Editorial: El Legado de las Palabras
Elías llegó al internado unas semanas atrás. Al principio, apenas hablábamos, pero la cercanía nos hizo inseparables. La rutina del colegio me resultaba cómoda, aunque sabía que cualquier cambio podía alterar ese frágil equilibrio. Con la primavera acercándose y el evento deportivo en puerta, la esc.
El calor aumentaba cada día, y con él, la tensión en el ambiente. Algunas estudiantes parecían actuar diferente: sus risas eran más nerviosas, sus miradas se perdían en lugares vacíos. No era casualidad. Algo en la escuela despertaba con el calor, algo que nadie más parecía notar… excepto Elías. Él estaba cada vez más inquieto, como si sintiera que algo nos observaba. Fue entonces cuando encontramos aquel viejo cuaderno en el ático. Su portada, desgastada por los años, tenía un título apenas legible: «Editorial». Al abrirlo, en la primera página, solo había dos palabras escritas en tinta oscura: Capítulo 36.
Elías palideció de inmediato. «Esto… lo conozco», murmuró con la voz temblorosa. No tenía sentido. Pasamos las páginas y descubrimos una historia inquietante: hablaba del internado, del reportaje, del calor… y de una influencia extraña que crecía entre los estudiantes. Todo coincidía con lo que estaba ocurriendo. El sol se filtraba por una pequeña ventana al fondo, iluminando el polvo en el aire. Me estiré y tomé nuevamente el cuaderno. El miedo en la cara de Elías era palpable. Su respiración era errática. Me puse de pie y sacudí la sensación de escalofrío que recorría mi piel.
“Es hora de salir de aquí”, susurré. Cerré el cuaderno con fuerza y jalé a Elías del brazo. Apenas dimos unos pasos cuando un crujido leve nos hizo detenernos. No había viento, ni nadie más en el ático, pero el sonido venía del cuaderno, apretado con fuerza en mis manos temblorosas. Nos miramos sin decir palabra y, sin atrevernos a comprobar qué había pasado, salimos apresurados, sintiendo en la nuca un escalofrío que no nos abandonó ni siquiera al cruzar la puerta.
Al llegar al primer corredor, vimos a la señorita Valdez, nuestra maestra de historia. Siempre había sido discreta, con un comportamiento antaño modesto, pero ahora estaba allí, de pie, con un ropaje que resaltaba sus curvas sin vergüenza alguna. Su sola presencia nos hizo fruncir el ceño. Al pasar junto a ella, ni siquiera se inmutó, como si no nos hubiera visto. Sin embargo, la otra maestra, cuya materia ni siquiera recordábamos, siguió nuestros pasos con la mirada, sin mover la cabeza, sus ojos deslizándose sobre nosotros de una manera inhumana. Fue un tanto macabro, lo suficiente para que un escalofrío nos recorriera la espalda y, sin pensarlo dos veces, salimos despavoridos de allí.
Llegamos a la habitación que compartíamos Elías y yo, cerrando la puerta tras nosotros como si eso pudiera aislarnos de lo que acabábamos de presenciar. Nos miramos en silencio, tratando de asimilarlo. Algo estaba afectando a las mujeres. Ni Elías ni yo nos sentíamos realmente distintos, solo inquietos, como si alguien nos vigilara desde la sombra.
—Abramos el cuaderno de nuevo —dije, con el estómago encogido.
Elías negó con la cabeza, apretando los puños. Pero mi curiosidad fue más fuerte que su miedo. Sujeté el viejo cuaderno con ambas manos y lo abrí. El aire pareció volverse más pesado. La página que habíamos leído antes ya no era la misma. Ahora, además de lo que ya habíamos visto escrito sobre el internado, el reportaje y el calor asfixiante, había más.
El texto relataba con precisión lo que habíamos vivido minutos atrás en el corredor: la señorita Valdez, su repentino cambio de apariencia, la otra maestra siguiéndonos solo con la mirada, el escalofrío que nos recorrió al verlas. Pero lo peor vino al final. Aparecía un nuevo párrafo que ninguno de los dos había leído antes: “El equipo de reporteros ha llegado. Están en la zona deportiva, entrevistando estudiantes”
Elías y yo nos dirigimos a la zona deportiva, justo donde el cuaderno había indicado que estarían los reporteros. Caminamos con pasos cautelosos, como si temiéramos que el simple hecho de acercarnos pudiera alterar algo más de lo que ya parecía fuera de nuestro control.
