Esclava de un desconocido
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Bueno, al menos cibernéticamente hablando.
Después de unos meses de casados, nuestro matrimonio había caído en cierta monotonía. No es que él me descuidara, no. Pero el sexo se había vuelto algo rutinario, a fuerza de experimentar. Lo habíamos hecho en casi todo lugar imaginable, y eso había hecho que poco a poco la excitación se fuera apagando. Lo amo, sí… Lo deseo, también es cierto… pero yo necesitaba algo más. Sin contar lo que sucedió días antes de mi boda, donde cogí con un compañero de trabajo, y fuera de algunos flirteos sin importancia, nunca me había atrevido a serle infiel después de casados. Por eso es que empecé a frecuentar salas de chat, donde podía dejar salir mis deseos ocultos sin temor de que nadie supiera quién era yo.
Los periodos en que Bernardo tenía que trabajar por las noches habían sido la ocasión perfecta para adentrarme en el mundo del sexo virtual. En la soledad de mi habitación, por las noches dejaba de ser Martha para convertirme en Velia, una ama de casa aburrida que buscaba cibersexo con quien quisiera tenerlo… y vaya que en esas salas abundan los hombres que desean tenerlo.
A escondidas de mi esposo compré una web cam con la que, si el ciberamante en cuestión tenía suerte, me dejaba ver por completo, exceptuando el rostro. Ya si había alguien que me iba a videograbar, al menos que no supiera mi verdadera identidad. No quería hacerme una celebridad en el mundo de la pornografía casera, después de todo…
Durante semanas el cibersexo se me volvió un verdadero vicio. Incluso llegué a disfrutarlo muchísimo más que el sexo con mi propio esposo, en que la mayoría de las veces cerraba los ojos e imaginaba que era uno de mis tantos ciberamantes ocasionales quien me cogía. A final de cuentas, muchos de ellos me habían mostrado sus vergas erectas a través de la cámara y por ello tenía yo amplio repertorio para fantasear…
Sin embargo, ocurrió lo que tenía que ocurrir. Después de un tiempo el cibersexo en esas salas me aburrió. Con frecuencia me topaba con verdaderos idiotas que no sabían nada acerca de coger y en vez de excitarme me hacían salirme de la sala de chat. Y fué entonces cuando me decidí a ir un paso más allá…
Con mi personalidad de Velia, ingresé a un sitio de sadomasoquismo y dominación. Quería probar cosas nuevas en ese mundo. No por nada el ser dominada y humillada siempre me resultó algo particularmente excitante, y pensé que ahí iba a encontrar algo que me ayudara a seguirme masturbando como ya acostumbraba. Después de conocer a algunos "amos" con los que jugué mucho, empecé a cansarme de nuevo. Incluso entré a salas de chat de zonas cercanas a donde vivo, con la esperanza de encontrar algo que mereciera la posibilidad de conocer en persona en un momento dado.
Hasta que lo encontré a Él… o, mejor dicho, hasta que Él me encontró a mí.
Se llama Fernando, pero le gusta que lo llame Señor. Porque desde entonces Él es mi Amo y Señor. Vive a una hora de aquí. Más perfecto, imposible.
Desde el principio Él dejó claro quién mandaba. No Se anduvo con rodeos y me trató como Su esclava. Me proporcionó noches interminables de placer diciéndome qué deseaba Él de mí, siempre con lenguaje autoritario y sin dejar lugar a dudas de cuál era mi lugar. Al principio deseaba con ardor que Bernardo tuviera sus turnos nocturnos para buscar a mi Señor, pero con el paso de los días empecé a inventar pretextos para quedarme tarde en la computadora, buscando alimentar mis fantasías con mi Amo. Después de un día arduo de trabajo y una buena cogida antes de dormir, Bernardo caía muerto de cansancio por las noches y no se daba cuenta de lo que su esposa hacía casi frente a él. En más de una ocasión me mostré completamente desnuda ante mi Señor, y no pude negarme cuando me ordenó que le mostrara mi rostro. Tanto me excitaba, que no me importaron las consecuencias.
