Confesiones de una Maestra.
Una maestra de 36 años y Pedro, un estudiante de 19, desarrollan una relación marcada por la intensidad emocional. A medida que interactúan en el entorno académico, se revelan las complejidades de su conexión: una mezcla de atracción, conflicto y deseos ocultos. La historia explora cómo ambos person…
Soy la maestra Cristina, una mujer de 36 años que ha dedicado más de una década de su vida a enseñar en diferentes aulas. He conocido a muchos estudiantes a lo largo de los años, pero ninguno ha sido tan desafiante como Pedro. Pedro, un joven problemático de 19 años, destaca no solo por ser el mayor de la clase, sino por su imponente presencia física. Con una altura de un metro ochenta y cinco y un físico robusto de cerca de noventa kilos, su fuerza y tamaño imponen respeto. Esta es la historia de cómo nuestros caminos se cruzaron y cómo ambos encontramos una forma de entendernos.
Pedro siempre logra desestabilizarme frente a los demás alumnos. Me siento impotente y no sé cómo controlarlo. He intentado hablar con sus padres, con el director, pero las promesas de cambio se desvanecen rápidamente sin ninguna consecuencia real.
En cierta ocasión, me asignaron la tarea de supervisar el aula de castigo y, para mi sorpresa, Pedro estaba allí. No pude evitar sentir una mezcla de preocupación y curiosidad. Era extraño que fuera el único estudiante en ese lugar. Durante las siguientes dos horas, nos encontramos solos en esa fría y sombría habitación. Su mirada…
Cuando Pedro me vio, intentó escapar. A pesar de mi esfuerzo por detenerlo, mi apariencia frágil y delicada no me permitió retenerlo. Grité, pero nadie pareció escuchar. Fue un error que lamentaría.
Pedro se detuvo, cerró la puerta y se aseguró de que nadie pudiera interrumpirnos. Me miró fijamente y con una sonrisa desafiante en su rostro dijo: «Ahora soy yo quien está al mando. Vas a hacer todo lo que te diga». Comenzó a tocarme de manera apasionada, manipulando mi cuerpo frágil a su antojo. Intenté gritar, pero él silenció mis palabras. Luego, revisó mi bolso en busca de dinero y se encontró con algo inesperado: mi libro sobre BDSM, una afición personal que mantenía en secreto.
Este descubrimiento cambió por completo la dinámica entre nosotros. Pedro se interesó en el libro y comenzó a leerlo. Después de un tiempo, me desató y quitó el seguro de la puerta. Su actitud se transformó radicalmente, ya no era el estudiante altanero de antes. Comenzó a aplicarse en sus estudios y a mostrar un interés genuino por aprender. Sin embargo, sus miradas hacia mí se volvieron atrevidas y llenas de deseo. Hasta que un día, llegó con el libro en mano y, para mi sorpresa, había un pequeño contrato de BDSM. Pedro pretendía que yo fuera su sumisa, su profesora.
Yo, al ver su cambio de chico malo a bueno, no me atreví a decirle que no. Solo le dije que revisara el contrato y me diera una semana para decidir. Cuando llegué a casa, lo leí y vi que Pedro se había esforzado al escribir este contrato a mano; todo estaba muy bien especificado. Aunque era un pervertido en el sentido literal con planes perversos para usarme, me gustó la idea de que un chico tan joven y apuesto tuviera esos deseos de abusar de mi cuerpo para su satisfacción sexual.
Una hora más tarde, tocaron mi puerta. Era Pedro con un lindo ramo de rosas rojas. Lo invité a pasar y aproveché para explicarle las diferencias de edad que nos separaban. Se molestó visiblemente al recibir mi respuesta negativa. A pesar de ello, continuó visitándome en los días siguientes, trayendo consigo rosas o chocolates acompañados de notas que decían: «¿Quieres ser mi sumisa?». Era persistente, siempre romántico y caballeroso, expresando que no perdía la esperanza.
Con el tiempo, dejó de hacerlo y noté su indiferencia. Comencé a extrañar al Pedro de las rosas y los chocolates. Me di cuenta de que había desarrollado sentimientos más profundos hacia él; ya no lo veía como a un niño, sino como a un hombre atractivo y seductor.
Un día, mi frustración se desbordó cuando descubrí que Pedro salía con otra chica. No pude contenerme y le reclamé directamente:
— Pedro, saliste con esa chica y me enojó mucho. No puedo soportar verte con alguien más —le dije, dejando escapar mi frustración.
Pedro respondió con una mirada intensa y sincera:
— Cristina, lo siento si te molestó. Pero tú y yo sabemos que hay algo entre nosotros, algo más que solo amistad.
