Connie es chantajeada, Parte 02
Una semana después, Connie estaba haciendo sus deberes cuando oyó que llamaban a la puerta. Abrió y frunció el ceño al ver a Brad.—¿Qué quieres, imbécil?— lo miró fijamente. Brad levantó un sobre manila -Pensé que te gustaría verlas..
Una semana después, Connie estaba haciendo sus deberes cuando oyó que llamaban a la puerta. Abrió y frunció el ceño al ver a Brad.
—¿Qué quieres, imbécil?— lo miró fijamente.
Brad levantó un sobre manila. —Pensé que te gustaría verlas.
Connie lo miró fijamente, cogió el sobre, lo abrió y sacó una hoja de papel. Se le encogió el corazón al ver lo que era. La foto mostraba a Carrie y a ella levantándose las faldas. Era evidente que ninguna de las dos llevaba ropa interior. Y lo que era peor, el brazo de Connie estaba extendido hacia el cuerpo de Carrie y su dedo tocaba claramente la zona entre sus piernas.
—¡Eres un idiota! —la acusó Connie—. ¡Dijiste que borraste todas las fotos! —Lágrimas de frustración brotaron de sus ojos. Nunca se había sentido tan enojada en toda su vida—. ¡Y dijiste que solo nos espiabas cuando nos besábamos! —se quejó.
Brad se encogió de hombros. Enfurecida, Connie comenzó a romper la foto hasta que quedó en pequeños pedazos. —No importa—, le dijo Brad. —Tengo otras.
A Connie no le importó. Al menos el acto físico de destruir la imagen le hacía sentir bien. —Está bien—, dijo enojada.—¿Qué tengo que hacer esta vez?
Brad ya sabía exactamente lo que quería. —Quiero que te levantes la falda y te frotes durante sesenta segundos—, dictó con frialdad, —y yo te meteré el dedo mientras lo haces.
Connie no podía creer lo que oía. Sabía que Brad podía ser un malcriado, pero no tenía idea de que fuera un pervertido tan conspirador. Aun así, la niña de trece años era lo suficientemente inteligente como para saber que no estaba en posición de negociar.
—¿Cómo sé que borrarás todas las fotos esta vez? —preguntó Connie con cautela.
—Te dejaré revisar mi computadora y ver por ti misma que no hay más fotos—, le prometió Brad.
Connie sintió que una oleada de náuseas la recorría mientras pensaba en lo que estaba a punto de hacer. ¡Su propio hermano menor iba a meterle el dedo dentro! Apretó los dientes. —Está bien, idiota, terminemos con esto de una vez—, dijo Connie, metiendo la mano debajo de su falda para quitarse la ropa interior.
—Espera—, dijo Brad. —Quiero hacerlo en mi habitación.
—¿Por qué?
—Sólo porque sí—, dijo Brad, molestando a Connie aún más.
—Bien.
Connie se quitó las bragas y las arrojó a un lado. El aire frío se sentía extraño en su entrepierna desnuda, sobre todo porque llevaba una falda sin nada debajo frente a su hermano por segunda vez. Los dos marcharon hacia la habitación de Brad, donde él cerró la puerta detrás de ellos. Connie se sentó en la cama.
—Ya tengo el cronómetro —le mostró Brad. Connie puso los ojos en blanco y lo miró con enojo. Era evidente que había estado planeando esto.
—Está bien —dijo Connie, tomando el reloj—. Sesenta segundos. —Apretó el botón y se levantó la falda.
Los ojos de Brad se centraron en la entrepierna de su hermana, devorando cada centímetro de su carnosa hendidura. —Frótate—, le recordó.
Connie se sonrojó furiosamente. Con una mano subiéndose la falda, la preadolescente extendió la mano libre y acarició su raja en proceso de maduración. Mortificada de que su hermano la estuviera mirando, Connie introdujo el dedo medio alrededor de la entrada de su vagina, lubrificándose ligeramente el dedo con sus propios jugos. Luego movió el dedo brillante hacia su clítoris encapuchado y comenzó a acariciarlo suavemente.
Brad observó fascinado cómo su hermana se masturbaba. Observó cómo su dedo se movía cerca de la parte superior de su hendidura oscura, donde el vello púbico comenzaba a crecer en espiral. Comenzó a frotar lo que Brad supuso que debía ser su clítoris. El niño de once años había visto una buena cantidad de pornografía para saber qué era el clítoris y, más o menos, dónde encontrarlo.
