Cuando le dije a mi esposo. “Cariño tengo un antojo” de inmediato, bien contento y alegre, me preguntó ¿Qué yo deseaba?…
Una mujer embarazada le dice a su marido que tiene un antojo, y este sumamente contento le preguntó que deseaba ella, a lo que muy avergonzada le respondió que estaba antojada de acostarse con un negro..
Pero mi reacción, fue opuesta a lo que él esperaba, casi llorando, y sumamente avergonzada, le dije. “Mi amor es que es algo, tan, y tan vergonzoso, que no me atrevo, a decírtelo”.
Mi esposo por su parte, aunque sorprendido por mi respuesta, tratando de calmarme, me dijo. “Mi amor no importa, de lo que tu estés antojada, que yo haré hasta lo imposible por complacerte. Así que cuéntame ¿cuál es tu antojo?”
Él no debió insistirme tanto, pero como realmente deseaba complacerme, cuando dejé de llorar, me calmé un poco, y armándome de coraje, le dije. “Yo sé que mi antojo, te parecerá una locura, y no te culparía, si te niegas a complacerme. Pero no tienes idea de lo que sufro por eso, pero a la vez es algo que, dentro de mí, como que me exige que lo haga.”
Mi esposo, ya había comenzado a preocuparse, por mis palabras, cuando de golpe, se lo solté, diciéndole. “Mi amor quiero acostarme con un negro”. Al escucharme, se quedó pálido, evidentemente, sin la menor idea de que responderme.
En ese instante le continué diciendo. “Pero eso no es todo, mi amor. Mi antojo es que tú también me lo metas, cuando esté con el negro. Sé que suena a cosa de una loca, pero por más que he tratado de no pensar en eso, peor me siento. Y como te dije, no te culpo, si no quieres complacer ese loco antojo mío. Lo entiendo, y comprendo de sobra. Pero como ya te dije, es algo que he tratado inútilmente, borrar de mi mente infructuosamente”.
Mi esposo se ajustó los pantalones, respiró profundamente, y me dijo. “Está bien cariño, vamos a ver qué podemos hacer al respecto, no te prometo nada, pero te aseguro que veré la forma o manera de saciar ese particular antojo tuyo”.
Por varios días, entonces fue él quien no dejaba de pensar en lo que yo le había dicho, al principio, le pareció una verdadera locura, tan es así que, me dijo que hasta pensó en llevarme a ver un psiquiatra, pero como ellos lo único que al final hacen es recetar, algunas pastillas. A mi esposo no le pareció que, en mi estado, eso nos hiciera bien, ni a nuestro hijo, ni a mí.
Pero a medida que más él lo pensaba, me comentó que menos descabellado le parecía mi antojo, me dijo que, en cierto momento, hasta comenzó a imaginar como yo me vería con mi vientre, teniendo sexo, con otro hombre.
Y en cierto momento, me comentó que eso hasta le producía cierto grado de excitación, por lo que sin decirme nada a mí, pensó en un posible candidato, nada más por pasar el rato.
Fue cuando se acordó, de un conocido de él que es el entrenador del gimnasio, al que él asiste, un tipo, que parte de ser un poco más joven que nosotros, es negro, y además tiene una envidiable salud.
Pero sin decirme nada a mí, decidió explorar, por no darme falsas expectativas, así que después de su entrenamiento, se armó de valor, y le dijo a su entrenador. “Sé de sobra, que lo que te voy a preguntar, te sonará extremadamente raro. Pero te agradeceré, que me escuches, y si no estás de acuerdo. Con decirme un simple no basta”.
Mi esposo, me dijo después, que la cara del entrenador, se tornó hosca, y hasta se alejó ligeramente de mi esposo, mientras que no dejaba de verlo de manera incomoda.
Así que mi esposo, tras respirar profundamente, le dijo. “Mi mujer está preñada, y tiene el loco antojo, de ser cogida por un tipo como tú”. mi esposo me comentó que su entrenador se quedó en babia, por unos momentos no dijo, ni hizo nada.
Cuando sonriendo, finalmente le respondió. “A con que es eso, me distes tremendo susto, pensé que me ibas a pedir, que yo me acostase contigo”. Yo sé que ese momento, debió ser sumamente incómodo para mi esposo.
Pero al escuchar al entrenador decirle. “Si es eso, por mi está bien”. mi esposo de inmediato continuó diciéndole. “Espera, que su antojo es que yo también esté presente, y al mismo tiempo le dé por el culo a ella”.
El tipo por lo que me comentó mi esposo, dejó de sonreír, y le preguntó. “Pero tú, y yo no tenemos que hacer nada, verdad”. A lo que mi esposo le respondió y aseguró. “No nada, ni tocarnos siquiera”. Su entrenador volvió a sonreír, diciéndole. “Bueno, cuando quieran”.
Por lo que esa noche, cuando regresó a casa, y me lo dijo, yo lloraba, pero de la alegría, cuando terminó de contarme todo, al siguiente día, en la noche, llegamos al gimnasio, el entrenador nos hizo pasar, y de inmediato cerró la puerta con llave, para luego acompañarnos hasta uno de los bancos de ejercicio.
Mi esposo y yo nos sentíamos, algo cortados, al igual que el entrenador, pero en el fondo yo, estaba encantada de la vida, y fui yo la que les dije, de forma bien resuelta. “¿Y qué esperan que para desnudarse?”
Lo que tanto, el uno como el otro hicieron de inmediato, así que mientras mi esposo acariciaba mis grandes tetas, yo me dediqué a mamar la verga del entrenador.
Lo que mi esposo después me confesó que a él le produjo, un raro sentimiento de placer, y vergüenza, al poco rato, mi esposo me penetró por mi coño, mientras que yo continué mama que mama la verga de su entrenador, quien a pesar de ser un poco más pequeño que mi esposo, su miembro es más grande y grueso.
Mi marido seguía penetrándome, por el coño, mientras que yo gustosamente, le ofrecí mis pálidas nalgas a su entrenador, que sin pérdida de tiempo me penetró por el culo, a medida que mi esposo continuaba dándome por el coño a mí.
Después de un buen rato, disfruté de un salvaje orgasmo, tras el cual bien contenta me fui a lavar, el entrenador pensaba que con eso sería suficiente, pero se equivocó, no fue así.
Cuando regresé, volví como con más energía, y más ganas de que mi marido y su entrenador, siguieran dándome, bien duro, eso se repitió durante las semanas previas al parto, ahora es mi esposo quien desea seguir viéndome a mí, siendo penetrada por su entrenador….
Al menos. Me dio risa el «anojo» de la tipa, jajaja.
Lo demás, la cantaleta de siempre, marido consentidor…