El desagradable jefe de mi trabajo, ocupaba a mi mamá para hacer otras cosas que no eran trabajo.
Mi madre se vuelve la puta del dueño de la empresa donde trabajamos.
Mi primer trabajo fue algo peculiar. Me llamo Ricardo y vivo con mi madre, Roxana, una mujer de una belleza natural que no necesita hacer mucho para captar la atención. Tiene formas pronunciadas y perfectas, de esas que invitan a mirarlas y perderse en cada detalle.
Sus senos son generosos y firmes, con una forma que inevitablemente atrae la mirada, como si cada curva estuviera diseñada para seducir sin esfuerzo. Hay en ellos una mezcla perfecta de suavidad y firmeza que los hace simplemente irresistibles. Sus caderas pronunciadas enmarcan una cintura esbelta, y sus piernas, largas y bien torneadas, completan una figura llena de gracia y elegancia. Su trasero es perfecto, generoso y bien definido, complementando su silueta de manera armoniosa.
Mi madre se separó de mi padre cuando yo tenía cinco años, después de que una infidelidad por parte de mi madre con el mejor amigo de mi padre terminara por romper su matrimonio. Desde entonces, ella trabaja en una fábrica de ollas en el área de ventas. Debido a las dificultades económicas, yo también empecé a trabajar en la misma empresa, aunque en un puesto de empacador.
Mi lugar de trabajo tenía un detalle incómodo: desde su oficina, ubicada un piso más arriba, mi madre podía ver todo lo que hacía. Las ventanas de su despacho daban justo al área de producción, y en todo momento me sentía vigilado bajo su mirada. Al mismo tiempo, desde mi puesto tenía una vista clara de la zona administrativa, donde estaban todas las oficinas, incluido el espacio de mi madre. Esta situación creaba una sensación constante de observación mutua que hacía el ambiente aún más extraño.
Otra cosa que no me gustaba de mi trabajo era el dueño de la empresa, a quien todos llamaban «el señor Chicharrón» por su sobrepeso y su carácter difícil. Era una persona de mal genio, muy mandón, y parecía creer que tenía control absoluto sobre sus empleados. Si él decía que había que quedarse horas extra, uno se quedaba, y siempre usaba su frase favorita: «Hay que ponerse la camiseta de la empresa».
Junto a la oficina de mi madre estaba la de Diana, una mujer tan atractiva y sugerente como mi mamá. Desde el primer día, nos llevamos muy bien, y cuando me quedaba a trabajar hasta tarde, Diana casi siempre estaba allí también. Notaba que el director solía llamarla a su oficina cuando quedaban pocos empleados y cerraba las persianas. Siempre salía de ahí con la ropa un poco desordenada, el cabello alborotado y una expresión desagradable, como si lo que sucediera ahí dentro la dejara incómoda o agotada. Era bastante evidente lo que ocurría, pero nunca hice comentarios, por respeto a ella.
Varias veces noté al director observar a mi madre cuando pasaba junto a él, mirándole el culo de forma descarada. Aunque me llenaba de enojo, no podía hacer mucho, ya que dependemos bastante del dinero de ese trabajo.
En una ocasión, cuando los baños de los empleados estaban ocupados y yo no aguantaba más, subí a los baños de las oficinas. Justo esa noche me había quedado trabajando hasta tarde, y el edificio estaba casi vacío. Fue entonces cuando escuché unos gemidos que venían de la oficina del director, y recordé que Diana estaba ahí dentro.
«Vamos, aprieta más puta perra,» escuché decir al señor Chicharrón.
«Me duele mucho… Es la primera vez que lo hago por ahí. Por favor, no tan fuerte», escuché decir a Diana, con un tono de dolor en la voz.
«Con razón está tan apretado… Eso me encanta. A partir de hoy, usaremos ambos lados, así que acostúmbrate putita», escuché decir al señor Chicharrón.
No quería que me descubrieran y pensaran que los estaba espiando, así que, para evitar problemas, bajé a mi lugar de trabajo. Unos minutos después, vi salir a Diana de la oficina del señor Chicharrón, con el maquillaje de sus ojos corrido, como si hubiera estado llorando. Caminaba con dificultad, como si cada paso le causara dolor.
