El Dominio del Misterio
Alicia, una mujer divorciada de 44 años, comienza a usar una app de citas en busca de compañía, pero se ve atrapada por el misterioso “Lobo Solitario”. A través de sus seductores mensajes y juegos de control, Alicia se encuentra en una peligrosa espiral de deseo e incertidumbre, luchando entre sus f.
El Dominio del Misterio
Una app de citas fue lo que terminó llevándome fuera de control. Soy Alicia, tengo 44 años, estoy divorciada, tengo mucho tiempo libre y un hijo de 22 años, Marcos, que casi nunca está en casa. Era la fórmula perfecta para el desastre. Todo consistía en buscar y ver perfiles de posibles parejas para reanudar mi vida, pero los chicos jóvenes de veintitantos eran los que más me escribían. Sin embargo, casi siempre hablaban de sexo, lo cual no era precisamente lo que yo buscaba.
Un perfil de un joven sin fotos me llamó la atención, sobre todo por su manera de escribir y comunicarse: no era tan directo, pero muy seductor. Tenía un “no sé qué” en su forma de escribir que me llamaba mucho la atención. Era todo un seductor; a veces me ignoraba, duraba horas sin responderme, y luego aparecía con una respuesta muy peculiar, sin dar excusas, y con una sinceridad desarmante, como “no tenía ganas de escribir”. Me pregunté por qué me atraía tanto. ¿Era la emoción de lo desconocido? ¿O simplemente necesitaba sentirme deseada otra vez? Había algo en él que despertaba un deseo que creía dormido.
Los días transcurrieron y nuestra amistad creció. Yo quería saber cómo era este joven realmente, quién estaba detrás de ese perfil con ese nick tan peculiar, “Lobo Solitario”. Un día, sin previo aviso, dejó de escribirme. Ya no supe más de él. La espera era insoportable. Me encontraba revisando mi teléfono cada cinco minutos, esperando una señal de vida. ¿Por qué me afectaba tanto? ¿Qué estaba buscando realmente en esta relación virtual? Quizás era la ilusión de compañía, de alguien que me entendiera, aunque fuera un desconocido. Continué con mi búsqueda, pero ya no era lo mismo. Había conectado realmente con Lobo Solitario y su misterio.
Unos días después, cuando ya estaba dispuesta a renunciar y desinstalar la app de mi teléfono, me escribió Lobo Solitario con un simple “hola”. Mi corazón se aceleró; este chico sí que me gustaba. Mi impulso fue responder al instante, a pesar de que me había prometido no hacerlo si me volvía a escribir. Esta vez fue más directo y me pidió fotos con poca ropa. Yo le pedí fotos de él y dejó de escribirme. Así que terminé cediendo, solo para que me volviera a escribir. Le envié una foto en lencería sexy. Aún no sabía cómo era él ni a quién le enviaba estas fotos, pero perdí el control. Sentí una mezcla de vergüenza y excitación. ¿Qué estaba haciendo? ¿Era esta la forma de recuperar mi vida? Cada mensaje que le enviaba, cada foto, me hacía sentir más viva y a la vez más expuesta. Estaba jugando un juego peligroso, pero no podía parar.
La idea de que él me viera provocaba una excitación y adrenalina en mí. Poco a poco, fue doblegando mi voluntad y yo cada vez cedía más el control. Era un juego en el que yo era su “puta virtual”. Me pedía hacerle videos eróticos con poses y fetiches que le dieran placer. Hasta que un día me pidió verme en una habitación de hotel. Yo le pedí fotos para ver cómo era él realmente, pero dijo que no y que tendría que estar en la habitación con los ojos vendados. Así que dejé de hablarle por unos días.
Sin embargo, me hacía falta saber de él y no pude resistir tantos días sin noticias. Fui yo quien decidió escribirle esta vez, pero le dije que realmente debía saber quién era. Fue en ese instante cuando él dijo que me conocía, que sabía dónde vivía y que yo también sabía quién era, y que por eso no se revelaría, porque temía que lo rechazaría.