Y en efecto, allí estaban. Las cámaras encendidas, los micrófonos en alto, captando las voces animadas de un grupo de porristas que hacían fila para ser entrevistadas. Pero algo en la escena nos hizo detenernos en seco. No era la entrevista en sí, ni la presencia del equipo de grabación. Era la forma en la que las porristas se comportaban.
Sus sonrisas eran demasiado amplias, sus movimientos exageradamente gráciles, como si cada una estuviera esforzándose demasiado en parecer perfecta. Y sus ojos… sus ojos brillaban con un fulgor extraño, como si en su interior se reflejara algo que no podíamos ver.
Nos miramos de reojo, sintiendo que habíamos dado un paso más en una historia que ya no nos pertenecía.
Se reían y coqueteaban descaradamente con los reporteros. Sus uniformes, antes impolutos y reglamentarios, ahora parecían demasiado ajustados, demasiado reveladores. Un reportero, un hombre de aspecto sórdido con un equipo de cámaras, se acercó a una rubia. Su mano descansaba en su cintura, sus ojos recorrían su cuerpo sin vergüenza. La chica, era Sarah, una compañera habitualmente tímida, se apretó contra él.
Elías me agarro del brazo con fuerza y con cara de no entender nada de lo que estaba pasando. “Esto es malo”, murmuró.
“¿Qué deberíamos hacer?”, murmuré, aunque no esperaba respuesta. Elías tampoco dijo nada. Solo miró el cuaderno, aun firmemente sujeto entre mis manos, como si en cualquier momento pudiera escribir algo nuevo por sí solo.
Había una presencia, algo que no podíamos ver pero que estaba ahí, manipulando el comportamiento de las chicas. No podíamos ignorarlo. Y lo peor era que cada detalle quedaba registrado en esas páginas, como si el cuaderno fuera un testigo silencioso de lo que ocurría a nuestro alrededor.
Miramos en todas direcciones, con la sensación creciente de que algo más estaba esperando a ser descubierto. Algo que quizá no queríamos encontrar. No podemos simplemente ignorarlo. Si este cuaderno escribe lo que está pasando… tal vez también pueda decirnos qué hacer.”
Su voz sonaba tensa, como si dudara de sus propias palabras. Pero en el fondo, ambos sabíamos que tenía razón. Algo estaba afectando a las chicas, algo que ni él ni yo podíamos sentir, y la única pista que teníamos era este cuaderno decrépito que, de algún modo, parecía conocer cada detalle antes de que siquiera lo procesáramos.
Miré nuevamente hacia las porristas, riendo exageradamente mientras se turnaban para hablar ante la cámara. Algo en sus expresiones no era normal. Demasiado entusiasmo, demasiado encanto. Como si estuvieran actuando para algo más que una simple entrevista.
“Entonces… ¿lo abrimos otra vez?”, pregunté, sintiendo el peso del momento en mis manos.
Todo lo que estábamos viendo había sido narrado en el cuaderno, y al final de la página, una frase abierta nos hizo contener la respiración:
«Elías y Samuel se dirigieron al salón de historia…»
Cerré el cuaderno de golpe y nos miramos en silencio. No hubo discusión, no hubo preguntas. Solo asentimos y seguimos al pie de la letra lo que habíamos leído. Caminamos por los pasillos en dirección al salón de historia, con pasos cautelosos, como si al desviarnos un solo centímetro del camino algo pudiera romperse en la realidad.
A medida que avanzábamos, sentía una presión en el pecho, como si un par de ojos invisibles estuvieran fijos en nosotros. No veía a nadie, pero el aire a nuestro alrededor se sentía denso, cargado de una presencia inquietante. No sabía qué nos observaba, pero estaba ahí.
A pesar de la sensación sofocante, no nos detuvimos. Algo dentro de mí me decía que lo peor aún no había comenzado.
Al ingresar, la vimos a ella. Se llamaba Natalia. Era amiga de Elías, pero no mía. Siempre la había visto como alguien reservada, de pocas palabras y gestos discretos. Pero en ese momento, era diferente.
Bailaba sin música en medio del salón, moviéndose con una gracia inquietante, como si estuviera siguiendo un ritmo que solo ella podía escuchar. Sus ojos parecían perdidos en algo lejano, en algo que nosotros no podíamos ver.
Su blusa estaba desabotonada, mostrando unas tetas que antes no había percibido que fueran tan grandes. Elías sonrió nerviosamente, como si por un momento olvidara lo extraño de la situación y se enfocara solo en Natalia.
