Éramos nueve y hoy lo cambiaremos todo
Antes de sumergirte en esta historia, quiero hacer una aclaración. Esta introducción, quizás más extensa de lo habitual, no es solo un preámbulo al erotismo, sino una construcción necesaria. Una buena historia no se trata solo de sexo, sino del contexto que lo rodea.
Pilar, con sus 11 años, es más alta que sus amigas y conocidas y su cuerpo ya atrae a cierto tipo de público. Pilar nunca imaginó que el destino la pondría aquí. Ocho como ella llegaron antes, pero ahora es su turno. Hoy, todo cambiará.
Los Nueve
1. Pilar (11 años) – La recién llegada. De cabello negro y ojos afilados. Siente que está destinada a algo más grande, aunque hasta ahora no entendía qué.
2. Dante (22 años) – El líder. Su voz es firme, su mirada fría como el acero. Alto, de piel oscura y cicatrices que cuentan historias, no acepta el fracaso y carga con el peso de cada decisión.
3. Sara (17 años) – La estratega. De cabello castaño y rizado, con una mente que se adelanta a los movimientos del enemigo antes de que ellos mismos los piensen. No necesita fuerza cuando su intelecto es su mejor arma.
4. Erik (19 años) – El soldado. Músculos marcados, expresión dura y una lealtad inquebrantable. No le teme a la batalla, pero sabe que no todas se ganan con violencia.
5. Lena (14 años) – La sombra. Es la más baja del grupo, más que Pilar incluso, pero la más letal en el sigilo. De ojos verdes y movimientos felinos, Lena puede desaparecer a plena vista y moverse sin dejar rastro.
6. Mateo (12 años) – El astuto. Delgado, de gafas gruesas y una sudadera que siempre parece quedarle grande. No hay máquina que no pueda desarmar.
7. Valeria (16 años) – La sanadora. Su presencia es serena, sus manos firmes y su mirada compasiva. No cree en la violencia, pero entiende que a veces es necesaria para sobrevivir.
8. Nikolai (28 años) – El sabio. Un hombre de pocas palabras, con el cabello rapado y un conocimiento que parece infinito. No se sabe de dónde vino, pero todos confían en él.
9. Renzo (21 años) – El traidor… o el mártir. Nadie está seguro de en qué lado juega, pero todos saben que, cuando llegue el momento, tomará una decisión que lo cambiará todo.
Hoy, el destino de los nueve se entrelaza. Y nada volverá a ser igual.
Pilar se mantenía de pie frente a ellos, con los brazos cruzados y la mirada fija en un punto indeterminado del suelo. No le gustaba hablar de su pasado, pero si iban a confiar en ella, debían entender por qué estaba allí.
—Mi padre estaba inmóvil sobre el sillón cuando me fui —comenzó, con la voz firme pero contenida—. Sus movimientos eran cada vez más limitados. Aún podía comer por sí solo, aunque apenas, pero sabía que en cuestión de días dejaría de hacerlo.
El grupo permanecía en silencio, escuchando. Algunos ya conocían historias similares, pero nunca se volvían más fáciles de oír.
—Teníamos la televisión encendida. Se emitían pautas de reclutamiento, como siempre. Mostraban imágenes de jóvenes como nosotros, con armas en la mano, con la mirada determinada. «La cura es nuestra única esperanza», decían. «Únete a la lucha».
Respiró hondo, recordando la última conversación con su padre.
—»Aún están reclutando, hija», me dijo. Como si no supiera lo que eso significaba. Como si creyera que iba a dejarlo solo.
Hizo una pausa, y sintió que la atención de los demás no se apartaba de ella.
—Le dije que no me iría. Que no lo abandonaría. Lloré. Pero él ya lo había decidido por mí.
Pilar apretó los puños.
—»Ya hemos tenido esta conversación», fue lo último que me dijo antes de que la enfermedad le robara la fuerza para seguir hablando.
Por un momento, nadie supo qué decir.
—Así que aquí estoy —concluyó, con la voz más dura de lo que pretendía—. Porque allá afuera la guerra sigue, porque solo nosotros podemos pelearla… y porque si hay una cura, pienso luchar, por mí y por él, porque él quería que yo lo intentara.
