Deseo Familiar (Parte 5)
Encontramos otros lugares donde llevar a cabo nuestros más pervertidos deseos..
Desde que Camila, la mejor amiga de nuestra hija Lucía, se integró en nuestro mundo de perversión, no había fin de semana en la que no viniera a casa a «jugar» con todos nosotros. Ocasionalmente, venía también algunos días de la semana, aunque por menos horas.
Era maravilloso ver a esas dos niñas dándose placer cuando las encontraba por casualidad comiéndose entre ellas en alguna parte de la casa. Recuerdo cuando, una tarde, habiendo llegado del trabajo, estaba yo ingresando por la puerta principal de la casa y, apenas crucé el dintel, ya escuchaba deliciosos gemidos. Me asomé hasta la sala de estar, y vi a mi hija penetrando con un consolador de arnés a su amiguita sobre el sofá, mientras mi esposa sólo miraba y se masturba con un vibrador y con sus manos. Al ser tan normal para mí, simplemente dije «¡hola preciosas!» y ellas me devolvieron el saludo sonrientemente, sin dejar de hacer lo que estaban haciendo. Me encantaba encontrarlas así.
Luego de un tiempo, y tras haber experimentado varias cosas en nuestra casa, quisimos darme un giro a nuestras reglas. No sólo lo haríamos dentro del hogar, sino que también nos aventuraríamos a hacerlo en lugares públicos, de forma discreta.
Cierto fin de semana, por la mañana, Pamela, Lucía, Camila y yo salimos a pasear por el parque donde había un lugar para que los niños jugaran. Dejamos que Lucía y Camila se columpiaran un rato mientras Pamela y yo nos sentamos en un banco cerca de donde ellas estaban. Cada tanto, las niñas daban leves gemidos y cerraban sus piernas impulsivamente, mientras se movían en el columpio.
Mi esposa y yo nos deleitábamos mientras las veníamos: les habíamos puesto unos vibradores dentro de sus vaginas, a control remoto, y cada uno controlaba el vibrador de una de las niñas a su antojo, regulando la intensidad. Una madre se había acercado a nosotros de pronto, y nos preguntó:
– ¿Ellas son sus hijas?
– Sólo una de ellas – respondió Pamela -, la otra es una amiga de nuestra hija.
– Entiendo – dijo la mujer, que sin dejar de mirarlas, hizo una pausa y continuó: – Ellas… ¿están bien? Es que… he notado que…
– Sí, ambas están bien – contestó rápidamente Pamela -. Lo que pasa es que ambas padecen del síndrome de Tourette, así que es normal en ellas que tengan movimientos involuntarios e impulsivos.
– Comprendo – dijo la mujer, y concluyó – Bueno, que tengan buen día.
Al alejarse la mujer, miré a Pamela, admirando la rapidez con la que se inventó esa historia, y nos echamos a reír. Posteriormente, nos besamos, y sin darnos cuenta, habíamos dejado los vibradores a máxima potencia por varios segundos. Recién lo notamos cuando oímos los gemidos de las niñas con más intensidad. Inmediatamente, los apagamos.
– ¡Papá! – Exclamó Lucía, haciéndome un gesto como indicando: «con más cuidado».
Francamente, el hecho de casi haber sido descubiertos por esa mujer, nos llenó de excitación. Pamela y yo guardamos los controles remotos en nuestros bolsillos, nos acercamos a los columpios y las ayudamos a bajar. Notamos que los asientos estaban muy mojados, y eso nos indicó que ya estaban listas.
El parque era enorme. Hacia un lado, tenía una especie de bosque bastante tupido, así que nos fuimos hasta allá, tomando de las manos a ambas niñas.
Nos aseguramos de alejarnos de un sendero que había por allí cerca, y nos adentramos entre la maleza a unos veinte metros lejos del sendero. Encontramos una zona pequeña con menos espesura, y decidimos echar una manta gruesa sobre el pastizal.
– Aquí es perfecto – dije, y Pamela asintió sin dudarlo.
Inmediatamente, me fui desabrochando el pantalón y lo bajé junto con mis boxers. Ya me había excitado desde que llegamos a ese lugar, así que mi pene estaba listo. Camila y Lucía se miraron, sonrieron y sin decir nada, se inclinaron hacia mí y comenzaron a besar, lamer y chupar por turnos mi pene.
Les acariciaba la cabeza a ambas, mientras mi esposa, con los dos controles remotos en su poder, los configuró para que los vibradores se activaran con ritmos aleatorios. Las dos niñas temblaban a cada rato.
