El primer día que me volvió loca
A mi ex se le notaba que iba a ser dominante y a mí que iba a ser sumisa. Así fue nuestra primera vez.
Le conté lo que me gustaba:
“Yo lo que necesito es volverme loca. Dejar de pensar. Que la razón se nuble literalmente a través del placer. Que me hagas suplicarte correrme cual si estuviera loca o directamente correrme como una loca”.
Y le vi sonreir pícaramente. Me dijo que no me preocupara, que de ahora en adelante intentaría cumplir mis fantasías. Me preguntó por dónde empezar.
Le dije que mi primera fantasía era el edging, la forma anglosajona de decir “tenme mucho rato a puntito pero no me dejes correrme”.
Supo inmediatamente lo que tenía que hacer.
Me pidió -¿ordenó?- que me desnudara y que me pusiera frente al espejo de mi habitación. Cogió mis esposas y me las colocó de una forma que me sorprendió. Un brazo por arriba y otro por debajo, anudados a mitad de la espalda. “Así tendrás menos movilidad y podré manejarte más a mi antojo.” dijo.
Por una parte, me cagué en sus muelas por someterme. Por la otra, empecé a lubricar salvajemente.
“A partir de ahora tienes prohibido cerrar los ojos o mirar hacia otro lado” susurró en mi oído. “Solo puedes mirar a donde yo te diga”. Asentí, creyendo que sería un compromiso fácil de aceptar.
“Ahora mírame a mí” dijo mientras empezó a masajearme los pechos. Abarcando toda su extensión, la cual cubría prácticamente toda su mano. Primero uno, luego el otro, y viceversa, un buen rato. Mucho rato. Su mirada era seria, controladora. Seguramente no era la primera vez que se embarcaba en un juego de estos.
“Te gusta?” preguntó. “Sí…” dije. Obviamente excitada, pero con las expectativas de quien evidentemente ansía lo que está por venir. “Vale. Pasaremos a la siguiente fase”, contestó.
Con su musculoso brazo abrazó mi cuello, sin apretar pero reteniéndome donde él quería. Y mientras tanto con su otra mano, empezó a pellizcar mis pezones.
“Ahora mírate a ti” dijo. Y yo me miré y me vi cual perra en celo deseando que esta tortura durara poco y que a la vez fuera eterna.
Apretaba con intensidad pero sin llegar a provocar dolor, como si conociera el límite exacto. Y lo hacía con toda la calma. Ahora unos segundos en el pezón derecho, ahora otros en el izquierdo, ahora una pausa. Una y otra vez. Y yo mirando mi cara de cachonda/frustrada/expectante.. Mi clítoris estaba a punto de reventar y aún no lo había ni rozado.
Pareció leerme la mente. Metió su dedo índice en mi boca para que fuera yo quien lo lubricara y acto seguido se hundió entre mis labios inferiores. Por supuesto, no tuvo ninguna prisa. Durante unos minutos que a mi me parecieron eternos se dedicó solo a apretar y soltar, primero con un solo dedo y luego con todos menos el pulgar, ampliando el rango de estimulación.
“Mírame a mi” dijo, apretando una y otra vez hasta que consiguió que todo mi riego sanguíneo y toda mi atención se centraran en un solo punto en el universo.
En ese momento empezó a hacer movimientos rotatorios a la vez que besaba mi cuello muy superficialmente, provocándome escalofríos. Por un momento, mientras mi excitación crecía a niveles insospechados, perdí ligeramente la consciencia de la situación, incliné la cabeza hacia arriba y cerré los ojos. Me dio un manotazo en todo el clítoris que casi me corta la respiración.
“¡Joder!” -grité, notando como mi riego sanguíneo se esparcía a la vez que se amontonaba sobre toda la zona afectada.
“Era la única norma y te la has saltado” respondió. Y en el momento en que nuestros ojos volvieron a cruzarse en el espejo añadió “ahora has vuelto a la casilla de salida”. Y mirándome divertido volvió a masajearme los pechos y pellizcarme los pezones como al principio mientras yo me retorcía de rabia y de lujuria.
“Sigue tocándome ahí abajo, por lo que más quieras” pensé. Pero él siguió mirándome fijamente a los ojos a través del espejo y aplicándome el castigo por mi desobediencia. “Mira a tu clítoris” dijo para mas inri, de forma que mi atención no tuviera ya manera de desligarse de mis más profundos deseos, mientras mis pezones no dejaban de lanzar descargas eléctricas hacia esa misma zona, en la que yo posaba sumisamente mi ardiente mirada.
Cuando por fin se dio por satisfecho prosiguió. “Ahora arrodíllate, por favor. Abre bien las piernas y mírame a mí”.
Obedecí aliviada, A su vez, él se arrodilló detrás de mí y soltó mi cuello, para en su lugar apretar todo mi pecho con su brazo y su pecho contra mi espalda. Con su otra mano, acercó sus dedos índice y corazón a mi clítoris y lo frotó rabiosamente durante unos cinco segundos. Entoces paró, yo me quise morir y volví a mirar al cielo buscando una ayuda que nunca llegaría. Otro manotazo, aun más fuerte que el anterior, me devolvió a la realidad, a mi perversa y maravillosa situación de esclava.
“Me encanta que seas tan desobediente” rió encantado. Yo volví a maldecirle desde lo más profundo de mis entrañas, literalmente. Y con los dos mismos dedos de antes se dispuso a penetrar mi chorreante vagina desde atrás. Al principio muy, muy despacio. Eeeentraaaaando y saaaaalieeeendo. Asegurándose de estimular a su paso cada milímetro de mi cavidad. Volviéndome loca.
A los no sé cuántos minutos empezó a cambiar el ritmo, pero de una manera muy irregular. De pronto parecía un taladro percutor, a los pocos segundos volvía a la cadencia previa, para crecer progresivente de intensidad o volverme a taladrar o hacerme lo que quisiera hacerme. Yo nunca he sido especialmente vaginal pero en esos momentos cada envestida, rápida, lenta o moderada amenazaba con hacerme enloquecer.
“Ahora mírame y dime que es lo que quieres que te haga” dijo sin dejar de penetrarme con sus dedos siguiendo su caprichoso ritmo.
Con la mente medio nublada y la voz entrecortada respondí: “Lo quiero todo, quiero que me sigas masturbando, que me folles por delante, por donde tú quieras, que me comas el coño o me hagas comértela a ti. Lo que tú quieras, pero quiero correrme muy fuerte”.



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