Al notar nuestra presencia, se detuvo de golpe. Nos miró fijamente y, con una voz suave pero firme, dijo:
—Ahorita hay que bailar.
Mientras Elías se acercaba con cautela, yo me quedé quieto. Algo en Natalia no parecía del todo… humano. Su postura, su sonrisa, la forma en que inclinaba la cabeza con un aire expectante. Cuando él estuvo lo suficientemente cerca, ella avanzó un paso, demasiado rápido, demasiado preciso, como si supiera exactamente lo que haría antes de que él mismo lo decidiera. Elías paso sus manos por el medio de sus tetas, ella sonrió y saco más su pecho, invitándolo, de hecho su sonrisa se ensanchó, sus ojos brillaron con una intensidad inquietante. Algo en mi interior me dijo que debíamos salir de ahí.
Pero a Elías le gano el calor de nuestra edad. apretó con su mano izquierda las tetas de Natalia, por momentos me miraba, podía leer sus pensamientos “se deja hacer de todo” pensaba él y yo a l a vez. Su mano derecha se metió bajo su falda y cuando Natalia comenzó a gemir con los ojos cerrados supe que había metido sus dedos en la vagina de su amiga.
Ella se desabotonó el resto de su camisa y saco una de sus tetas de su sujetador, Elías se agacho a devorársela, no opuso resistencia. Se dejaba llevar, atrapado en la extraña energía que ella desprendía. Éramos jóvenes, y las hormonas solían dictar nuestros impulsos, pero esto… esto era diferente.
Yo seguía inmóvil, observando. Algo no encajaba. Mientras Elías parecía olvidar el miedo y entregarse al momento, Natalia sonreía con una expresión que me erizaba la piel. No era ternura, no era deseo, era algo más… algo macabro. Sus ojos, brillantes y fijos en los míos, parecían reírse de mi parálisis, como si supiera algo que yo aún no comprendía.
—¡Elías, vámonos! —grité, sintiendo cómo el pánico me subía por la garganta.
Pero él no reaccionaba. Su cuerpo permanecía pegado al de Natalia, como si estuviera atrapado en un trance, ignorando por completo mis palabras. Su respiración era pesada, sus manos temblaban ligeramente, pero no por miedo… sino por algo más.
Natalia giró lentamente la cabeza hacia mí, sin soltar a Elías, con esa misma sonrisa escalofriante dibujada en su rostro. Sus labios se movieron apenas, pero su voz se escuchó con claridad en la habitación, como un eco que no debería estar ahí.
—Ahorita hay que bailar.
Natalia se separó de Elías y camino hacia mí, inmóvil me quede hasta sentir los labios de ella sobre los míos. El frío me recorrió la espalda. Quise moverme, apartarme, hacer algo… pero mi cuerpo no respondía.
Los labios de Natalia tocaron los míos con una suavidad inquietante, un contacto que no sentí cálido ni humano. Era como si me besara algo vacío, sin alma. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y, por un instante, la habitación pareció oscurecerse.
Elías seguía allí, inmóvil, con la mirada perdida. Natalia separó apenas su rostro del mío, lo suficiente para susurrar:
—Ya entendiste, ¿cierto?
La mano de Natalia apretó mi verga por encima de mi pantalón.
—Parece que estas listo para algo más que un baile, ¿no? Dime, ¿alguna vez has estado con una mujer antes? Mi garganta se cerró. Algo dentro de mí gritaba que debía alejarme, pero mi cuerpo seguía paralizado.
Su aliento era espeso, cargado de algo que no podía identificar, pero que me hacía sentir mareado. Natalia sonrió con sus labios aun rozando mi piel, su voz deslizándose como un veneno dulce:
—Podría mostrarte cosas que harían que tu mente humana se tambaleara.
La sombra de sus palabras quedó suspendida en el aire, envolviéndome. No supe si era una amenaza o una promesa… pero lo peor fue que, por un instante, quise decirle que sí.
Elías soltó una carcajada, como si lo que acababa de decir Natalia fuera un simple juego. Pero yo no podía ignorar la sensación de vacío helado que se instaló en mi pecho cuando mis labios se despegaron de los suyos.
—Claro, Nata… te escucho —respondí, sin reconocer mi propia voz.
Ella inclinó la cabeza con una sonrisa perezosa, como si mi respuesta hubiera sido justo lo que esperaba. Sus ojos brillaban con una intensidad casi enfermiza. Su mano apretaba con rudeza mi pene en total erección
—Entonces, ven —susurró, tendiéndome la mano—. Te enseñaré el verdadero significado de estar aquí. Y me llevo hasta donde estaba Elías.
