Con 8 años me enamoré de mi nanni. Parte. 1
Relato lésbico entre Sofía (8 años) y su nanni Alexandra (30 años). .
Me llamo Sofía, tengo 28 años y soy de Madrid, España. Os voy a contar cómo y con quién fue mi primer contacto con el sexo.
Mis padres son diplomáticos noruegos y a causa del trabajo de mi madre, siempre hemos vivido en España.
Nunca nos ha faltado de nada, mis dos hermanos mayores y yo hemos ido a los mejores colegios, vivimos en una gran casa, hemos podido practicar hípica, danza, natación, piano y cualquier extraescolar que hemos deseado, pero mis padres trabajan mucho. Mi padre se pasaba las mañanas en el despacho llamando por teléfono y cuando llegábamos del colegio, comía con nosotros y se iba al gimnasio. Luego estaba en casa, jugaba con nosotros siempre que queríamos, no era un padre ausente, pero preferíamos jugar con nuestra Nanni.
Nuestra madre, por otro lado, viajaba mucho. La parte buena de eso es, que si estsba fuera un mes completo, solía estar también un mes completo en casa.
A los 6 años, ya había tenido 8 nannis distintas. A mis padres les gustaba contratar a mujeres jóvenes porque tenían la energía suficiente para estar todo el día con nosotros. Solía haber 2 nannis al mismo tiempo en casa, dado que se turnaban en horas y días para que siempre estuviéramos acompañados.
De hecho, estábamos con nuestras nannis aunque nuestros padres estuvieran en casa. Mi madre decía que debían ser como nuestras hermanas mayores, parte de la familia, para que, pese a ser jóvenes, las viéramos como una autoridad.
Todo eso cambió cuando cumplí los 8 años. Mis hermanos mayores, ya no necesitaban tanta atención. Lucas tenía 14 años, era buen estudiante y responsable. Cuando llegaba del colegio, estudiaba, iba a sus entrenamientos de fútbol con su bicicleta y al llegar, sólo quería darse una ducha y jugar on-line on sus amigos. A mis padres les parecía bien, dado que no desatendía sus quehaceres.
Mi hermano Hugo, por otro lado, tenía 12 años. No era tan deportista como Lucas, pero era muy bueno en el arte.
Todos los días después de clase, venía a casa, y tras comer y estudiar, venían sus amigas a recogerle para ir a sus múltiples clases de piano, pintura, teatro, danza… Ha ia prácticamente de todo, incluso varias cosas el mismo día.
A mis padres les parecía bien, dado que era un chico muy educado y responsable que no descuidaba sus estudios.
Por otro lado, yo no tenía una vocación clara. En ese momento había empezado a jugar a fútbol en un equipo de mi barrio, pero eso solo me ocupaba 3 tardes a la semana y algunas mañanas de sábado cundo jugábamos partidos de liga. El resto de días me los pasaba en mi casa con mis nannis y mi padre.
Así que mis padres decidieron cambiar de metodología.
En primer lugar, nuestra siguiente Nanni no iba a tener 20 años, sino 30. Iba a ser graduada en educación infantil, psicología o similares y lo más importante, iba a vivir con nosotros.
Cuando nos lo explicaron, a mis hermanos no mes pareció bien. En plena adolescencia, no querían un policía vigilándoles 24h. pero en seguida quedó claro el porqué de esa decisión. A mi padre le habían ascendido, él también iba a tener que viajar de vez en cuando y, aunque iban a intentar no estsr fuera de casa al mismo tiempo, no siempre iba a ser posible conseguirlo.
Cuando terminó el curso escolar e inició el verano, llegó a casa Alexandra. Aunque ella prefería que le llamasen Alex. Viviría en la habitación de al lado de la mía, que era la más pequeña. Aunque era amplia, como toda la casa.
Alex empezó a vivir con nosotros, a ir con nosotros de excursión, a visitar a nuestros familiares… Era profesora de primaria pero se había cambiado de ciudad y había dejado su anterior trabajo. Cuando vio la oferta de mis padres en una conocida web de búsqueda de empleo, no se lo pensó. No sé cuánto debían pagarle, pero estoy segura de que era mucho.
