Dulce hermanita
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por LadyB.
Llego de la universidad cansado, abro la puerta de mi casa y veo a mi hermanita (de 7 años) de pie, completamente desnuda, mirándome sonrojada.
Su pequeño cuerpo infantil me calienta al instante; sus piernitas delgadas, sus pechos planos aún no desarrollados, su cabello rubio tomado en dos coletas, sus ojos azules, su vaginita sin vello.
Tan frágil y hermosa.
-Hola, hermano… -me saluda mientras cierro la puerta rápidamente.
-Hola, Rocío -contesto sonriéndole.
La niña está totalmente excitada, ha estado todo el día sin mí y no aguanta más, pero sabe que debe ser obediente y se limita a observarme inmóvil sin atreverse a acercarse.
Está sudando y de su entrepierna fluyen líquidos de lujuria; le prohibido que se masturbe mientras no estoy.
-¿Me has estado esperando? -le pregunto maliciosamente, pasando mi pulgar por sus tiernos labios.
-S-sí… -contesta jadeando ante mi caricia.
-Tu vagina está muy mojada… -le digo mientras introduzco mi dedo lentamente en su boca.
-Sí… -contesta, está cada vez más agitada, chupa desesperada mi dedo que muevo en su interior.
-Eres una niña pervertida… -hablo mientras agarro con mi mano su pequeña lengua, la saco y la masajeo, mi mano chorrea empapada en su saliva.
-Pod favod… -intenta hablar.
-¿Qué? -digo soltando su lengua.
-Por… favor, hermano… hazme eso… -me ruega avergonzada, dominada por la lujuria casi entre gemidos, pareciera que se desmayaría en cualquier momento.
Oírla suplicar hace que pierda el control, me abalanzo sobre ella besándola en la boca salvajemente, la levanto y la empujo contra la pared, ella se aferra a mí rodeándome con sus piernas y brazos.
Todo sin dejar de besarla, metiendo y moviendo mi lengua en su interior, chocándola contra la suya, ella respira con dificultad, pero me besa con la misma pasión y deseo (o más).
Con una mano abro el cierre de mi pantalón y libero mi pene erecto, lo acomodo en la entrada de su vagina y lo empujo con fuerza introduciéndolo por completo dentro de mi hermanita.
Ella se retuerce del placer y el dolor.
Su estrecha vagina se estira al máximo casi al punto de romperse para permitir el paso de mi miembro, su grito es ahogado por mi boca.
De inmediato empiezo a moverme, follándola de forma salvaje.
En esta posición y sin detener mis embestidas subo las escaleras hasta mi habitación.
Sacando mi pene de su interior la tiro a la cama bruscamente, la pongo en cuatro, la agarro de la cadera con ambos brazos y vuelvo a metérselo para seguir violándola lo más violento que puedo.
Ella, con los ojos en blanco, la boca abierta y la lengua colgando, apretando con fuerza las sabanas, gime sin control ante cada arremetida mía que destroza su interior, por lo que meto en su boca parte de la almohada para evitar que los vecinos escuchen.
Al ver sus coletas balancearse al ritmo de nuestro sexo, se me ocurre soltar su cadera y agarrar una con cada mano.
Tiro de ella con tanta fuerza como antes, pero esta vez de su cabello, lo que le causa más dolor y hace que su cabeza se doble hacia atrás.
Los minutos pasan y se transforman en horas.
No me detengo, no le doy descanso, hasta que quedo satisfecho.
Ni sé cuántas veces eyaculé dentro de ella.
Entonces suelto las coletas de mi hermana y su cuerpo cae hacia delante, sin fuerzas para siquiera sostenerse, desprendiéndose de mi pene.
Yo, exhausto, me acuesto sobre mi espalda a su lado.
La pequeña se encuentra en un estado casi de inconciencia, me mira inmóvil, jadeando con la boca entreabierta.
