Capítulo 13: El Mayordomo se goza a Nina (Parte I)
El Jefe al fin le entregó la nena de 13 de sus sueños al enamoradizo, calentón, pijudo y sádico Mayordomo: un día para lo que él quiera y dos días para sesiones de sadismo. Todo para sacarle los últimos videos a vender, antes de venderla al Jeque árabe.
Me pertenecía por un día. Y por otros dos me la podría coger entre tortura y tortura. Mientras me la llevaba dormida (¡oh, Borges!) para la Habitación 3, pensaba hacerla gozar todo lo posible el primer día para compensar las torturas de los siguientes dos, para que comprendiera que las torturas no serían mi decisión. Ya tenía preparada la mazmorra. Sin ventanas, pero imitando de la manera más cursi la pieza de una niña, con muñecos, edredón, sábanas y moblario rosas.
Deposité a Nina, aún dentro de la bolsa de dormir, en la gran cama (donde, con otra decoración, ya había sido culeada por el amigo italiano del Jefe), abrí la bolsa y extraje a la nena. La deposité de nuevo en la cama. Respiraba profundamente. La olí, extasiado. Miré la conchita; había crecido mucho desde la primera noche que la vi: ya tenía la forma de una concha adulta, pero seguía teniendo el tamaño de una casi niña.
Le pasé un poco la lengua por el tajito, le di un besito en el capuchón del clítoris, y la vestí con una bombachita rosa de nena, un camisoncito rosa de nena y, tras peinarla bien, una vinchita rosa de puta infantil, más medias de red blancas. Estaba para recontra violarla.
Las drogas que le había encajado le provocarían (alargadas el tiempo que yo quisiese con nuevas dosis) un sueño largo y muy profundo, pero al mismo tiempo sensible a los pijazos. Quería cumplir la fantasía de robármela y violármela dormida, pero también quería que me sintiese. Un objetivo secundario de cogérmela dormida era amenguar el dolor, y el horror, de ser ensartada por mi verga de 21 centímetros. Ni siquiera la pija de Mandinga (hasta donde podía entrarle) era tan gruesa como la mía.
Temblando de deseo, la dejé abrigadita en la cama y me fui a dar una ducha rápida. Había tomado Gotexc hacía dos horas, pero sin él me hubiera bañado con la pija igual de parada. El olor de Nina me trastornaba; un embriagador aroma a niña hembra que ni siquiera las quinceañeras tenían.
Me sequé y luego me senté al lado de la cama a contemplarla durmiendo, pajeándome distraídamente y fumando la pipita de agua. Luego me acerqué a la cama, acerqué la pija a Nina y le refregué metódicamente el glande ya jugoso por toda la carita. Luego le pasé la lengua por el cuello; se retorció como una gatita. No pude resistirme a comerle de inmediato la boca; dormida, me respondía a los besos de lengua quedamente.
Le chupé y lamí minuciosamente el cuello y los hombritos, mientras le apretaba las tetitas bajo el camisón. Los pezones estaban erectos y se dejaban tironear. La nena empezó a retorcerse dormida. Le mordisqueé las tetitas largamente por sobre el camisón sin corpiño, manoseándola más abajo como el depravado que soy hasta meter mi mano izquierda en la bombachita rosa. Metí mi largo dedo anular en la ranura y la pajeé lenta y laboriosamente con el dedo dentro de su conchita, mientras presionaba y frotaba el clítoris con la palma de mi mano.
Ya la nena ladeaba la cara, gemía y corcoveaba quedamente. Saqué la mano de la bombachita, me olí embelesado el dedo medio y me lo chupé. Volví a refregar la punta de mi chota contra los labios enormes, infantiles y tersos. Se los dejé llenos de precum; dormida, olió el glande, extasiada.
Entonces me tiré entre sus piernas, la abrí más de gambas y corrí la bombachita para ver el tajito absolutamente pelado. Volví a olerla, en éxtasis. Refregué mi mentón pinchudo contra su ojete. Se quejó, dormida. Le levanté las patitas y le pegué una chupada de ojete de campeonato, aguantando la tentación de culeármela ahí mismo. En el video que luego edité, se la puede ver relamiéndose y saboreando el precum en sus enormes labios color frutilla lamida mientras mi lengua le hacía estremecer el ano cada pocos instantes.
