De Andrés a Andrea: Mi proceso de feminización
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi nombre es Andrés.
Tengo 28 años, no soy mal parecido, mido 1,75, peso 75 Kg y me mantengo en buena forma.
Tengo un buen trabajo, con un horario que me permite salir a visitar a Clientes, estoy casado y tengo un hijo.
Gano mucho dinero, recibo muchas comisiones y ello me facilita un tren de vida más que satisfactorio.
Además he heredado dinero en metálico de mis padres, fallecidos hace cuatro años en un accidente, además de un apartamento en Marbella y algunas tierras en lugares que se están desarrollando y cuyo precio sube sin parar.
Mi situación económica es, por lo tanto, envidiable.
Mi matrimonio se volvió rutinario cuando nació nuestro hijo.
Al principio lo hacíamos regularmente, pero poco a poco se fue espaciando y poco a poco simplemente lo hemos ido dejando y casi nunca hacemos el amor.
No es una excusa para lo que os voy a contar, pero así están las cosas.
Hace unos dos años empecé a visitar a prostitutas.
Mi horario laboral me lo permitía y yo disfrutaba haciendo cosas que ni me atrevía a plantear a mi mujer.
Descubrí que me gustaban las mujeres activas y cuando no me convencían, simplemente cambiaba.
Hasta que conocí a Carla…
Era una tía espectacular: Rubia, ojazos, media lo mismo que yo, 1,75, no estaba esquelética, tenía un cuerpazo de escándalo.
Practicaba deportes de contacto, estaba en una forma física estupenda y era muy, pero que muy guarra en la cama.
Nuestras primeras veces fueron salvajes; ella poco a poco fue tomando la iniciativa y hacíamos de todo lo inimaginable.
Sus felaciones me hacían explotar y cada día salía de su apartamento con ganas de volver.
Yo controlaba y me reprimía, de modo que mis visitas solían ser una vez al mes, aunque no por falta de ganas…
Al cabo de unos meses, ella era la que tomaba la iniciativa desde el principio y yo me dejaba hacer.
En una de esas visitas, me hizo desvestirme y me llevó desnudo de la mano a la habitación, mientras me excitaba a base de mordiscos, besazos casi hasta la garganta, etc.
Me propuso atarme a la cama y seguir con un juego salvaje.
Caliente como estaba accedí.
Ella me esposó a la cabecera de la cama y salió a prepararse.
Volvió al cabo de unos minutos, me ató las piernas a las patas de la cama y me enseño un hitachi, con el que comenzó a masturbarme.
Cada vez que yo estaba a punto de correrme ella paraba.
Me puso a cien y entonces me propuso utilizar un plug en mi trasero.
Yo estaba salido del todo y acepté.
Me lubricó el año con un sus dedos, introduciéndolos poco a poco untados con el lubricante, y cuando me vio otra vez excitado me introdujo poco a poco el plug, no muy grueso la verdad.
Yo disfrutaba como una mala bestia con el mete saca y al cabo de unos minutos me corrí, sin que me tocase el pene.
Fue algo inenarrable la sensación.
Me desató, charlamos unos minutos de cómo me había ido, me duché y hasta la próxima.
Pasado un mes volvimos a quedar.
Me dijo que se había cambiado de apartamento, me dio su nueva dirección y allá que fui.
Me recibió en un saloncito vestida (o desvestida) con un negligé semitransparente gris, que dejaba ver un tanguita y un sujetador minúsculos.
Llevaba liguero, medias y botas.
Nada más entrar me puse como una moto y comencé a besarla.
Ella se apartó de mí, sonriendo, y me dijo:
“Antes de empezar te voy a poner un PowerPoint y una peli para ponernos a tono”.
Aunque yo ya lo estaba, accedí.
El PowerPoint eran fotografías de mi DNI, de mis tarjetas personales, de las profesionales, fotos de mi casa, de mi mujer y de mi hijo (le habían tapado la cara).
Me imaginé de qué se trataba pero aun así, chillé: “¿qué te crees que estás haciendo, zorra?” “Tranquilízate y no me amenaces, Andrés, que todavía falta la peli”.
Cuando la puso, yo era la estrella.
Había grabado en video toda la escena de la cita anterior, todo, y me había fotocopiado los papeles mientras yo estaba atado en la cama.
Entonces me di cuenta de que me había desvestido en el saloncito, la muy puta y cuando salió a buscar los aparatos me registró la cartera.
Me levanté como un resorte y le pregunté que a qué venía aquello, que me largaba de allí ahora mismo.
“Andrés, lo sé todo sobre ti.
Tengo copia de toda tu documentación.
Además, te he investigado.
Sé tu nombre, se tu dirección, sé dónde trabajas, conozco a tu jefe, tengo tu teléfono, tu correo.
He visto tu casa, he conocido a tu mujer y a tu hijo, así que siéntate y tranquilízate si no quieres que ellos vean lo que tú acabas de ver.
” Cabreado, la obedecí.
“Verás, Andrés, lo vamos a hacer a mi manera.
Soy una mujer dominante y me gusta tener esclavos y esclavas.
Este nuevo apartamento es para eso.
Acompáñame.
”
Salimos del saloncito y me llevó al salón.
Era una sala de sado, con todos los instrumentos que podáis imaginar.
Potros, espalderas, sillas, jaulas grúa, y todo tipo de accesorios.
“Y ahora escúchame con atención.
No quiero hacerte ningún daño, ni obligarte hacer aquello que no quieras pero he pensado que tú puedes ser una buena puta.
Noté el otro día como disfrutabas con el plug y creo que en realidad te gusta ser tratado como mujer.
Yo necesito putas a mi servicio y tú vas a serlo.
Seguiremos viéndonos de momento como hasta ahora, tú me llamarás para cada cita, pero espero que no pase más de un mes entre ellas y, por supuesto, seguirás pagando lo mismo.
Considéralo el coste de tu entrenamiento.
Te voy a preparar poco a poco para ser mi putita y creo que me lo agradecerás al final.
De todos modos, no te queda otra salida que aceptar mis condiciones, ¿no crees?”
Estaba cabreado, mucho, por la trampa, pero no vi manera de escapar de ella y accedí.
“Vamos a empezar por lo principal, vestirte de lo que eres.
” Me puso un tanga, un sujetador y unos panties.
Me llevó a otra habitación donde tenía un armario lleno de ropa.
Eligió para mí un vestido escotado y corto y unos zapatos de mujer con poco tacón.
Después me puso una peluca corta y me maquilló.
Como punto final, me puso unos pechos de silicona bajo el sostén.
Yo seguía enfadado pero también me excitaba la situación.
Ella se dio cuenta y me dijo que diese unos pasos moviéndome como una mujer.
Me enseñaba como hacerlo, y cuando no sabía o no me salía bien me exigía que la imitase.
Me hizo fotos durante todo el proceso y me dijo que las guardaría para ella, riéndose.
Cada vez me tenía más en sus manos, pero la situación me excitaba.
Después de media hora se dio por satisfecha.
Me ordenó tumbarme en la cama de nuevo, me volvió a atar y me metió de nuevo el plug, haciéndome correrme como nunca.
Me quité el maquillaje siguiendo sus instrucciones, me duché y antes de irme me dijo:
“Andrea, la próxima vez que vengas quiero que traigas puesta ropa interior femenina.
Cómprala donde quieras pero tienes que traer braguitas, medias, liguero y sujetador puestos.
”
Protesté pero no me dejó opción.
Durante las dos semanas siguientes me dediqué a buscar páginas web de venta de ropa femenina.