Pasó un mes, y Diana tuvo que ausentarse por incapacidad, ya que, al parecer, había quedado embarazada. La primera semana después de que Diana se fue, no noté nada extraño; sin embargo, fue en la segunda cuando todo empezó. El señor Chicharrón le indicó a mi madre que esa noche saldría tarde. Mi madre también me avisó que se quedaría hasta tarde.
Cuando eran las ocho de la noche, vi a mi madre salir de su oficina y entrar a la de él. Poco después, observé cómo cerraba las cortinas de la oficina. Al cabo de una hora, ella salió despeinada, con la blusa desarreglada y sin las medias que siempre usaba. Solo me miró y me sonrió
“Vámonos, hijo”, me dijo cuando bajó para irnos sin decirme que había pasado ahí dentro.
Llegamos a casa sin mencionar el tema. Al día siguiente, mientras íbamos camino al trabajo, mi madre se detuvo en una farmacia. Observé cómo compraba la píldora del día después, de esas que se usan para prevenir embarazos. Luego, continuamos hacia el trabajo, y cada quien se fue a su respectiva área.
El día transcurrió con normalidad hasta que, cerca de la hora de salida, vi que mi madre volvía a entrar a la oficina del señor Chicharrón. Como la noche anterior, salió desarreglada: llevaba sus tacones en la mano y el cierre de su falda abierto.
Una tarde, estábamos juntos fuera de la oficina, despidiéndonos del vigilante, cuando el señor Chicharrón llegó en su carro, acompañado de otras tres personas.
—¡Qué bueno que te alcancé, Roxana! —dijo mientras bajaba del auto—. Mira, ellos son unos socios muy importantes, y necesito que te quedes un poco más. Ya sabes, hay que ponerse la camiseta de la empresa y dar un extra. No tardaremos mucho; solo necesito que les muestres las gráficas de ventas de lo que va del año.
Mi madre me miró y dijo:
—Voy a quedarme, hijo. Tú ya vete a casa; yo llego al rato.
—No te preocupes, muchacho —añadió el señor Chicharrón—. Yo personalmente la llevo y la dejó en la entrada de tu casa.
Sentí una mezcla de molestia e impotencia, pero traté de contenerme, pues sabía lo que probablemente sucedería esa noche. Una vez más, reprimí mi enojo mientras mi madre me dio un beso en la mejilla y me dijo:
—No te preocupes, nos vemos en un rato.
Dieron las 10 de la noche, y como mi mamá aún no llegaba, decidí marcarle a su celular. Me preocupaba que fuera tan tarde. La llamada entró, pero al otro lado escuché jadeos y gemidos antes de que se colgaran de repente. Volví a intentar llamarla, pero esta vez me mandaron directamente al buzón, como si hubieran apagado el teléfono.
No fue hasta medianoche cuando escuché el sonido de un auto estacionado afuera. Me asomé por la ventana y vi que era el señor Chicharrón. Él bajó del auto y abrió la puerta para que mi mamá saliera. Me sorprendió ver cómo le daba un beso en la boca, mientras le apretaba el trasero con ambas manos antes de regresar a su auto y marcharse.
—Ya llegué, hijo —dijo mi mamá al verme cuando entró, actuando con total naturalidad.
—¿Cenaste algo? —me preguntó. Le respondí que no tenía hambre.
—Bueno, hijo, me daré un baño. Vete a dormir —me dijo antes de dirigirse al baño.
Al día siguiente, volvimos a pasar por la farmacia, ya sabía perfectamente el motivo.
Llegó la tan esperada fiesta de aniversario de la empresa, organizada en uno de los hoteles más conocidos de la zona. Todo estaba perfectamente preparado en el elegante salón que habían rentado para la ocasión. Los asistentes, impecablemente vestidos, parecían embriagados por el glamour y la emoción de la noche. Después de un breve y formal discurso del señor Chicharón, la verdadera celebración comenzó.
Me animé a salir a bailar un par de veces con mi mamá. Ella llevaba un vestido rojo ajustado, corto y escotado, que dejaba poco a la imaginación. Cada vez que caminaba, su figura llamaba la atención de varios de mis compañeros, quienes apenas disimulaban sus miradas. Completaba su atuendo con unas zapatillas de tacón alto que acentuaba sus curvas de una manera que no pasó desapercibida.
La noche avanzó entre risas, copas de vino y conversaciones cada vez más animadas. En un momento me quedé platicando con unos amigos, y, entre bromas y brindis, perdí la noción del tiempo. Cuando finalmente miré a mi alrededor, me di cuenta de que ella ya no estaba. La busqué con la mirada, recorriendo cada rincón del salón… pero mi mamá había desaparecido sin que me diera cuenta.
