el día que mi esposa gozó que la violaran.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Teníamos mucho tiempo de estar planeando ese viaje, mi mujer estaba muy contenta, pues era el primer viaje en muchos años, desde la luna de miel para ser exactos, que teníamos la oportunidad de salir los dos solos. Por supuesto, con eso de la crianza de los hijos, el trabajo, las carreras y todo eso que presupone el dirigir y administrar un hogar, nos era imposible. Pero siempre existía en nosotros la ilusión de salir de la ciudad y empezar una nueva vida lejos de todo el ajetreo que la vida nos imponía. Los muchachos ya eran unos jóvenes adultos, que aunque todavía gustaban de la compañía de sus viejos, realmente no nos necesitaba como cuando chicos. Así que cuando nuestro hijo pequeño, entro al tercer año de su carrera universitaria y encontró aquel trabajo, decidimos hacer nuestro sueño realidad. Nos trasladaríamos al campo, a unos quinientos kilómetros de la ciudad, a una pequeña granja de más o menos una hectárea, en la que nuestros sueños, esperábamos, se hicieran realidad.
El viaje empezó mucho más tarde de lo planeado, pues eso de cargar aquel camión de tres toneladas, con las cosas que aún nos hacían falta, fue un poco más tardado de lo que imaginé. El viaje que en mi mente estaba planeado para salir a las cinco de la mañana, empezó para ser exactos, cuatro horas más tarde. Pero con todo, nuestro ánimo no decaía y comenzamos el viaje con gran optimismo.
Era un viaje, que si todo salía a lo planeado, nos tomaría unas ocho horas. Cuando llevábamos unas cuatro horas de marcha, las tripas me hacían un ruido infernal en la panza, así que le propuse a mi mujer, pasar a comer en el primer lugar que encontráramos. Un pequeño restaurante, de esos donde los choferes de camión pasan a descansar un poco, hablar, comer y ver mujeres, no porque fuera uno de esos lugares donde las mujeres son el negocio, sino porque siempre hay meseras, cocineras o mujeres que llegan a comer allí. En el parqueo del comedor, habían varios camiones con ganado, pues dicho sea de pasa, la zona esa es ganadera. Encontramos un espacio para estacionar, en medio de dos camiones con ganado y bajamos de nuestro vehículo. Como el clima era muy cálido, estábamos vestidos con ropas livianas, yo con unos pantalones de lona azul y una playera blanca y calzado con unos caites de cuero y mi mujer, con un vestido corto de algodón blanco, pero como no encontró sus zapatos tenis, se puso los tacones que encontró en la primer maleta que abrió, total, era peor salir descalza y no llevaba sostén, pues eso le producía más calor.
Realmente, no se notaba fácilmente la ausencia de su ropa interior, pero los tipos de una mesa que estaban en la entrada del salón, se codearon para que todos la vieran al entrar, me di cuenta de eso, pero no me importó, de todos modos ningún daño le hacían a ella ni a mí, a lo mejor en lugar de daño, le levantaría el auto estima a mi mujer. La verdad, ni ella ni yo, somos de cuerpos esbeltos o de figuras de revista, somos gente normal, con figuras normales y con cuerpos normales, unas libras de más por aquí, unas llantitas por allá, unas canas por esta parte y unas arugas más allá. La verdad mi mujer no es algo como para revista porno, ni mucho menos para conejita de play-boy, pero al fin de las cuentas, es mujer y llama la atención de hombres, hombres normales, nada de modelos de revista o algo así, de hombres como usted que lee.
De todos modos, la gente normal, es la que en verdad vive historias verdaderas, aunque a veces esas historias no sean muy normales. A pesar de esa salvedad, de que mi mujer no es modelo de revista, con esas sus piernas gruesas y esos sus pechos de mujer vivida, no de muchachita de secundaria, ni de recién casada fogosa…¡No! De mujer madura que han sentido el vaivén de las batallas del amor y han deleitado la boca de ese su esposo, que le ha chupado los pezones hasta hacerla gritar de gozo. Su vientre no es como el de una niña de esas que practican gimnasia, es el vientre de una mujer que ha parido dos hijos de forma natural y uno por cesárea, además de tener otras cicatrices de operaciones. Pero es un vientre que ha sido acariciado, besado desde el límite de los pechos, hasta llegar a meter la cabeza en medio de sus piernas y se ha vuelto loca de pasión.