Lo difícil era como hacerme con ella sin despertar las sospechas de mi mujer, pero encontré algunas páginas que te dejaban la ropa en lugares acordados.
La guardaba en casa en un maletín, en mi despacho, en un lugar escondido al que mi mujer no accedía.
Antes de un mes había quedado de nuevo con Carla.
Cuando le enseñé la ropa interior me felicitó por mi buen gusto, todo color gris y rosa.
Esta vez me dijo lo siguiente:
“Para ser una buena putita tienes que ser limpia.
Y, en tu caso, debes limpiarte bien tu agujerito, así que entra en la ducha, quita la alcachofa del tubo flexible de la ducha y ya sabes lo que tienes que hacer”
Rojo de vergüenza lo hice, varias veces, hasta dejarlo totalmente limpio.
Después me volví a vestir, me puse un vestido que ella eligió, me maquilló, me puso los senos de silicona, me ordenó pasear de nuevo un ratito y luego me tumbó en una camilla médica, de tocología.
Me hizo separar bien las piernas, apoyarlas en alto sobre unos soportes y me ató piernas y brazos, inmovilizándome.
Esta vez trajo varios plugs.
Me lubricó bastante y comenzó a meterlos, primero el más pequeño.
El segundo me dolió bastante pero cuando me enseñó el tercero me acojoné.
Ella se rió de mí y me dijo:
“No te preocupes Andrea, que ese será tu nombre desde ahora, te voy a ir dilatando el ano hasta convertirlo en un culo como es debido, para que puedas ser follada por todo tipo de pollas”
Poco a poco comenzó a introducirlo; yo veía las estrellas en cada arremetida, pero ella no se amilanaba.
A veces me lo sacaba y me volvía a lubricar; Otras veces sencillamente esperaba con movimientos suaves a que se dilatase mi esfínter anal lo suficiente.
Al cabo de diez o quince minutos me lo introdujo enterito.
Comenzó un mete saca suave que me fue poniendo a cien.
Cuando se dio cuenta, paró y me dijo:
“Andrea, ahora tienes que aprender a chupar pollas”
Me metió un consolador de polla en la boca, bastante gruesa y larga, y me obligaba a chupar introduciéndola hasta que me daban arcadas.
Cuando le pareció bien me metió una más pequeña con un arnés que me ató a la cabeza, de modo que la tenía fija en la boca.
Con el plug metido, comenzó a utilizar el Hitachi y simultáneamente un mete saca hasta que no aguanté más y me corrí.
Me desató, me envió la ducha y cuando salí me dio las nuevas instrucciones:
“Me encanta que te hayas corrido con el plug, como una buena putita.
Te vas a llevar el plug y las tetas de silicona.
El próximo día vendrás con tu ropa interior y con las tetas puestas.
Te compraras unos pantalones de mujer, una blusa o camisa femenina y vendrás también con todo ello encima”.
Yo protesté diciendo que no podía hacerlo, pero ella se rió de mí y siguió:
“Claro que puedes, putita, no solo harás eso sino que diariamente te pondrás el plug durante algunos minutos, cada día más, para dilatarte, y me mandarás fotos con el móvil de tu culito perforado.
Ah, y no quiero que te masturbes bajo ningún concepto, ni que te corras, por supuesto.
No busques otra solución, Andrea, yo mando y tu obedeces”.
Durante las dos semanas siguientes me dediqué de nuevo a comprar lo que me había indicado Carla.
También seguí sus instrucciones y le mandé fotos diariamente.
Al cabo de un mes volví para nuestra cita.
Llevé la ropa en mi maletín y cuando estaba cerca, en un bar, me cambié.
Me puse la ropa interior, un vaquero de mujer que había comprado, algo ceñido pero no excesivamente femenino y una camisa de mujer, azul cielo, en la que solo las mangas 3/4 con lacitos y los botones denotaban que era femenina.
Me puse un jersey por encima y acudí a su gabinete.
Llamé, me abrió la puerta de la calle y antes de llegar a su casa, en el último tramo de escalera, me puse las tetas postizas.
Nada más abrirme Carla me dijo:
“Andrea, cariño, he visto que no has traído las tetas puestas, sino que te las has puesto aquí.
Eso no me ha gustado nada de nada, así que vas a salir a la calle, irás un bar o confitería y traerás unos bollos para desayunar juntas.
Ah, y nada de jersey para disimular.
Con la camisita esa que llevas, basta”.
La muy cabrona me había estado vigilando desde su casa.
Yo le pedí por favor que no me obligase, le rogué, pero no cedió.
Tuve que salir a la calle así.
Crucé los brazos sobre el pecho para que no se me notase y fui a una confitería cercana.
Había dos personas esperando; pedí la vez y me puse atrás con los brazos cruzados.
Notaba el peso de los pechos de silicona, su tamaño y como abultaban bajo la blusa.
Me daba la impresión de que todos me miraban, las dependientas y los clientes y yo no podía más de la vergüenza pero aguanté.
Pedí lo mío, unos cruasanes, pagué con una mano mientras con la otra me tapaba el pecho y salí.
Me pareció que una de las dependientas se reía por lo bajo.
Volví a toda prisa y rojo como un tomate.
Carla se reía: “¿Lo has pasado mal, Andrea? He visto que te tapabas con los brazos y eso es algo que no volverás a repetir” Hoy te voy vestir como la putita que eres, con un negligé, y vamos a seguir con tu entrenamiento”
Después de vestirme y maquillarme me ordenó tumbarme en la cama, me ató brazos y piernas y me enseñó el nuevo plug, el último.
Un tamaño atroz, pero yo estaba seguro de que acabaría dentro de mí y en el fondo me empezaba a gustar aquello.
Me lubricó y empezó a jugar conmigo hasta que me lo introdujo hasta el fondo.
Estaba excitadísimo y ella se dio cuenta:
“¿A que te va gustando, zorrita?”
Asentí con la cabeza, pues me estaba metiendo una polla hasta la garganta y me dijo:
“Hoy vamos a dar un paso más.
Colócate atravesada en la cama” Cuando lo hubo conseguido me ató las piernas a una grúa, me las levantó y allí quedé, con ellas abiertas del todo y levantadas.
La cabeza me colgaba por el otro lado.
Acto seguido me puso un antifaz que me impedía ver y comenzó de nuevo un juego con el plug en mi ano y la polla en mi boca.
Estaba como una moto cuando sonó el timbre del portero automático.
“No te preocupes, Andrea, será Amazon con un paquete que he pedido para ti”.
Contestó y abrió al mensajero.
Al cabo de minuto llamaron a la puerta.
Ella salió a abrir y volvió enseguida.
“Es tu regalo, Andrea, voy a desenvolverlo”.
A los pocos segundos noté que me cogía la cabeza y me metía la polla en la boca.
Pero esta polla no era de plástico, era de verdad.
Me agarró del pelo, y comenzó a metérmela y sacármela hasta el fondo de mi garganta hasta casi vomitar.
“¿Te gusta tu regalo, Andrea, verdad?”.
La polla se había vuelto enorme, yo no podía casi ni respirar y me atragantaba pero el tipo, fuese quien fuese, seguía sin hacer caso de mis gestos ni de nada.
“Andrea, cariño, no se te ocurra morder, eh? Disfrútala y aprende a chuparla bien.
”
El tipo interrumpió sus movimientos y Carla comenzó a dirigirme:
“Chúpala enterita por fuera, poco a poco, relamiéndola con la lengua y los labios, y chupa los huevos también.
Yo te la sujeto y tú chupa.
Introdúcetela poco a poco en la boca y deja que te crezca en ella, siente como te llena.
