El nuevo inquilino le enseña a mi madre a ser una buena puta y a mi hacer una persona responsable
Un inquilino llega a casa y al poco tiempo se enreda con mi madre en una relación de lujuria .
Me llamo Jacobo, tengo 18 años. Siempre he vivido con mi mamá desde que tengo memoria. A mi padre nunca lo conocí; se puede decir que se fue por cigarros y nunca regresó.
Mi mamá se llama Edith. Siempre ha sido una mujer fuerte y trabajadora. Tiene 38 años y es una mujer realmente atractiva. Es delgada, con un tono de piel morena clara que resalta su belleza natural. Su cabello es lacio y de un negro azabache, cayendo en ondas suaves sobre sus hombros. Tiene ojos café oscuros que parecen brillar con una mezcla de fuerza y ternura. Su nariz es pequeña y perfilada, y sus labios carnosos siempre parecen estar listos para una sonrisa. Sus piernas son de buen tamaño y bien torneadas, y sus pechos son firmes y de copa C. Pero lo que más llama la atención es su trasero, grande y redondo.
Recuerdo que, cuando era pequeño, ella trabajaba dos empleos para asegurarse de que tuviéramos un techo sobre nuestras cabezas y comida en la mesa. A pesar de las dificultades, siempre encontraba tiempo para estar conmigo.
Nuestra casa no es muy grande en la planta de abajo tenemos la cocina, la sala y un baño, en el segundo piso solo hay tres habitaciones y una pequeña terraza. para ayudarse con los gastos mi mamá rentaba una de las habitaciones pero había pasado un mes desde que hubo un inquilino viviendo con nosotros, hasta que un dia llego un joven llamado Alberto de 20 años, se había aventurado a venir a vivir a la ciudad para ayudar a sus padres quienes vivían en provincia, era muy educado y respetuoso algo que le gusto a mi mamá y con tal de ayudarse mutuamente le dejo la renta de la habitación más barata de lo que estaba cobrando normalmente, gracias a esto el chico aceptó y vino a vivir con nosotros.
Mi mamá al ver el esmero y esfuerzo del chico por querer salir adelante le preparaba el desayuno y la comida que se llevaba a su trabajo, Alberto se levantaba muy temprano algo que me sorprendió bastante a las 4 de la mañana el ya estaba despierto y salía a correr por la colonia requisaba una hora después para bañarse y desayunar y luego se iba a trabajar, mi mamá estaba fascinada Jacobo deberías aprender todas esas cosas buenas de alberto es un muy buen ejemplo para ti me dijo.
Alberto solo descansaba los domingos pero ayudaba en casa, si algo se descomponía se ofrecía a arreglarlo, barría y limpiaba la terraza, hasta le ayudaba a mi mamá a sacar la basura. Llegó un punto que comencé a sentir celos de él ya que mi mamá lo elogió mucho. Era puntual pagando la renta y enviando dinero a su familia. en oraciones por las noches se ofrecia ayudarme con mis deberes de la escuela pero mi ego me terminaba ganando y siempre le rechazaba su ayuda.
Con el tiempo, la presencia de Alberto en nuestra casa se volvió más notoria. Mi mamá parecía cada vez más impresionada con su dedicación y respeto. Yo, por otro lado, sentía una mezcla de admiración y envidia. Alberto era todo lo que yo no era: responsable, trabajador y amable.
Se llevaba muy bien con mi mamá, cuando se sentaba y platicaban se reían mucho, ambos contaban como les había ido en día, y en ocasiones se contaban cosas de su pasado lo que me dolió más fue escuchar decir a mi mamá eres como un hijo mayor que siempre quise tener.
No diga eso Jacobo es una gran hijo dijo alberto lose lo amo y lo adoro pero es muy desobligado y flojo, dijo mi mamá hay veces que no lo saco de su habitacion y nunca le nace querer ayudarme en casa añadio mi mamá.
De por sí ya le tenía celos eso empeoró todo, Una noche, mientras estaba en mi habitación, escuché ruidos provenientes de la habitación de Alberto. Curioso, me acerqué sigilosamente y escuché voces. Era mi mamá y Alberto, hablando en tono bajo. Me asomé por la puerta entreabierta y vi a mi mamá sentada en la cama de Alberto, mientras él estaba de pie frente a ella. La escena era extraña y me sentía incómodo, pero no podía dejar de mirar.