—Eres hermosa, decía Elías, relamiéndose, siempre te había tenido ganas.
Natalia rio suavemente, inclinando la cabeza hacia Elías, como si saboreara cada palabra.
—Lo sé —susurró, deslizando un dedo por su mandíbula—. Y ahora ya no tienes que ocultarlo.
Elías estaba completamente atrapado, su mirada nublada por un deseo que no parecía del todo suyo. Yo, en cambio, sentía un nudo en el estómago. Algo en Natalia no era humano, y el cuaderno… el cuaderno lo sabía.
Natalia nos miró a ambos con una sonrisa que se ensanchaba más de lo natural, como si su rostro no tuviera límites.
—Los dos —dijo, inclinando la cabeza con una expectación casi infantil.
Elías no dudó ni un segundo, dando un paso adelante, pero yo sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Algo estaba terriblemente mal. El cuaderno, que había quedado sobre uno de los pupitres, tembló levemente, como si también supiera que estábamos cruzando una línea de la que quizá no podríamos regresar.
Elías agarró bruscamente las caderas de Natalia, tirando de ella contra él. Le levantó la falda, revelando su culo.
—Observa, Samu. Me la voy a coger.
Hizo a un lado la tanga de Natalia y se saco su pene por la cremallera de su pantalón, luego comenzó a hacerle presión en su vagina.
—Esta tan apretada, tan caliente, que bien se siente.
Con una embestida brutal se enterró profundamente dentro de ella, provocándole un grito
—Creo que le gusta amigo.
Elías alcanzó un ritmo perpetuo en sus embestidas, sin piedad sus caderas golpeaban contra las nalgas de Natalia que volteó su cara hacia atrás, Elías la tomo del cabello y la beso profundamente, su lengua invadía la boca de Natalia mientras continuaba fallándola sin descanso.
—Sabe incluso mejor de lo que parece, Samu, Pruébala.
Sin esperar una respuesta me acerque y la bese, podía saborear la excitación de Natalia en sus labios.
—¿Es embriagador? ¿No?
Elías le sacó el pene y ella cayo suavemente sobre el suelo, pero se puso en 4 rápidamente, en ese momento decidí también liberar mi pene, lo saqué igual que como había hecho Elías antes.
—Mírala, le encanta, decía Elías. —Démosle una lección a esta puta, que aprenda de una vez su papel en la vida.
Elías se agacho detrás de ella y su mano fue a parar a su abierta vagina, algo debía estar haciendo para que ella comenzara nuevamente a gemir frenéticamente. Una descarga recorrió mi espalda. Sentí como una ola de calor me inundaba por dentro.
—Cede a tus deseos. Natalia date la vuelta, muéstrale a Samu como es tu culo. Natalia obediente se volteó, su vagina se veía enorme y resbaladiza por sus jugos, palpitando de necesidad.
Por un instante, el deseo y el miedo se mezclaron en mi interior. Había algo hipnótico en Natalia, en su forma de moverse, en la manera en que su olor envolvía el aire. Pero entonces miré a mi alrededor. La habitación estaba demasiado oscura, como si las sombras se hubieran vuelto más densas, más palpables.
Tragué saliva. Algo aquí no estaba bien. Elías, completamente entregado, parecía no notar cómo la temperatura había subido, cómo el aire se volvía espeso.
El cuaderno se estremeció a mis espaldas. No sabía si era mi propia imaginación o si de verdad sentía una especie de latido proveniente de él. Algo dentro de mí gritaba que debíamos salir de allí, pero mis piernas no respondían.
Me agache y mis manos se apoderaron de sus nalgas. Mis dedos se clavaron en su carne. Acerqué mi cara a la vagina chorreante de Natalia
—Huélela, Pruébala, deja que su excitación te consuma, decía Elías
Natalio gimió apretando su culo contra mi cara. Quería ceder, dejarme arrastrar como Elías, pero algo dentro de mí se resistía. Mi respiración era errática, cada inhalación temblorosa. Su vagina irradiaba un calor antinatural, sus labios vaginales envolvían por completo mi boca, y por un momento creí que todo lo demás desaparecía.
Pero entonces, el cuaderno volvió a estremecerse detrás, y una sensación helada recorrió mi espalda. Mis instintos gritaban que algo estaba profundamente mal. Elías murmuraba entre susurros palabras ininteligibles, perdido en la presencia de Natalia. Yo, en cambio, sentía que si me entregaba a ese momento, algo—o alguien—me reclamaría para siempre.
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