Comencé a preguntar entre los asistentes si alguien había visto a mi mamá, hasta que uno de mis compañeros mencionó que la había visto con el señor Chicharrón subiendo en el ascensor. Me preocupé un poco y decidí marcarle un par de veces, pero, aunque la llamada entraba, ella no respondía. La inquietud me hizo bajar al lobby y preguntar en recepción si el señor Chicharrón había retirado su auto, a lo cual me respondieron que no; al parecer, aún estaba en el hotel. Me comentaron, además, que él había rentado una habitación en el mismo lugar, aunque por motivos de privacidad, no podían darme el número.
Regresé al salón con una mezcla de incertidumbre y curiosidad. Seguí esperando, vigilando mi teléfono, pero el tiempo pasaba sin ninguna señal de ella. Finalmente, recibí un mensaje: me pedía que pidiera un taxi para volver a casa, ya que estaba «ocupada revisando unas cosas con el señor Chicharrón».
Decidí marcarle de nuevo, y esta vez sí contestó. Su voz sonaba entrecortada y agitada, como si la hubiera interrumpido en medio de algo importante. Le pregunté si estaba bien, y aunque me aseguró que sí, había un tono extraño en su respuesta, como si estuviera intentando sonar normal y luego, abruptamente, colgó la llamada.
Decidí retirarme de la fiesta y regresar a casa, aunque la inquietud aún me rondaba. Mi mamá no apareció hasta la mañana siguiente. Cuando entró, estaba despeinada, con un fuerte olor a alcohol y se le notaba todavía borracha. Apenas cruzó la puerta, dejó su bolso en la mesa de la cocina y se dejó caer en el sofá sin decir una palabra.
Su bolso estaba abierto, y aunque nunca había revisado sus cosas, algo en ese momento me generó curiosidad. Noté un destello entre sus pertenencias, así que metí la mano y encontré su ropa interior una tanga y su sostén, ambos de color negro con encaje. Los coloqué de nuevo con cuidado y miré hacia ella.
Ahí estaba, tumbada en el sillón, profundamente dormida. Con el movimiento, su falda se le había corrido hacia arriba, y pude notar que no llevaba nada debajo del vestido. Le puse una manta encima y la dejé descansar.
Los días pasaron, y sus salidas tarde del trabajo continuaron. Mi mamá empezó a vestirse de manera más provocativa, noté que mi madre empezó a tomarle gusto a sus salidas tardías. Observé cómo, cada vez que se encontraba con el señor Chicharrón en los pasillos, le lanzaba miradas provocativas, con una actitud que parecía más complaciente.
Era fin de semana, y como descanso los sábados y domingos, estaba en casa. Eran como las 4 de la tarde, cuando escuché el timbre. Salí a ver quién era, y para mi sorpresa, se trataba del señor Chicharrón.
«Hola, muchacho, ¿está tu mamá?» –me preguntó. En ese instante, mi mamá apareció detrás de mí aun se le notaba algo cruda de la fiesta de la noche.
«Jefe, buenas tardes. Por favor, pase» —dijo ella, sorprendida. «¿Le gustaría tomar algo?» preguntó mi mamá.
«¿Tienes alguna cerveza?» –preguntó él.
«No, pero ahorita mando a mi hijo por unas,» respondió ella con una ligera sonrisa. «Hijo, ¿puedes ir a la tienda y traerle al jefe unas cervezas?» me pidió, dándome una mirada que sugería prisa.
Obedecí y fui a comprarlas. Al regresar, antes de abrir la puerta, escuché sus voces bajas en la cocina.
«Jefe, espere… mi hijo nos puede ver. Mejor… Espere a que sea de noche,» escuché susurrar a mi mamá, con un tono de urgencia y nerviosismo.
«Vamos, solo déjame tocar un poco, para ir entrando en calor,» respondió él, con una risa suave.
Se escuchó una nalgada fuerte. «Me encanta lo firmes que son… No sé si podré aguantar hasta la noche,» dijo el señor Chicharrón con un tono cargado de deseo. «Manda a tu hijo a hacer algo lejos de aquí.»