— Señora, quiero agradecerte por todo lo que has hecho por mí —dijo Alberto, con una voz suave y sincera.
— Alberto ya te he dicho que me llames por mi nombre y no tienes nada que agradecer. Eres tú quien nos ha ayudado mucho —respondió mi mamá, con una sonrisa cálida.
Alberto se acercó más a mi mamá y, sin previo aviso, se inclinó y la besó en los labios. Mi mamá, en lugar de rechazarlo, respondió al beso con la misma intensidad. Sentí una mezcla de shock y curiosidad. No podía creer lo que estaba viendo.
El beso se volvió más apasionado, y Alberto comenzó a desabrochar la blusa de mi mamá, revelando su sostén de encaje. Mi mamá, con los ojos cerrados, parecía disfrutar del momento. Alberto le retiró la blusa y le desabrochó el sostén, dejando al descubierto los pechos firmes y redondos de mi mamá. Los acarició suavemente, haciendo que ella gimiera de placer.
— Alberto, esto está mal —susurró mi mamá, pero su voz no sonaba convincente.
— Lo sé, pero no puedo resistirme a ti —respondió Alberto, mientras continuaba besando y acariciando su cuerpo.
Mi mamá, con los ojos llenos de deseo, se recostó en la cama y permitió que Alberto se colocara sobre ella. Él, con movimientos suaves, comenzó a subirle la falda y luego le quitó una tanga negra que llevaba puesta mi mamá. Mi mamá abrió las piernas y Alberto, con una erección evidente, se quitó los pantalones y los bóxers, revelando su pene erecto. Se colocó entre las piernas de mi mamá y, con un movimiento lento, entró en ella. Alberto comenzó a moverse con ritmo, penetrando a mi mamá con fuerza y pasión.
— Más rápido, Alberto —susurró mi mamá, con la voz entrecortada por el placer.
Alberto obedeció y aumentó el ritmo de sus embestidas, haciendo que mi mamá gritara de placer. El sonido de sus cuerpos chocando y sus gemidos llenaban la habitación. La escena provocaba que sintiera un escalofrío recorrer mi espalda, pero no podía dejar de mirar. Ambos se besaban con tanta pasión que mi mamá lo enredó con sus piernas y sus brazos. Sus manos apretaban la espalda de Alberto con fuerza.
La intensidad del momento era abrumadora. Podía ver cómo el placer se apoderaba de ambos, y aunque una parte de mí sentía repulsión, otra parte estaba fascinada por la escena. La forma en que Alberto movía sus caderas y cómo mi mamá respondía a cada embestida era hipnótica.
Después de unos minutos de intenso placer, Alberto alcanzó el orgasmo y se vino dentro de mi mamá. Ella, con el cuerpo tembloroso, también alcanzó el clímax y se dejó llevar por el éxtasis. Ambos se quedaron en silencio, recuperando el aliento, mientras yo, desde la puerta, observaba la escena con una mezcla de shock y excitación.
Finalmente, me alejé de la puerta y regresé a mi habitación, con la mente llena de preguntas y dudas. No podía creer lo que había visto, pero también sentía una extraña excitación. Sabía que lo que había sucedido estaba mal, pero no podía negar el deseo que había sentido al ver a mi mamá y a Alberto juntos. Al día siguiente, todo parecía normal. Mi mamá y Alberto actuaban como si nada hubiera pasado, y yo trataba de mantener la calma.
Al día siguiente, todo parecía normal. Mi mamá y Alberto actuaban como si nada hubiera pasado, y yo trataba de mantener la calma. Llegó por fin el fin de semana. Era domingo y yo estaba jugando en mi laptop en la sala. «Oye, Jacobo, iré a la cancha de básquet. ¿No quieres venir?», me dijo Alberto. «No, gracias. Estoy bien así», le respondí. «Deberías ir, hijo. Te va a caer muy bien salir un rato», dijo mi mamá. Apagué mi laptop. «Qué flojera ir a estar lanzando una pelota a un aro. Mejor me voy a otro lado», dije y me salí de casa. Me fui a dar una vuelta a un centro comercial. Me comenzó a dar hambre, pero no llevaba dinero, así que no me quedó otra que regresar a casa para comer.