Sus compañeros intercambiaron miradas. No había palabras de consuelo en un mundo como este. Solo asentimientos, entendimiento silencioso.
Sabían que, tarde o temprano, todos en esa sala habían dejado a alguien atrás.
Los nueve estaban reunidos en una sala de paredes frías y sin ventanas. Apenas habían intercambiado palabras entre ellos, pero eso no importaba. Pilar llevaba solo unas horas allí, intentando asimilar el lugar, el peso de la decisión que había tomado y el hecho de que ya no había vuelta atrás.
Entonces, la puerta se abrió de golpe.
Un funcionario del gobierno entró con pasos apresurados. Su rostro estaba marcado por la prisa, por la gravedad de la situación. No perdió el tiempo con presentaciones innecesarias.
—Nos acaban de confirmar el objetivo —dijo, y su mirada se dirigió de inmediato a Pilar—. Maldición… No tienes el entrenamiento necesario.
No era una pregunta. Era un lamento. Una sentencia.
Pilar sintió las miradas de los otros sobre ella, pero no se inmutó.
—No hay tiempo para eso, ¿cierto? —respondió.
El funcionario negó con la cabeza. —No. La misión es hoy. Se van en una hora.
El silencio en la sala se volvió más denso, más pesado. No había margen de preparación, no había período de adaptación. Pilar acababa de llegar, y ya tenía que irse a un campo de batalla.
Dante, el líder del grupo, fue el primero en romper el silencio.
—¿Cuál es el objetivo?
El funcionario respiró hondo antes de hablar.
—Un cargamento de suministros fue interceptado antes de llegar a nuestra base aliada más cercana. Entre esos suministros… hay información clave sobre la posible ubicación de la cura.
El aire pareció congelarse.
—¿Quién lo tiene? —preguntó Erik, su tono afilado como una cuchilla.
—Una facción enemiga. Y no van a entregarlo sin pelear.
Pilar sintió cómo se le aceleraba el pulso, pero mantuvo la compostura. Tenía miedo, claro. ¿Cómo no tenerlo? Pero no había otra opción.
Dante miró a los demás. Su rostro estaba serio, pero decidido.
—Nos preparamos y nos movemos.
El funcionario asintió, dándoles la última orden antes de salir de la sala.
—Sobrevivan.
La puerta se cerró tras él, y la realidad golpeó a Pilar como una ola imparable.
No había entrenamiento, no había elección. Solo había la misión. Y una guerra que no les daría tregua.
La tensión seguía pesando en el aire. Pilar tragó saliva mientras veía a los demás asimilar la orden sin titubeos. Algunos de ellos, los mayores, ya tenían el entrenamiento necesario. Sabían lo que se avecinaba, y la rapidez con la que aceptaban la misión solo le dejaba más claro que ella era la única sin preparación.
Dante, el líder del grupo, enderezó la espalda y habló con firmeza:
—A las duchas, ahora. No hay tiempo que perder. Cámbiense y prepárense. Salimos en treinta minutos.
Nadie discutió. Se pusieron en marcha de inmediato, como si el cuerpo ya estuviera programado para obedecer. Pilar los siguió en silencio, sin saber si su lentitud la haría destacar como la novata que era.
El pasillo era angosto y apenas iluminado. A su lado, Erik, uno de los mayores, la miró de reojo.
—No te preocupes —le dijo en voz baja—. Aprenderás en el camino.
Ella no respondió. ¿Aprender qué? ¿A disparar antes de que le dispararan? ¿A ver morir a sus compañeros sin pestañear?
La zona de las duchas era amplia y espaciosa, con un suelo de baldosas grises y el sonido del agua corriendo en algunos de los grifos. En ese momento estaba vacía, pero no por mucho tiempo.
Los nueve ingresaron en silencio, moviéndose con la naturalidad de quien ha hecho esto muchas veces antes. Pilar se quedó quieta por un instante, observando cómo, sin dudar, todos comenzaban a desvestirse. Su corazón se aceleró.