En eso abrí la puerta y entré. Al asomarme a la cocina, vi al señor Chicharrón muy cerca de ella, mientras mi mamá se acomodaba la falda que tenía un poco levantada. «Ya llegaste, hijo,» dijo en cuanto me vio, recuperando la compostura.
.»Jefe, vamos a la sala; estará más cómodo allí,» sugirió mi mamá, y su voz tenía un tono ligeramente más bajo. «¿Le traigo un vaso?» –le preguntó..
«No, no hace falta,» respondió él, mirando la botella. «Todo al natural siempre es mejor, ¿no crees?» –le respondió con una sonrisa insinuante.
«Claro, jefe, así es,» le respondió ella.
«Por cierto, muchacho, hazme un favor: ve a mi auto y trae unas bolsas que dejé en los asientos de atrás, por favor,» me dijo el señor Chicharrón, lanzándome sus llaves.
«¿Bolsas?» preguntó mi madre, extrañada.
«Sí, son unos obsequios que les traje. Espero que les guste,» respondió él con una sonrisa.
Aunque no me hacía mucha gracia, fui a sacar las bolsas del carro. Eran negras, bien atadas, y parecían contener cajas, pero no podía ver qué había dentro. Se las llevé al señor Chicharrón, quien abrió una de ellas con cuidado, espiando su contenido antes de entregárnoslo.
«Este es para ti, muchacho. Espero que te guste,» dijo mientras me daba una caja pequeña. La abrí y dentro había un reloj de muñeca dorado, elegante y sofisticado. Parecía caro.
«Y estos son para ti, Roxana,» le dijo a mi madre, señalando las otras bolsas. «No, no los saques todavía… son para más tarde,» añadió con un guiño.
Después de eso, mi mamá nos sirvió de comer y se sentó al lado del señor Chicharrón. En un momento, cuando ella se levantó para abrir el refresco, vi cómo él tocó el trasero. Mi madre pegó un pequeño brinco y, lejos de molestarse, soltó una risita coqueta.
«Sabes, estoy pensando en darle un aumento a tu muchacho,» dijo el señor Chicharrón.
«¿De veras? Se emocionará mucho al saberlo,» respondió mi mamá.
«Solo quiero una cosa más, y su ascenso estará asegurado,» añadió él.
«¿Qué cosa?» preguntó mi madre.
«Ya sabes, eso que te he estado pidiendo todo este tiempo,» respondió él con una voz insinuante.
«Ya sabe que por ahí no… nunca lo he hecho así. ya habíamos hablado de esto, no insista, por favor,» dijo mi mamá.
«Si quieres que le dé el ascenso, tendrás que complacerme,» insistió el señor Chicharrón.
Observé cuando fue al recibidor, tomó las bolsas de los regalos y las llevó a la cocina, donde estaba mi mamá.
«Debe estar por aquí… sí, este es,» dijo el señor Chicharrón, sacando algo de la bolsa.
«¿Qué es?» preguntó mi madre, intrigada.
«Es un plug anal, y tú lo vas a usar,» respondió el señor Chicharrón con alegria.
«¿Usar? ¿Cómo que usar?» preguntó mi mamá, confundida. «¿Y por qué tiene esa forma?» añadió, observando con curiosidad.
«Enseguida lo vas a entender. Venga, date vuelta,» dijo el señor Chicharrón.
«No, dígame primero para qué es,» dijo mi mamá.
«¿Por qué lo está chupando?,» añadió mi mamá con voz sorprendida.
«Solo voltéate» respondió el señor Chicharrón.
«Espere, por favor… no me suba la falda. ¡Espere, oiga!» dijo mi mamá, nerviosa.
«No meta su mano así… ¡Eso Duele! Por favor, ya,» añadió mi mamá poniendo resistencia.
«Guarda silencio, o tu hijo te va a escuchar, y no creo que quieras que te vea con el culo al aire,» dijo el señor Chicharrón en voz baja.
«No por favor»añadió mi mamá con voz angustiada.
Después, escuché a mi mamá soltar un grito.
«Bien, ya está dentro. Ahora, solo déjatelo hasta la noche,» añadió el señor Chicharrón.
«Pero duele y es muy incómodo,» respondió mi mamá.
«Te irás acostumbrando,» contestó el señor Chicharrón.
«Solo velo como el primer paso para que le dé el ascenso a tu muchacho,» añadió el señor Chicharrón.