Regresé a casa y escuché ruidos provenientes de la cocina. Curioso y un poco nervioso, me acerqué sigilosamente a la ventana. Lo que vi me dejó sin aliento. Mi mamá estaba de pie, con los senos al descubierto, y Alberto detrás de ella. Mi mamá llevaba una minifalda de mezclilla y una blusa de tirantes. Alberto presionaba los senos de mi mamá con ambas manos, acariciándolos suavemente. Mi mamá tenía los ojos cerrados y parecía disfrutar del momento.
Decidí entrar y solo vi como mi madre se dio vuelta y de alguna manera se acomodó la blusa y el sostén. «Hijo, hola. ¿Cómo te fue?», me dijo toda nerviosa. «Bien. ¿Qué hay de comer?», pregunté. «Alberto hizo lasaña. En un momento te sirvo», dijo mi mamá. Alberto se contenía las ganas de reír y mi mamá lo veía con cara de «vas a ver».
—Alberto, ¿puedes ayudarme a poner la mesa? —preguntó mi mamá, tratando de mantener la calma.
—Claro, Edith —respondió Alberto, con una sonrisa pícara.
Mientras ponían la mesa, pude notar la tensión en el aire. Mi mamá y Alberto se miraban de reojo, y yo sentía una mezcla de curiosidad y molestia. La situación era incómoda, pero también había algo excitante en el aire.
—Jacobo, ¿quieres ayudarnos a servir la comida? —preguntó mi mamá, tratando de actuar normal.
—Claro, mamá —respondí, intentando mantener la compostura.
Cuando servimos la lasaña, pude ver cómo Alberto y mi mamá se rozaban disimuladamente. La situación era tensa, pero también había una especie de electricidad en el aire. Después de cenar, me retiré a mi habitación, pero no podía dejar de pensar en lo que había visto. Sabía que debía confrontar la situación, pero también sentía una extraña fascinación por lo que estaba sucediendo.
Esa misma noche estaba en mi habitación leyendo un cómic cuando empecé a escuchar en la habitación de mi mamá como estaba gimiendo. Me asomé al pasillo, pero tenía la puerta cerrada. Regresé a mi habitación y pegué la oreja a la pared, pero solo escuchaba los gemidos de mi mamá y eso porque gritaba: «Me estoy volviendo loca». Decidí arruinarle el momento solo por morbosidad y salí a tocar la puerta de su habitación. Toqué una vez y solo provoqué que los gemidos de ella se terminaran. Volví a tocar.
—Mamá, ¿estás bien? —dije.
Mi mamá me respondió agitada:
—Sí, hijo. Estoy bien. Segura te escuché gritar.
—Si, si estoy bien, hijo. No te preocupes —respondió.
En eso, abrió la puerta y sólo asomó la cabeza. Estaba despeinada con su maquillaje corrido.
—Estoy bien, hijo. Vete a dormir —dijo.
—Oye, ¿qué te pasó? Mira cómo tienes la cara —le dije mientras disfrutaba teniéndola entre la espada y la pared.
Ella pasó su mano y se dio cuenta de que tenía el maquillaje corrido.
—Estabas llorando —le dije.
—No, hijo. Es que estaba haciendo ejercicio. Debió correrse con el sudor. Bueno, ya vete a dormir —insistió.
—Vale, bueno. Si es así, descansa —le dije y regresé a mi habitación, dejando la puerta abierta.
No pasó mucho tiempo cuando vi salir a mi mamá cubriendo su cuerpo con una sábana y detrás de ella, Alberto desnudo, dirigiéndose ambos a la habitación de él. Entraron y cerraron la puerta.
Alberto se había vuelto el hombre ideal de mi mamá. Con el paso de los días, se la pasaban follando. Un sábado por la noche, Alberto llegó a casa algo tomado, lo cual era muy raro en él, pero sucedió. Cuando mi mamá lo vio, se sorprendió bastante.
—Hola, perdón. Traje a mis primos. Llegaron hoy a la ciudad y se nos pasaron las copas —dijo Alberto.