Sin embargo, Él no accedía a mostrarse. Yo le rogaba que me dejara verlo, pero Él me ordenaba no insistir. Él se mostraría sólo en persona. Y fué esa noche cuando me ordenó fijar una fecha para encontrarnos. Ansiosa, le dije que el siguiente fin de semana sería perfecto. Estaba ansiosa por, finalmente, dar el paso que apagara el fuego que me consumía a esas alturas. Quería conocerlo… quería verlo para ver si en persona era tan excitante como era con sus palabras. Quería ver si valía la pena el considerar el serle infiel a Bernardo por vez primera desde que nos casamos.
Sólo que las cosas no serían como yo pensaba, oh, no… Mi Señor me dió una descripción detallada de lo que debía hacer y dónde nos veríamos. Leí atenta sus indicaciones y no sin algo de temor y recelo me dije que sería aún más excitante de lo que había pensado… y que por ello bien valdría la pena el arriesgarme. Si las cosas eran como parecían ser, que me perdonara Bernardo, pero bien valdrían la pena…
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Bernardo trabajaria todo el fin de semana fuera, y pude entonces regodearme en la espera de encontrarme con mi Amo. Al atardecer, y después de un baño que no consiguió apaciguar mi calentura, empecé a vestirme para salir al encuentro de quien se había adueñado de mi pensamiento. Todo lo que hice a continuación fué por órdenes expresas de mi Amo.
Tomé un taxi y pedí que me llevara a cierto motel en las afueras de la ciudad. Mi Señor no quiso que yo fuera en mi coche. El chofer me comía con la mirada las piernas y las tetas, que se asomaban a través de generosos escotes. El sentirme observada, y de ser tomada seguramente por una puta pagada, fué un verdadero afrodisíaco para mí. El hombre inició conversación conmigo, y me dije que, de no ser porque ya iba yo al encuentro de mi Señor, le daría oportunidad de darse gusto conmigo. Ya sería en otra ocasión.
Llegando al motel me asignaron una habitación, y fué entonces cuando, armándome de valor, le dije al micrófono que asomaba por la ventanilla:
– Dentro de unos minutos llegará una persona preguntando por Su esclava Velia… Déle por favor el número de mi habitación. Lo estaré esperando.
El taxista apenas podía creer lo que oía. Temblando ligeramente, le sonreí. La excitación me estaba matando. Era la primera vez que me declaraba públicamente esclava de alguien, y aquel hombre se veía con ganas de cogerme ahí mismo.
– ¿Esclava? – me preguntó, mientras conducía hacia mi cuarto.
– Sí – le respondí, mirándolo a los ojos -. Esclava.
Me barrió de pies a cabeza, mirándome descaradamente las piernas y las tetas.
– Qué afortunado es tu amo. ¿Y qué es lo que hace una esclava?
– Lo que Él me ordene hacer – dije, sintiendo cómo mi sexo se humedecía rápidamente. Aquel juego era en verdad excitante. Llegamos al estacionamiento de mi habitación. Le pagué y, mientras me bajaba y sin darle tiempo a nada más, me despedí diciéndole:
– Si no fuera yo a encontrarme con mi Amo, te pagaría de la manera que tú quisieras – y lo dejé con la palabra en la boca. Me rogaba que regresara, pero lo ignoré sonriendo discretamente y subí al cuarto. Entonces le mandé un mensaje de texto a mi Señor avisándole que ya estaba lista.
Al poco rato de estar istalada en la habitación, tocaron a la ventanilla y pagué el costo del cuarto. Ahora sí, había que prepararme para recibir a mi Amo. Me desnudé por completo, dejándome sólo los zapatos de tacón alto, y extraje de mi bolso dos cosas que mi Señor me había ordenado usar: unas esposas y unas antiparras. Dejé la puerta entreabierta para que mi Amo pudiera entrar cuando llegara y coloqué la llave de las esposas en un rincón de la mesita de noche. Apagué el aire acondicionado. Pronto el cuarto sería un verdadero horno, pero así eran Sus deseos. Me coloqué las antiparras, asegurándome de no poder ver absolutamete nada y sólo entonces me coloqué con algo de trabajo las esposas en las muñecas, tras mi espalda. La suerte estaba echada. Sólo restaba esperar.