”
Aquello me empezó a crecer dentro, yo lamia con precaución primero pero poco a poco me olvidé y disfruté como un salvaje, o como una puta.
Llevaba un condón puesto así que no tenía ningún miedo de que se corriese en mi boca.
Carla comenzó a meterme el plug en el ano mientras chupaba y me corrí como nunca.
Carla paró.
“Ya está bien por hoy, te has portado, putita”.
El tipo aquel se fue, ella me quitó la venda, me desató y fui a asearme.
“Para la próxima vez quiero que vengas con la misma ropa que hoy, pero comprarás una camisa o blusa más femenina que esa, tu verás, pero no quiero verte disimulando con ropa poco femenina y sigue con tu entrenamiento.
Cómprate un plug como este y utilízalo durante horas, diariamente y envíame fotos.
El día que vengas tendrás que traerlo puesto.
Cómprate también un par de tetas con arnés de 1000 gramos en esta tienda, Fetixe, y las traes puestas.
Ah, y quiero que comiences a depilarte el cuerpo entero.
No me importa lo que tengas que hacer, ni mentir, pero lo vas a hacer sí o sí.
Dile a tu mujer que es para ir al gimnasio o lo que te parezca, pero hazlo, putita”
Ni siquiera protesté, pues sabía que no serviría de nada.
Me sugirió que en estas ocasiones preferiría vendarme los ojos para evitar que me reconociese alguien.
Estuve de acuerdo, claro, era una garantía mayor.
Aun así me dijo que cuando creyese llegado el momento, cuando me hubiese convertido en su putita, ella misma me quitaría la venda.
Compré todo y seguí sus instrucciones al pie de la letra.
Me depilé con la cuchilla de afeitar todo, le dije a mi mujer que me venía mejor para el gimnasio y me entrené a fondo.
Fue como una rutina a partir de ese día.
Incluso compré además un plug inflable, y es que la situación me empezaba a gustar, me sentía excitado todo el día.
“Andrea, bonita, hoy tengo una amiga conmigo”.
Había llegado con la ropa, con mi blusa rosa y con bordados, un poco avergonzado en la calle por el tema de las nuevas tetas (procuraba aparcar cerca del apartamento), pero a la vez excitado con el plug que llevaba metido, y la noticia me pilló desprevenido.
“Ven, enséñanos lo puta que eres”.
La amiga, con una melenaza castaña, estaba espectacular.
Las dos se reían mientras yo paseaba ante ellas y se hacían comentarios.
“¿Un poco sosa, no? ¿Tendrá ganas de rabo?” procacidades que me ponían a cien y se me notaba.
“Desnúdate, putita, y enséñale a Karen lo que llevas puesto.
Como un striptease”.
Comencé a desnudarme imitando lo que conocía, con movimientos más o menos insinuantes.
Karen me miraba interesada y compartía comentarios con Carla en voz baja.
Finalmente, cuando les enseñé el plug, se levantaron ambas y me acompañaron a la habitación.
Allí me maquillaron, me depilaron las cejas, me pusieron una peluca rubia de media melena, me vistieron con un vestido de volantes corto, me calzaron y me tuvieron casi media hora paseando como una puta, imitando sus movimientos, etc.
Bien, cariño, Karen es experta en orgasmos arruinados y eso es lo que vas a aprender hoy.
A correrte sin disfrutar de tu pene, quedándote igual de excitada”
Me tumbaron en la cama, me inmovilizaron, Karen comenzó a jugar con mi culo y con el plug excitándome, tan pronto lo sacaba como metía sus dedos y volvía después a introducir el plug.
De vez en cuando utilizaba el Hitachi pero cuando vio que estaba muy excitado y a punto de correrme paró de repente dejó el plug dentro y:
“Andrea, puta, tengo tres tipos esperando fuera para follarte por la boca por el culo, para que les masturbes mientras te machacan, para eso y más.
Vas a chupar todo lo que te metan, vas a lamer, vas a tragar semen hasta que les dejes el sable vacío y limpio como una patena.
”
No pude evitarlo; me puse como una moto me corrí como una bestia, pero curiosamente sin erección casi.
Ellas dos sonrieron y cogieron con los dedos mi semen recién expulsado:
Karen: “Andrea, tu obligación como puta es tragar semen.
Te lo vamos a ir dando con nuestros dedos.
Chúpalo poco a poco, saboréalo en tu boca y después lo tragas”.
Les dije que no pensaba hacerlo, pero entonces Carla me amenazó con ponerme un aparato que tenía allí, que mantiene la boca abierta.
“O te lo tomas como quieras, despacito, o te lo vamos a meter todo a la fuerza, ¿entiendes, puta?”
Carla, al verme reacio a hacerlo, se apiadó de mí, cogió una piruleta y la mojó en mi semen.
“Por ser tu primera vez, lo vas a probar así” y me la metió en la boca.
La chupé con precaución pero solo notaba el sabor dulce, a caramelo, y una crema fluida.
Siguió mojando la piruleta cada vez con más cantidad y yo seguí chupando y empezando a notar algo salado entre el dulce.
Finalmente, cuando le pareció bien, se mojó los dedos en el semen y me los metió en la boca.
Noté un sabor algo salado, una crema suave y me la tragué al momento.
Karen, que se dio cuenta, cogió una buena cantidad, me la metió en la boca y me ordenó chuparla y degustarla sin tragarla, enseñándosela de vez en cuando.
Aunque me daba cierto asco, no me quedo más remedio que hacerlo y así estuve, saboreándolo, hasta que me autorizaron a tragarlo.
Me desataron y me enviaron a arreglarme.
Me lavé, me duché y me vestí (siempre llevaba mi ropa en el maletín).
Después de pagar:
“Andrea, tus tareas para este mes.
Seguirás con tu entrenamiento con el plug pero lo llevarás puesto todo el día, sólo te lo quitarás para dormir.
Te comprarás más ropa interior y la utilizarás diariamente.
Este mes aprenderás a maquillarte como una puta.
Irás a esta peluquería, contactarás con Inés y le dirás que vas de mi parte.
”
Hice lo que me ordenaba.
El tema del plug me excitaba cada día más, tomé como norma hacerme una limpieza anal profunda cada día en la ducha y a continuación meterme el plug y mantenerlo durante todo el día.
Me pasaba el tiempo excitado pero, curiosamente, cada vez me empalmaba menos.
Dos días más tarde fui a la peluquería.
Estaba llena de clientas, y con cierta vergüenza pregunte por Inés.
Cuando le dije que iba de parte de Carla sonrió y me dijo: “No te preocupes, Andrea, te voy a enseñar y te vas a sentir muy bien.
” Dicho esto me sentó en uno de los pocos huecos libres, entre dos chicas jóvenes y dijo en voz alta: “Andrea quiere aprender a maquillarse.
Se siente mujer y quiere llegar a serlo, chicas.
Vamos a ayudarla entre todas”.
Los murmullos fueron generalizados pero todas ellas me saludaron, se acercaban a mí y me decían que iba a quedar muy guapa, que Inés era muy buena en lo suyo y que yo tenía ya unos rasgos muy femeninos.
Rojo como un tomate les di las gracias a todas e Inés comenzó su trabajo.
Me fue poniendo todo tipo de bases y maquillajes, de pintura y sombras de ojos, de pintalabios, etc.
explicándome cada paso.
Las clientas colaboraban, que si ese tono te queda ideal, que ese rojo para los labios es perfecto, etc.
Cuando terminó me limpié a pesar de que ella pretendía que saliese así.
Me dijo que volviese un par de veces más para aprender todo bien.
Eso hice, y aprendí todo lo que debía saber sobre maquillaje.
Una cuarta vez fui y me maquillé yo mismo con resultados aceptables.