Con él, había otros dos tipos. Les presentó a Rubén y a Roberto.
—Hola, un gusto. Pasen —dijo mi mamá.
—Vengan, vamos a la sala. ¿Quieren que les prepare algo de comer? —preguntó mi mamá.
—Sí, mi amor —respondió Alberto y trató de besar a mi mamá enfrente de todos.
Mi mamá, al ver que estaba ahí, lo detuvo.
—Alberto, ¿qué haces? —dijo mi mamá.
—Besarte, ¿qué más? —respondió Alberto.
—Mejor siéntate, por favor —dijo mi mamá, al ver que Alberto estaba insistente en querer besarla.
Me pidió que me fuera a mi habitación, cosa que hice. Sentí una sensación de reconforto al ver que su príncipe azul no era tan maravilloso como ella pensaba.
Estuvieron hablando y solo se escuchaban risas. Luego pusieron música.
—Jacobo, Jacobo —escuché que me llamaba Alberto.
—Ven, hazme un favor —me dijo.
—¿Qué pasó? —respondí.
—Puede ir y comprar bebida, por favor —me pidió.
—No, Alberto. Ya es de noche yo voy—respondió mi mamá.
Al final, acompañé a mi mamá a comprar la bebida. La noté molesta, pero me sorprendió que accediera a traer más bebida. Regresamos a casa con un cartón de cervezas y una botella de whisky.
—Ya llegó la bebida —gritó alberto.
Alberto tomó una cerveza y le ofreció una a mi mamá. Ella la tomó y brindando con él, se la comenzó a tomar. Yo me regresé a mi habitación y fue cuando escuché a uno de los primos de Alberto decir:
—No lo puedo creer que esta hermosa mujer sea tu novia, primo.
—Sí, así es. ¿Qué te parece? —respondió Alberto.
—Está muy buena —dijo Rubén.
—No digas eso —dijo mi mamá.
—Es la verdad, amor. Eres una ricura —respondió Alberto.
Me asomé por la escalera y estaba besando a mi mamá mientras los demás lo festejaban.
—Eso, matador —gritó uno de ellos.
Terminé entrando a mi habitación. Tres horas más tarde, seguían pasándola en grande abajo. Yo ya me estaba desesperando. En eso, escuché que comenzaron a gritar: «¡}Menos ropa! ¡Menos ropa!». Salí y me asomé por las escaleras a la sala y vi cómo Alberto le retiraba la playera a mi mamá, dejándola solo con su brasier rosa.
—¿Qué opinan? —gritó Alberto.
Mi mamá estaba avergonzada. Se le notaba en su rostro.
—Alberto, ya cálmate—dijo mi mamá.
—Venga, amor. Solo nos estamos divirtiendo —respondió él.
La besó mientras ponía su mano encima del brasier de mi mamá. Ella, sin dejar de besarlo, apartó su mano.
—Venga, amor. Ahora el pantalón —dijo Alberto.
Mi mamá puso cara de sorprendida.
—No, Alberto —dijo mi mamá.
—Venga, amor —respondió Alberto, comenzando a desabrocharlo mientras los demás gritaban: «¡Vamos, vamos, vamos! ¡Afuera el pantalón!».
Sorprendido, mi mamá cedió. Se levantó del sillón y dejó que Alberto se lo bajará. Traía una tanga del mismo color que su brasier. Le terminó sacando el pantalón y la hizo que se diera una vuelta, dejándola de espaldas a los demás. Le dio una nalgada.
—Todo esto es mío —dijo Alberto y besó la nalga que había nalgueado.
—Se ve muy bien, señora. Ese conjunto es muy erótico —dijo uno de los primos de Alberto.
—Ahora viene la segunda ronda y es la mejor —dijo Alberto mientras le daba un trago a su vaso.
Se levantó detrás de mi mamá y le desabrochó el brasier, dejándolo caer al suelo. Mi mamá se cubrió rápidamente con sus manos, pero Alberto puso las manos de ella sobre sus senos.
—¿Qué estás haciendo, Alberto? Esto ya es mucho —dijo mi mamá.
Alberto no le respondió. Comenzó a acariciar los senos de mi mamá.