Mi voz tembló al confesar lo que sentía:
— No deberíamos estar discutiendo esto aquí, pero no puedo ignorar lo que siento. Me duele verte con otra persona cuando… cuando siento que hay algo entre nosotros.
Pedro buscó mis ojos con seriedad:
— Lo sé, Cristina. No quería que te sintieras así. Pero necesito entender qué queremos realmente antes de avanzar.
Sin embargo, Pedro seguía saliendo con esa chica, lo que me llenó de celos extremos. Busqué el contrato que Pedro había escrito a mano. Añadí una línea en la que aceptaba ser su sumisa, pero bajo la condición de que no viera a otras mujeres; debía ser exclusivamente para mí. Firmé el documento y se lo entregué directamente en las manos, diciéndole: «Léelo bien antes de firmarlo.»
Ya estaba en casa, descansando, cuando escuché el característico golpe de Pedro en la puerta. Llena de emoción y nerviosismo, abrí la puerta. Él llevaba consigo una maleta negra y un ramo de rosas rojas. Lo invité a pasar y entablamos una conversación franca sobre cómo sería nuestra relación. Le dejé claro que todo debía mantenerse en secreto y que solo ocurriría en la seguridad de mi casa, generalmente por las tardes. También le expresé mi deseo de que no lo quería ver involucrado con ninguna otra chica. A partir del día siguiente, comenzaríamos con nuestra primera sesión de BDSM.
La jornada siguiente, me desperté con la cabeza llena de pensamientos sobre lo que había acordado con Pedro. Sentía una mezcla de nerviosismo y temor al recordar el contenido de la maleta: cuerdas, látigo, una fusta y una paleta de madera. La nota colocada sobre estos objetos decía claramente: «Si abriste la maleta, prepárate para ser castigada». Intenté devolver todo a su lugar, pero no recordaba el orden exacto de los objetos.
Fui a dar clase como siempre, pero esta vez sentí la mirada de Pedro sobre mí de manera más intensa y perversa, llena de deseo. Cada gesto suyo y cada mirada que intercambiábamos parecían cargados de una electricidad nueva y tensa. En el fondo de mi mente, la presencia de la maleta y su contenido creaban una anticipación que no podía ignorar.
Una vez en casa, me sentí ligeramente más tranquila, sabiendo que estaba a salvo del ojo público y de posibles miradas indiscretas. Me quité la ropa y me dirigí al baño para darme un relajante baño de espuma, intentando alejar de mi mente los pensamientos. Sin embargo, mis esfuerzos fueron en vano, ya que no podía dejar de pensar en el contenido de la maleta y en cómo Pedro usaría esos implementos conmigo.
La hora acordada llegó antes de lo esperado. Sentada en el sofá, escuché el suave toque de la puerta. «Pasa». Una vez en la habitación, Pedro me hizo sentar en la cama y se arrodilló frente a mí. Su mirada era intensa y parecía leer cada uno de mis pensamientos. «Desabrocha tu blusa y quítate la falda», ordenó con voz firme. Obedecí nerviosamente, sintiendo cómo el deseo se apoderaba de mí mientras me quitaba la ropa.
Pedro se inclinó hacia adelante y besó mi vientre expuesto, sus manos recorriendo mis muslos con suavidad. «Eres tan hermosa», susurró, y luego soltó una risita traviesa. «Pero me temo que tendré que castigarte por abrir la maleta. Has desobedecido mis instrucciones y eso merece un castigo».
Levantándome del suelo con una mano, me colocó de rodillas frente a él y tomó la paleta de la maleta. «Cuenta hasta veinte mientras te azoto el trasero», ordenó. Mi corazón latía con fuerza mientras sentía los primeros golpes. El dolor era intenso, pero también sentía un extraño placer en cada golpe que recibía. Mi trasero se volvió rojo y ardiente, y las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.
Los siguientes golpes fueron aún más intensos, y el dolor se mezcló con una extraña sensación de placer. Sentí cómo el calor se extendía por mis nalgas, y sollocé mientras el ritmo de los golpes continuaba. Cada impacto me hizo temblar, y las lágrimas seguían fluyendo por mis mejillas. «Por favor, para, por favor», supliqué, pero Pedro ignoró mis ruegos y continuó con el castigo.