Al contrario de lo que mis padres esperaban, mis hermanos la adoraban. A Alex le gustaban mucho los deportes y podía verlos y practicarlos con Lucas constantemente. Se pasaban el día hablando de cosas que no comprendía, estadísticas, deportes que no conocía, récords del mundo… Por otro lado, Alex sabía tocar el violin dado que sus padres eran profesores de música. Así que también conectó rápido con Hugo. Muchas veces le ayudaba con sus clases de verano de sorfeo, o con sus ensayos. O simplemente, compartían música en el salón durante horas.
Yo era siempre la más complicada.
Muy tímida, muy callada, poco accesible.
No es que tratase de hacer su trabajo complicado, pero era difícil conectar conmigo.
Aunque Alex lo consiguió. Y más que nadie.
Desde el primer día hablaba conmigo de mil cosas. Yo era consciente de que sólo quería saber lo que me gustaba, pero yo no se lo ponía fácil.
El primer día que mis padres nos dejaron solos con Alex, justo dos semanas después de que llegara a casa, fue cuando conectamos por primera vez.
Mis hermanos salían todas las mañanas a la piscina municipal con sus amigos. Tenían un pase para todo el verano, así que Alex me preguntó si me apetecía ir con ella. Ella siempre fue muy atenta conmigo, y nunca me trató mal. Yo tenía un problema de confianza… No me dejaba tocar por nadie. Odiaba que me abrazaran i me besaran. Mis padres solían tener que pedir disculpas en sociedad cuando yo reuhia el contacto de cualquier persona que me conocía y tan solo quería darme la mano o acariciarme la cabeza. Mis nannis, todas, sin excepción, habían tenido que obligarme a darles la mano para salir a la calle.
Era obvio que no podía ir por ahí cruzando la calle o corriendo. Era peligroso, pero siempre era motivo de discusión.
Cuando salí de casa la primera vez con Alex, ella me tendió su mano y yo puse las mías en mis bolsillos.
– Sofia, tus padres me han dicho que debo darte la mano si salimos a la calle
Yo no respondí. Sabía que después de esa conversación, vendría una discusión y un castigo. Pensé que no iríamos a la piscina finamente, pero no fue así.
Alex se puso frente a mí cortándome el paso y se agachó colocándose a mi altura.
– ¿No quieres darme la mano?
Negué con la cabeza mirando al suelo.
– ¿Por qué?
Me encogí de hombros sin decir nada.
– ¿Te caigo mal?
Me sorprendió esa pregunta, así que la miré y negué.
– ¿Le dabas la mano a Maria y Susana? (las dos últimas nannis)
Asentí.
– ¿Y por qué a mí no?
– Porque ellas me obligaban.
A estas alturas yo ya estaba con los brazos cruzados. Sabiendo que muy posiblemente agarraría mi mano a la fuerza como hacían todas y me solitaría un discurso sobre adultos, niños y el arte de obedecer. Pero Alex no era así.
– ¿No te gusta dar la mano?
– No…
– ¿Por qué?
– No sé…
– Venga, piénsalo. Tiene que haber un motivo… ¿Te duele?
Me hizo gracia y me rei al contestar.
– No…
– ¿Te da alergia?
– No – riéndome de nuevo por las tonterías que decía.
– ¿Te agobia?
Recuerdo que me quedé pensando. Y entendí que era eso.
– Sí.
– ¿Qué te agobia exactamente? ¿No poder ir por donde tu quieres?
– Mmm… No.
– ¿Te agobia que te toque?
Asentí esta vez.
– ¿Sólo te agobia que te toque yo? ¿O todos?
– Todos.
– ¿Y cómo lo hacen tus otras nannis, tus profesores o tus padres?
– Me obligan…
– Pero yo no quiero obligarte…
Esa confesión me sorprendió. Y en ese mismo momento empecé a confiar en ella. Alex era diferente.
– ¿Entonces qué hacemos, Sofía?
Me encogí de hombros, aunque ella pudo ver en mi mirada mi deseo de no ir de la mano.
– No puedes ir sola por la calle. Es peligroso.
– Pues vamos a casa…
– ¿Ya no quieres ir a la piscina? – Me pregunto sorprendida.
Me encogí de hombros. Realmente me incomodaba mucho tocar a la gente… Si esa era la alternativa… Preferia volver a casa.