No entendía.
Giró la cabeza, buscando alguna señal de separación entre hombres y mujeres, pero no la había. Fue entonces cuando sintió una mano en su hombro. Se giró y se encontró con Valeria. Su cabello oscuro caía sobre sus hombros desnudos y su expresión era neutra, sin rastros de incomodidad.
—Desnúdate —le dijo, sin rodeos—. Los baños son mixtos. Tenemos que darnos prisa.
Pilar sintió que la sangre se le iba a la cabeza. Había crecido en un mundo donde la privacidad aún existía, donde los espacios separados eran la norma. Pero aquí, en este lugar, en la guerra… nada de eso importaba.
El tiempo era un lujo que no podían permitirse.
Respiró hondo y, sin decir una palabra, comenzó a quitarse la ropa.
Su ropa cayó al suelo revelando su cuerpo, alcanzó los controles de la ducha, cuando sintió una presencia detrás de ella. Confundida, se gira para mirar, sus brazos se arrejuntan en su pecho, ocultando sus pezones.
—Oye, ¿Qué haces? —le dijo, nerviosa y mirando a su alrededor, dándose cuenta de que todos actuaban en automático.
El cuerpo de Pilar permanece congelado cuando Nikolái se agacha le toma con suavidad la cara y le besa la frente, pasa sus manos por detrás de pilar y gira el grifo. Pilar se queda de pie, impotente, las gotas comienzan a caer sobre la piel desnuda. Sus ojos siguen los movimientos de Nikolái frente a ella, una mezcla de miedo y confusión que se arremolina en sus ojos azules.
Los ojos de Pilar se abren de par en par mientras observa a Nikolái enjabonarse, la espuma se desliza por su cuerpo. A pesar de la situación, no puede evitar notar la forma en que las gotas de agua se adhieren a su piel, trazando los contornos de sus músculos. Un leve rubor sube a sus mejillas.
El agua apenas había rozado su piel cuando la voz firme de Dante resonó en la sala.
—¡A VESTIRSE! Pilar se sobresaltó. Apenas habían tenido tiempo para enjabonarse ella misma, y no podía ahora dejar de ver a Nikolái, quien ya se había dado la vuelta obedeciendo, pero al parecer, eso era suficiente. No estaban allí para relajarse.
Los demás reaccionaron de inmediato, cerrando los grifos y saliendo de las duchas sin perder el tiempo. Algunos aún tenían gotas resbalando por su piel cuando comenzaron a ponerse la ropa de combate. No había pudor ni vergüenza, solo urgencia.
Pilar los imitó, secándose como pudo con las manos antes de apresurarse a ponerse el traje que les habían entregado. Era más ligero de lo que imaginó, pero al mismo tiempo se sentía resistente. Estaba hecho para la movilidad, no para la comodidad.
Mientras subía el cierre del uniforme, pudo ver a Dante ajustarse las correas de su equipo. Su rostro estaba tenso, concentrado. No tenía que decirlo en voz alta: el tiempo se había acabado.
La misión estaba a punto de comenzar.
Subieron al avión sin decir una palabra. Era una aeronave pequeña, sin lujos ni comodidades, diseñada para el transporte rápido. El rugido de los motores llenaba el interior, y el aire olía a metal y aceite de máquina.
Apenas se acomodaron en los estrechos asientos, un soldado que no era parte del escuadrón pasó por el pasillo entregándoles una pequeña porción de comida en envases sellados. Nada especial: una barra energética, un poco de proteína deshidratada y una bolsa con agua.
Pilar la sostuvo entre las manos, sintiendo la textura del envoltorio. No tenía hambre, pero sabía que debía comer.
—No lo desperdicies —dijo Erik, sentado a su lado—. No sabemos cuándo será la próxima comida.
Ella asintió y abrió la envoltura. El sabor era seco y sin gracia, pero lo masticó de todos modos.
Mientras tragaba, sus ojos se encontraron con los de Dante, que estaba al frente, revisando una tableta con información sobre la misión. Su expresión era impenetrable, pero su postura lo decía todo.
No había espacio para errores. No había espacio para dudas.