Ese mismo día, Inés me preparó un juego completo de maquillaje.
Fui a la siguiente cita como a la anterior, con la misma ropa.
Cuando me abrió Carla se sintió decepcionada: “Pensaba que vendrías maquillada…” Le recordé que no me lo había ordenado y entonces me envió a su cuarto a maquillarme.
Comenzó la sesión atándome a la cama, atravesado en ella.
Me imaginé que vendría otra vez su amigo.
Ella sonrió, no dijo nada, me inmovilizó y me vendó los ojos.
Me quitó el plug y noté que había otra persona en la habitación.
“No te preocupes, Andrea, hoy ha llegado el momento de que conozcas varón.
Abre la boca y lame”.
Una polla flácida me rozó los labios.
Yo empecé a chupar y lamer y poco a poco fue engordando hasta que se puso enorme y rígida.
Me llegaba hasta el fondo de la garganta hasta darme arcadas y salivar como una perra pero yo chupaba y chupaba, hasta que finalmente la sacó.
“Relájate, Andrea, y disfruta” dijo Carla.
Riéndose me lubricó el ano.
Empecé a notar que algo me rozaba el año, se restregaba contra él y empezaba a introducirse.
Era muy gorda pero a la vez flexible y yo tenía el ano dilatado por lo que no me dolía apenas.
Me excitaba conforme iba metiéndomela y cuando llegó al fondo no pude aguantar más.
“Dale fuerte, cabrón”.
El tipo empezó a sacarla y meterla brutalmente pero yo disfrutaba como una perra en celo y le pedía a gritos más y más.
Cuando ambos estábamos a punto de corrernos, Andrea lo frenó: “Sácasela, que vamos a terminar de otra forma”.
Me imaginaba lo que pretendía.
Estaba tan salido que ni siquiera protesté pero me daba miedo recibir aquello y así se lo dije a Carla.
“No te preocupes, putita, eyaculará en tu cara pero puedes cerrar la boquita cuando lo haga.
Ahora, ábrela bien.
Ah, y está limpio de ETS” La noté en mi boca, caliente y húmeda, sin preservativo, y empecé a lamerla como si no hubiera un mañana.
Carla me animaba “sigue, zorra” y yo cada vez tragaba más, chupaba más, salivaba más.
El tipo, cuando notó que se iba a correr, la sacó, cogió mi mano y me obligó a masturbarle frente a mi cara hasta que eyaculó.
Varios chorros calientes impactaron contra mi cara, mis ojos, mi nariz y mi boca.
Yo me sentía excitadísimo por haber sido capaz de conseguir aquello y solté algún gritito, como una putita.
Carla se dio cuenta: ”Estás caliente ¿eh, zorra? Quieras chuparla, ¿verdad?” Incrédulo, me oí contestar que sí.
El tipo me acercó su polla, ya flácida y yo se la lamí entera chupando y degustando el semen que todavía tenía.
Cuando le deje la polla limpia se retiró.
Carla entonces volvió a mi lado, me quitó la venda y me dijo.
“Que puta te sientes, Andrea, ¿a que sí?” Yo asentí, y entonces Carla introdujo en mi culo el plug más grande que tenía y, delicadamente, fue tomando los restos de semen que había sobre mi cara e introduciéndolos en mi boca.
Los chupé con cuidado, los degusté por toda mi boca y finalmente los tragué todos.
Cuando acabé me masturbó con el hitachi y cuando estaba a punto dejó de utilizarlo y jugó con el plug en mi culo hasta que solté toda la carga en el preservativo que me había puesto.
Otro orgasmo arruinado, y esta vez la excitación desapareció de golpe.
Me quedé flácido, exhausto, agotado, pero Carla todavía tenía una sorpresa.
Cogió el preservativo, me abrió la boca y a pesar de mis protestas y mi falta de ganas y de deseo, me lo volcó entero en la boca, obligándome también a degustarlo y tragarlo.
“Una zorrita debe acabar siempre la faena”.
Así terminó esta sesión.
Para la próxima Carla me dijo: “Vendrás como los últimos días, pero maquillada.
Seguirás con tu entrenamiento, con tu plug, y vistiendo ropa interior de mujer- Ah, y vete a ver a Inés, que tiene algo nuevo que enseñarte”
Obedecí.
Inés me hizo sentar de nuevo en la peluquería con sus clientas, me pidió que me maquillase ante ella y cuando terminé me hizo algunas correcciones y salió un momento.
“Tu sorpresa,” dijo.
Volvió a los pocos minutos con varias cajas.
Las abrió y sacó una serie de pelucas de todos tipos.
Me las fue enseñando una por una ante las miradas cómplices de sus clientas y me dio a elegir.
Elegí una rubia oscura, de pelo corto, tipo Kim Novak.
Me la colocó varias veces para enseñarme, entre grititos de aprobación de sus clientas, •Te sienta muy bien, Andrea”, “qué preciosidad”, etc.
A continuación miró mis manos, con las uñas comidas, me hizo la manicura y luego siguió por los pies.
Por último, me envió a un salón próximo y me dijo que preguntase por Juana, que me iba a poner unas uñas de gel, que siguiese sus instrucciones y que luego volviera.
Me desmaquillé, me quité la peluca y allá que me fui.
Cuando entre allí me quedé lívido.
Eran dos chinas.
Pregunté por Juana y una chinita me sonrió y me invitó a sentarme.
Justo detrás entró otra clienta, española y joven, que se sentó a mi lado.
Le expliqué a la china que quería unas uñas de gel porque me mordía las mías, pero ella sabía ya lo que tenía que hacer.
La chica de al lado me sonrió y me dijo que hacía bien, que era un método estupendo para dejar de mordérselas.
La china comenzó su trabajo y cuando llegó el momento de pintarlas le dije que de un color lo más natural posible.
No me entendía o no quería entenderme porque al final me las pintó de color rojo, a pesar de mis protestas.
La chica de al lado me miraba sorprendida y entonces le conté que una amiga se había encargado de hacerme la reserva hablando con estas chicas, que eran las que se lo hacían a ella, y que me querrían tomar un poco el pelo o posiblemente que no hablaban español.
Pero lo malo vino después: La china se agachó y me pidió que me descalzase.
Yo no quería hacerlo pero ella insistía y mis instrucciones eran muy claras.
Me descalcé me quité los calcetines y mis pies aparecieron con la pedicura recién hecha.
La chica se sorprendió más todavía pero cuando empezó a pintarme las uñas de los pies de rojo pasión se empezó a reír.
Y creo que lo de mi amiga ya no coló.
Cuando terminó todo, había pagado y me disponía a marcharme, la china que yo suponía que era “Juana” se despidió con una sonrisita diciendo “Adiós, putita, da lecueldos a Inés”.
Avergonzado, y sin saber cómo reaccionar, escuché a la otra chica un “Adiós, princesa” con un guiño, que me hizo llegar al rojo púrpura mientras las tres se reían por lo bajo (jijiji)…
Volví a la peluquería e Inés me dio instrucciones:
“La próxima vez que vayas a ver a Carla deberás ir totalmente vestida y maquillada como la mujer en que te estás convirtiendo, Andrea.
Llevarás pendientes de pinza, pulseras y reloj de mujer, que comprarás, así como un vestido corto y unos zapatos de tacón.
Te pondrás también este collar de sumisa (de cuero, repujado y con adornos de plata)”
No protesté.
Sabía que no había nada que hacer.
Pasé el mes bastante excitado.
Estaba acojonado por un lado pero me sentía cada vez más dispuesto a hacer todo lo que Carla quisiera.