Cuando terminé de contar, Pedro soltó la paleta y me ayudó a levantarme. Me abrazó suavemente y acarició mi cabello. «Lo siento, pequeña. Tuve que hacerlo. Pero te prometo que el castigo ha terminado por ahora». Me soltó y me llevó al baño, donde me ayudó a ponerme una pomada calmante en el trasero adolorido. «Descansa un rato y trata de relajarte», dijo con suavidad, besando mi frente antes de irse.
Me recosté en la cama, sintiendo el ardor en mis nalgas y las emociones que me abrumaban. No podía creer que Pedro me hubiera castigado de esa manera, pero al mismo tiempo, había algo extraño y excitante en todo el asunto. Me sentía vulnerable y expuesta, pero también había experimentado una sensación de liberación al rendirme al castigo. Me dormí pensando en el extraño poder que Pedro parecía tener sobre mí y en el deseo intenso que ahora quemaba dentro de mí.
Una vez más, me encuentro sentada frente a mis alumnos, tratando de mantener el control de la clase. Pero mi atención se desvía hacia Pedro, quien se sienta en la última fila, mirándome con una sonrisa traviesa. La tensión en el aula es palpable, y puedo sentir la mirada de Pedro en mi cuerpo, como si estuviera desnuda frente a él.
Durante la clase, Pedro me desafía continuamente, haciendo comentarios atrevidos que hacen reír a los demás estudiantes. Me siento impotente, incapaz de detenerlo. Cada vez que lo miro, su sonrisa parece crecer, como si supiera exactamente lo que estoy pensando. Mi corazón late con fuerza mientras lucho por mantener la compostura y continuar con la lección.
Cuando suena el timbre para el recreo, los estudiantes salen corriendo de la clase, ansiosos por disfrutar de su tiempo libre. Pero Pedro se queda atrás, acercándose a mi escritorio con una sonrisa confiada. «Creo que es hora de que cumplas tu parte del trato, maestra», dice en voz baja, asegurándose de que nadie más lo escuche.
«¿Qué quieres decir?», pregunto, sabiendo exactamente a lo que se refiere.
«Tú sabes», dice, sus ojos brillando con deseo. «Es hora de que me hagas una felación».
Una ola de nerviosismo me invade al escuchar sus palabras. Sé que no tengo otra opción que obedecer, pero la idea de hacerlo aquí, en el salón de clases, me llena de temor. «Pero… pero aquí», tartamudeo, sintiendo mi rostro enrojecerse.
«Sí, aquí», dice Pedro, su voz firme y segura. «A menos que quieras que todos sepan sobre nuestro pequeño secreto. Creo que es hora de que me demuestres lo buena que eres en hacer una mamada».
Me levanto de mi silla, sintiendo el sudor brotando en mi frente. Camino hacia la puerta, asegurándome de cerrarla con llave. Luego me vuelvo hacia Pedro, quien me observa con una mirada intensa y hambrienta. «De acuerdo, hazlo», dice, señalando el suelo frente a él.
Me arrodillo lentamente, sintiendo la vergüenza y la excitación luchando dentro de mí. Desabrochó los botones de su pantalón y tiro suavemente del cierre, liberando su erección. Su pene se yergue ante mí, duro y listo para la acción. Trago saliva, sabiendo que tengo que hacerlo bien o enfrentar las consecuencias.
Bajo la cabeza y extiendo la lengua, saboreando la punta de su pene con mi lengua. Un gemido suave escapa de su garganta, y sé que he comenzado bien. Rodeo la cabeza de su pene con mi lengua, saboreando el sabor salado de su excitación. Luego, con cuidado, tomo su pene en mi boca, chupándolo con suavidad mientras mis manos acarician sus muslos.
Su pene palpitaba en mi boca, y podía sentir su excitación creciendo con cada movimiento de mi lengua y mis labios. Sus manos se posaron en mi cabeza, guiándome con suavidad mientras yo me movía hacia arriba y hacia abajo, succionando su miembro como si fuera un dulce.
«Oh, sí, así es», murmuró Pedro, su voz entrecortada por el deseo. «Chupa más fuerte, maestra. Hazlo sentir bien».
Hice lo que me dijo, aumentando la intensidad de mis movimientos, chupando y succionando con más fuerza mientras mis manos se movían hacia arriba y hacia abajo por sus muslos. Podía sentir su excitación creciendo, su pene palpitando en mi boca. «Lo estás haciendo genial, maestra», susurró, su voz ronca y llena de deseo. «No tardaré mucho en venirme».
Esas palabras encendieron algo dentro de mí, una mezcla de miedo y excitación. Quería sentir su esencia en mi boca, probar el sabor de su orgasmo. Con renovadas ganas, aumenté la velocidad de mis movimientos, chupando y succionando con más intensidad, mientras mis manos apretaban sus muslos.
