Don Jesús: de tal astilla, tal palo
En ese momento, Elsa se me abrazó al cuelo y empezó a besarme. Sin duda ella estaba bien dotada de pecho, con unas aureolas generosas y rosadas que contrastaban con su blanca piel. Lentamente mientras nos besábamos, ella bajo sus brazos para agarrar lo míos y depositarlos en aquellas grandes tetas n.
En ese momento, Elsa se me abrazó al cuelo y empezó a besarme. Sin duda ella estaba bien dotada de pecho, con unas aureolas generosas y rosadas que contrastaban con su blanca piel. Lentamente mientras nos besábamos, ella bajo sus brazos para agarrar lo míos y depositarlos en aquellas grandes tetas naturales que yo masajeé a conciencia. Susana al mirarnos, acercó su mano a mi verga y comenzó a pajearme. Algo en mí se quebró ante el tacto de aquella mano y contemplando como Enrique desmontaba a Sofía como si fuera una pluma, decidí apartarla de mi polla cogiendo su brazo por la muñeca. Elsa miraba algo inquieta como salía el semen de su marido mezclado con sangre de la raja encarnada de la pequeña al abandonar la magnífica polla de su padre.
De pronto me sobresalté al oír un timbre. Alguien estaba llamando a la puerta de aquella casa que ahora parecía diferente que al principio. Susana corrió a abrir gritando: “es el abuelo!!”, y Elsa me tranquilizó al respecto de la presencia allí del padre de su marido.
Don Jesús era un setentón con el pelo plateado y abundante. Parapetado detrás de sus gafas parecía un jubilado típico. Vestía camisa blanca de manga corta desabotonada hasta su enorme barriga redonda y pantalones de pinzas verde Era como Enrique pero más grueso y, comprobé que su verga también era muy gruesa cuando Susi se la sacó abriendo su cremallera y comenzando a darle lametones. Mientras ella lo hacía Enrique me presentó a Don Jesús que, de pie en la entrada del salón, me saludó subiendo su enorme brazo, a la vez que con el otro agarraba la cabeza de Susi. “Acuéstate abuelo” le dijo ella. Y el abuelo lo hizo allí mismo en el suelo bajando antes su pantalón y desabrochándose la camisa. Susana se puso encima y comenzó a besarlo con adoración y él le acariciaba las piernas y se dejaba hacer accediendo a los deseos de su nieta. Don Jesús dejó que Susana le bajara los slips del todo y dándole la espalda, agarro con su mano el tronco y se centró con ella. Después de estar con su padre estaba bien abierta y, no tuvo dificultad al introducirla a pesar de que aquel badajo media 7 cm de grosor. Mientras esto ocurría Enrique entró en su dormitorio con Sofía en sus brazos, ya dormida. Supuse que iría a acostarla para que descansara pero Enrique no volvió al salón y después de que yo me corriera en la boca de su esposa y, de que Susana tuviera dos grandes orgasmos entregada a aquel abuelo fortachón, empezamos a oír a Sofía gemir de placer. Fuimos Elsa y yo para comprobar aquello y nos encontramos a Enrique encima de su cama de matrimonio fornicando el culito de la nena de lado y sujetándole una pierna en el aire para abrirla más.
“Abuelo correte dentro, abuelo!” clamaba Susana cabalgando aquel pollón y Don Jesús la desmontó girándola hacia si y volviéndola a penetrar la beso introduciendo su lengua en aquella boquita y la follaba agarrando sus nalgas. Elsa gemía de placer mientras contemplaba a su marido y a su suegro follar con parsimonia y cariño a sus hijas. Yo la cogí por detrás tocando sus senos y se la metí por el culo allí de pie. Las tres hembras de la casa estaban servidas.
El abuelo al contrario de lo que se podría pensar, fue el último de los tres en eyacular dentro de Susi, demostrando así su aguante. Yo fui el primero. Después de un rato Enrique seguía taladrando aquel estrecho coñito pero los gemidos de placer de Sofía le pudieron y se vino dentro de ella sin poder evitarlo. Minutos después Don Jesús impregno con su leche el rosado ano de Susana del que se podía apreciar con bajaba chorreando por sus piernas. Finalmente Enrique y el abuelo desmontaron a las nenas besándolas. Susana parecía desear más. Sin embargo Sofía estaba exhausta.
Mientras Elsa preparaba unos whiskies, Enrique, el abuelo y yo nos pusimos a hablar de política sentados en el salón. Sofía y Susana hacían un puzzle en el suelo mientras charlábamos, y de reojo miraban la tele y se tocaban sus clítoris.
Continuará…
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