Solo sabía que era un chico joven, y me preguntaba quién podría ser. ¿Acaso uno de los amigos de mi hijo? ¿Algún vecino? Ya empezaba a mirar a todos los chicos con deseo, preguntándome si ese joven podía ser Lobo Solitario. Mi deseo sexual había despertado de una manera incontrolable, y cada pensamiento me acercaba más a estar bajo los brazos de Lobo Solitario.
Me asustaba lo fácil que me había dejado llevar, cómo cada mensaje suyo encendía en mí una chispa de lujuria que creía apagada. ¿Qué demonios me estaba pasando? ¿Era realmente yo la que enviaba esas fotos, la que fantaseaba con desconocidos? Me encontraba perdida en un torbellino de emociones, luchando entre el deseo y la culpa. Por un lado, me sentía viva y deseada como no lo había sentido en años; por otro, una parte de mí gritaba que esto estaba mal, que estaba jugando con fuego.
Cada vez que veía a uno de los amigos de Marcos, me invadía una mezcla de vergüenza y excitación. ¿Podría ser uno de ellos? La idea de que alguien tan cercano a mi vida pudiera ser Lobo Solitario me enloquecía y me aterrorizaba a la vez. Me convertí en una espía en mi propia casa, observando, analizando cada gesto, cada mirada. La línea entre la realidad y mis fantasías se desdibujaba, y yo ya no sabía si quería descubrir la verdad o simplemente dejarme llevar por el misterio y el deseo.
El día llegó. Entre chat y chat, era inevitable; ambos habíamos aumentado el deseo por lo prohibido hasta cruzar la línea. Me encuentro frente al espejo, desnuda y recién depilada, preparándome para el encuentro con Lobo Solitario. Un mensaje llega, indicándome el número de habitación y el hotel al que debo asistir. Finalmente, ha llegado el momento.
El ascensor sube lentamente, y cada piso que pasa acentúa el temblor en mis manos. Llego a la habitación indicada y, en lugar de tocar, encuentro la puerta entreabierta. Tomo una profunda respiración y la empujo suavemente. El ambiente es un cóctel de misteriosa penumbra y el aroma a sándalo me envuelve de inmediato. El cuarto está perfectamente preparado: una gran cama en el centro, sábanas negras y gruesas cortinas que bloquean cualquier rastro de luz natural.
Ahí, en la cama, encuentro una venda de seda negra. Mi corazón late frenéticamente mientras leo la nota junto a ellas: “Ponte la venda. Yo me encargaré del resto”.
Siento la puerta cerrarse y su voz familiar, a pesar de su intento por disfrazarla, al escuchar “no digas nada y obedece”. Mis muñecas son atadas con una soga mientras me quita la ropa, dejándome totalmente desnuda.
Con mis manos atadas detrás de la espalda, me somete poniéndome de rodillas. Siento la presión de su mano guiándome, exigiendo mi sumisión de una manera que deja claro su deseo de control.
—Hazlo —ordena con firmeza, y aunque no puedo ver su rostro, su tono no deja lugar a dudas sobre su intención. Mi corazón late con fuerza mientras lucho por complacerle.
Cada vez que fallo en anticipar sus movimientos, un castigo suave pero firme, como un toque correctivo, me recuerda su dominio. Su voz, cargada de exigencia, me guía, provocando una mezcla de miedo y deseo en mí.
—Hazlo rápido —exige, y cada palabra suya se siente como una orden imperiosa.
Sigo sus indicaciones, atrapada en un torbellino de emociones contradictorias. La sensación de peligro y la necesidad de aprobación se entrelazan, llevándome a una sumisión más profunda. La línea entre la realidad y el juego se desdibuja, y aunque mi mente lucha por mantener el control, mi cuerpo responde a sus comandos, entregándose a la experiencia.
Con mis manos atadas detrás de mi espalda, Lobo Solitario me levanta y me posiciona sobre la cama, a cuatro patas. Siento cómo la anticipación crece en mi interior con cada segundo que pasa. Mi corazón late desbocado mientras me preparo para lo que está por venir.
—Estás lista para mí —susurra en mi oído con un tono que me hace estremecer.
No hay necesidad de palabras de mi parte; mi cuerpo habla por sí mismo, temblando de expectación y deseo. De repente, siento la primera embestida. Es fuerte, implacable, y me arranca un gemido profundo de placer. Con cada movimiento, su ritmo se vuelve más intenso, más feroz.