Era casi un síndrome de Estocolmo y sentía cada vez más deseos de seguir.
Mi problema más grave era donde vestirme; hasta entonces siempre lo había hecho en el servicio de bares pero ahora me resultaría imposible.
Era un hombre y tenía que entrar vestido de hombre y salir como mujer.
Afortunadamente, hay sitios en los que lo puedes hacer.
Aeropuertos y hospitales, en el servicio de minusválidos.
Elegí el hospital.
El día de la cita salí de mi casa con el maletín completo con todo lo necesario.
De hecho, había tenido que cambiarlo por otro más grande porque ya no me cabía todo.
Salí del trabajo y fui a un hospital público que ya había inspeccionado y que me pillaba de camino, o casi.
El servicio de minusválidos que elegí estaba en una planta en la que había poco tráfico de personal, pues se utilizaba casi en su totalidad para consultas por la mañana, mientras que por la tarde de los miércoles sólo había una consulta en la otra esquina.
Me metí en el servicio, abrí el maletín y comencé a trabajar frente al espejo.
Durante casi dos horas estuve allí, metido, y nadie vino a molestarme.
Cuando salí era una mujer, una Andrea.
Nadie me podría reconocer.
Me había puesto la ropa interior más sexy, acompañada por un corsé inglés que me ceñí hasta casi asfixiarme.
Llevaba un vestido azul por encima de la rodilla, ceñido, con una chaquetilla de encaje entreabierta por donde asomaba el corsé y el pecho postizo.
Hasta yo me veía atractiva.
El maquillaje obraba milagros y el plug me hacía sentirme a la vez atractiva, excitada y puta.
Salí despacio, procurando andar como una mujer y notando que muchos tipos me miraban con admiración y deseo, lo que me hacía excitarme más y mojar mis braguitas (de encaje, negras).
Llegué a la cita puntual.
Cuando Carla abrió la puerta se sorprendió: “Qué guapa estás, puta” y me plantó dos besos en la cara.
Me llevó al saloncito y notó como estaba: “Te va gustando esto, eh?”
No contesté pero ella siguió: “Hoy vamos a dar un pasito más, Andrea.
Tendremos una orgía y tú serás la puta.
Vas a llevar puesto desde ahora este cinturón de castidad, del que yo tengo la llave.
Es mi regalo para mi puta.
Tú verás lo que le dices a tu mujer pero no podrás quitártelo.
Imagino que ya no tienes relaciones con ella pero si es necesario tendrás que arreglarte solo con la mano, y sin que ella te toque, salvo que quieras decírselo…” Me obligó a bajarme la braguita y me puso el cinturón, que me oprimía el pene e impedía las erecciones.
Se colgó la pequeña llave en un collar, dentro de una especie de adorno.
Acto seguido me cogió del brazo y me llevó con ella a la calle, como dos amigas.
Yo estaba confundido, pero ella me hablaba como una amiga mientras me decía que íbamos a tomar algo y luego a mi coche.
Entramos a un bar ella pidió un cubata y me preguntó que quería yo.
No me atreví a hablar, así que hice un gesto de asentimiento.
Ella no quiso entenderme e insistió: “¿Qué quieres, Andrea?”.
Finalmente, rojo de vergüenza (aunque el maquillaje lo tapaba) contesté bajito, intentando poner voz de mujer: “un cubata también, por favor”.
Carla insistió, “¿No te oigo, que has dicho?” Con el resto de mis fuerzas dije claramente “Un cubata, gracias”.
Mi voz no fue precisamente la de una vicetiple pero el camarero, aunque algo extrañado, no dijo nada y me lo sirvió.
Yo me toqué la garganta y carraspeé para hacerle creer que estaba ronca.
Por fin, Carla se apiadó de mí.
Pagamos la cuenta y salimos.
Fuimos a mi coche y nos dirigimos hacia un barrio elegante que yo no conocía.
Llegamos a un edificio, Carla abrió el parking con un mando a distancia, aparqué el coche, cogí mi maletín y nos dirigimos al ascensor.
“Hoy vas a ser la puta para un bukake.
Estás preparada para ello y creo que lo vas a hacer muy bien, pero por si se te ocurre arrepentirte quiero que recuerdes lo que conozco sobre ti y lo que puede ocurrirte.
Voy a estar en la sala en todo momento, apoyándote, cuidando de ti, y no voy a dejar que nada malo te ocurra.
Pero debes colaborar, Andrea.
Mis amigos son ricos y poderosos, no tienen ninguna enfermedad sexual y sólo quieren divertirse, y para ello te tienen a ti.
Saben lo que eres y lo que estoy haciendo y están de acuerdo en participar en esto.
No temas”
Me vendó los ojos y entramos en el ascensor.
Pulsó el 2º piso y me llevó de la mano hasta la puerta.
Pulsó el timbre, la puerta se abrió y me condujo hasta una sala.
Creo que me llevó al centro, y me hizo girar sobre mí mismo mientras hablaba:
“Caballeros, esta es Andrea, mi alumna.
Hace unos meses, sólo unos meses, era Andrés.
La he entrenado cuidadosamente, le he enseñado todo lo que una buena puta debe saber, y hoy es su primer día de trabajo.
Quiero que sean cuidadosos con ella, que no la castiguen ni peguen ni le dejen marcas.
Para todo lo demás que deseen está preparada.
No le quiten el vendaje de los ojos, quiero que aprenda a actuar como una puta, sin distinciones”.
Escuché murmullos que parecieron de aprobación.
Acto seguido me pidió que me desnudase.
Lo fui haciendo lentamente, como una puta, hasta que me quedé desnuda por completo.
Carla se acercó de nuevo a mí, me extrajo el plug, me quitó también el cinturón de castidad y dijo: “Señores, está desprecintada.
Toda suya”
Comencé a notar manos que me acariciaban, que se dirigían a mi culo, a mis pezones, a mi pene, más bien micro pene, que me sobaban.
No sabía cuántos hombres había allí y me sentía asustado.
Finalmente uno de ellos me abrió la boca e introdujo su polla en ella.
Ese tema ya lo conocía, así que empecé a lamer y lamer y a chupar, mientras los demás me rodeaban, me acariciaban incluso comenzaban a introducir sus dedos por mi ano.
Uno de ellos me obligó a sentarme sobre su pene erecto y mientras algunos me balanceaban arriba y abajo, otros me introducían sucesivamente sus pollas en la boca, o me obligaban a masturbarles con mis dos manos.
Cambiamos de posturas repetidas veces, me follaban por todos los agujeros y yo ya estaba convertida en toda una puta, excitada.
Chupaba pollas y apretaba el culo para sentirlas, masturbaba todo lo que se ponía en mi mano, y en uno de esos envites me corrí salvajemente.
Ellos pararon al instante, pensando que se había acabado la juerga, pero Carla me preguntó que como estaba y sólo pude decir “folladme, cabrones, como a la puta que soy”.
Estaba excitada como nunca y aquello siguió.
Alguno comenzó a correrse en mi cara y yo abría la boca con delectación y lamía su semen.
Otros se corrieron en mi boca y en mi garganta y lo degusté y tragué hasta el final.
Creo que estuvimos más de tres horas así.
Me follaron de todas las maneras posibles, tragué semen caliente de todo el que se quiso correr en mi cara o en mi boca, chupé todo lo que me pusieron delante y me corrí unas cuantas veces.
Era una locura que parecía no tener fin.
Carla me tocó en el brazo.
Casi había perdido el sentido y todos aquellos hombres se habían retirado.
Me dijo que ya estaba, que había terminado y se ofreció a quitarme la venda.
No quise.
Prefería mantener aquello en la imaginación.