Me situé a lo que consideré centro de la habitación, de cara a la puerta, y me arrodillé sobre el piso alfombrado, sentándome sobre mis talones. Si alguien entraba en esos momentos me encontraría en una situación bastante comprometedora. Prácticamente quien entrara podría hacer conmigo lo que quisiera.
Los minutos de espera siguientes fueron desesperantemente lentos y excitantes. El ambiente en la habitación se calentaba cada vez más, en todos los sentidos, y podía sentir mi cuerpo perlado de gotas de sudor, producto de mi ansiedad. Lo necesitaba… lo deseaba…
Entonces oí unos pasos subiendo las escaleras. Mi corazón se aceleró al escuchar que giraba la perilla de la puerta y la abría, para entrar al cuarto e inmediatamente cerrarla tras de sí. Arrodillada como estaba, me erguí y pude sentir cómo resbalaban unas gotas de sudor entre mis tetas, bajando por mi estómago y perdiéndose entre mis muslos. Mis pezones se endurecieron al máximo al escuchar… al sentir que Él se aproximaba a mí. Completamentre en silencio, se situó frente a mí y escuché el leve sonido del cierre de Su pantalón al bajarlo. El saber que ahí estaba yo, desnuda, esposada y completamente a su merced, elevó mi excitación al máximo. Ni siquiera Lo conocía. Nunca había visto Su rostro. Jamás había escuchado Su voz. Y ahí estaba yo, arrodillada ante a un completo extraño y ofreciéndome como Su esclava.
Pude escuchar cómo Él extraía Su verga del pantalón y yo, obedeciendo las órdenes recibidas días antes, abrí mis labios y saqué ligeramente la lengua. El primer contacto físico que habría entre los dos sería el de Su Verga y mi lengua… Y entonces la sentí: suave, firme, babeante. Casi experimenté un orgasmo ante esa sensación. Si alguna duda respecto a mi fidelidad hacia mi esposo quedaba, desapareció en ese momento. Enloquecida por lo caliente estaba, me abandoné a mis deseos. Jugué con Su glande, acariciándolo con mi lengua lentamente, y Lo metí despacio en mi boca, aprisionándolo con mis labios y chupándolo con deleite, disfrutando segundo a segundo Su sabor a macho dominante… Mamadas cortas, pero firmes y que le dejaban sentir que esa mujer que tenía ante él era incondicionalmente Suya . Rendida ante Él, jadeando recorrí con mi lengua todo el largo de Su verga hasta llegar a sus huevos, los cuales lamí y chupé con placer… Para mí el mamar la verga de un hombre siempre ha sido el signo de máxima sumisión. Es algo a lo que no se puede obligar a nadie. Es algo que se hace por voluntad propia. Y a mí simplemente me fascina…
Tras unos minutos de jugueteo lento que poco a poco subía de intensidad, de saborear aquel enloquecedor aroma y sabor a verga, perdí el control de mí misma y, abriendo al máximo mi boca, intenté tragarla entera. No era particularmente grande, pero sí era de buen tamaño y Su dureza me asombró, además de que pronto descubriría que Sus características principales estaban lejos de ser el tamaño o el grosor… Lo que hacía de aquella verga algo enviciante era la cantidad de leche que arrojaba, así como Su capacidad de volver a ponerse dura casi de inmediato.
Empecé a mamarla con auténtico frenesí, como una becerra hambrienta de leche. La chupaba como si en ello me fuera la vida, con fuerza, casi con violencia. El saber que se la estaba mamando a un completo desconocido, de quien no conocía ni su voz, y que podría ser cualquier hombre del mundo, me hizo sentir como la peor de las putas, dispuesta a chupar cualquier verga que se le pusiera enfrente. Podía sentir el sudor de mi excitación cayendo a chorros por mi cuerpo, y luchaba frenéticamente por liberarme de las esposas para poder acariciar ese cuerpo ante el que me estaba rindiendo.