Este vuelo los llevaría al campo de batalla. Y cuando aterrizaran, la verdadera prueba comenzaría.
Dante sonrió. Fue apenas un instante, una leve curvatura en sus labios, pero suficiente para que Pilar lo notara. Era la primera vez que lo veía sonreír desde que lo conoció. ¿Era alivio? ¿Una señal de confianza en el equipo? No lo sabía.
Justo en ese momento, un timbre resonó en la cabina, un sonido agudo que marcaba el inicio de algo inminente.
—Es la hora —dijo Sara, con su tono siempre preciso.
Todos dejaron lo que estaban haciendo y dirigieron su atención a ella. Aunque Dante era el líder, Sara era la estratega.
—Escuchen bien —comenzó—. No tendremos una segunda oportunidad. Caeremos en territorio hostil. El objetivo es llegar al punto de extracción con la menor cantidad de bajas posible.
Su voz era clara, sin titubeos.
—Nos dividiremos en dos grupos. El primero se encargará de asegurar el área, el segundo cubrirá la retirada. Manténganse juntos, sigan las señales y, lo más importante… —hizo una pausa, recorriendo con la mirada a cada uno de ellos— obedezcan.
Nadie discutió.
La nave tembló ligeramente. Se estaban acercando. El momento de la verdad había llegado.
El viento rugía a su alrededor mientras se preparaban para saltar. El avión volaba a baja altura sobre un territorio boscoso, la vegetación extendiéndose como un manto verde y oscuro bajo ellos.
Pilar respiró hondo, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Nunca había hecho algo así.
—Escucha con atención —dijo Erik a su lado, sujetándola por el brazo—. Jalas esta anilla con fuerza justo después de salir. No esperes demasiado o será tarde.
Ella asintió con los labios apretados.
—Nos lanzamos juntos —añadió Erik—. No te sueltes hasta que toquemos suelo.
Antes de que pudiera responder, la compuerta del avión se abrió, y el viento golpeó sus rostros como una bofetada helada. Uno a uno, los demás comenzaron a saltar sin dudar.
—¡Vamos! —gritó Erik, y, sin darle tiempo a pensar, la sujetó del brazo y se lanzaron al vacío.
El mundo giró a su alrededor en una vorágine de viento y velocidad. Pilar apretó la anilla y sintió el tirón brusco cuando el paracaídas se desplegó, frenando su caída de golpe. Miró a su lado y vio a Erik descendiendo junto a ella, tal como lo prometió.
Aterrizaron casi al mismo tiempo, rodando sobre la hierba húmeda para amortiguar el impacto. A su alrededor, los demás ya estaban en el suelo, sacándose los arneses y preparándose.
Dante no perdió tiempo.
—¡Nos dividimos ahora! —ordenó.
Sin dudar, los nueve se organizaron en dos grupos, tal como Sara lo había planificado. No había tiempo para preguntas.
El verdadero desafío estaba a punto de comenzar. Pilar quedó en un subgrupo de cinco, el equipo encargado de asegurar el área. Junto a ella estaban Erik, Sara, Lena y Mateo. Su misión era simple en teoría, pero peligrosa en la práctica: despejar el perímetro y garantizar que el otro equipo pudiera avanzar sin sorpresas.
El bosque era espeso, la humedad se filtraba en su ropa y el suelo crujía bajo sus botas. Sara tomó el control.
—Nos movemos en formación —susurró con su voz firme pero controlada—. Erik, cubre nuestro flanco derecho. Lena, toma la delantera y revisa cualquier posible amenaza. Mateo, en la retaguardia. Pilar, conmigo.
Lena asintió y en un abrir y cerrar de ojos ya no estaba. Sus movimientos eran tan silenciosos que parecía desvanecerse entre la maleza, los ojos verdes apenas visibles entre las sombras.
Erik, con su rifle en alto, caminaba con paso seguro, observando cada rincón. No hablaba mucho, pero su presencia imponía seguridad.
Mateo se ajustó las gafas gruesas y se encogió un poco, pero no parecía asustado. Su mente procesaba más rápido de lo que su cuerpo reaccionaba.