Al estar tan entretenido viendo a mis esas pequeñas disfrutando de mi pene, no había notado en qué momento Pamela se había desnudado y colocado el consolador de arnés que habíamos traído en mi mochila. Ella estaba lista para la acción, así que tomé delicadamente los rostros de las niñas, les di un beso con lengua a cada una y les indiqué que se desnudaran completamente. Yo también terminé de quitar toda mi ropa.
Era excitante estar entre arboles, arbustos, aves cantando y una suave brisa primaveral, desnudos para disfrutar de nuestro placer tan perverso.
Pamela dejó apagados los vibradores por un momento.
– Mis amores, pónganse en cuatro – les ordenó con cierta autoridad y a la vez con cariño.
Las niñas, tan obedientes, se pusieron en posición, apoyando firmemente sus rodillas sobre la manta e inclinando su torso hacia abajo, apoyando sus cabezas sobre sus antebrazos. Se miraban entre ellas, sonrientes y comentando entre risitas lo mucho que les gustaba ser penetradas.
Me puse un condón, mucho lubricante y me ubiqué detrás del ano de Lucía. Por su parte, mi esposa sólo lubricó muy bien su consolador, posteriormente ubicándose detrás del ano de Camila. Ambos nos miramos con cara de perversión y complicidad, y al mismo tiempo, fuimos empujando, poco a poco, nuestros penes dentro de los jóvenes anos.
Fuimos muy de a poco, centímetro a centímetro, para que las niñas tuvieran más placer que dolor. Cada tanto, echábamos más lubricante para facilitar la penetración. Íbamos cada vez más y más profundo. Ellas gemían entre el leve dolor y el placer.
Ya con nuestros penes metidos hasta la mitad, Pamela me alcanzó el control remoto del vibrador de Lucía y ella se quedó con el de Camila, y ambos fuimos activándolos de manera aleatoria, a veces más intensamente y a veces menos.
Las niñas gemían más fuerte, y esta vez era sólo gemidos de placer. Estuvimos dándole hasta la mitad de nuestros penes por varios minutos, hasta que Pamela me hizo un gesto, el cual entendí inmediatamente. Casi como si estuviésemos sincronizados, los dos mentimos el resto de nuestros penes hasta el fondo, y las niñas dieron un grito. Ya desde allí, continuamos penetrándolas algo lenta pero firmemente, abriendo sus anos con nuestros gruesos penes.
Por unos minutos, me pareció que sus infantiles gemidos se mezclaron con los sonidos de la naturaleza, y me pareció algo sublime. Pamela y yo también estábamos gimiendo, y realmente estábamos volando al llevar a cabo algo tan atrevido como tener sexo con dos niñas en medio del bosque.
De pronto, mi esposa y yo escuchamos pasos y gente hablando a la distancia. Entre la espesura, logramos ver un grupo de senderistas avanzando por el camino que dejamos a veinte metros de distancia.
Mi corazón se aceleró de la emoción, y estoy seguro que el de Pamela experimentó lo mismo. Eso nos daba pie para excitarnos aún más, por el riesgo de ser descubiertos, y cuando nos dimos cuenta, comenzamos a penetrar a esas dos pequeñas con mucha fuerza.
Rápidamente, me incliné y le tapé la boca con fuerza a Lucía, y Pamela hizo lo mismo con Camila. Era tal la excitación del momento, que sentimos que no podíamos detenernos, sino que, por el contrario, debíamos penetrarlas con mayor brusquedad, lo cual hicimos instintivamente.
Lucía y Camila se habían tomado de las manos y apenas podían gemir con nuestras manos tapándoles firmemente sus bocas. Someterlas de esa manera, casi como si estuviésemos violándolas, nos llenó de una excitación sin precedentes a mi esposa y a mí.
Nos apresuramos a poner los vibradores a máxima potencia, y tan sólo unos segundos después, las niñas comenzaron a convulsionar por el intenso orgasmo. Pamela y yo le seguimos con nuestros orgasmos, dando gritos y gruñidos ahogados, evitando con todas nuestras fuerzas llamar la atención.
Tras unos minutos de espasmos y agitación, las niñas lograron incorporarse. Yo me había quitado el condón, y mi pene tenía residuos de semen pegados en él. Lucía y Camila ya tenían instrucciones de qué hacer luego de que terminásemos, así que Lucía se inclinó para chuparme el pene y limpiarlo con su boca, tragándose el semen. Camila hizo lo mismo con el consolador, aunque sólo lo hizo para saborear los propios jugos de su vagina.
Nos quedamos descansando por varios minutos, todos recostados y desnudos sobre la manta, acariciándonos los unos a los otros. Fue simplemente maravilloso.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!