Ella.
Veo el hambre y el deseo crudo en su mirada. Por un momento, me perdí en mis pensamientos. Estaba absorto en los recuerdos de como “Ella” siempre dió la imagen de ser un dulce e inocente corderito. Una niña muy tranquila y ejemplar, quien se suponía que crecería para casarse con un hombre provenient.
Suspiré molesto, aún no sé cómo terminé accediendo a venir a esta estúpida fiesta alternativa tan famosa en redes sociales. La música está demasiado alta para mí gusto, y realmente por dónde lo mires, un asalariado panzón y cuarentón como yo no encaja para nada aquí.
Le hice señas al barman, para que me atienda. Cuando se acerca tuve que hacer un gran esfuerzo para disimular mi confusión, ¿Era un hombre o una mujer?. En fin, pedí una cerveza bien fría y seguí escaneando el lugar.
No fue muy difícil para mí notar que solo hay chicos y chicas jóvenes. Todos vestidos con arneses, ropa de látex y cadenas. Varios se estaban besando entre ellos e incluso se toqueteaban sin importarles nada.
Sin querer, desvíe mi mirada hacia un hombre que estaba literalmente chupando la vagina a una mujer sentada en los taburetes más lejanos de donde yo estaba. Me estremezco y vuelvo a replantearme qué hago carajos aquí.
Nervioso, tomé un sorbo de cerveza, fue entonces que la vi. Era “Ella”, pero desgraciadamente no estaba sola.
Mi irritación se incrementó exponencialmente al ver qué estaba besándose indecentemente con esa otra joven, una rubia gorda y totalmente insulsa. Muy desagradable para mí gusto.
En medio de su apasionado intercambio de saliva, “Ella” notó por fin mi presencia y me miró a los ojos con esa intensidad tan característica suya.
Veo el hambre y el deseo crudo en su mirada. Por un momento, me perdí en mis pensamientos. Estaba absorto en los recuerdos de como “Ella” siempre dió la imagen de ser un dulce e inocente corderito. Una niña muy tranquila y ejemplar, quien se suponía que crecería para casarse con un hombre proveniente de una buena familia y ser una dama digna. Nada más lejos de la realidad.
Decidí sostenerle la mirada, chocando con esos profundos ojos negros que parecen hechizarme cada vez mas y más. En una danza ardiente, en este maldito sin fin de deseo prohibido que tanto nos gusta a ambos. A veces me pregunto quién fue quien inició con esto, pero es realmente difícil saber incluso cuándo empezó todo. La única certeza aquí, es que, en una noche de verano hace aproximadamente cuatro años, el deseo nos venció y nos entregamos mutuamente al placer de entrelazar nuestros cuerpos por primera vez.
Con un suspiro prolongado, vuelvo en mí y bebo un poco más de cerveza. Levantó el rostro y mi mirada se encontró nuevamente con la suya.
Mi orgullo, mi sentido de superioridad, mi estatus social… todo queda reducido a cenizas cada que me enfrento con esos perversos ojos oscuros. Qué mirada tan terrible, seductora y provocativa, aún no doy crédito a qué exista una mujer así. “Ella” tiene absoluto control sobre mí y, es algo lamentablemente, el que lo sepa tan bien.
la gorda notó el ardiente intercambio de miradas entre “Ella” y yo, y estúpidamente se aferra a su brazo buscando llamarle la atención al restregarle esas asquerosas tetas hechas con silicona barata. Que puta tan regalada.
Fruncí el ceño ante esa escena y la observé a “Ella” sonreír con arrogancia. Molesto, decidí desviar mi mirada hacia cualquier otra parte, para evitar seguir viendo más de esa mierda.
“Ella” sonreía altanera, claramente estaba disfrutando eso. Unos minutos después, se acercó con la rubia hasta la barra, donde casualmente me encontraba yo. Ambas se acomodaron a mi lado.
Mierda. En ese momento, deseaba enojarme, putearla, decirle que no vuelva a mandarme más mensajes, simplemente deseaba odiarla… pero cuando “Ella” esboza esa maldita sonrisa. Suspiré. Dios… Cómo detesto no poder decirle nunca que no y sentir que mis mejillas se ruborizan, al mismo tiempo que mi pene se erecta debajo de mis pantalones, aprisionado por el aparato de castidad que “Ella” me obligó a usar.
Aún después de tantos años no puedo creer que, con tan solo sentir su mirada arrogante sobre mi y ver esa estúpida sonrisita suya, hace que yo me ponga cachondo de esta manera. Incluso le permití ponerme un puto vibrador en el culo, y puedo sentir como “Ella” está jugando con el controlador, haciéndome jadear levemente.
Y a pesar de todo esto, no puedo entender cómo es qué la deseo tanto, qué aún anhelo sentir sus besos hambrientos sobre mi piel y el tacto de sus suaves dedos en mi verga palpitante. La piel se me erizó al recordar algunas de nuestras tantas noches de pasión compartida.
Salí de mi ensoñación cuando escuché un jadeo suave a mi lado, inconscientemente dirigí mi mirada, un tanto curiosa, hacia la fuente de aquel sonido.