—Tus pezones se están poniendo muy duros, amor —dijo Alberto a mi mamá mientras sus primos veían el espectáculo sin apartar la mirada.
Mi mamá puso una cara de excitación cuando Alberto comenzó a besar su cuello sin dejar de jugar con sus pezones.
—Ven, ahora me lo vas a chupar —dijo Alberto e hizo que mi mamá se arrodillara y le sacara el pene del pantalón.
Mi mamá no dudó ni un segundo y se lo metió en la boca.
—La forma en cómo se lo chupa es lo máximo —dijo uno de los primos de Alberto.
—Está tan centrada chupando su pene que pareciera que no estuviéramos aquí —dijo el otro primo.
Mi mamá se lo chupaba y lamía desesperadamente.
—Está tan duro —dijo mi mamá.
—Oye, ¿quién te dijo que hables? Sigue chupándolo —dijo Alberto.
Mi mamá comenzó a tocarse. Metió su mano por debajo de su tanga y se tocaba mientras chupaba el pene de Alberto.
—Vengan, muchachos. ¿Puedo contar con ustedes también? —preguntó mi mamá dirigiéndose a los primos de Alberto.
—Por supuesto, señora —dijo uno de ellos.
Ambos se levantaron y se acercaron a mi mamá mientras se desabrochaban sus pantalones. Mi mamá tomó con su mano el pene de uno de ellos y comenzó a masturbarlo mientras seguía chupando el pene de Alberto.
—Hey, señora, no se olvide de mí —dijo el otro primo de Alberto.
Así que mi mamá soltó a Alberto y tomó el pene del otro chico. Ahí estaba mi mamá en cuclillas con un pene en cada mano y el pene de Alberto en su boca. Luego cambió y se metió en la boca el pene de uno de los primos de Alberto. Luego pasó al otro primo. Este puso su pene en la cara de mi mamá y ella, sonriendo, dijo:
—Vaya, no está nada mal tu pene.
Y enseguida se lo metió en la boca.
Luego, mi mamá se tiró en la sala de espaldas en la alfombra. Levantó ambas piernas y se sacó su tanga, dejando ver cómo tenía cubierta su vagina de vello púbico.
—Te llamas Rubén, ¿cierto? —dijo mi mamá dirigiéndose a uno de ellos.
—Sí, señora —respondió él.
—Ven, ¿por qué no usas tu pene? Me dejaron muy caliente —dijo mi mamá.
Y, acostada en el suelo, volvió a levantar las piernas al aire mientras las abría. Rubén se acercó a mi mamá y la penetró. Estaba totalmente abierta de piernas. En eso, Alberto se acercó a la cara de mi mamá y se la metió en la boca mientras Rubén se la follaba.
Rubén la follaba sin parar. Sus movimientos eran rápidos, haciendo que los senos de mi mamá se balancearan de lado a lado en cada penetración. Hasta que Rubén pegó un grito y se comenzó a correr dentro de mi mamá.
—Así se hace, Rubén —dijo mi mamá—. Me llenaste muy rico.
En eso, se dio la vuelta. Mi mamá se puso a gatas con la cabeza en el suelo y el culo levantado. Con ambas manos se abrió las nalgas, dejando ver cómo escurría de su vagina el semen de Rubén.
—Te toca —dijo mi mamá, dirigiéndose al otro primo de Alberto.
—Te llamas Roberto, ¿verdad? —preguntó mi mamá.
—Sí —respondió él.
—Bueno, Roberto. Ven, haz con esta putita lo que quieras —dijo mi mamá.
Alberto se acercó a mi mamá, escupió en su ano varias veces y comenzó a hurgar en él con sus dedos. Mi mamá gemía muy rico y de pronto la penetró por su ano. Mi mamá hizo un gesto de dolor y soltó quejidos y gemidos como loca. Roberto la follaba duro. Mi madre gritaba:
—Ooo, rayos. Tu pene está tan grueso. Siento cómo me abres el culo.
—Venga, me toca —dijo Alberto y quitó a su primo del culo de mi mamá.
—Espera —dijo ella.
Tomó a Roberto y lo acostó en el tapete. Ella se subió sobre él y se introdujo su pene en su vagina.