– Espera un segundo… – tras decir eso, estuvo buscando unos segundo en su bolsa de la piscina y sacó de ahí unas gafas de buceo – ¿qué te parece si las dos agarramos las gafas por un lado de la cuerda? Así vamos juntas pero no te sueltas.
Sonreí inmediatamente ante esa propuesta y accedí.
El resto del camino se lo pasó tratando de conocerme más. Aunque lo siguiente fue en los vestuarios.
– ¿No te cambias?
– ¿Dónde está el baño?
– Allí detrás de las duchas.
Agarré mis cosas y me dispuse a ir hacia allí pero Alex agarró una de las correas de mi mochila y me frenó.
– ¿No eres muy pequeña tú para ser tan pudorosa? ¿Por qué no te cambias aquí? Como todas.
– Me da vergüenza…
Su mirada se dulcificó y se agachó frente a mí.
– Es que esta prohibido cambiarse en el baño. Mira, lo pone en ese letrero.
Suspiré rendida… ¿Por qué era todo tan difícil?
– Bueno… Parece que ya terminan. ¿Quieres esperarte a que terminen y te cambias muy rápido? Yo me doy la vuelta, y así no te veo.
Asentí ante esa posibilidad y si lo hicimos. Agradecí mucho, por segunda vez, su entendimiento. Enseguida me puse a jugar con algunos niños y niñas que conocía del colegio pero me volví con Alex a la toalla muy pronto.
– ¿Ya te has cansado?
– Es que han ido todos a merendar.
– ¿Tú tienes hambre?
– No…
– Debería ponerte crema solar. Antes se me olvidó.
– No quiero…
– ¿Por qué no?
– Me da asco.
– Si, es verdad. Tu madre me lo dijo… Pero por eso te ha comprado esta. Mira, dice que se seca rápido, no es espesa. Ni se nota.
– No quiero…
– Sofia… Si no te pones crema no puedo dejar que te vayas al sol de nuevo. Te vas a quemar.
Suspiré.
– Venga… Ven… Será un momento…
Cedí porque ya había tenido esas discusiones cientos de veces en mis 8 años de vida, y siempre perdía yo.
Me puse frente a ella y le di la espalda. Ella colocó un poco de crema sobre mi hombro y me aparté instintivamente aunque enseguida recuperé el lugar.
– ¿Está fría? Qué raro… Si me la he dejado al sol… Yo no la moto fría…
– No…
– Ya… Es que no te gusta que te toquen…
– No…
– Pues mira, ven. Vamos a hacer un trato.
Me di la vuelta para mirarla y me di cuenta por primera vez de lo guapa que era. Tenía el pelo negro, media melena, ojos verdes y muchos lunares. Llevaba un bikini negro precioso y su cuerpo era como el de las revistas.
– Esta es mi crema. Es en spray. Así que si la usas, no tengo que tocarte. Pero no es tan buena como la que te ha comprado tu madre. Así que este es el trato. Te la dejo si cada vez que te lo pida, vienes y me dejas ponerte más.
– ¡Vale!
– Qué sonrisa más bonita tienes, Sofi.
Me dio vergüenza que me dijera eso y encima me guiño un ojo antes de hacerme un gesto con la cabeza para que me diera la vuelta. Rodé un par de veces sobre mí misma para que me rociade con esa crema y me fui de nuevo al agua.
Le hice caso en todo.
Comí cuando me compró un bocadillo. Hice la digestión cuando me lo pidió.
Bebí cuando me dijo que bebiera.
Me puse crema cada vez que me lo exigió.
Debía darle las gracias de algún modo.
Cuando volvimos al vestuario, mucha gente estaba allí. Apuramos hasta el último momento de cierre y mucha gente había hecho lo mismo. Me estaba poniendo nerviosa… Sólo me senté en el banco y mirando al suelo, desee que se fueran todas…
Alex apareció ya cambiada frente a mi sujetando una toalla muy grande.
– ¿Si te tapo y cierro los ojos, te cambias ya?
Asentí y así lo hice.
Me pareció un detalle que volviera a sacar las gafas de buceo para andar por la calle de vuelta a casa.
Al volver, mi padre ya había llegado. Fue una cena tranquila. Todos fuimos a ducharnos mientras mi padre cocinaba. Recuerdo que me fui a dormir muy cansada y de noche fui al baño. Había 2 baños en la segunda planta. Uno para mis hermanos y otro para Alex y yo.