Pilar avanzaba junto a Sara, atenta a cada detalle. Fue entonces cuando lo notó.
La ropa de Lena era diferente.
Mientras todos llevaban los uniformes estándar de combate, el de ella tenía un tono más oscuro, con un tejido distinto, ligero pero reforzado en zonas clave. Los guantes y el cuello del traje tenían pequeñas marcas apenas visibles, símbolos que Pilar no reconocía.
Pilar sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Antes de que pudiera seguir procesando aquello, Lena reapareció como un fantasma, su voz apenas un susurro.
—Movimiento a las doce en punto.
El momento de asegurar el área había llegado.
El tiempo se ralentizó para Pilar.
Habían asegurado una pequeña zona del bosque, lo suficiente para poder enviar la señal de avance a Dante y su equipo. Pero cuando se disponían a moverse, Lena, que iba en la delantera, se detuvo de golpe y alzó la mano en señal de alerta.
—No estamos solos —susurró.
Todos se agazaparon instintivamente. Erik apuntó su arma, Mateo bajó su respiración al mínimo, Sara frunció el ceño y Pilar sintió cómo su corazón se aceleraba en su pecho.
Fue entonces cuando los vio.
A través del follaje, a unos treinta metros de distancia, había otro grupo. No llevaban los mismos uniformes, pero tampoco parecían improvisados. Eran enemigos. Se notaba en la manera en que se movían: en formación, en silencio, con armas listas. Pero había algo más.
Eran jóvenes.
Pilar tragó saliva. Algunos no tenían más de su edad, otros eran incluso menores. No muy distintos a ella, a Mateo o a Lena.
—¿Qué hacemos? —susurró Pilar.
—Esperamos —dijo Sara.
El otro grupo no los había detectado aún, pero se acercaban demasiado. Si seguían avanzando, en menos de un minuto estarían encima de ellos. Lena miró a Sara, esperando una orden. Erik apretó la mandíbula, su dedo rozando el gatillo.
—No hay opción —susurró Erik.
Pero Pilar vio algo en el grupo enemigo.
Un chico, tal vez de su edad o menor, con un arma mal ajustada en las manos. Sus ojos no reflejaban ferocidad, sino miedo.
Antes de pensarlo demasiado, Pilar se adelantó un poco, buscando otro ángulo. Si lograban flanquearlos, quizás podrían obligarlos a rendirse sin disparar. Pero justo cuando se movió, pisó una rama seca.
El crujido pareció una explosión en el silencio.
Las miradas del grupo enemigo se alzaron de inmediato.
Todo se descontroló.
Los disparos comenzaron. Gritos, órdenes susurradas y movimientos bruscos llenaron la zona. Erik fue el primero en reaccionar, disparando a un árbol cercano para obligarlos a cubrirse. Lena desapareció, moviéndose entre la maleza como una sombra. Sara gritó instrucciones que Pilar apenas logró escuchar.
En medio del caos, Pilar vio al chico con el arma mal ajustada. Estaba aterrorizado, incapaz de reaccionar.
Antes de que pudiera pensar demasiado, corrió hacia él.
—¡Baja el arma! —gritó, pero él, por instinto, la levantó más.
Pilar no le dio tiempo. Se lanzó sobre él, empujándolo al suelo y arrebatándole el arma. El chico forcejeó, pero ella lo inmovilizó con su propio peso.
—¡No hagas esto! —le dijo, su respiración agitada.
Pero los sonidos de la batalla no se detenían.
Lena apareció de repente junto a ella, su cuchillo en mano, lista para actuar. Pilar negó con la cabeza.
—No. Lena titubeó, pero obedeció.
Un segundo después, Erik disparó un último tiro al aire.
Silencio.
Los enemigos comenzaron a retirarse. No estaban preparados para ese enfrentamiento, tal vez ni siquiera querían pelear.
Sara dio la orden de reagruparse. Mateo, que había logrado desactivar una de las radios enemigas, envió la señal a Dante.
La misión podía continuar.
