El dominador de clítoris
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Me gusta azotar coñitos. No sé si será porque parecen un culito en pequeñito o porque es el sitio más sensible de la mujer, pero palmear un chochito húmedo me vuelve loco.
Me las busco siempre para hacer con las chicas lo que me gusta: verlas correrse cuando yo quiero y de la forma que yo quiero. Soy un dominante, sí pero a ellas les gusta que las domine y las haga correrse, así es que… al trabajo.
Normalmente, la mujer me mira desde la barra del bar y, al acercarme, ya sé que va a ser mía. Bebemos y reímos y, de vez en cuando, le toco la cintura, el pelo, el trasero… No se queja y voy directo a su oído: "Voy a ponerte las nalgas rojas". Pega un respingo, pero no deja de mirarme con cara pícara. Me aseguro: "Voy a ponerte el culo como un tomate, niña traviesa" y se ríe fuerte, bebe y baila. Es de las mías.
En mi casa la acerco a mi cuerpo y restriego mis caderas con las suyas. Le doy la vuelta y muerdo su nuca, mientras pongo mi mano en su cara. Abro la camisa y toco la carne con las palmas, le aprieto los pechos, le mordisqueo los hombros… se empieza a estremecer… ¡Buena señal! Es mi táctica: las pongo a cien mordisqueando sus orejitas y terminan como putas, más mojadas y abiertas. Y esta mujer no es diferente. El clítoris las pierde. Ya era mía.
Puse música.
La besé un rato mientras le quitaba algo de ropa y la tendí sobre el sofá. Ella me pajeaba con mimo y yo examinaba su rajita cerrada paseando un dedo por la zona. No estaba ni pizquita de húmeda. ¡Vaya!
Me dejé de boberías y me la senté en las piernas. Tiré hacia abajo del elástico de sus bragas por detrás, ella se levantó un poco y se las saqué de su sitio, sintiendo la piel desnuda de su trasero sobre mis muslos. Subí su vestido hasta sacarlo por arriba y quedó en sujetador, abrazándose a mi cuello. Metí mi mano izquierda bajo sus cachetes, sobándolos, y la derecha sobre su vientre, el dedo meñique más abajo, la puntita entre los labios de su vulva, mientras le decía lo preciosa que era. En unos minutos ya le tocaba directamente el chochete, con toda la palma, sus piernas entreabiertas para sentir mis tocamientos por esa zona. Su culo se movía encima de mi polla, que parecía reventar, y entonces me decidí y le di la primera palmetada en sus labios tan tiernos. Apenas se quejó, sino que se abrió un poco más. No podía creer en mi suerte. Le di otra palmada seca, seguida de una tanda de palmaditas rítmicas y certeras, sobre el mismísimo clítoris. Su respiración se agitó tanto que le vi el plumero: le gustaba tanto como a mí y me permitiría jugar con su juguete.
La tumbé en la cama boca abajo, donde azoté sus nalgas como le había prometido y más, dándole vuelta de vez en cuando para centrarme en su potorro. Lo tenía hinchado, colorado, escurridizo y caliente, que es como a mí me gusta ponerlo. Sin tener en cuenta su escozor, azoté también su coñito hasta volverme loco de gusto, cada azote le hacía poner los ojos en blanco y se arqueaba ofreciéndome el pubis. Yo me multiplicaba para excitar toda la zona como ella se merecía, por delante y por detrás, coño y culo, coño y culo, mientras ella se había apoderado de mi polla y me cortaba la respiración con sus toqueteos y sus chupadas. La boca caliente parecía tragarme, pero conseguí concentrarme en castigarle el clítoris con palmadas rapidísimas, sin darle pausa, mientras su temperatura subía y notaba cómo empezaba a arder, cerca del orgasmo, así es que salí de su boca y me metí en su vagina que quemaba, pellizcando su clítoris sin piedad mientras me clavaba bien dentro. Se retorcía y la notaba apretarme la polla con cada oleada de gusto que le venía, así es que seguí restregándole los nudillos entre los labios mojados. Se abrió pidiendo más jarabe de palo y se lo di. Con cada manotazo en su entrepierna, su vagina se encogía sobre mi rabo, qué maravilla. Le di lo que no hay en los escritos.
Ella se empezó a correr sin remedio y yo aguanté, dejando que me mojara con su placer y sin parar de follármela, para que se acordara de mí, dándole lo suyo en el coñito, cogiéndoselo bien cogido hasta ponerla de nuevo tan cachonda como antes y corrernos los dos a la vez, ella gritando como loca, "dame más, dame más"… ¿quién no le daba más?
Espero volverla a ver y darle en la cuquita la paliza más caliente que nadie le haya dado. Y luego se la comeré, cuando no pueda resistir ni un roce, sin hacer caso de sus ruegos, hasta que tenga los orgasmos que yo decida.
E.
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