Luego de que pasaron de la cocina a la sala, subí rápidamente para que no notaran que los estaba escuchando. Me quedé pensando en qué tanto mi mamá ya habría hecho con el señor Chicharrón. Lo único que no me gustaba ni podía aceptar era que él se quedara a pasar la noche en casa.
Más tarde, bajé al baño en silencio. Al pasar por la sala, vi a mi mamá y al señor Chicharrón sentados. Él tenía una mano apoyada detrás de su cabeza, mientras ella se inclinaba sobre su entrepierna, saboreando el pene del señor chicharrón.
—Abre bien la boca —le dijo el señor Chicharrón.
—¿Ves? Te gusta, ¿verdad? —insistió él.
—Oye, usa la lengua —añadió.
—Ya casi estoy casi por terminar — le dijo el señor Chicharrón.
—No me los vayas a lanzar en la cara; mejor me los trago, pero apúrate antes de que baje mi hijo, no quiero que me vea mamando tu pene —dijo mi mamá.
Vi cómo el señor Chicharrón presionó la cara de mi mamá contra su pene, metiéndolo hasta el fondo, tanto que casi se ahoga, empezó a toser, tratando de recobrar el aliento. Después comenzó a venirse en su boca y se los tragó sin dejar caer ni una sola gota.
Al caer la noche, mi mamá se acercó y me dijo que el señor Chicharrón se quedaría en la sala a dormir, pues ya era tarde. Me sorprendió, especialmente porque él había venido en su propio auto. Le comenté que podía irse, pero ella insistió en que había bebido y que no sería seguro. No pude evitar molestarme, y aunque ella lo notó, no le dio importancia.
Más tarde, vi cómo ella sacaba una cobija y una almohada, improvisando una cama en el sillón para él. Nos fuimos cada uno a nuestras habitaciones, pero yo me quedé despierto, con una intuición que no me dejaba dormir. Un rato después, escuché pasos suaves y cuidadosos: el señor Chicharrón, caminando de puntillas hacia la habitación de mi mamá.
Apenas entreabrió la puerta de mi cuarto y vi cómo ella salía discretamente de su habitación para dejarlo pasar. Ella llevaba puesto un baby doll color púrpura, con encajes negros en los costados. La tela era sutilmente transparente, revelando que no llevaba puesto brasier y que tenía puesta una tanga del mismo color. La puerta se cerró lentamente detrás de ambos.
No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a escuchar gritos provenientes de la habitación de mi mamá. Era la primera vez que la escuchaba así, y la preocupación me llevó a salir de mi cuarto.
«¡No va a caber! mi ano es mas chico que eso… ¡Me duele mucho!», escuché decir a mi mamá con un tono de incomodidad.
«Si entra solo, no empujes,» respondió el señor Chicharrón. «Por favor, deja de empujar, me duele mucho mi ano,» suplicó ella de nuevo.
«Ya están entrando» dijo el señor Chicharrón.
Después de un rato, escuché al señor Chicharrón decir: «Es hora de probar con mi pene”.
«No va a entrar,» respondió mi mamá, con una mezcla de incomodidad y nerviosismo. «Apenas y entró el juguete ese ¿Cómo quieres que entre tu pene?»
De pronto, escuché un quejido seguido de un grito: «¡Mi culo! ¡No empujes..No…. tan rápido!»
«Tranquila,» murmuró el señor Chicharrón, aunque el tono de su voz parecía cada vez más apurado.
«No aguanto más,» insistió mi mamá, con la voz tensa. «¡Sácala, sácala! Si sigues así, se va a desgarrar mi ano.»
Mi mamá siguió gritando y continuaron así toda la noche, hasta que finalmente el silencio llenó la casa. Por la mañana, al levantarme, noté que la puerta de la habitación de mi mamá seguía cerrada. Bajé al baño, y en ese momento salió el señor Chicharrón. Me dirigió una breve mirada y, con una expresión seria, me dijo: «El lunes ya eres el encargado del área de repartidores. Felicidades; espero mayor compromiso de tu parte.» Luego salió de la casa, y al poco tiempo escuché el motor de su auto arrancando antes de que se marchara.
Subí a ver a mi mamá, extrañado de que aún no hubiera salido. Encontré la puerta de su habitación entreabierta y decidí asomarme. Ahí estaba, recostada boca abajo, profundamente dormida. La cama era un completo desastre, con las almohadas esparcidas por el suelo, estaba desnuda se podía ver su ano dilatado, con semen derramado cerca de su ano y vagina. También había algunos consoladores y penes de plástico tirados por el suelo, debo admitir que me excito verla así, tan vulnerable después de que se la folloron toda la noche.