Los tipos en la mesa, eran tipos normales también, o por lo menos parecían, pues por algún temor inaccesible a mi entender, uno de ellos no se quitaba la pistolas de la cintura, como si de esa forma su hombría se hacía realidad y sin ellas, no tenía ningún otro motivo para sentirse hombres. Pedimos carne asada y luego mi mujer se fue al baño de mujeres, para lavarse y todo eso que lógicamente se puede hacer solo en el baño. Mientras ella se dirigía al baño, los tipos no dejaban de verle las nalgas y el movimiento que lógicamente, hacen los pechos cuando están sin sostén. Ella entro al baño y los tipos se quedaron comentando entre ellos no se qué cosa y cuando regresaba, al parecer mi mujer se dio cuenta de que se la estaban comiendo con los ojos y agacho la cabeza, pero como yo también la veía a ella, me di cuenta que luego de percatarse que la veían, sus pezones se pusieron duros y se le veían por encima de la ropa. Eso me dejó un poco desconcertado y cuando llego a la mesa le pregunte por que de eso y me vio de esa forma en la que acostumbra ver, cuando se molesta.
No me atreví a preguntar de nuevo, pues no quería un enojo en ese viaje que quería que fuera perfecto. Luego fui yo al baño y al salir pude ver, que uno de ellos, el empistolado, estaba de lo más alegre hablando con mi mujer. Cuando me vio el tipo, se paro y camino a su mesa y cuando nos cruzamos me dijo como para que no oyera, “está rica tu mujer” en un susurro tan bajo, que realmente me costó descifrar lo que dijo y le pregunté, –¿cómo dice?– pero el solo se sonrío y no repitió nada. Al llegar a la mesa le pregunté a ella de que estaban hablando y me dijo que cosas sin importancia. Comimos y pedimos la cuenta y en ese momento en que nosotros pagábamos, los tipos salieron, eran los camioneros que transportaban ganado. Se fueron haciendo un escándalo, acelerando por puro gusto los motores de los aparatos y poniendo los frenos de motor sin ningún motivo, solo para hacer ruido.
Cuando terminaron de hacernos la factura, mi mujer ya estaba en el baño otra vez, y es que todavía nos quedaban unas cuatro horas para llegar a nuestro destino y había que aprovechar a lavarse la boca, lavarse las manos o hacer las necesidades, ya que había un cuarto de baño limpio donde hacerlo. Fui al baño yo también al recibir el vuelto y la factura, me lavé la boca, las manos y me peiné un poco los pocos cabellos que aún conserva mi cabeza. Pero mientras hacía todo eso, no se me quitaba de la cabeza, lo que me había dicho aquel camionero, poco a poco fui intuyendo lo que dijo y me di cuenta al terminar de lavarme la boca, lo que aquel hombre había dicho, “esta rica tu mujer” ¡eso dijo! Me molestó un poco, pues sentí que era una forma abusiva de referirse a ella y esperé no volverlos a ver otra vez.
Ya en el camión, mi esposa se quedó con aquellos zapatos de tacón, que le hacen ver tan sexis las piernas con aquel vestido tan corto. Mientras manejaba, aquellas piernas me hipnotizaban y por momentos perdía la atención del camino y casi me salía del asfalto. Ella se dio cuenta que yo me iba imaginando cosas por verle las piernas y me preguntó… ¿Creés que tengo buenas las piernas?– –¡Claro que si, muy buenas y…muy ricas!– le contesté. –Es que ya estoy vieja—me dijo y añadió –¿creés que alguien más crea que estoy buena? –¡por supuesto que sí!—le contesté. Caminamos otros cuantos kilómetros y ya la luz nos estaba abandonando y es que yo había calculado mal el tiempo, pues no contaba con lo lento que era aquel vehículo. Le empecé a acariciar las piernas a mi mujer y ella comenzó a hacer esa respiración profunda que hace cuando algo la está excitando. Como iba manejando, con solo una mano la acariciaba y la provocaba a que abriera las piernas, el calzón ya lo llevaba mojado de la excitación y comencé a bajárselo hasta las rodillas y ella se lo terminó de quitar. Con mis dedos, le estimulaba el clítoris y ella abría las piernas lo más que podía.