Podía sentir la tensión en su cuerpo, la anticipación de su liberación inminente. Apreté mis labios alrededor de su pene y chupé con más fuerza, usando mi lengua para estimular la parte inferior de su eje. Un gemido gutural escapó de su garganta, y su cuerpo se tensó.
«Me voy a venir, maestra», gimió Pedro, su voz llena de urgencia. «No puedo aguantar más».
Esa fue mi señal para acelerar aún más, chupando con furia mientras sentía su pene temblar en mi boca. Un momento después, su esencia llenó mi boca, y me esforcé por tragarla toda, sabiendo que era lo que él quería. Me aferré a su pene, chupando los últimos vestigios de su orgasmo, mientras él gemía y gemía, sacudido por las oleadas de placer.
Cuando finalmente se calmó, retiré mi boca de su pene ahora suave y me incliné hacia atrás, mirándolo con una mezcla de miedo y excitación. «Lo hiciste muy bien, maestra», dijo Pedro, su voz suave y llena de satisfacción. «Eso fue increíble».
Una vez que la clase termina, Pedro se acerca a mí con una sonrisa arrogante en su rostro. «Creo que te mereces un castigo por lo que pasó antes», dice, sus ojos brillando con una luz traviesa.
Antes de que pueda responder, él me levanta de la silla y me empuja contra la mesa del escritorio. Siento la madera fría contra mi vientre mientras él me tira del pantalón y las bragas. «No te preocupes, maestra, nadie vendrá a interrumpirnos», susurra en mi oído, su aliento caliente haciendo que un escalofrío recorra mi espalda.
Siento la rigidez de su erección presionando contra mi muslo, y sé lo que está a punto de hacer. «Por favor, Pedro, no aquí», susurro, sabiendo que es inútil resistir.
Él ignora mis súplicas y me empuja hacia abajo, separando mis piernas con sus manos firmes. Su pene entra en mí de una sola vez, llenándome de una sensación de estiramiento y placer. Gimo con la sensación, sintiendo su miembro duro empujando contra mi interior.
Pedro comienza a moverse dentro de mí, sus manos aferrándose a mis caderas mientras empuja hacia adelante y hacia atrás con fuerza. «Oh, sí, maestra, te gusta esto», murmura, su voz ronca de deseo. «Te gusta que te folle como a una puta».
Su pene entra y sale de mí con una fuerza que me quita el aliento. Me aferro a la mesa, sintiendo cómo mi cuerpo se sacude con cada empuje. «Oh, sí, sí», gemí, mi voz mezclándose con sus gemidos. «No pares, Pedro, no pares».
Él acelera el ritmo, empujando hacia adelante y hacia atrás con una intensidad que me hace perder la cabeza. Mi cuerpo se mueve con el suyo, respondiendo a sus movimientos con un ritmo primitivo. Podía sentir la tensión creciendo dentro de él, su pene latiendo dentro de mí. «Me voy a venir dentro de ti, puta», gruñó Pedro, su voz grave y profunda. «Vas a sentir mi esencia llenándote».
Sus palabras me excitan aún más, y sé que pronto llegará a su clímax. Mi cuerpo se tensa, anticipando su liberación. Un momento después, siento su esencia caliente y espesa llenándome, y gimo de deleite, presa de las sensaciones abrumadoras. «Oh, Dios mío, sí», gemí, sintiendo cómo mi cuerpo se tensa con oleadas de placer.
Una vez que Pedro termina, se aleja de mí y se abrocha el pantalón. Me quedo ahí, temblando y sudorosa, mientras él se inclina y recoge su mochila. «Gracias por la clase, maestra», dice con una voz ahora fría y distante. «Mañana nos vemos».
Sin más palabras, abandona el salón, dejándome sola con mis pensamientos. Me siento avergonzada y excitada al mismo tiempo, consciente de haber sido usada como una puta, pero incapaz de negar que disfruté cada minuto. Mi cuerpo aún tiembla por la intensidad del orgasmo, y mi mente se inunda de imágenes de lo que acabamos de hacer.
Me visto lentamente, todavía sintiendo su esencia cálida dentro de mí. Recojo mis cosas y salgo del salón, llenándome de emociones encontradas. Me siento sucia y utilizada, pero al mismo tiempo, una parte de mí anhela repetir esta experiencia. La idea de ser dominada y utilizada por Pedro me excita de una manera que nunca había experimentado antes.
¡Hola a todos!
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¡Gracias por leer y espero que también disfruten de la experiencia auditiva!
Saludos,
DominateBSDM