Ese día, mi mamá no se levantó hasta muy tarde y se notaba que estaba adolorida. Apenas se despertó, fue directo a darse un baño, y el resto del fin de semana transcurrió de forma tranquila y normal.
El lunes, cuando llegamos al trabajo, me asignaron mis nuevas actividades como encargado del área de repartidores, lo que significaba que podía subir a las oficinas cada vez que necesitaran coordinar los pedidos para el día siguiente. Durante el resto de la semana, mi mamá continuaba saliendo tarde del trabajo, y, debido a mis nuevas responsabilidades, yo también debía quedarme hasta el cierre para hacer el corte de todo lo que salía del almacén para reparto.
Una noche, al revisar los números, noté que las cantidades no cuadraban, así que subí a la oficina de ventas para ver si me faltaba algún pedido. Mientras caminaba por el pasillo, me llamó la atención ver la oficina del señor Chicharrón cerrada, lo cual ya se había vuelto una especie de costumbre… con mi mamá adentro.
Algo que noté, y de lo que no me había percatado antes, fue que desde la oficina de logística había un vidrio a través del cual se podía ver hacia la oficina del señor Chicharrón. La curiosidad fue demasiado fuerte, y aprovechando que varias luces estaban apagadas, me acerqué para mirar al interior.
Ahí estaba mi mamá, sentada sobre el escritorio, con las piernas levantadas, abiertas. por lo que se podía observar estaba desnuda de la cintura para abajo con la camisa abierta y los senos de fuera. Frente a ella, el señor Chicharrón estaba tomando las piernas de mi mamá por los tobillos, el tenia el pantalón abajo y movía su cadera rápidamente pegando contra ella, mi mamá tenía un rostro de satisfacción y sus gemidos se podían escuchar con tal claridad, se veía como se mordía el labio inferior de su boca mientras cerraba los ojos y hacia la cabeza hacia atrás.
Luego, vi cómo mi mamá bajaba del escritorio y se inclinaba quedando empinada. Con ambas manos, abrió sus nalgas, permitiendo que el señor Chicharrón la penetrara con facilidad. Él comenzó a follar a mi mamá rápidamente, tomó con firmeza las caderas de ella, mientras la tomaba del cabello, sus embestidas fueron más fuertes al punto que mi mamá fracciono las rodillas, parecía que en cualquier momento iba a ceder y caer arrodillada al suelo.
El señor Chicharrón sacó su pene de su vagina, hizo que mi mamá se arrodillara y comenzó a agitar su pene cerca del rostro de mi mamá. De repente, de su pene estalló una gran cantidad de semen el cual salió disparado, cubriendo el rostro de mi mamá. Sorprendida, cerró los ojos mientras el semen se extendía por toda su cara, manchando hasta el último rincón.
Casi por instinto, comenzó a lamer el semen que tenía cerca de la boca, como si fuera lo que más disfrutaba en el mundo. Después de un momento, se levantó y, con unos pañuelos, limpió los restos de semen que le quedaban en la cara. Luego, se acomodó la ropa, al igual que el señor Chicharrón. Ambos continuaron conversando un rato más en la oficina, mientras yo aproveché, sin hacer ruido y regresé a mi lugar de trabajo.
Poco después de esos sucesos, Diana regresó de su incapacidad por embarazo. Pensé que, con su regreso, el señor Chicharrón dejaría de buscar la compañía de mi mamá. Sin embargo, estaba muy equivocado. Al acercarse la hora de la salida, noté que tanto Diana como mi mamá se dirigieron a la oficina del señor Chicharrón, y los tres se encerraron ahí, dejando un aire de misterio y expectativas en el ambiente.
El siguiente fin de semana, el señor Chicharrón llegó a casa nuevamente, pero esta vez no venía solo; lo acompañaba Diana. Mi mamá los recibió y ambos se dirigieron directamente a la sala. Al verlos, los saludé y Diana, con una sonrisa alegre, me dijo: «¡Hola! ¿Cómo estás? Perdona por no haber pasado a visitarte esta semana, estuve muy ocupada. Me enteré de tu nuevo puesto; ¡felicidades! Si sigues así, un día de estos serás gerente, ¿verdad, jefe?» le dijo, lanzándole una mirada al señor Chicharrón.