“Hija de puta”. Esa simple frase, llena de veneno, se escapó de mis labios en un áspero murmullo. Bajé la mirada, con el ceño fruncido, tratando de ignorar cómo “Ella” está metiendo la mano debajo de la pollera de la rubia.
Mordí sutilmente mi labio con impotencia. Al ser de aluminio, la barra reflejaba la mirada petulante de “Ella” sobre mi. Sí, así es la cosa, “Ella” está gozando con mi miserable molestia y, mientras tanto, sigue metiéndole los dedos a la gorda puta esa.
Mis propios dedos aprietan con bronca el vaso casi vacío de cerveza, cuando “Ella” sube la falda de la gorda asegurándose de que yo, desde mi posición, pudiese ver perfectamente como sus finos y expertos dedos, le acariciaban el clítoris, robándole varios gemidos a la rubia. Parecía que a ellas no les importaba el hecho de que yo estaba justo a su lado o que habían muchas personas alrededor. Pero bueno, la música era tan fuerte que solo yo, que estaba literalmente a su lado, podía escuchar esos espantosos chillidos de cerdita.
Suspiré nuevamente y tomé un sorbo de mi cerveza fría. “Ella” nunca perdió su sonrisa, salvó que ahora está lamiendo y mordiendo el cuello grasoso y sudado de la chica esa. Sus dedos ya están por debajo de la tanga de la gorda. Puedo ver cómo “Ella” bombea rítmicamente dentro de esa olorosa vagina, haciendo que le tiemblen las piernas a la «Miss Piggy».
Quiero irme, ya no aguanto más de esta mierda. Me levanté de mi asiento, mi molestia ya era evidente y las intenciones de irme, para ponerle fin a ese juego tan enfermizo que estábamos jugando, también. Sin embargo, una fuerte vibración en mi ano me hizo gemir ruidosamente. Frene mi andar y mire conmocionado hacia todos lados, por suerte, nadie me escuchó. Y si lo hicieron, todos estaban demasiados borrachos y drogados para entender algo.
“Ella” sonreía mostrándome el pequeño controlador del vibrador que tengo insertado en el culo. Me hace señas con su mano libre para que me acerque. Al igual que un perro obediente y fiel a su amo, fui hacia “Ella”.
Note que la gorda había tenido su tan ansiado orgasmo, en la mano de “Ella”, quien retiró sus dedos de la vagina ajena. Se veían viscosos y húmedos, producto del orgasmo de la cerda rubia. “Ella” sonrió mostrándome los cuatro dedos sucios y no hicieron falta palabras.
Conozco muy bien las intenciones perversas detrás de ese gesto. Me moví hasta llegar a su lado y guíe mi boca hacia esa mano impura. Chupando y lamiendo todo, hasta dejar completamente limpia de aquellos jugos ácidos y salados cada rincón de su mano. “Ella” sonrió y luego dejó a la rubia sentada en el taburete para acercarse a mi.
— Buen chico, Jorge.—
Sonriéndome con una dulzura casi angelical, me acarició la cabeza cual perro.
— Pagá la cuenta y nos vamos. Te voy a dejar en tú casa antes de que se despierte tú mujer para ir a trabajar.—
Por su tono de voz, me di cuenta de que “Ella” no iba a darme lugar a responder. Pagué mi cuenta y la de “Ella”, después salí del lugar y me subí al asiento de acompañante.
“Ella” no dijo ni una palabra en todo el camino, yo tampoco hice un gran esfuerzo por hablar. Conmigo siempre fue una forra, egoísta, malcriada. Pero jamás pude recriminarle nada, puesto que, a sus ojos, yo no soy más que un inmoral hijo de puta. Pero no puedo evitar sentir placer en esto y, aunque lo niegues, “Ella” también lo siente.
Antes de bajarme del auto, “Ella” me agarra del brazo, atrayendome hacia su cuerpo, y ahí nomás, me encajó un tremendo beso.
— Bajate.—
La miré confundida, sintiendo una mezcla de deseo, excitación y furia. Peto finalmente baje del auto, viendo cómo esa pendeja de 23 años me mira de forma sobradora, sabiendo que me tiene comiendo de la palma de su mano.
— Nos vemos el domingo para el asadito familiar. Ah, y, papá… Déjale mis saludos a mamá.—
Sonríe de forma cínica, pero con una sensualidad irremplazable. Luego arrancó el auto y se fue en dirección a su casa, dónde la estaban esperando mi yerno junto a mi nieto.
Suspiré, mientras me prendía un pucho y miraba a mi hija alejarse. El sonido de una puerta abriéndose llamó mi atención, haciendo que gire mi rostro para ver a mi señora asomándose. Tenía una sonrisa maternal y amorosa, se acercó a recibirme y preguntó cariñosamente por nuestra hija quien ya se encontraba a una cuadra de distancia. Mire a mi mujer y le indique que entrara a la casa, mientras yo miraba el coche de mi hija perdiéndose en el paisaje y jurando, nuevamente, guardar eternamente el secreto de nuestro amor.
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