenía la cabecita echada hacia atrás, gimiendo “papi… me gusta cuando me chupas ahí”. Cecy se quedó paralizada en la puerta… y sintió que sus propios pezoncitos rosados se ponían duros como piedras. Fer levantó la vista, la boca brillante:
—Cecy, ven… prueba lo dulce que está tu hija.
Se despertó con el clítoris palpitando y la almohada empapada de lágrimas y deseo.
Tercer sueño (el que casi la rompe)
Estaban los tres en la cama grande. Cecy desnuda, de rodillas, mirando cómo Fer ponía a Giselle boca abajo, le abría el culito moreno y escupía antes de meterle la punta. La niña lloriqueaba al principio, pero después empujaba hacia atrás sola, diciendo “más, papi, rómpeme como a mami”. Fer miró a Cecy y le ordenó:
—Ven, esposa… métela la lengua en el culo mientras yo le abro el coñito.
Cecy se despertó corriéndose sin tocarse, un chorro caliente que le bajó por los muslos blanquitos hasta los tobillos.
Al día siguiente Fer la encontró llorando en la ducha. Entró, la abrazó por detrás y le metió dos dedos sin preguntar.
—¿Soñaste otra vez con ella, verdad? —susurró mientras la masturbaba lento—. Estás chorreando, Cecy… tu coño ya dijo que sí.
Ella intentó negarlo, pero terminó corriéndose contra la mano de él, gimiendo el nombre de Giselle entre sollozos.
Esa noche, cuando Fer volvió a penetrarla y empezó a hablarle de su hija, Cecy no se tapó los oídos.
Cerró los ojos, se mordió el labio… y por primera vez dejó que la imagen se quedara: su niña morenita abierta de piernas, Fer dentro de ella, y ella mirando… tocándose… disfrutando.
Cuando se corrió, fue tan fuerte que le temblaron las caderas anchas y gritó el nombre de Giselle contra la almohada.
Fer sonrió en la oscuridad, la polla todavía dentro de ella, y susurró:
—Pronto, mi esposa consentidora… muy pronto.


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