En ese momento, le pregunté, que le había dicho aquel chofer y me confesó, que le llego a decir que qué buenas tenía las piernas y luego se levanto al verme y se fue. –Por eso me preguntaste si tenias buenas piernas…– dio un pequeño gemido y me dijo algo entre cortado –sssiii– Se estaba excitando mucho y entre el toqueteo y todo eso, ya le había bajado el vestido hasta la cintura, dejando sus pechos al aire. Los vehículos que venían en sentido contrario, iluminaban con sus faroles el interior del camión, pero nadie notaba que fuera desnuda, pues pasan tan rápido que no les daba tiempo de analizar lo que sucedía dentro de aquella cabina del camión. Llegamos a un cruce de caminos, donde dejábamos la carretera principal y tomábamos la que nos llevaría a nuestra granja y ella iba super caliente. Ya casi estaba para tener un orgasmo, cuando de repente, tuve que frenar de emergencia.
En un tramo solitario del camino, tres camiones, estaban estacionados en plena curva. Mi esposa casi se cae de su asiento, pero se pudo detener con el tablero de la cabina. Sin entender aun que sucedía, los dos solo nos vimos y unas linternas iluminaron el interior de la cabina y mi mujer trató en vano de cubrirse los pechos. Una voz fuerte dijo desde afuera, –¡Te dije que tenías unas piernas bien buenas…pero veo que las chiches las tenés sabrosas también!– dijo riéndose a carcajadas y dirigiéndose a mi dijo –a vos te dije que tu mujer está rica y ahora nos vamos a quitar la duda– ¡¡jajajajajajaj!! Se reían los tres. –¡Pues ni crean que se les va a ser fácil!– les dije y de un salto, caí sobre el empistolado que me hablo en el restaurante. Él quiso sacar su pistola, pero de una patada se la quite de la mano y empecé a patearlo tan duro, que vi como uno de sus dientes salió disparado por el aire, seguido de un escupitajo con sangre y babas. Luego de las patadas empecé a darle de puñetazos, tan fuertes que me sangraban los nudillos y cada trompada, sentía que se me iban a quebrar las manos, de pronto…¡nada!, se me apago el cine y cuando desperté, me tenían amarrado a la llanta delantera de mi camión. Me dolía todo y no era para menos, pues ya inconsciente, esos cobardes me habían golpeado como quisieron y si no me mataron habrá sido porque querían que viera lo que le hacían a mi mujer. A mi esposa la tenía uno de los tres, quien le había amarrado las manos a la carrocería del caminó y la tenia de cara a la carrocería, dándose el un banquete con su espalda y sus nalgas. Le acariciaba la espalda, solo como unos roces leves y mi esposa se arqueaba, tratando de evitar aquellas manos en su piel. Todavía tenía el vestido a medio cuerpo, sus pechos al aire se remecían con el vaivén de su cuerpo y las nalgas cubiertas por el vestido, deleitaban las manos de aquel infeliz, que las metía entre su vestido, con una mano y con la otra le acariciaba la espalda. Se veía el rechazo de mi mujer a las caricias de aquel pervertido y se veía en él, el gozo que sentía, al tocarle sus carnes. Fue arrimando su cuerpo a sus nalgas y como ella estaba inclinada, por la forma como la tenían amarrada, exponía todo su trasero, que estaba cubierto precariamente, por aquel diminuto vestido. La tomó de las caderas y se recostó sobre su espalda y le hablaba al oído, no sé qué cosa.
El tipo se bajo el pantalón y empezó a penetrar a mi mujer, en esa posición. Le apretaba los pechos tan fuerte que al parecer le dolía mucho a la pobre y él le gritaba a vos en cuello, –¡que ricas tus chiches mi amor!– Volvió a recostarse sobre ella y le volvió a hablar de nuevo al oído y le metía su lengua en el, mientras le hablaba. Después de eso, vi como que ella ya no estaba tan furiosa, como que empezó a cooperar un poco y empezó a mover las caderas, haciendo que el pene del tipo se deleitara con su vagina y con ese movimiento, que hacía que la penetrara hasta el fondo y luego lo sacaba casi todo, para arremeter de nuevo y metérselo otra vez. Realmente estaba sorprendido de lo que mi mujer estaba haciendo, pero pensé que lo hacía para que no nos mataran. El tipo comenzó a jadear y unos cuantos gemidos opacados, se salieron de la garganta de mi mujer, cuando aceleró el movimiento de sus caderas y empezó a respirar muy profundo. Ya sentía yo que ella iba a tener un orgasmo, cuando el tipo no aguantó más y se vino dentro de ella.