Pilar, aún con la adrenalina recorriendo su cuerpo, apenas pudo relajarse cuando vio a Erik acercarse a Sara.
Y entonces, sin decir nada, Erik la besó.
Fue rápido, intenso, pero sin urgencia. Como si fuera algo que habían hecho muchas veces antes.
Pilar parpadeó, aun procesando la escena, cuando Sara sonrió y, con la misma naturalidad, se giró hacia Mateo y lo besó también.
Mateo, sin inmutarse, le devolvió el beso con una media sonrisa.
—Buen trabajo —dijo Sara, mientras todos recuperaban el aliento.
Pilar no entendía muchas cosas aún. Pero había una certeza que se grabó en su mente en ese instante.
La guerra lo cambiaba todo.
La voz de Dante sonó clara a través del radio:
—Lo tenemos. Tenemos las provisiones. Pueden venir, encontramos un lugar para pasar la noche.
Pilar sintió que, por fin, podía soltar un poco la tensión de su cuerpo. Misión cumplida. Al menos, por ahora.
Mientras comenzaban a moverse, su mente seguía atrapada en los besos que había visto antes. No en la batalla, ni en el miedo, ni siquiera en el chico al que le había quitado el arma. No. Lo que la tenía inquieta era lo que había presenciado entre sus compañeros.
¿Cómo podían ellos, después de todo lo que acababa de pasar, besarse como si fuera lo más natural del mundo? Como si estuvieran en otro lugar, como si la guerra y la misión fueran solo un fondo distante.
Caminaron en silencio. Lena iba adelante, siempre alerta. Erik y Sara discutían en voz baja sobre lo que había salido bien y lo que pudo haber salido mejor. Mateo apretaba contra su pecho uno de los dispositivos que había logrado quitarles a los enemigos.
Pilar sentía cada paso como si estuviera desconectada de su cuerpo
Cuando llegaron al punto de encuentro, vieron a Dante y los demás alrededor de una fogata improvisada. Habían logrado asegurar un refugio en lo que parecía ser una cabaña abandonada en medio del bosque. Las provisiones estaban apiladas en un rincón.
—Tomen algo de comer. Descansen. Mañana seguiremos —dijo Dante.
Pilar tomó un paquete de galletas y se sentó en el suelo, observando a los demás. Erik se había quitado la chaqueta, Sara hablaba con Dante, Mateo revisaba el dispositivo con una pequeña linterna.
Todo parecía normal. Pero nada lo era.
No pudo evitarlo más.
Se inclinó un poco hacia Lena, que masticaba en silencio un trozo de pan.
—Oye… —susurró Pilar.
Lena la miró de reojo.
—¿Qué?
Pilar dudó un segundo antes de preguntar.
—Lo de los besos… ¿Es normal aquí?
Lena parpadeó, como si la pregunta la hubiera tomado por sorpresa. Luego, sonrió con un aire de burla.
—¿Eso te tiene preocupada?
—No sé si preocupada… solo… no lo entiendo.
Lena se encogió de hombros.
—Ahora lo entiendo. No has tenido tu iniciación.
Pilar sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Lena terminó su pan y se puso de pie.
—Duerme, Pilar. Mañana será otro día difícil.
Pero Pilar no estaba segura de poder dormir después de eso.
Pilar los vio. Sara y Dante.
El fuego de la fogata parpadeaba en sus rostros, y entre sombras y luces, sus labios se encontraron como si todo lo demás se desvaneciera. Como si la guerra, la misión, el peligro… fueran solo un ruido lejano.
Pilar apretó la mandíbula. Primero Erik con Sara. Luego Sara con Mateo. Ahora Sara con Dante. La idea de que aquellos besos significaban algo distinto a lo que ella conocía le golpeó el pecho. No era amor, no era romance.
Era otra cosa. Pilar no entendía por qué ese nudo en el estómago.
Pilar sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Erik y Lena la estaban mirando.
Lena susurró algo y Erik asintió antes de levantarse y caminar hacia Pilar. Se sentó a su lado sin decir nada al principio. El fuego dibujaba sombras en su rostro, resaltando la dureza de su expresión.