Connie se sintió horrible y sucia mientras se masturbaba frente a su hermano pequeño. Vio cómo sus ojos estaban hipnotizados por su cuerpo, cómo la miraba como si fuera solo un trozo de carne. Miró el cronómetro que estaba sobre la cama. Todavía faltaban cuarenta y cinco segundos. Vio cómo Brad se arrodillaba frente a ella, con su rostro a la altura de su entrepierna expuesta.
Brad extendió la mano y tocó sus labios vaginales. Connie se encogió interiormente ante su toque. Brad trazó el contorno de sus labios antes de avanzar hacia su feminidad oculta. A pesar de sus atenciones al clítoris, Connie se sintió completamente seca. No le sorprendió entonces que cuando Brad intentó introducir su dedo índice en su vagina, no hiciera mucho progreso.
Lo que sucedió a continuación casi hizo que la joven vomitara. Observó cómo su hermano pequeño se lamía el dedo, cubriéndolo con su saliva. ¡Su propio dedo que acababa de presionar contra su vagina! Connie no pudo apartar la mirada cuando Brad movió su dedo brillante hacia su raja. Sintió que presionaba una vez más contra su vagina y esta vez su dedo se hundió en ella fácilmente.
Connie se sintió mal. Seguía frotando automáticamente su clítoris. Al haberse distraído con el dedo de su hermano, olvidó su vergüenza inicial. Podía sentir claramente su dedo incrustado en su vagina, explorando sus cálidos y carnosos pliegues. A pesar de su disgusto por la situación, sintió un ligero escalofrío de excitación acariciar su joven cuerpo. Su cuerpo finalmente comenzó a reaccionar a la estimulación. Connie se sonrojó cuando se dio cuenta de que su propia lubricación ahora estaba permitiendo que su hermano deslizara su dedo dentro de ella con facilidad. Miró el cronómetro nuevamente. Faltaban veinte segundos.
Brad empezó a mover el dedo dentro y fuera de ella. «Mi hermano pequeño me está follando con el dedo», se dio cuenta Connie, humillada. Sin embargo, las cálidas sensaciones que emanaban de sus piernas abiertas eran urgentes y dominantes y Connie no pudo evitar sentir pequeñas oleadas de placer que la recorrían. Su propio dedo todavía bailaba sobre su clítoris y el dedo en su vagina añadía un contrapunto extraordinario al hacerle cosquillas en su sensible tejido. Connie sabía que si esto continuaba, sin duda tendría un orgasmo. Tanto afortunada como desafortunadamente, el cronómetro marcaba diez segundos para el final. Los últimos diez segundos fueron los más largos de su vida, ya que Connie soportó el dedo de su hermano entrando y saliendo lentamente de ella. Finalmente, el reloj llegó a cero y la alarma empezó a sonar.
Aliviada, Connie dejó caer su falda hacia atrás y se apartó del dedo explorador de Brad. Se odiaba a sí misma por sentirse tan excitada por toda la experiencia. No pudo evitar notar que el dedo de Brad todavía estaba brillante, cubierto con sus jugos. De repente, la niña de trece años se sintió terriblemente culpable por dejar que su hermano pequeño la toqueteara de esa manera. Sus náuseas se convirtieron en ira cuando vio a Brad limpiarse las manos con indiferencia en sus pantalones.
—Está bien, pequeño pervertido —dijo—. Espero que ahora estés contento. ¿Puedo borrar esas fotos ahora? Connie se sentó frente a su computadora. Buscó todas las extensiones .jpg en su disco duro.
—Esta es la carpeta —dijo Brad señalando. Connie se sintió asqueada al ver que la había titulado «connie_dedo». La borró. Inspeccionando los otros resultados de búsqueda, Connie no encontró otros archivos .jpg. Se levantó para irse.
—Te odio—, dijo, abriendo la puerta. Sus ojos ardían mientras miraba con el ceño fruncido a su hermano menor. Connie cerró la puerta de un portazo mientras se iba.
A Brad no le importó. Curioso, se olió el dedo, preguntándose a qué olía su hermana. Un olor fuerte y penetrante le llegó a la nariz. Sonriendo para sí mismo, Brad abrió la puerta de su armario, revelando la cámara de vídeo que había escondido en el interior. Rebobinó la cinta de vídeo y se preguntó qué había podido capturar la cámara.
Continuará
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