Carla me acompañó al cuarto de baño y me ayudó a desmaquillarme, a quitarme todo y a ducharme.
Estaba agotado pero me fui recuperando y finalmente pude vestirme.
Antes de salir le pedí que me pusiese el cinturón de castidad, lo echaba de menos.
Con una risa suave lo hizo.
Eran las ocho de la tarde cuando salimos de allí.
Me ofrecí a llevar a Carla a su casa pero ella no quiso.
“Te has portado como esperaba, incluso has superado mis previsiones contigo.
Eres mi mejor putita, sin duda.
Para nuestra próxima sesión, Andrea, debes venir como hoy.
Perfectamente vestida y maquillada.
Creo que las faldas también te van a sentar bien: Cómprate algún conjunto provocativo y sorpréndeme, querida.
Esta vez lo pago todo yo”
Me dio una buena cantidad de dinero, que me había merecido, dijo.
Aunque agotado, yo estaba contento por cómo había transcurrido todo aquello, por primera vez me había sentido mujer y deseaba volver a repetir.
Deseaba volver cuanto antes pero el sentido común me hizo reflexionar y esperé el mes.
En ese tiempo, volví a la peluquería de Inés para que me ayudase a comprar ropa.
Me hizo llevar mi ropa, me maquillé y me vestí en la peluquería y nos fuimos de compras.
Me llevó a varias tiendas que conocía y me ayudó a elegir la ropa adecuada, entre otras cosas, un conjunto de falda corta y blusa semitransparente que dejaba poco a la imaginación.
Ella hablaba por mí, me acompañaba al probador y me ayudaba a vestirme.
Le compré también un par de cosas que le habían gustado, volvimos a la peluquería y desde allí fui al local de las chinas a que me retocasen las uñas.
Se sorprendieron al ver mi nuevo look pero hicieron su trabajo.
Esta vez me pintaron todas las uñas de color carne para no tener que quitármela antes de llegar a casa.
Nuestra siguiente cita era a las cinco de la tarde y allí me presenté yo, con mi atuendo provocativo (o de puta, vamos).
Carla abrió la puerta, me cogió del brazo y dijo que nos íbamos por ahí.
Subimos a mi coche y me pidió que fuésemos a un barrio del extrarradio, que tampoco conocía.
Por el camino me iba contando lo que pensaba hacer conmigo en el futuro.
“Verás, Andrea, creo que eres una buena puta y solo te faltan un par de toques.
Vamos a empezar con tu hormonización.
No me gustan las tetas postizas así que vamos a hacerte crecer las tuyas, aunque sea un poco.
No quiero que te vayas de tu casa, ni que abandones a tu familia, pero quiero a mi puta, y eso vas a ser, mi mejor puta.
Creo también que necesitas una vagina, y la vas a tener”
Yo protesté, le dije que iba a hundir mi matrimonio, pero ella siguió en sus trece.
Sabía que aquello, en el fondo, me excitaba.
Por fin llegamos a aquel barrio.
Era una zona industrial y me acojoné cuando llegamos a unas calles poco iluminadas, poco transitadas, en las que se veían putas y travestis.
Paramos un momento, me quitó el plug y el cinturón de castidad y seguimos hasta una calle en la que había travestis.
Me hizo parar junto a un tipo con mala pinta y le llamó: “Paco, entra”.
Paco entró en el coche, se sentó detrás y Carla se pasó a su lado.
Comenzó a explicarle: Carla es mi mejor alumna.
Como ya te dije es un tío pero cada vez le gusta más sentirse mujer y yo le estoy ayudando a serlo ¿Verdad que lo parece? Ya ha tenido alguna experiencia como putilla pero con clientes selectos.
Aquí quiero que aprenda la realidad de este mundo, que aprenda lo que desean los hombres y se lo dé.
Creo que debes llevarla con los travestis y ponerla a trabajar.
Es guapa, ¿verdad?”
Los dos se rieron.
Paco me dirigió hacía una esquina, al lado de un travesti negro, y me ordenó bajar allí.
Lo hice y entonces Carla se puso al volante me dijo que me dejaba allí durante unas cuatro o cinco horas y que luego volvería a buscarme.
Acojonado, seguí a Paco.
Me presentó a Vanessa, el negro, y me dio instrucciones: “Vas a cobrar 20 euros por una mamada y 50 por un completo.
Todo el que te pare y acepte tu precio será tu cliente y te irás con él, a ese descampado, y lo haréis en el coche”.
No puedes rechazar a nadie, tenga el aspecto que tenga.
Ah, y toma unos condones”
Ni cinco minutos tardó mi primer cliente.
Un chico joven, con ganas de juerga y poco dinero.
Fuimos al descampado, le hice una felación y en cinco minutos terminamos.
Le debió gustar porque me dio las gracias.
NI me excité ni nada.
El siguiente cliente era un camionero de unos treinta.
Este se las sabía todas y quiso follar.
El tío era legal y aguantó bien.
No estaba sucio, se había lavado o duchado antes.
Quiso besarme y yo accedí.
Nos besamos con lengua, hasta la campanilla.
Luego echamos un polvo, bastante bueno, se corrió, me pagó y listos.
El tercero fue un vejestorio sucio y maloliente.
Tuve que hacerle una mamada, empeñado en que sin condón, pero ni soñarlo.
Al vejete le costó un poco correrse pero al final lo hizo.
Después llegaron dos chicos con ganas de marcha.
Iban pasados de alcohol o droga y nos dijeron que querían follar con dos a la vez en su auto caravana.
Vino Vanessa y les dijo que 120 euros por las dos.
Accedieron y allá que nos fuimos los cuatro al descampado.
Empezamos a follar pero ni se les levantaba.
Entonces nos pidieron que les hiciésemos un numerito lésbico.
Vanessa y yo nos empezamos a morrear, en plan guarro; a los chavales les gustó y se excitaron, por fin.
Nos sentamos sobre sus pollas ya erectas y follamos con ellos mientras ambas nos morreábamos.
Ni cinco minutos nos duraron.
El caso es que fue tan poco tiempo que nos pidieron que nos follásemos entre nosotras.
Yo no tengo una buena polla pero Vanessa tiene una tranca de cojones, así que me folló como una mala bestia hasta que me corrí del gusto.
Vanessa se reía como la zorra que era y los chavales se quedaron bizcos al verla trabajar en lo suyo.
Hasta propina tuvimos.
En aquellas horas no sé cuántos tipos me trinqué.
Muchos insistieron en hacerlo “sin” pero yo me mantuve firme por miedo a las ETS.
Me porté como una puta pero la verdad es que sólo conseguí disfrutar con Vanessa.
Cuando volvió Carla yo ya era una veterana.
Paco se acercó a ella, le dio una pasta y le dijo que cuando quisiera allí tenía mi puesto.
Carla rió, me abrió la puerta de al lado y siguió al volante.
Me preguntó que tal lo había pasado.
“Pues verás, no ha estado mal.
Te voy ser sincero.
He follado y chupado no se con cuantos, con muchos, pero no ha sido nada excitante, más bien mecánico.
Sólo me ha gustado cuando me ha follado Vanessa, la travesti negra, en un show que hemos montado para un par de tipos.
Me gusta hacerlo a pelo, me gusta el semen en mi boca y aquí no ha podido ser”.
Carla sonrió: “Eso esperaba oír de ti.
Eres toda una puta, pues aceptas lo que te venga, aunque no te guste.
Quería que conocieses este ambiente y observar cómo te desenvuelves en él, y veo que lo has hecho bien.
Mis planes para ti son otros.