—¿En qué piensas? —preguntó al fin, su voz más suave de lo que Pilar esperaba.
Ella bajó la mirada. No sabía qué responder. ¿Qué se suponía que debía pensar? Habían peleado por sus vidas hace apenas unas horas, habían visto el rostro del enemigo, y aun así, aquí estaban, besándose, riendo, como si nada importara.
—No lo entiendo —murmuró al final.
—¿El qué? —insistió Erik, inclinándose un poco hacia ella.
Pilar tomó aire.
—Ustedes… los besos… todo esto.
Erik sonrió de lado, pero no era burla, sino comprensión.
—No es algo que tengas que entender, Pilar. Es algo que simplemente se hace.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
Erik la miró un instante, como si considerara su respuesta.
—Porque mañana podríamos estar muertos.
Y con esas palabras, se quedó en silencio a su lado, dejando que ella procesara lo que realmente significaban.
Las manos de pilar descansaban sobre sus piernas, de inmediato, Erik extendió una de las suyas y la coloco encima de las manos de Pilar, la diferencia de tamaño era grande, y le dio un apretón tranquilizador.
A Pilar se le cortó la respiración al sentir como Erik tomaba una de sus manos y la guiaba hacia su pene. Sabía que estaba mal, sabía que no debía permitirlo. Su corazón se aceleró mientras Erik presionaba su mano contra el bulto en sus pantalones, su respiración se aceleró.
—Se siente bien, ¿Verdad? —susurró roncamente Erik. —Así de simple, pequeña. Tócame como si lo quisieras —susurró roncamente Erik.
Erik soltó la mano de pilar que permaneció sobre su pene, apretándolo, luego Erik tomo la cara de Pilar, la levanto levemente y se acercó a ella, inclinando su rostro hacia el suyo. A la luz parpadeante del fuego, sus ojos parecían más grandes, Erik se acercó más, sus labios se separaron mientras se preparaba para capturar los de ella en un beso.
Cuando sus labios se encontraron en un beso, las manos de Erik comenzaron a recorrer el cuerpo de Pilar, su tacto se volvió más urgente y posesivo. Rompió el beso solo el tiempo suficiente para cubrirse la cabeza con la camisa, dejando su pecho musculoso y sus abdominales al descubierto. Sus pantalones lo siguieron rápidamente, acumulándose en el suelo a su lado mientras permanecía desnudo frente a Pilar, con su erección erguida con orgullo.
—Mírame, pequeña —ordenó Erik. —Mira lo que me haces —Volvió a coger la mano de Pilar, guiándola hacia su pene palpitante. Le envolvió sus dedos alrededor, mostrándole como acariciarlo.
—¿Sientes lo duro que estoy para ti? Me vas a hacer sentir tan bien, te lo prometo —dijo Erik.
Erik agarró la cabeza de Pilar con firmeza, sus dedos se enredaron en su cabello mientras guiaba su rostro hacia su pene erecto. Presionó la punta contra sus labios.
—Abre la boca, pequeña—Ordenó bruscamente—Tómalo, profundamente
Mientras los labios de Pilar se abrían vacilantes, Erik empujó hacia adelante, deslizando su longitud en su boca cálida y húmeda. Él gimió ante la sensación, apretando la cabeza de Pilar con más fuerza.
—Eso es todo, así de simple. Chúpalo, usa tu lengua
Comenzó a empujar lentamente, sus caderas se movían a un ritmo constante mientras le follaba la cara. Pilar no podía recibir más de su pene, su boca no tenía la capacidad para tenerlo dentro, pero Erik no se detuvo, la obligaba a tenerlo dentro todo el tiempo posible.
—Relájate, pequeña. Puedes soportarlo.
Con un gruñido, Erik levantó a Pilar del suelo, sus fuertes brazos envolviendo su cintura mientras la colocaba en su regazo. Le quito los pantalones con impresionante rapidez, así como su ropa interior. Le abrió las piernas, exponiendo su inocente vagina rosada al aire frio de la noche. Sus dedos recorrieron la parte interna de los muslos de Pilar, acariciando su delicada piel.