Me coloqué entre sus piernas y enhebré mi poronga en su conchita. Ya a ojo de buen cubero se veía que ni siquiera entraba todo el glande. Pensé que había maldad en el magnánimo Jefe al entregármela; querría ver, entre otras cosas, cómo este tajito ínfimo me hacía ver las estrellas. Si ese era su objetivo, lo logró plenamente.
Sin demasiada fe y sólo por el placer subjetivo de meterle la pija, apreté el glande contra la conchita. Entró la punta de la punta; la conchita se estremeció un par de veces, llevándome casi al éxtasis. No me importaba acabar rápido porque con todo el Gotexc que tenía y mis ganas de Nina iba a seguir parada por varias horas; pero quería que mi primera leche en ella fuera apoteósica. Así que me estiré hasta la mesa de luz y me embadurné toda la chota con lubricante; metí el pico del paquete en la conchita y se la inundé. Corcoveó de nuevo: el cóctel de drogas estaba funcionando perfectamente; la mantenía profundamente dormida pero casi perfectamente sensible.
La aferré de las nalgas y las caderas con mis grandes manos y le clavé la verga con fuerza. Exhaló una mezcla de gemido y suspiro, y mi glande entró justo hasta antes del ensanchamiento final; la conchita me apretaba como jamás lo había experimentado.
La dejé cinco minutos clavándose contra el ínfimo orificio antes de empujar fuertemente de nuevo. Con habilidad y esfuerzo, se metió todo el glande, y quedó trabado adentro. Grité de dolor; ella suspiró abrupta y quejosamente. Ahora no la podía sacar aunque quisiera, así que elevé mis extremidades y mi torso y concentré todo el peso de mi cuerpo (casi 90 kilos de puro músculo) en mi pene clavándose en ella; le arranqué un resoplido de dolor que la aflojó toda, pero entró apenas un centímetro más.
Con las dos manos, le abrí las rodillitas y las plegué sobre su torso. Me afirmé mejor y empecé a cogerla lenta y sabrosamente. La lubricación permitía una progresiva entrada de la chota en la dormida pero anhelante conchita. Nina fruncía su tajito con fuerza dos o tres veces por minuto, me hacía ver las estrellas y me llevaba al paraíso. Eran apretones como de garra, que se quedaban tenazmente aferrados al objeto de su vigor antes de soltarlo abruptamente, en un estremecimiento de colibrí.
Al cabo de media hora y después de varios lentos pero firmes empujones, calculaba que tenía al menos 8 centímetros de verga adentro. Según mi teoría, podía meter hasta 14 centímetros para hacer tope en la entrada del útero, pero dudaba, por mi grosor, que la verga le entrase más de 11 o 12.
La conchita me apretaba todo lo que tenía adentro de ella. La agarré de las muñecas, me afirmé bien y la cogí así, lentamente, procurando dilatar el lugar lo suficiente como para que cogerla no implicase romperla ni destruirme la pija. La nena arrugaba la frente por el dolor, y gemía cada tanto como un gatito. A veces murmuraba frases como ‘¡No, (inaudible), me duele!’.
Desde la Habitación 2, el Jefe había subido la calefacción de la Habitación 3, y yo sudaba como un pollo rostizado sobre Nina, que ya estaba empapada por el esfuerzo (mío de clavarla, suyo de ser clavada).
Me di vuelta boca arriba con la nena ensartada, y empecé a cabalgarla lenta, golosa y metódicamente hacia arriba, a ver si entraban aunque sea dos centímetros más. Al minuto, la nena sola me cabalgaba la verga; se la clavaba duramente y la dejaba así, estremeciéndose orgásmicamente (como en los sueños todo ocurre veinte veces más rápido que en la vigilia, estaría soñando con un orgasmo infinito), hasta aflojarse desinflándose toda y abandonándose a mi pija, que seguía la impulsándola hacia arriba.