Creo que tienes unas habilidades difíciles de encontrar y pienso aprovecharlas al máximo.
Tengo muchos clientes y tú vas a ser ahora la estrella de mi casa.
No sé cuánto durará pero espero que sea mucho, querida”.
Me recordó que debía seguir sus instrucciones y que para nuestra próxima cita fuese vestida de mujer, con ropa sexy pero no excesivamente provocativa.
Ese día, además de trabajar para ella, empezaría mi tratamiento hormonal.
Protesté débilmente, pero le bastó sólo una mirada para hacerme callar.
Cuando llegamos a su zona se bajó del coche para dejármelo.
Antes de irse me lanzó un beso con la mano y me sonrió.
Me gustaba aquello.
No había querido reconocerlo hasta entonces pero me gustaba cada vez más.
Me sentía cada día más mujer y más puta.
Me daba cuenta de que mis gestos se estaban volviendo más femeninos, de que en cuanto me despistaba movía las caderas como una zorra.
Cuando volví a la peluquería de Inés me sentí alegre.
Le pedí que empezase el tratamiento láser para depilación y ella lo hizo, encantada.
Me maquillé y me vestí de mujer, y volví a la tienda de las chinas.
¡Qué casualidad! Allí estaba aquella chica que se rió de mi cuando me pintaron las uñas por primera vez.
Entré y me senté en la silla esperando a que terminasen con las dos clientas que estaban atendiendo.
Terminó la primera, pasó la chica y al poco tiempo terminó la segunda.
La china me llamó, ¡Andlea! Y yo entré y les dije “Buenas tardes”.
Una de las chinas me respondió, sonriendo “Hola, putita, ¿otla vez pol aquí?”
Sorprendida, la chica se giró.
Mi voz era masculina y entonces me reconoció.
Me miró asombrada y le expliqué que estaba saliendo del armario, que me estaba transformando en mujer y que lo de “putita” era una broma con las chinas.
Ella me sonrió “Cuando te vi la otra vez me dije, que chico tan guapo, tan atractivo, pero tiene modales de chica, y no me equivocaba.
Creo que sí, perdona, pero tienes pinta de putita con esa ropa y ese maquillaje”.
No tnía nada que decir, era verdad y además, me sentía halagado.
Ese fue el punto de inflexión.
Yo quería ser mujer, y quería ser puta, me gustaba y disfrutaba siendo utilizada.
Durante todo el mes esa idea se fue abriendo paso y cada vez estaba más convencido.
Llegó la siguiente cita.
Carla me miró y aprobó con la vista lo que veía.
Iba despampanante con mi nueva falda, mini y con volantes debajo, con un corsé ajustado que resaltaba la cintura, y con una blusa semitransparente de media manga que dejaba ver por el escote unos senos redondos, duros y grandes, escondiendo a duras penas los pezones.
Yo iba lanzada.
“Carla, déjame explicarte como me siento.
Durante este mes he pensado mucho en lo que me dijiste y quiero transformarme en una mujer, en tu zorra.
Me apetece vivir como mujer, sentir como mujer y quiero seguir adelante”
“Andrea, desde que te conocí me di cuenta que eso era lo que deseabas, que serías la mejor puta que hubiese tenido nunca.
Estoy de acuerdo contigo y seguiremos adelante, pero debes pensar también en tu familia ¿Qué les vas a decir?”
Ya había reflexionado sobre ello y me había planteado hablar con mi mujer y divorciarnos de mutuo acuerdo.
No le explicaría los motivos reales sino que hablaría de que nos habíamos distanciado, de que ya no compartíamos nada y que para eso era mejor separarnos.
Por supuesto ella seguiría en la casa, tendría la patria potestad y yo le pasaría una pensión razonable.
Carla estuvo de acuerdo.
Fuimos a una clínica especializada y me dejó en manos de un doctor, amigo suyo, que me explicó todo el proceso (la hormonización quincenal, las cuatro operaciones de cambio de sexo, etc.
).
Me entrevistó en profundidad para conocerme, para saber si lo había entendido y para asegurarse de que eso era lo que deseaba.
Le dije que sí, que lo era, y programamos fechas.
Ese mismo día me inyectó las primeras dosis.
Carla me recogió y volvimos a su gabinete.
Me preguntó si me apetecía hacer algo pero aunque estaba contenta con mi decisión preferí volver a casa y hablar con mi mujer para cerrar aquel asunto.
Me vestí de nuevo como un chico y volví a casa.
Hablamos durante más de dos horas.
Mi mujer asentía a cada cosa que decía y en realidad ella también opinaba que era lo mejor.
No se sentía cómoda con la situación, hacía tiempo que había dejado de quererme y además quería volver a su antiguo trabajo.
Acordarnos establecer un divorcio de mutuo acuerdo.
Ella se quedaría con la casa y yo le pasaría una generosa pensión que le permitiría contratar a alguien para cuidar a nuestro hijo mientras trabajaba.
Ella se encargaría de buscar un abogado competente.
Durante ese mes me dediqué a buscar apartamento para mí.
Compré uno en la zona donde Carla tenía su gabinete, e hice la mudanza.
Poca cosa, mi ropa, mis objetos personales, ordenador y nada más.
Era un ático con un gran salón, soleado, y dos habitaciones grandes, con acceso independiente, cada una de ellas con su baño incorporado (jacuzzi en la principal).
Una cocina completamente amueblada y una terraza espectacular.
Mi vida estaba dando un cambio espectacular.
No sabía cuánto tiempo podría conservar mi empleo, pero la verdad es que no me importaba demasiado.
Quería ser una mujer toda costa.
Seguí por supuesto con mi entrenamiento y acudí dos veces más a la consulta para ser hormonado.
Volví también a ver a Inés y terminar el tratamiento laser, y a las chinas para que me arreglasen las uñas.
Por entonces ya eran las mías naturales, y podía pintármelas y despintármelas cuando me apetecía.
Hasta ya me gustaba cuando se despedían de mí, ahora las dos a coro “Adiós, putita”.
Sentía que mi sueño de convertirme en mujer se acercaba cada vez más, y me imaginaba ya libre, disfrutando de mi nuevo apartamento y compartiéndolo con mis ligues.
Ganaría un montón de dinero con Carla, como puta de alto standing, y lo utilizaría para vivir a tope mi nueva vida.
Llegó el día de la cita.
Llegué al gabinete hecha toda una mujercita.
Aunque los pechos ya me habían empezado a crecer, todavía eran demasiado pequeños y seguía utilizando los postizos, que casi estaban punto de saltar.
Carla estaba radiante, en su papel de jefa de la casa de putas.
Me recibió vestida con unos leggins ceñidísimos que marcaban todo, un corsé precioso y una blusa rosácea divina, con zapatos de tacón.
“Estas divina, Andrea.
Me encanta esa ropa y esos senos que te empiezan a crecer.
Si sigues con el tratamiento creo que no vas a necesitar implantes, que bastará con los tuyos, ¿verdad? Los disfrutarás más y mejor, seguro.
Verás, cariño, hoy vas a tener trabajo.
Mis amigos han organizado una orgía y participareis varias de mis chicas y ellos.
Estoy segura de que te gustarán y disfrutarás como la perra que eres.
¿Qué opinas, puta?”
Solo al oírla ya me sentía excitado con la situación.
Le expliqué mi conversación con mi mujer, mi traslado y mis ganas de convertirme en mujer.
Ella asentía, satisfecha.
“Andrea, cariño, lo sabía.
Hoy terminará tu entrenamiento.
Vas a portarte como la zorra que eres, vas a hacer disfrutar a mis amigos al límite y después hablaremos del futuro, que será maravilloso para ambas ¿te parece?”