Ella se quedo moviendo las caderas, a pesar que el pene del hombre ya se había retraído y no la estaba penetrando. Respiro fuerte y aflojo su cuerpo. Volteo a verme y con gestos le pregunte, que qué estaba haciendo y ella con gestos me dijo que no sabía que le había pasado. Luego vino el otro tipo y la desato de la carrocería y la obligó a arrodillarse, ya de rodillas le dijo que le abriera la bragueta, a lo que ella se negó y el desgraciado le metió una cachetada, que se oyó, como cuando se pega con un chicote a algún pedazo de madera. Con los ojos humedecidos por las lágrimas del dolor que le causo la cachetada, le bajó la bragueta al tipo y luego le desabotono el pantalón. Le bajó el pantalón hasta las rodillas y luego le bajo el calzoncillo, de donde salió un pene bien erecto y le dijo, –¡Mamáme la verga!– Siempre que le pedía que hiciera eso conmigo, ella siempre ponía excusas y si lo hacía se le notaba como un gran asco hacerlo. Pero le agarro el pene con una mano y comenzó a lamerle la punta y luego comenzó a chuparle el pene de una forma como me lo hacía a mí, con asco en su rostro. Pero mientras el disfrutaba que su pene estuviera en la boca de mi esposa, ella me veía a mi de una manera que no pude entender. Era una mirada de suplica, una mirada como pidiendo perdón y no entendía por qué. El rostro le cambió y empezó a mamarle de una manera, que no sabía que ella podía hacer. Se metía todo el pene en la boca y creo que le llegaba hasta las amígdalas, pero se lo hacía con una pericia tan grande, que parecía profesional. El tipo le agarro la cabeza y ella lo agarro con una mano de las nalgas y con la otra le agarraba el pene. El empezó a gemir y le dijo, –me voy a ir, me voy a ir–, pero ella le mamaba con más fuerza, hasta que el tipo termino en su boca.
La verdad, no sabía que pensar. Primero pareció disfrutar que la penetrara el tipo ese y luego, me dio la impresión que disfruto la mamada que le dio al otro tipo. Me tenía intrigado su actitud, a mí nunca me había hecho sexo oral y a este amigo, se lo hizo como que lo disfrutó.
De último, le tocó al de la pistola, se le veía la cara hinchada y se le veía el espacio que había dejado el diente que voló por los aires. Se acercó a ella y les dijo a los otros que le trajeran el colchón del camarote de su camión. De pronto, pasó un carro que pensé que iba a parar y nos iba a ayudar, pero no tuvo ni la más mínima intención de detenerse. De todos modos no podía ver lo que sucedía al otro lado de los camiones y aunque hubiera visto, no se hubiera detenido por miedo a ser atacado. Llevaron el colchón como a un metro y medió de donde yo estaba amarrado, el pistolero le quito el vestido a mi mujer y la dejó solo con los tacones.
Le dijo que caminara, que la quería ver caminar desnuda, que le diera una vuelta a los camiones, ella le dijo que podía pasar un carro y la podían ver, pero el insistió y ella tuvo que dar una caminata alrededor de los camiones desnuda como estaba, solo con los tacones. Realmente se veía espectacular, sé que es como dije, no como una estrella porno, pero en sus imperfecciones, se veía una mujer completa, con experiencia y deseable. Los tres tipos le decían cosas horribles, le gritaban puta, estas rica mamita, quiero darte por el culo y todo eso, ella caminó, pero a lo contrario de lo que pensaba, caminó de forma coqueta, insinuante, de una forma provocativa, sacaba los pechos y las nalgas, movía las caderas como toda una nudista y parecía disfrutar la mirada y los gritos de aquellos malditos. Incluso yo, a pesar de estar golpeado y atado, sentí como mi pene se ponía duro, un par de camioneros que pasaron, le gritaban unas barbaridades y le tocaban la bocina y ella, se movía más y parecía que lo disfrutaba más. Cuando terminó de dar la vuelta a los camiones, el tipo de la pistola la hizo quedar quieta así de pie y empezó a besarle los pies, las pantorrillas, las piernas, las nalgas y le dijo que se inclinara. Ella se inclinó y él le comenzó a dar una chupada de clítoris que ella se retorcía de placer. Se enderezo otra vez y el tipo siguió besando su abdomen, que por ser una mujer madura, realmente no era como un lavadero sino como una pequeña bolsa, una bolsa llena de dulces y placer. Ella se arrodilló sobre el colchón y empezó a quitarle el pantalón al tipo ese, le quito la ropa y él se arrodillo a su lado y empezó a besarla. Ella se dejo llevar por los besos y se acostó en el colchón, mientras él le comía los pechos. Abrió las piernas mi esposa, esperando al parecer ser penetrada, pero el solo le tocaba el clítoris y bajaba hasta su ano, donde la empezó a tocar. Ella se estremecía de placer, mientras él le metía la punta del dedo en su ano y la acariciaba de los pechos.