—Ahora sí, amor. Dame por el culo —dijo mi mamá a Alberto.
Este, ya desesperado, se la clavó de golpe.
—Te voy a dar como te encanta —dijo él y comenzó a follársela de una manera muy desenfrenada.
Mi mamá no paraba de gemir y gritar. Los gemidos se escuchaban más que la música que tenían. «Más, por favor. Más. Quiero más», decía mi mamá.
Entre los tres, se la estuvieron follando por todos sus agujeros por un buen rato. Se corrieron varias veces dentro y fuera de ella. Tenía los pechos llenos de semen, al igual que su cara y nalgas. Cuando por fin quedaron exhaustos y satisfechos, continuaron bebiendo en la sala. Mi mamá se fue directo al baño y abrió la regadera. Yo regresé a mi habitación y, sin poder contenerme más, me masturbé pensando en cómo se habían follado a mi mamá.
Nunca había conocido ese lado de mi mamá y me fascinaba saber lo puta que era. Al día siguiente, los primos de Alberto aún estaban en casa, dormidos en la sala. Mi mamá aún no despertaba, así que fui a verla.
Había dejado la puerta abierta de su habitación. Estaba dormida boca arriba, totalmente desnuda y con las piernas abiertas. Tenía la vagina de mi mamá a un metro de mí, toda peluda. No resistí la tentación y me acerqué. Me sentía muy nervioso y mi corazón comenzó a latir muy rápido. Acerqué mi mano a su vagina y primero la toqué con un dedo. Ella parecía no sentir nada. Pasé por su clítoris hasta llegar a su entrada. Metí la punta de mi dedo. «Wow, es realmente apretado», me dije a mí mismo.
Era caliente y húmedo su interior. Decidí ir más lejos y con ambas manos le abrí la vagina de par en par. «Así que esta es la vagina de mi mamá», pensé. Estaba algo mojada y olía raro. Le metí dos dedos, los cuales entraron fácilmente, pero me peguo un gran susto porque se movió. Por mi cabeza pasaban muchas cosas: ¿qué pasaría si me descubre? ¿Qué pasaría si la penetrara? ¿Me lo perdonaría o me odiaría? me pregunté.
En eso, entró Alberto a la habitación. No vio que estaba roncando a mi mamá, pero sí me vio mirando su vagina.
—¿Jacobo?—dijo Alberto.
—Tú no viste nada —le dije y salí corriendo de la habitación.
Pensé que me delataría o le diría algo a mi mamá, pero no fue así. Más tarde, se despertaron todos, los primos de Alberto se estaban despidiendo.
—Esperamos volver pronto para pasar otra noche igual de divertida —dijo uno de ellos.
—Claro, son bienvenidos cuando gusten. Aquí me encuentran —respondió mi mamá mientras les guiñaba un ojo.
—Claro, si a Alberto no le molesta —añadió mi mamá
—No, para nada. Me gustó cómo lo pasamos. Deberíamos hacerlo más seguido —respondió Alberto.
Los días pasaron y ellos continuaron follando en casa, lo hacían en todos lados, la sala, el baño , hasta en la cocina siempre tratando de ocultarse de mi. Hasta que oficialmente mi mamá me dijo que estaba teniendo una relación con Alberto. Le dije que por mí no se preocupara.
—¿Entonces aceptas nuestra relación? —me preguntó.
—Sí, no te preocupes —le dije, aunque en realidad le decía que sí porque me gustaba oírla y verla follar en cada ocasión que podía.
Además, te tengo otra noticia que darte —me dijo mientras me abrazaba con fuerza—. Vas a tener un hermanito.
—¿No te pone feliz saber eso, hijo? —preguntó mi mamá.
No puedo creer lo que me estaba diciendo. Sí, mamá, me pone muy feliz —le dije, pero quedé pensativo. Ella estaba a reventar de felicidad.
Pero se le acabaría el gusto a mi mamá cuando un día llegó a casa una chica, como de la edad de Alberto, con un niño pequeño de unos 3 años y un bebé en brazos.
—Buenas tardes, disculpe. Me dieron esta dirección. Un primo de mi esposo me dijo que rentaba aquí un cuarto —dijo la chica.