De su vagina abierta brota una mezcla de semen, sangre y orina que mancha la cama.
Nuestros cuerpos están empapados en sudor.
Rocío, arrastrándose con dificultad, mareada y casi sin fuerzas, acerca su boca a mi pene (que hasta hace unos segundos golpeaba su interior) y empieza a mamarlo.
La he convertido en una adicta.
Poco a poco va recuperando energía y me lame y succiona más rápido, cada vez más desesperada, deseando ardientemente tragar su premio.
Yo solo la observo y disfruto de sus labios y su lengüita moviéndose alrededor de mi pene.
Cuando eyaculo en su boca, ella se asegura de que todo quede dentro y se levanta mirándome, colorada, con la boca llena.
Sabe que no puede tragarlo sin mi permiso.
-¿Lo quieres? -pregunto.
Ella asiente.
-Puedes hacerlo -le digo.
La niña se lo traga todo, gustosa.
-Ahora trae la correa… -ordeno.
-No, por favor, hermano ¿Qué hice? -exclama ella aterrada.
-Comenzaste mamarme sin permiso, Rocío, aún te falta disciplina.
-Perdóname, por favor, no me di cuenta, no lo volveré a hacer…
-Si escucho una palabra más, el castigo será el doble.
Ahora trae la correa.
La pequeña, con lágrimas en sus ojos, obedece y vuelve con un grueso cinturón de cuero en sus manos.
Lo recibo y le meto en la boca todo mi calzoncillo (tengo que empujarlo con los dedos para entre por completo).
-Ponte en posición -le digo.
Ella camina hasta la pared y se dobla, apoyando las manos en ésta y dejando su trasero paradito y apuntando hacia mí.
Muevo el brazo con el cinturón hacia atrás y lo azoto contra su pequeña nalga con todas mis fuerzas.
Ella se retuerce de dolor y de no ser por la prenda en su boca su gemido sería un grito desgarrador.
Una marca roja queda en su piel lastimada.
Sin dejarle descansar, vuelvo a estrellar la correa en su trasero, intentando hacerlo aún más fuerte.
Uno tras otro los azotes llegan a sus nalguitas, que con cada golpe se enrojecen más, pareciéndose a dos tomates brillantes.
La niña llora y gime, desesperada, pero no se mueve de esa posición.
Estoy cansado, por lo que decido detenerme.
Pero verla así hace que me excite y noto que estoy erecto otra vez.
Aprieto sus nalgas con mis manos para separarlas, están ardiendo, ella se estremece adolorida.
Y meto mi pene en su vagina sin avisarle (ella salta de sorpresa y dolor), para de inmediato empezar las embestidas salvajemente.
Cuando (nuevamente) quedo satisfecho saco mi pene de su destruido interior.
-Vístete -le digo, mientras yo hago lo mismo.
Ella caminando con dificultad, sufriendo a cada paso, afirmándose en la pared y los muebles para no caer, busca su ropa.
Me deleito observando cómo se pone su calzón lentamente, casi llorando de dolor cuando la tela toca la lastimada piel de su trasero.
Me acerco y abrazo desde atrás su pequeño cuerpo, ella al instante se apoya en mí.
-¿Tienes tareas del colegio? -pregunto.
-Sí -responde con su suave voz- ¿Me ayudas a hacerlas? -añade tímidamente mirándome a los ojos.
La miro también y beso sus labios.
-Está bien, vamos.
…
Nuestra madre llega del trabajo y nos encuentra en el sillón viendo tele, Rocío sentada en mis piernas.
-Hola, mamá -saludo con una sonrisa.
-Hola… mamá… -repite mi hermanita intentando hablar con normalidad, con mi pene completamente metido por su ano.
Nuestra ropa no deja ver lo que hacemos, gracias a la falda de Rocío y que corrí su calzón hacia un lado.
-Qué lindos se ven juntos, me alegra que se lleven bien -exclama mi madre contenta, ignorante.
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