Con un movimiento rotativo, le excitaba el ano y ella se retorcía de placer. El sacó un juguete de esos que venden en las tiendas de sexo, de esos que tienen dos penes y empezó a jugar con ella. Al principio se quejó un poco, cuando los dos penes la empezaban a penetrar y es que el de la vagina era una cosa enorme y la del ano era como un pene normal. Pero luego empezó a moverse y gemir de placer. Cuando ya casi estaba por tener un orgasmo, el tipo dejo de jugar con ella y le dijo que no quería que terminara todavía. Ella estaba como loca y gemía, –por favor, por favor, métemelo– –No quiero que terminés todavía– dijo él y ella seguía suplicando que se la metiera. La excitación era tal en mi esposa que ya no suplicó, sino exigió, que, o le metía el juguete o le metiera su verga. El se acostó sobre ella y los otros se acercaron y empezaron a acariciarla y besarla. Mientras uno la acariciaba los pechos, otro le besaba la boca y otro le acariciaba las piernas. Los tres le besaron la boca uno por uno y empezaron a tomar turnos para penetrarla, se quitó el de la pistola y se puso el que se la cogió primero, ella solo abría las piernas, esperaba la verga y gemía como loca, luego el otro y otra vez el de la pistola, mientras los demás la besaban y la acariciaban. Así la tuvieron y cada vez que ella iba a acabar, le sacaba el pene que tuviera metido en ese rato y luego se lo metía el otro, no sé cuantas veces dieron la vuelta, pero a la última, el de la pistola se acostó en el colchon y ella se monto sobre él. De repente se asustó un poco y pensé que iba a dejar de sentir, cuando al que le había mamado el pene, se montó sobre ella e intentaba meterle el pene por el ano. Cuando logro su objetivo, ella dio un grito, no sé si de dolor o de placer y luego el otro que la había cogido parada, le puso su pene enfrente y ella se lo empezó a mamar, mientras gemía como loca a agrito tendido. Sus gritos se oían sordos, pues el pene en su boca no le dejaba sacar todo el volumen y le servía como silenciados.
Los cuatro gemían, sudaban, gritaban. Uno de ellos decía, –me vengo, me vendo—y el otro dijo yo también y el otro yo también, ella estaba que reventaba de emoción y aunque no podía hablar por el pene en su boca, se le notaba que de un momento a otro se venía. Segundos más tarde, los cuatro terminaron al unísono, en un gruñido como cuatro gatos teniendo sexo. Los cuatro se empezaron a relajar, el que le metió el pene por la boca se sentó en el suelo, mientras le acariciaba la cabeza a mi mujer. El que se la metió por el ano, se arrodilló y le acariciaba la espalda y el de la pistola tardo un poco más en que se le relajara el pene y se lo mantuvo metido por un par de minutos más, mientras ella se movía suavemente, haciendo que el pene la penetrara tranquilamente y él le chupaba los pechos. La dejaron sobre el colchón y se vistieron, se subieron a los camiones y se fueron. La dejaron choreando semen por todos lados y chupetones morados en los pechos, las nalgas, el cuello, la espalda e incluso en el borde de sus labios vaginales.
Ella estaba exhausta, desnuda, solo con los tacones y se durmió. Para mientras yo, me di cuenta que había terminado en mis pantalones, sin siquiera haberla tocado. Cuando despertó, caminó hacia mí, me desato y nos subimos a nuestro camión, el vestido estaba todo sucio y roto, le saqué un vestido y le dije que se lo pusiera, lo tomo en sus manos y no se vistió. –Vestíte–, le dije, –que vamos a ir a la policía para denunciar esta violación–. Se empezó a vestir, no se quitó los tacones, ni se puso ropa interior. Llegamos a la estación de policía y bajamos a denunciar lo ocurrido. Ella se paró en frente de la puerta de la estación y se quedo pensativa por un momento, se dio la vuelta y se regresó al camión. La seguí y le dije que qué estaba haciendo, que teníamos que denunciar lo que había pasado, pues no íbamos a permitir que esos tipos se salieran con la suya, que una violación era algo muy grave y que debíamos de meterlos a la cárcel. –No.– me contestó, –eso no fue violación, solo fue la experiencia sexual más excitante de mi vida. ¡Me fascinó! No fue violación–
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!