Así estuvimos al menos 20 minutos, hasta que sentí la entrada de su útero en la punta de la verga. Casi enloquecí de placer al sentir el pequeñísimo tope. Restregué la punta contra el fondo de la conchita, apretándome con todo contra ella, y le arranqué unos ronroneos y estremecimientos desconsolados; su cuerpo sudaba todo sobre mi cuerpo sudado, y mi pecho recibía un hilo de dulce saliva de su comisura izquierda. Seguí restregándome contra su Punto G hasta enloquecerla. Levantó un poco la envinchada melenita color colacola y lanzó unos claros ‘¡Ah, ah, ah!’. Acabó meándome profusamente, y me apretó tanto la verga que me desleché, empujándola hacia arriba furiosamente entre roncos gemidos.
Me quedé como estaqueado diez minutos, con la nena toda flojita sobre mi cuerpo y aún ensartada en mi verga paradísima. Mientras recuperaba el resuello (sin dejar de amasar sus más adorables contornos) pensé que estaba abotonado por un buen rato con la nena más linda y putita que hubiera visto; se me estremeció la pija adentro de Nina, lo que motivó a la nena a abrazarse a mi torso y volver a cabalgarme lenta y suavemente.
La dejé que me cogiera así un rato, conmovido y excitado. Pero cuando empezó a clavársela a fondo y dejársela bien puesta varios segundos, aferrándome los muslos con sus poderosas piernitas y la verga con su diminuta y todopoderosa conchita, enloquecí. Me di vuelta con ella abajo, le abrí más las patas y la empecé a coger con todo.
Cuatro o cinco minutos de esa cogienda despiadada bastaron para que entreabriera los ojos y empezar a chillar de dolor. Le agarré las dos muñecas juntas con una mano por encima de su melenita sudada, con la otra le tapé la boca, me acomodé para darle mejor y la seguí cogiendo sacado. Ahogada, cada tanto tragaba saliva y emitía algún gemido apagado por mi manota, que sobraba para taparle toda la cara bajo los ojos.
Después de ese rato dándole sin pensar, observé sus ojitos medio idos y recapacité un poco. Paré de cogerla, saqué mi mano de su cara y comencé a chuponearla, caliente pero dulcemente, mientras la manoseaba toda; cada tanto se la clavaba un poco más y ella arrugaba la cara y maullaba, entre dormida, enloquecida de placer y asustada.
En un momento que paré de comerle la boca, nos quedamos mirándonos a los ojos y ella murmuró ‘La tenés muy grande, pa, me hacés re doler’.
Eso volvió a enloquecerme. Le chuponeé toda la cara y el cuellito y después repliqué. ‘Es que vos sos muy putita, andás calentando vergas de viejos con seis años’.
Balbuceó ‘Perdón. Me calienta que me deseen los viejos’, y terminó de romperme la cabeza.
Agregué ‘Bueno, no te preocupes por eso porque de ahora en más papito te va a coger bien cogida. Así no tenés que andar de buscona con extraños, pedazo de puta’. Se revolvió contra la pija, siempre completamente dormida pero con los ojos entreabiertos y mirando al vacío.
Le levanté un muslito para pasarlo por debajo de mi vientre y ponerla, dificultosamente, de espaldas a mí para cogérmela desde atrás, todo sin sacarme la pija; los tirones de verga fueron desgarradores para mí, y creo que para ella también. Pero valieron la pena cuando pude envolverla completamente con mi torso, brazos y piernas y volver a clavarle la concha hasta el fondo.
La cogí a fondo en esa posición por más de diez minutos y acabé en cuatro torrenciales y largos lechazos. Sentí su cuerpo completamente flojo debajo de mí; como pude, me puse boca arriba. La nena, abotonada, quedó boca arriba, con las blancas piernitas desarmadas alrededor de las mías y los bracitos ídem alrededor de mi torso; su melenita colgaba, exánime, sobre mi hombro derecho; respiraba apenas; se había desmayado en su sueño.
De inmediato me arrepentí de cogerla tan salvajemente. Había maldad en el Jefe al entregarme a mi amada: sabía que, me ordenara lo que me ordenase él o planeara yo, al final perdería la cabeza y le daría con todo. Sin embargo, después de dedicarle tanta leche, mi presión bajó y me dormí así como estaba, boca arriba. No me desperté hasta la mañana.
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