Mi mamá, confundida, le preguntó:
—¿Cómo se llama su esposo?
—Se llama Alberto. Quedé de verlo en la terminal, pero se me complicó dar con él.
Noté el enojo de mi mamá, pero fue respetuosa con la chica.
—Sí, aquí vive. Pasen, por favor. ¿Ya comieron algo? —preguntó mi mamá.
—No, aún no, pero no se preocupe. Ahorita busco un lugar donde comprar comida —dijo la chica.
—No, nada de eso. Se ven cansados. Descanse en lo que les preparo algo.
Más tarde llegó Alberto y puso cara de terror al ver a la chica y a mi mamá sentadas en el sillón de la sala.
—Hola, amor. Perdona, me perdí, pero tu primo Rubén me dijo que viniera aquí —dijo la chica.
—Hola, qué bueno. Me tenías preocupado —respondió Alberto y luego volteó a ver a mi mamá.
—Alberto, ¿podemos hablar un momento? —dijo mi mamá.
Alberto la siguió y entraron a la habitación de mi mamá. Escuché claramente cómo mi mamá le dijo:
—No quiero ni necesito explicaciones. No pienso ser grosera y mucho menos con esa pobre chica a la que, igual que a mí, engañas. Te dejaré que se queden aquí, pero ve buscando otro lugar para vivir. ¿Entendiste?
—Amor, primero escúchame —dijo Alberto.
—No me llames así. No tengo nada que escuchar de ti —añadió mi mamá y salió de regreso a la sala.
Pasó una semana y Alberto se marchó de la casa. Mi mamá entró en depresión. Ya no se arreglaba mucho, solo salía a trabajar y en ocasiones pedía comida en lugar de hacerla ella. Detuvo su embarazo y también comenzó a fumar y beber muy seguido. Yo, por mi parte, solo desarrollé un deseo terrible por mi mamá. Fantaseaba mucho pensando en ella y extrañaba escuchar sus gemidos y ver cómo follaba. Pero los planetas un día se alinearon para mí. Estaba de regreso del colegio.
La casa apestaba a cigarro. Mi mamá no estaba en la planta baja. Al subir, escuché un sonido muy familiar que enseguida hizo que mi «amiguito» comenzara a levantarse. Eran los gemidos de mi mamá. Subí con cuidado las escaleras y vi que mi mamá estaba dentro de la habitación que había sido de Alberto. Cuando me asomé, mi mamá estaba arriba de la cama. Tenía una almohada entre las piernas. Ella estaba desnuda de la cintura para abajo y estaba montando la almohada, moviendo sus caderas rítmicamente adelante y atrás y, en ocasiones, en forma de círculo. Debo admitir que era algo deprimente verla masturbándose en la habitación que había sido de su ex pareja, pero a la vez me resultaba muy excitante.
Mi mamá se inclinó hacia adelante, apuntándome con sus nalgas. Vi cómo comenzó a meterse los dedos en su vagina, la cual estaba muy mojada y cubría por completo los dedos de ella con sus fluidos. Me saqué el pantalón mientras mi mamá, sin saberlo, me daba un gran espectáculo. Mi pene estaba a reventar y, como un animal en celo, estaba deseando montar a esa hembra que tenía frente a mí. «¿Qué más da?», pensé, y me acerqué a ella. De un brinco subí a la cama y se la clavé hasta el fondo. Ella pegó un grito, volteó hacia mí y recuerdo claramente cómo nos miramos. Comencé a mover mi pelvis con un ritmo constante.
Escuchaba cómo los fluidos de mi mamá sonaban con la fricción cada vez que entraba y salía mi pene. Estaba empapado en un fluido blanquecino que comenzó a cubrir mi pene y las orillas de su vagina. En ese momento, no lo pensé, pero ella se estaba dejando follar sin poner resistencia, a pesar de que era su propio hijo el que la estaba penetrando. Ambos nos dejamos llevar por nuestros instintos.
Ella gemía muy ricamente con cada penetración que recibía. Sentí un cosquilleo pasar por mi espalda y, cuando menos lo esperé, comencé a correrme dentro de ella. Estaba muy agitado y ella también. Saqué mi pene y salió de su vagina. Mi semen, combinado con sus fluidos, comenzó a escurrirse. Ella se dio la vuelta y, sin apartar la mirada, tomó mi pene y se lo introdujo en su boca. Era fascinante verla cómo me miraba fijamente mientras me estaba haciendo una mamada.