Mis padres dormían en la tercera planta.
Yo estaba acostumbrada a entrar sin llamar, puesto que hasta ese momento, solo era mío. Así que agarré a Alex depilándose.
– Perdón – dije cerrando de golpe.
Enseguida escuche la muerta de nuevo y alguien que corría hacia mí.
– Tranquila. No pasa nada. ¿Quieres ir al baño?
– Sí…
– Pues ve. Yo espero fuera.
No fue hasta que salí, que me di cuenta que Alex sólo llevaba una camiseta ancha y ropa interior.
Sus piernas me parecieron preciosas.
– Gracias…
– De nada, bonita.
Sé agachó, me agarró la cara y me dio un beso en la frente.
– ¡Perdona Sofia! Se me ha olvidado que no te gustan los besos… ¿Me perdonas…?
– Sí…
– Buenas noches, cielo.
– Buenas noches.
Sin embargo… No me había molestado ese beso. Al revés… Sentía un cosquilleo en la frente justo donde ella me había besado… Quería otro… ¡Me había gustado!
Los siguientes días, fueron parecidos. Mis hermanos desaparecían todo el día disfrutando del permiso de mis padres para estar solos con sus amigos. Muchas veces incluso dormían en sus casas y no les veía en un fin de semana entero. Por otro lado, Alex y yo cada vez teníamos una relación mejor. Alex trataba de entender y respetar mi personalidad y las cosas que me molestaban, así que cuando se equivocaba, no me enfadaba con ella, se lo explicaba.
A mediados de julio, mi padre preparó nuestra piscina. La limpio, le puso todos los productos necesarios y hasta le cambió el agua.
Mis hermanos no la usaban, ellos preferían ir a la municipal. Ahí estaban con amigos y era muchísimo más grande. Nuestra piscina era prácticamente un jacuzzi grande. Apenas hacía 2×3.5m.
Estaba situada en la parte de atrás de la casa porque el constructor le dijo a mis padres que con ese tamaño, si era golpeada por el sol, si se convertiría en un verdadero jacuzzi. A mí, sin embargo si que me gustaba.
– ¿Vamos hoy también a la piscina, Sofi?
– No…
– ¿No te apetece hoy?
– ¿Podemos quedarnos en la de casa?
– ¡Claro! Así no hay que compartir vestuario, ¿no?
– Me sonrojé cuando adivinó el motivo real por el que me gustaba tanto la piscina de casa.
– Sí…
Me pareció ver sorpresa en su cara cuando se lo confirmé.
Cuando me cansé de estar jugando en el agua a hacer submarinismo (Alex me tiraba un objeto al agua y yo me sumergía para ir a buscarlo) me tumbe a su lado en el césped.
– Sofi, deberías ponerte crema si te vas a quedar aquí al sol.
– ¿Dónde está el spray?
– Pues debe estar en la bolsa de la piscina. Ve a buscarla, anda. Yo he usado la que compró tu madre porque no quiero que sospeche que no la usamos.
– Da igual, ponme esa.
Sé sorprendió pero no me preguntó una segunda vez si estaba segura.
– Ven. Acércate.
Me acerqué a ella hasta que mi espalda quedó entre sus piernas.
Noté enseguida el tacto frío de la crema en mis hombros y cómo Alex la esparcía por mis brazos dando suaves caricias.
– ¿Quieres que pare?
– No…
– Túmbate, así puedo hacerlo mejor.
Le hice caso y me tumbé a su lado con las manos bajo mi cabeza y mirando en dirección contraria a donde estaba ella.
Puso más crema sobre mi espalda y muy despacio la fue repartiendo por todas partes. Cuando me acarició las costillas, se me puso la piel de gallina.
– ¿Tienes cosquillas?
– Sí.
Pero no paró. Siguió con sus caricias esparciendo la crema hasta mis lumbares y coló brevemente sus dedos bajo la cinturilla de mi pequeño bañador. Después perdí el contacto con sus manos y volví a recuperarlo cuando me puso más crema en la parte trasera de los muslos. Reaccioné con sorpresa y me tembló el cuerpo.
– ¿Estás bien?
– Sí.
– ¿Quieres que pare?
