Dominación mutua
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Switch.
La habitación se encuentra en penumbra, alumbrada solo por dos velas de pálidos colores. Ella espera como siempre, a cuatro patas, mirando hacia la puerta aún entreabierta. Yo la observo por el resquicio, no puede verme aunque sabe que estoy ahí. Mantiene las piernas bien separadas, la espalda arqueada, los glúteos algo elevados. Como la he enseñado. No le cuesta aprender, es buena esclava. LA mejor que nunca he tenido, quizá. Salvo por el angosto collar color fucsia, collar de perra, está completamente desnuda. Lleva el pubis rasurado, siguiendo mis instrucciones. Le cuelga casi hasta el suelo su tupida melena morena, pelo largo, azabache, lacio pero recio, hermoso. Entre sus dientes mantiene, atravesada, esa fusta que está desando sentir en sus nalgas. Sabe lo que debe hacer cuando yo decida entrar. Lo hace en cuanto advierte que estoy empujando lentamente la puerta, en cuanto siente que, por fin, voy a entrar. Agacha su cabeza mientras me acerco. Yo también estoy desnudo. Avanzo despacio hasta llegar a su altura. Me gusta verla desde arriba. Sumisa, rendida, entregada, esperando. Le ordeno levantar la cabeza. Me mira con adoración, sus ojos centellean. Retiro la fusta de entre sus dientes y la conservo en mi mano derecha. Acaricio su rostro. Sonríe. Aún frente a ella, golpeo sus nalgas con la fusta, una, dos, tres veces. Suavemente. No me gusta hacerle daño, solo que sienta mi poder. Se estremece de placer con cada chasquido, mueve sus nalgas lateralmente, como implorando un castigo mayor. Advierto en sus finos labios un ligero mohín de decepción cuando ve que dejo la fusta sobre la cama. Le ordeno que cambie de postura. Ahora está arrodillada, con la cabeza agachada. Pone sus manos en la espalda, a la altura del coxis, las palmas apuntando al techo, una encima de otra, y agacha la cabeza un poco más. Tomo de la mesilla un lazo de terciopelo verde y se las ato. Sin forzar el nudo. Podría liberarse si quisiera, pero no querrá. Le ordeno levantar la cabeza y disfruto otra vez su mirada entregada. No he de decirle lo que ha de hacer. Lo sabe bien. Abre un poco sus labios, pintados de rojo intenso, me ofrece su boquita para que la penetre. Meto solo el glande, lo succiona con avidez. En seguida lo saco y retrocedo medio paso. Noto cómo se muere de ganas por sentir mi verga entera dentro de su boca. La tranquilizo: “No te preocupes, la sentirás. Pero todavía no”. La desato y le ordeno regresar a la posición de cuatro patas. Ahora separa sus piernas más que antes. Adivina lo que viene, y le gusta. Retomo la fusta que reposaba sobre la cama y me sitúo tras ella. Abre sus piernas cuanto puede. Con golpes suaves y certeros azoto su ano, su vagina, ella se inclina hacia adelante, hasta tocar el suelo con su cabeza, para exponer su vulva a mis fustazos. No le doy mucho gusto en eso hoy, enseguida termino y vuelvo a dejar la fusta sobre la cama. Se excita, abre aún más sus piernas. “Se me va a dislocar la perrita”, pienso. Pero tampoco pienso mucho. Hay momentos en los que uno o está para pensar. Me arrodillo detrás de ella, pongo mis manos sobre sus hombros, con fuerza, ella levanta un poco más el culo, arqueando extraordinariamente la espalda. Sin palabras suplica que la penetre. Y yo, que también tengo mi corazoncito, la complazco. Su vagina chorrea, está muy dilatada, pero no entro de golpe. Me gusta hacérselo desear. La penetro con la mitad de mi pene, lo saco y lo meto tres veces, delicadamente, solo hasta la mitad. La cuarta embestida sí es con fuerza. Hasta el fondo. Se le va un grito de placer. “Más, amo, te lo suplico”. Atiendo su súplica. La empalo sin contemplaciones. Pronto me pide permiso para correrse. Se lo concedo. En el fondo, soy un blando, la malcrío. Se corre un buen rato. Yo aún no me he corrido, pero la saco, vuelvo a ponerme frente a ella y le ordeno mamármela entera, limpiármela de sus propios jugos. Cuando digo “¡Basta!” se retira humildemente. Los dos nos hallamos muy excitados. Le ordeno ahora subirse a la cama y ponerse a cuatro patas. Se pone en pie, sumisa, y se encamina hacia la cama, pero de pronto cambia de opinión. Da media vuelta y me propina una buena bofetada. Me arrodillo ante ella instantáneamente y beso con devoción la mano que me ha abofeteado. Como ella me ha enseñado. Me abofetea otra vez y agacho mi cabeza hasta besar sus pies, lleva las uñas pintadas en malva. Se hace con la fusta y me azota la espalda y los glúteos mientras ordena que lama sus pies. Luego se sienta en la cama y me ordena retroceder. Obedezco. “Ven aquí”, me dice. Y yo voy, como ella me ha enseñado, arrastrándome. “De rodillas”, me indica. Pone las plantas de sus pies en mi cara. Yo sé lo que debo hacer: lamerlas. Está sentada en el borde de la cama. Me toma del pelo y dirige mi cabeza hacia su vagina. “Gracias, Ama”, me permito decir. “Chupa y calla”, ordena ella. Arrodillado frente a la cama chupo y lamo su coño entero, mientras que en cada una de mis manos reposan cada una de las plantas de sus pies. Se corre en mi cara. Me ordena tumbarme en el suelo, boca arriba. Se levanta. Pisa sucesivamente mi pene, mis testículos, mi pecho, mi cara. Se sitúa justo frente a mi boca y desciende lentamente hasta sentarse en mi cara. Por toda ella me restriega el coño. Se corre otra vez. Se levanta y me ordena “De rodillas”. Obedezco. “Ahora te voy a mear”, agrega. Agacho mi cabeza hasta besar sus pies, en señal de gratitud. La adoro. Se dirige a la cómoda y regresa con una cadena de perro. Me pone el collar. Me conduce al baño y me quita la cadena. Me ordena entrar en la bañera y arrodillarme en un extremo. Obedezco, agachando además mi cabeza. También ella entra. Se mantiene frente a mí, de pie, levanta mi mandíbula con sus dedos, me mira directamente a los ojos y me pregunta: “¿Qué es lo quiere mi esclavo preferido?”. “Tu meada, ama, quiero que marques tu territorio, que marques lo que es tuyo y solo tuyo”, respondo. “Túmbate, boca arriba”, ordena. Y empieza la deliciosa lluvia: sobre mi pecho primero, sobre mi cara después, en el interior de mi boca cuando ella me ordena que la abra. Cuando ha terminado vuelvo a ponerme de rodillas para cumplir su última orden: “Limpiámelo, con la lengua. Te doy permiso para tocarte”. Y se lo limpio mientras me masturbo, de rodillas, muerto de placer y adoración hacia Ella. Me corro a sus pies. Hemos terminado. Nos reímos. Nos acariciamos sin prisa, nos abrazamos. Nos besamos en la boca. Nos duchamos juntos. Nos vamos a la cama y follamos con mucho amor, hasta que nos corremos los dos, primero ella y enseguida yo. Al poco nos dormimos, abrazados, felices. Ha sido una bonita noche.
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