Yo ya estaba mojando las braguitas.
Carla lo notó y me pidió que tratase de controlarme mientras me ofreció unas suyas para cambiarme.
Salimos y subimos a mi coche.
Volvíamos a la misma casa del bukake y Carla me vendó los ojos mientras me conducía arriba.
“Esta será la última vez que lo hagas así.
A partir de hoy quiero que veas todo lo que haces, y disfrutes con ello”.
Entramos de nuevo en aquel salón.
Me colocó en el centro y se dirigió a los que allí estaban:
“Esta es Andrea, mi mejor putilla.
Algunos de vosotros ya la conocéis de otras ocasiones: Andrea es una chica atrapada en el cuerpo de un chico.
Está en tratamiento de hormonización y su deseo es convertirse en toda una mujer, en toda una zorra.
Está dispuesta y preparada para hacer todo lo que deseéis, todo.
Los que la conocéis sabéis que me quedo corta y los que no, tendréis una gran sorpresa con ella”
Me hizo dar un par de vueltas de su mano por aquel salón, meneándome como un zorrón.
Algunas manos me tocaban al pasar y yo me sentía en la gloria, mojando mis braguitas y sintiendo mis nuevos pechos, notando como se me endurecían los pezones.
Deseaba empezar cuanto antes y se me escapaban gemidos y grititos de deseo.
Estaba en celo, como la más perra.
Carla, por fin, me llevó de nuevo al centro para que me viesen todos, me quitó la ropa, me quedé en braguita y sujetador y después, por sorpresa, desató la venda y se apartó, dejándome allí, sola.
Había mucha luz y parpadeé, cegado.
Aquel salón era inmenso.
No había mucha gente y poco a poco, las siluetas comenzaron a perfilarse.
Comencé a ver caras y, sorprendido, las iba reconociendo.
Estaban Carla, Inés, la chica que había conocido en la tienda de las chinas, ¡con las dos chinas! Estaban varios chicos de mi edad, ¡oh, no!, mi jefe, y de repente la vi.
Mi mujer estaba allí, agarrada a un maromo y sonriendo.
Me quería morir.
Yo allí, en ropa interior, como un puta, y ellos mirándome y sonriendo.
Después de un par de minutos, sin poder moverme y abrumado, Carla me cogió del brazo y me llevó a otra salita.
Me hizo sentar en un sofá, llamó a mi mujer y cerró la puerta.
“Andrés, cariño, no te esperabas esto, ¿verdad? Menuda sorpresita.
” Yo estaba aturdido y no entendía nada.
“Andrés, esta situación te la has buscado tú mismo.
Empezaste a irte de putas pero cuando volvías a casa ni siquiera te preocupabas por disimular ese olor a perfume barato.
Te seguí una de esas veces y descubrí que me ponías los cuernos.
No me importaba demasiado porque si tú pasabas de mí, yo hacía lo mismo pero, al menos, te era fiel.
Se nos había acabado el amor, pero podías haber sido franco conmigo, en lugar de irte de putas.
Decidí hacer algo.
Hable con Carla, tu jefa, jajaja.
La conocía del barrio, fuimos amigas antes de salir contigo, pero luego se estableció por su cuenta y dejamos de vernos.
Yo le había seguido la pista, sabía a lo que se dedicaba y contacté con ella.
Desde el principio estuvo de acuerdo.
Comentamos como te portabas en la cama, le hablé de tus gustos sexuales, de tu pasividad y entonces ella decidió conocerte para ver el mejor modo de actuar.
Yo sólo buscaba venganza, ¿sabes?, hacerte sufrir, avergonzarte, zorra.
Carla es una madame de lujo y se las sabe todas.
Bastó con poner su tarjeta insinuante en el parabrisas de tu coche para que cayeras como un pardillo.
Y descubrió pronto tu debilidad: Eras pasivo, pero porque tenías una vena femenina que ella sabía cómo hacer salir.
Y comenzamos con nuestro plan.
Fue fácil, te empujó poco a poco hasta que te sentiste forzado a hacerlo, aunque en realidad lo deseabas, ¿verdad? Todas aquellas veces en que te vendó los ojos, todas, allí estaba yo, viéndote disfrutar como la zorra que eres ¡Qué sencillo fue convéncete de lo del vendaje, cariño! ¡Disfrutabas más con las sorpresas, eh!
Alguna de las pollas que te comiste las dirigía yo, cariño.
Al principio me sentí cabreada pero luego comencé a disfrutar de la situación yo también, soñando con este momento.
Te llevamos a donde quisimos, y nunca te diste cuenta de donde te estabas metiendo en realidad, ¿verdad? Hasta la chica del local de las chinas, Sofía, estaba allí para darte el último empujoncito, “princesa”, jajaja, ¿recuerdas?
En este momento estamos en casa de tu jefe, o ex-jefe.
Ya se las chupado en la otra ocasión, igual que a alguno de sus amigos, y hoy repetirás”
No sabía dónde meterme.
Todo había sido una maquinación de mi mujer y yo había caído en aquellas redes que ahora me impedían salir.
Asentí con la cabeza y, casi llorando, les pedí perdón, supliqué, pero ellas no se apiadaron de mí.
“Verás, Andrea, porque ese será tu nombre para siempre; utilizarás el femenino cuando hables de ti, puta, siempre.
Esto no va a acabar aquí.
Al contrario, empieza.
Carla, Inés y yo, las que hemos organizado esto, vamos a explotarte como puta.
Ni se te ocurra protestar, tienes un hijo que no debería saber a qué se dedica su padre, ¿verdad? Y tu hermano Fidel tampoco, ¿no crees? Y tantos otros…
Carla te conoce muy bien y tiene grandes planes para ti.
Trabajarás para nosotras, podrás mantener ese ático maravilloso que has comprado, siempre que consigas los suficientes ingresos para satisfacernos a todas.
El 75% de ellos nos lo repartiremos entre las tres, según el acuerdo que hemos establecido.
Con el 25% restante deberías tener dinero para tus caprichitos, tu transformación, para tu ropa y para mantener tu ático, que también utilizaremos como picadero.
Al fin y al cabo, para eso te lo habías comprado, ¿no?
Los ingresos mensuales de una buena puta pueden llegar a 20.
000 euros limpios y a cada uno nos corresponderían 5.
000.
Una buena cifra.
Con tus 5.
000 tendrás más que suficiente para vivir bien y mantenerte unos añitos, ahorrar, hasta que dejes de ser rentable.
Entonces y sólo entonces podremos liberarte de tus compromisos.
O, mejor aún, puede que te vendamos a una casa de putas y allí pasarás tu vida, trabajando.
Calculo que nos podrás servir diez o doce añitos, no más, antes de que nos deshagamos de ti ¿Tu qué opinas, Carla?”
Carla asintió, riéndose, y mi mujer prosiguió.
“Verás zorra, otra cosa que me hace falta es tu dinero, todo tu dinero, nuestra casa, el apartamento de Marbella y las tierras de Madrid y Salamanca.
Lo quiero todo, y ya.
Tu coche te lo puedes quedar, lo vas a necesitar cuando vayas a hacer la calle.
Mañana iremos a mi abogado y firmaremos nuestro acuerdo de divorcio en esos términos”.
El mundo acababa de hundirse para mí.
No tenía otro trabajo, me quedaba sin nada y mi única salida era seguir lo que me ordenaban.
Estaba desesperado, me sentía hundido y sólo quería escapar.
Entonces Carla se acercó a mi oído, me achuchó y me susurró suavemente:
“Andrea, putita, te están esperando.
Sal ahí fuera y haz tu trabajo”
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