– No…
– ¿Te gusta?
– Sí…
No dijo nada más y siguió acariciándome las piernas con la crema. Pasó de mis muslos a mis gemelos y volvió a subir por ellas hasta la parte interna de mis muslos. Cuando pasó sus pulgares cerca de mi cosita, toda la piel de mi cuerpo se puso de gallina.
– Date la vuelta – susurró
Me di la vuelta despacio, insegura.
Jamás había dejado a nadie tocarme así.
Puso crema en su mano mientras la miraba y la posó sobre mi estómago. Me pilló mirándola y me sonrió.
– Lo estás haciendo muy bien.
No supe qué contestar. Sus manos se paseaban despacio por mi cuerpo y empezó a subir hacia mi pecho aún sin desarrollar.
– Eres muy bonita, Sofi.
Le sonreí siendo consciente de que mi cuerpo respondía a su tacto sin mi permiso. Mi piel se ponía de gallina y mi corazón se aceleró.
– Tranquila.
Suspiré sonoramente después de darme cuenta de que era muy óbvia. Tenía vergüenza por reaccionar así.
Bajó sus manos hast mi cintura y volvió a bajar la tela de mi bikini levelente para aplicarme crema.
Después se dirigió a mis muslos y piernas.
– Sepáralas un poquito, mi amor.
Le hice caso y se colocó entre ellas.
Primero me puso crema en la parte interna de mi pierna izquierda y luego en la derecha.
Después se colocó un poco más de crema en su dedo índice de la mano derecha e inclinó su cuerpo sobre el mio. Colocando su mano izquierda al lado de mi cabeza.
Esa imagen me nubló el juicio. Ambas en ropa interior de baño, ella entr mis piernas, sobre mi cuerpo, aunque no me tocara… Era lo más sexy que había vivido nunca y la primera vez que un deseo sexual nacía en mí.
Dirigió su dedo cargado de crema a mi cara y pasó suavemente los dedos por mis mofletes.
Volvió a susurrarme.
– Cierra los ojos.
Le hice caso y sentí cómo extendía la crema con una pausa desesperante y una caricia estremecedora por mi cara. Mi frente, mi nariz, la babilla… El cuello… Cuando terminó sentí como apoyaba esa mano también al lado de mi cabeza y abrí los ojos.
Lo que vi me enamoró.
Sus ojos verdes, su pelo y aroma húmedos cayendo sobre mi. Su escote en primer plano, su vientre plano sobre el mío a tan solo un palmo de distancia, y sus tersas piernas entre las mías.
– Gracias por confiar en mí, Sofi.
– De nada – no supe qué otra cosa responder.
– Se te ponen los ojos más azules con el cloro y el sol. Estas preciosa.
– Gracias…
Se acercó a mí despacio hasta quedar a pocos centímetros de mi cara.
– ¿Puedo darte un beso?
Asentí porque tenía la boca seca de los nervios. No podía responder.
Giró su cabeza levemente y dejó un tierno beso junto a mi boca. Sin llegar a tocarla.
Después se tumbó a mi lado como si no acabase de cambiarme la vida.
No sólo no me molestaba su tacto, lo quería, me gustaba y lo necesitaba.
Tras un rato al sol en silencio, decidimos meternos en el agua. Yo ya no tenía ganas de jugar. Estaba cansada. Así que me fui a buscar una colchoneta, pero ella me dijo que no la usara. Que tenía una idea mejor.
Me dijo que me tumbara boca arriba y flotase. Ella se colocó a mi lado, y me iba guiando muy despacio por la piscina mientras hablaba. Me sujetaba suavemente de la cintura y los hombros y recuerdo que casi me duermo.
– ¿Por qué me dejas tocarte?
Esa pregunta me desperto de mi letargo.
– No sé…
– ¿Quieres intentar algo?
– ¿El qué?
– Abrazarme.
– No sé…
– Pruébalo, venga.
Me hundió la cadera haciendo que quedase de pie y me acercó a su cuerpo casi en un solo movimiento. Sin pena darme cuenta, y por instinto, terminé abrazada a su cuello y mis piernas rodeando su cintura.
Ella colocó las manos en mi culo para colocarme mejor sobre su regazo y después comenzó a darme caricias en la espalda.
– ¿Te gusta?