Luego me tiró sobre la cama y se subió sobre mí, dándome la espalda. Tomando y dirigiendo mi pene hacia adentro de su vagina, sentí cómo fue bajando despacio y cómo mi pene quedó aprisionado por las paredes de su vagina. Comenzó a moverse de manera similar a como lo estaba haciendo con la almohada. Se inclinó hacia adelante y comenzó a mover su culo arriba y abajo, dejándome ver cómo entraba y salía mi pene de su vagina. Comenzó a acelerar sus movimientos. Sus nalgas rebotaban y, sin pensarlo dos veces, le di una fuerte nalgada. Pegó un grito, pero no dejó de subir y bajar. Al final, volví a correrme dentro de ella.
Después de ese encuentro, todo cambió entre nosotros, ambos sabíamos que lo que había sucedido no podía quedarse sin abordar.
Unos días después, mientras mi mamá estaba en la cocina preparando la cena, me acerqué a ella con el corazón latiendo con fuerza.
—Mamá, tenemos que hablar —dije con voz temblorosa.
Ella se giró lentamente, con una expresión seria en su rostro.
—Sí, Jacobo. Sé que tenemos que hablar —respondió, suspirando profundamente.
—Yo… no sé cómo empezar —dije, sintiendo cómo las palabras se atascaban en mi garganta.
—Jacobo, lo que pasó… no debería haber sucedido. Fue un error —dijo mi mamá, con lágrimas en los ojos.
—Pero, mamá, yo… yo lo disfruté. Y creo que tú también —respondí, sintiendo una mezcla de vergüenza y deseo.
Mi mamá bajó la mirada, luchando por encontrar las palabras adecuadas.
—Jacobo, esto es muy complicado. No puedo negar que hubo un momento en que me dejé llevar, pero no puede volver a suceder. Es incorrecto y lo sabes.
—Pero, mamá, ¿y si no lo es? ¿Y si esto es algo que ambos queremos? —pregunté, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza.
Mi mamá me miró con una expresión de dolor y confusión.
—Jacobo, no podemos seguir por este camino. Es peligroso y equivocado. Necesitamos olvidar lo que pasó y seguir adelante —dijo con firmeza.
—Mamá, no quiero olvidarlo. Quiero explorar esto contigo. Quiero ver a dónde nos lleva —dije, sintiendo una determinación que nunca había sentido antes.
Mi mamá me miró con sorpresa, pero también con una chispa de curiosidad en sus ojos.
—Jacobo, esto es muy arriesgado. Pero si ambos estamos dispuestos a explorar esto, entonces lo haremos con cuidado y respeto —respondió finalmente, con una mezcla de miedo y excitación en su voz.
A partir de ese día, todo cambió. Comencé a ser más responsable y a ayudar en casa. Mi mamá y yo desarrollamos una conexión más profunda y sincera. Con el tiempo, nuestra relación se fortaleció y nos dimos cuenta de que lo que sentíamos el uno por el otro era más fuerte que cualquier tabú o prejuicio, follabamos como conejos por todas la casa.
hasta que un día, mientras estábamos en la cocina, mi mamá me miró con una sonrisa tierna.
—Jacobo, hay algo que necesito decirte —dijo, tomando mi mano.
—Claro, mamá. ¿Qué pasa? —respondí, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo.
—Estoy embarazada —dijo, con lágrimas de felicidad en los ojos.
Sentí una oleada de alegría y sorpresa. Sabía que este embarazo era el resultado de nuestra nueva relación y que, a pesar de las circunstancias, ambos estábamos felices y comprometidos.
—Mamá, esto es increíble. Estoy tan feliz —dije, abrazándola con fuerza.
—A partir de ahora, seremos una familia. Tú, yo y nuestro bebé —respondió, con una sonrisa radiante.
Y así, a partir de ese día, comenzamos una nueva vida juntos. Una vida llena de amor, respeto y felicidad. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío para estar con mi mamá y nuestro bebé.
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