Las llamas de la fogata crepitaban suavemente, proyectando sombras que danzaban sobre los rostros de los nueve. El fuego era lo único que rompía la oscuridad de la noche, iluminando fragmentos de piel, destellos en los ojos, momentos suspendidos en el aire.
Pilar sintió el pene de Erik peligrosamente cerca de su vagina. No le dio tiempo de pensar.
Se inclinó y la besó nuevamente.
No fue un beso apresurado ni tímido. Fue firme, decidido, como si en ese instante solo existieran ellos dos. Como si con ese contacto él intentara decirle lo que las palabras no podían. El calor de sus labios contrastaba con el frío de la noche. El fuego ardía frente a ellos, pero Pilar lo sintió dentro de su propio pecho.
Por un momento, el mundo se redujo al roce de sus bocas, a la sensación de la piel erizada, al tamborileo de su corazón en los oídos.
Pero no estaban solos.
Lena los observaba con una sonrisa apenas visible en la penumbra. Sara se detuvo en su conversación con Dante y miró de reojo. Mateo, distraído con la chispa de un leño, parpadeó al notar la escena.
El aire estaba cargado de algo indescriptible, una energía contenida entre los nueve, como si todos entendieran lo que significaba ese acto, la iniciación.
No era amor.
No era un juramento ni una promesa.
Era simplemente un instante robado a la guerra, al caos, al miedo.
Cuando Erik se separó, sus ojos buscaron los de Pilar, como preguntándole si ahora lo entendía.
Ella no tenía una respuesta, pero en su interior, algo había cambiado.
—Tan suave, tan puro. —Murmuró Erik, con un acento cargado de lujuria.
—Te voy a penetrar, pequeña. —Agarro su pene, guiándolo hacia la vagina de Pilar. Con una poderosa estocada, se adentró en ella, desgarrando su himen y llenándola por completo. Pilar gritó de dolor, sus uñas se clavaron en los hombros de Erik, pero él no se detuvo. Comenzó a penetrarla sin piedad, sus caderas chocando con las de ella con cada embestida.
Pilar sentía con dolor como le entraba por su desflorada vagina. Erik la tenía bien sujetada.
Las embestidas de Erik se volvieron más frenéticas, su respiración llegaba en jadeos entrecortados mientras sentía que su orgasmo se acercaba. Agarró las caderas de Pilar con fuerza, sus dedos se clavaron en su suave carne mientras la penetraba por última vez.
—Oh!, pequeña. —Gruñó Erik, con la voz tensa por el placer. —Te estoy llenando.
Con un ultimo estremecimiento, Erik estallo dentro de Pilar, su semen caliente inundando su estrecha vagina. Continuó empujando lentamente, ordeñando hasta la ultima gota en su vientre. Pilar gimió, su pequeño cuerpo temblando con una mezcla de dolor y algo más no deseado.
Erik se apartó, su pene gastado se deslizó fuera de la vagina maltratada. Observó desapasionadamente como su semen se escapaba de ella, goteando por sus muslos con un tono rosado.
—Vístete. —Ordenó bruscamente, con un acento más grueso que nunca. Se dio vuelta dándole una apariencia de privacidad inocua, su silueta proyectando una sombra alargada por la fogata antes de alejarse. Pilar se quedó inmóvil, sintiendo todavía el calor de su vagina, roja, abierta y adolorida.
Alrededor, la conversación había disminuido, pero el mundo no se había detenido. Lena seguía intercambiando palabras con Mateo, Dante y Sara hablaban en voz baja, sus cuerpos demasiado cerca el uno del otro, los demás dormían, todos indiferentes. Era como si todos estuvieran atrapados en un presente frágil, conscientes de que, en cualquier momento, la guerra volvería a reclamar su atención.
Pilar apartó la vista del fuego y miró el cielo. Estaba despejado, infinito. Un manto negro salpicado de estrellas que seguían brillando, indiferentes a la lucha en la tierra.
Mañana volverían a arriesgar sus vidas. Mañana, quizá alguno de los nueve no despertaría.
Pero esta noche, bajo la luz de la fogata, seguían siendo nueve.
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