Él sonrió y, mirando también a mi mamá, respondió: «Claro, si se sigue esforzando, puede lograrlo.»
Diana llevaba una blusa escotada y una minifalda blanca. Sin poder evitarlo, mis ojos se dirigieron a los senos de Diana, y ella notó mi mirada, sonriendo discretamente.
El señor Chicharón, tras notar la situación, me miró y dijo: «Oye, muchacho, a todo esto, nunca te he preguntado… ¿tienes novia?» A lo cual respondí que no. Él volteó hacia Diana y, como si estuviera pensando en voz alta, dijo: «Bueno, deberías tener una novia, ¿no crees, Diana?»
«Sí, ya está en edad para eso,» respondió ella, con un tono serio. El señor Chicharrón continuó: «Diana, tú tampoco estás casada, ¿verdad?»
«Ya sabe que no, jefe,» contestó ella, algo apenada. «Bueno, ¿por qué no le das una oportunidad al muchacho? Se llevan bien.» Diana bajó la mirada, con un toque de vergüenza en el rostro, mientras mi mamá observaba en silencio, sin decir nada.
«Bueno, cambiando de tema, muchacho, ¿nos puedes dar un momento a solas a tu mamá y a mí? Necesito revisar algunas cosas del trabajo con ella,» dijo el señor Chicharrón con tono serio. Luego, lanzó una mirada cómplice hacia Diana. «Diana, ¿por qué no aprovechas y vas con el muchacho? Así se conocen un poco mejor,» añadió con una sonrisa maliciosa.
«De acuerdo, jefe,» respondió Diana con la misma seriedad de antes. Luego, se volvió hacia mí, tomándome suavemente de la mano. «¿Qué te parece si me muestras cómo es tu habitación?» me preguntó. «¿Es hacia arriba, verdad?»
Sin soltarme, comenzamos a subir las escaleras, dirigiéndonos a mi habitación mientras sentía la extraña mezcla de nervios y curiosidad.
Entramos a mi habitación, y Diana cerró la puerta, poniendo el seguro. «Así que este es tu cuarto… La verdad, esperaba encontrarme con un desastre, pero eres bastante ordenado,» comentó mientras miraba a su alrededor.
«¿Tan mala imagen doy?» le pregunté.
«Para nada, pero a tu edad, casi todos los chicos suelen ser más desordenados. Bueno, al menos así eran algunos de mis novios cuando yo tenía tu edad,» respondió con una sonrisa. Luego, me miró directamente. «¿Entonces de verdad no tienes novia?»
«No, de verdad que no,» respondí, sintiéndome un poco incómodo. Diana comenzó a reír suavemente.
«Oye, no es gracioso y tampoco tiene nada de malo,» le dije, intentando ocultar mi incomodidad.
«Perdona, no era mi intención,» contestó, aún con una sonrisa. «Es solo que imaginé que alguien lindo como tú tendría novia.» Me observó un momento y luego añadió, con un tono juguetón: «Dime, ¿alguna vez has tenido sexo?»
«No, nunca,» le respondí, sin entender a qué iba su pregunta y con nerviosismo.
Diana tomó mi silla de mi escritorio y se sentó frente a mí, mientras yo no podía evitar fijar mi mirada en sus senos. Se dio cuenta de mi distracción y comentó con picardía: «Vaya, veo que te gustan muchos mis senos; no apartas la mirada.»
«Perdón, perdón,» me apresuré a decir, algo avergonzado.
«No pasa nada,» dijo ella, sonriendo. «Es bueno que te gusten.» Acto seguido, comenzó a quitarse la blusa y luego su sostén, dejando sus senos desnudos a la vista. Me puse tan nervioso que apenas podía encontrar las palabras para decir algo.
Sus «senos» eran tan hermosos que parecían suaves, al punto de que se me hacía agua la boca. Notando mi reacción, Diana se arrodilló suavemente en el suelo frente a mí y, con una sonrisa comprensiva, me dijo: «Vamos, no estés nervioso. Tomó mi mano y la llevó directo a unos de sus senos, ¿Te gusta? pregunto cuando sintió el contacto de mi mano.