– Sí…
– Podemos hacerlo siempre que quieras…
En los días posteriores hicimos eso mismo sin parar.
Pasa los horas charlando en el agua. Flotando, a brazadas, acariciandonos… Yo también a ella. Todo empezó el día que me pidió que le pusiera crema y yo decidí hacerlo del mismo modo en que lo hacía ella.
Los días en que mis hermanos estaban en casa o mis padres no traba bajan, estaba de mal humor.
Alex tenía que prestar atención también a los hermanos y eso me ponía muy celosa.
Además, mis padres adoraban charlar con ella, y eso me dejaba a mí en un segundo plano. Aunque ella siempre tenía un momento para guiñarme un ojo. Me sentía especial cuando hacía eso, como si estuviera tan pendiente de mí como yo de ella.
La segunda semana de septiembre, tras mi primeros días de colegio, tuve una pesadilla.
Me desperté gritando y llorando aunque no recordaba lo que había pasado.
Alex vino corriendo y me abrazó.
– ¿Qué te pasa?
– Una pesadilla…
– Mi amor… Ya ha pasado… ¿Quieres que me quede hasta que te duermas?
– No quiero dormir más…
– Pero cariño, tienes que dormir. Mañana tienes que ir a clase.
– ¡Me da igual!
– ¿Quieres que duerma contigo? Así ya no te asustas.
– Sí…
– Pero ven a mi cuarto, esta cama es muy pequeña para las dos.
Fui a levantarme pero Alex me cogió en brazos. Puso su mano en mi cabeza y me acarició hasta que estuvimos en su cuarto.
Apagó la luz con el codo y cerró la puerta con el pie.
– Yo voy a cuidarte, Sofia… Tranquila…
– Me dejó con cuidado sobre su cama y volvió a separarse de mí. Escuche el cerrojo de su puerta cerrarse y luego noté como el otro lado de la cama se hundía cuando ella se sentó encima.
– ¿Confías en mi, Sofi?
– Sí.
– ¿Vas a dejar que haga lo que quiera para que te relajes?
– Sí.
– Levanta los brazos.
Levante los brazos y noté como sacaba mi camiseta del pijama. Luego escuché otra tela y supuse que ella también se había quitado la suya.
La cama se hundió en varios movimientos y otro trozo de tela cayó al suelo. Supuse que eran sus pantalones pero con su siguiente movimiento, ya no tuve dudas.
Sé acercó a mi oído y me susurró.
– Túmbate – mientras empujaba mi pecho contra el colchón.
La dejé hacer y me bajó los pantalones. Yo confiaba ciegamente en ella, aunque no entendiera la razón. Levante mi cadera para facilitarle el trabajo y ambas quedamos en ropa interior.
– Levanta los brazos de nuevo.
La orden era amable, pero suficientemente contundente como para que no la cuestionarse y le hiciera caso.
Con su mano izquierda inmovilizó mis manos sobre mi cabeza mientras se recostada sobre mí, y con su mano derecha, recorrió mi pecho y estómago.
Luego comencé a sentir suaves besos en mi torso.
La piel se me erizó en todo el cuerpo y mi respiración se aceleró.
– Tranquila…
Sus besos iban de mi esternón a los pechos. Besó mis pezones infantiles con ternura. También mi estomago, mis muslos… Volvió a subir con innumerables besos hasta mi cuello.
Me encantaba, pero no entendía nada. Estaba nerviosa y a la vez tranquila. Sus besos llegaron a mi cuello y gemí.
– ¿Te gusta mucho aquí?
– Sí…
– Relájate… Tienes que dormir… ¿Por que no te das la vuelta? ¿Quieres?
No contesté. Me limité a girarme y ella soltó mis manos aún sujetas entre la suya.
Sus besos recorrieron mi espalda y mis costillas. Mis muslos por detrás..
Bajó levemente mi ropa interior dejando ver el inicio de mis glúteos y los besó también.
Temblé bajo su boca.
No hicimos nada más aquella noche. Sólo caí en un sueño profundo entre alguno de sus besos….
Continuará…
Me encanta!!
Me cree una cuenta solo para pedirte la segunda parte, me encantó tu relato UwU
Muchas gracias! Es un honor que me digas eso. Voy a seguir escribiendo más partes.