—Oh… sí… —me escucho jadear, incapaz de contener mis reacciones.
Las embestidas son cada vez más fuertes, y la sensación de ser completamente dominada y poseída es abrumadora. Con cada penetración, me siento más vulnerable y, al mismo tiempo, más poderosa en esta entrega total.
—Así, Alicia, así… —su voz es un gruñido de placer que resuena en mi piel.
Sus manos en mi cadera son firmes, y sus palmadas sobre mi trasero envían ondas de dolor y placer que se mezclan en un torbellino de sensaciones. Cada golpe es un recordatorio de su dominio y de mi sumisión, y no puedo evitar clamar por más.
—¡Más! —gimo, empujando hacia atrás para encontrarme con él.
La intensidad crece. Sus embestidas son salvajes, cada una más poderosa que la anterior. Mi cuerpo se ha convertido en un instrumento de su placer, y el mío, el clímax se aproxima como una ola gigantesca lista para romper.
—Oh, Dios… sí… —mi voz es apenas un susurro ahogado por el éxtasis.
El se siente más cerca y más profundo con cada empuje, llevándome al borde de un abismo de placer. El calor en mi interior se acumula, y sé que no puedo resistir mucho más.
—¡Voy a…! —el grito se ahoga en mi garganta mientras la ola final de placer me golpea.
El mundo se disuelve en un frenesí de sensaciones mientras el orgasmo me consume por completo. Mis músculos se contraen y me encuentro temblando, perdida en un mar de placer absoluto. Siento su propio clímax acercándose, y con un último empuje, él grita, y ambos nos dejamos llevar en una sinfonía de satisfacción mutua.
Finalmente, nos desplomamos, agotados y saciados, aferrándonos a los restos de la pasión que acaba de consumirnos. La habitación queda en silencio, solo roto por nuestros jadeos entrecortados, el eco de un encuentro inolvidable.
Él me desata cuidadosamente y me susurra al oído:
—No te quites la venda hasta que me haya marchado.
Obedecí, sintiendo cómo el silencio llenaba la habitación tras su partida. Una vez que estuve segura de que se había ido, me quité la venda con manos temblorosas y me esforcé por adaptarme a la luz tenue de la habitación. Al vestirme, comencé a buscar mis bragas, pero no pude encontrarlas por ninguna parte. La palabra “puta” resonaba en mi mente, evocando una mezcla de confusión y excitación que no podía ignorar.
Unos minutos más tarde, mi teléfono vibró. Al mirar la pantalla, vi una foto de mis bragas, sostenidas por una mano fuerte y familiar. Abajo, el mensaje decía: “Cuando te las devuelva, sabrás quién soy.”
La tensión y el misterio se apoderaron de mí una vez más. ¿Quién era Lobo Solitario realmente? La incertidumbre solo alimentaba mi deseo de averiguarlo.
Los días transcurrieron, y su control sobre mí se volvía más intenso con cada chat y cada pedido. Nuestra relación virtual me tenía desnuda, deseosa y dispuesta a tener sexo cada vez más ardiente. Me encontraba rogándole por ser poseída, completamente entregada, lista para ceder todo mi control a su mando. Sin embargo, una parte de mí necesitaba desesperadamente saber quién era él.
Fue en uno de esos momentos de vulnerabilidad y deseo, cuando la puerta de mi habitación se abrió de repente. El sonido hizo que mi corazón se detuviera por un instante. Miré sorprendida cómo Marcos, mi hijo, entraba en la habitación. En su mano, sostenía mis bragas, aquellas que usé aquel día en el hotel. Las dejó caer al suelo, y en ese instante, entendí todo.
—Lobo Solitario soy yo, mamá —dijo con una voz que era una mezcla de vergüenza y desafío.
Abrumada y sin palabras, no pude reaccionar. Sin embargo, Marcos me tomó, me puso a cuatro patas ejerciendo su control sobre mí y empezó a follarme con una brutalidad animal. Empecé a gemir, dejándome llevar por su dominio. Desde ese día, soy la puta de mi hijo. Fin.
¡Hola a todos!
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¡Gracias por leer y espero que también disfruten de la experiencia auditiva!
Saludos,
DominateBSDM