Llevado por un impulso, levanté mi otra mano y, casi sin pensarlo, tomé su otro «seno» suavemente, presionando un poco. Ella sonrió y comentó con picardía: «Veo que te gusta cómo se siente.» Luego me dijo, con voz tranquila: «Ven, levántate.» Obedecí, y ella desabrochó mi pantalón y me lo bajo, dejando mi pene frente a ella. Lo tomó y, sin apartar su mirada de mí, comenzó a saborearlo.
«Vaya, sí que es bonito,» comentó, llevándolo a su boca. La sensación que me provocó fue tan intensa que un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo, después de un par de minutos….
«¿Estás bien?» preguntó con amabilidad.
«Creo que sí…» murmuré, algo aturdido.
Ella pareció entender y me dijo: «Tranquilo, si quieres venirte solo hazlo, solo relájate. Te ayudaré a que se te pare nuevamente.»
Ella continuó chupando mi pene, hasta que me vine sin poder detenerme, sin dejar que se le escapara ni una gota, se comenzó a tragar mi corrida, ella parecía que lo disfrutaba. Después, me recosté en la cama, y ella se levantó para hacer lo mismo a mi lado. Me miró con una sonrisa tranquila y susurró: «Cierra los ojos.» Obedecí, y entonces comencé a sentir la suave calidez de sus labios, primero en el cuello, luego en mi pecho, y después siguió recorriendo mi abdomen con delicadeza, cada beso enviándome una oleada de sensaciones, hasta llegar a mi pene nuevamente.
«Vaya, se ha vuelto a endurecer tan rápido… y eso que apenas te corriste,» dijo ella. Sentí su lengua recorriendo mi pene. «¿Estás listo?» me dijo. Abrí los ojos, y la vi sentarse con suavidad sobre mí, mirándome tomó mi pene y lo introdujo en su vagina, fue la mejor sensación de toda mi vida era un lugar caliente acogedor aunque húmedo. ¡Espera debería usar un condón! le dije.
«No importa, ya soy mamá… tener otro bebé no estaría nada mal,» dijo ella alegremente. Me quedé completamente sorprendido, sin saber qué decir. Al ver mi expresión, se rió y añadió: «Es broma, ¡tranquilo!» Estoy tomando anticonceptivos.
Ella comenzó a moverse suavemente, siguiendo el ritmo con la cadera, sin dejar de sonreír. «¿Y bien? ¿Te gusta?» me preguntó con una chispa en los ojos. Asentí, algo embelesado, y entonces ella suspiró, mirándome con ternura. «Me voy a terminar enamorando de ti… eres muy lindo. Lástima,» dijo, dejando la frase en el aire, como si hubiese más que no se atreviera a decir.
Su ritmo comenzó a intensificarse al tal punto que mi cama comenzó también a rechinar, se inclinó hacia a mi y sentí como comenzó a rebotar sobre mi moviéndose solo ella, sentía que no iba aguantar mucho pero no quería que ella pensara que era un torpe o algo similar , pero por mas que trate de resistir fue en vano y me vine otra vez pero ahora dentro de su vagina.
Me miró y, al notar mi expresión, sonrió y me dijo: «Hey, quita esa cara, no pasa nada.» Luego se bajó y se recostó a mi lado. «Ven, abrázame,» susurró, y me envolvió en sus brazos, acariciando suavemente mi cabello. «¿Sabes? No estuvo nada mal,» agregó, mirándome con una sonrisa cálida y sincera.
Me quedé dormido en sus brazos, y cuando desperté, ella ya no estaba. Por primera vez, sentí una extraña sensación de soledad, algo que me tomó por sorpresa. Me levanté y salí de mi habitación, y pronto escuché ruidos que provenían del cuarto de mi mamá. Me acerqué un poco, curioso, y escuché voces—era el sonido de Diana y mi madre, gimiendo juntas, entre algunos gritos esporádicos que se escapaban. Suspiré, resignado, y regresé a mi habitación, intentando volver a dormir.
El resto de los días transcurrieron de la misma manera: mi madre y Diana continuaban con sus salidas tarde del trabajo, y algunos fines de semana los tres se la pasaban en mi casa. La rutina se había vuelto constante, y aunque al principio me resultaba algo extraño, terminé acostumbrándome a su dinámica.
Hola. Me parece un relato muy bien escrito. Algún señor Chicharrón?
Buen relato, me parece que es el prólogo de una nueva y atrapante historia.
Hay muchas cosas inconclusas, el relato es asi o es la primera parte de la historia?
Quiero un jefe así