Pronto sentí Sus manos tomar mi cabeza y atraerla hacia Sí, metiendo Su miembro hasta lo más profundo de mi garganta. Sentía ahogarme, pero no podía dejar de mamar. Quería Su leche. La necesitaba. Con mi propia saliva resbalando por mi mentón, Le apliqué las mamadas más intensas que jamás había dado en mi vida, y pude sentirlo estremecerse ante ellas. Pronto Lo sentí tensarse. Sostuvo mi cabeza firmemente, de manera que Su semen descargara en mi lengua… y en seguida pude sentir cómo Se venía en mi boca, con un gemir apagado. Mantenía con Sus manos mi cabeza fuertemente contra Sí, para obligarme a no desperdiciar ni una gota. Grandes y espesos chorros de leche me inundaron lengua y garganta y pude sentir Su sabor glorioso en mi boca, así como Su bajar en mi garganta. Me estaba tragando el semen de un perfecto desconocido, de quien me había convertido en Su esclava. Adivinando que Él me veía, tragué lentamente y con deleite Su leche, mostrándole y dándole a entender que lo haría siempre que a Él se le antojara. Que para mí mi mayor placer sería el hacer lo que Él deseara…
Mientras Su pene perdía rigidez, yo continuaba chupándolo como una becerra, y Él empezaba a despojarse de Su ropa. Pronto pude adivinar que se había quedado completamete desnudo, al igual que yo.
Aún con su verga en mi boca, mi Señor me tomó violentamente de los cabellos y me obligó a ponerme de pie y a darle la espalda. Me atrajo hacia Sí, de manera que mi espalda rozaba Su pecho y mis manos podían tomar Su divino miembro. Me tomó las tetas con ambas manos y las apretó con fuerza, amasándolas con rudeza, mientras me besaba y me lamía el cuello y las orejas. No pronunció ni una sola palabra, pero Su aliento en mi oído y Sus violentas caricias me tenían en el límite de la calentura. Sus manos se deslizaban con facilidad por mi cuerpo desnudo y sudoroso; yo jugaba con Su semierecto pene, que conservaba rastros de Su leche y de mi saliva y me ayudaban a masturbarlo con fuerza y torpeza, dada mi limitación por las esposas.
Sintiéndolo besarme el cuello y los hombros, y Sus manos amasando mis tetas, y yo aún sintiendo en mi boca el sabor de Su semen, no conteniéndome más, le rogué:
– Cógeme, mi Señor… por favor, cógeme… méteme Tu verga… métemela toda… cógeme… destrózame…
Entonces me lanzó con fuerza sobre la cama y caí sobre mi espalda, en una posición incómoda por la posición de mis manos esposadas. Sin embargo, me acomodé rápidamente y abrí mis piernas, ofreciéndole mi empapado sexo para que me penetrara a su antojo. Era completamente Suya, y Él lo sabía.
Se avalanzó sobre mí y empezó a besarme las tetas… mordía y chupaba mis pezones con una rudeza calculada, de maestro. Lo suficiente para producirme dolor, pero sin dejar de sentir placer. Él lamió, besó, mordió y chupó cada centímetro de mi piel. No me importaba que me dejara marcas. Lo único que quería era que hiciera conmigo lo que quisiera. Que me usara. Que desahogara en mi cuerpo todas las bajas pasiones que sintiera y quisiera. Sentir Sus dientes mordiendo mis pezones y mis tetas era la gloria. De vez en vez su verga rozaba mis muslos y era una sensación maravillosa. Él me besaba y lamía las tetas, me mordía el cuello y las orejas… Y bajaba hasta mi sexo, donde Su lengua me arrancó gritos de dolor y placer intensos… y yo jadeaba, extasiada por aquel macho que sabía bien cómo tratar a una puta como yo…
Se situó entre mis muslos y colocó Su aún semierecto pene en mi raja, deslizándolo a todo lo largo de ella, jugueteando y encendiéndome aún más. Pronto Su verga recuperó Su dureza y empezó a amagar con metérmela una y otra vez.
– Por favor, Amo… tómame ya… dámela… la necesito dentro de mí… cógeme… úsame… hazme tuya… métemela…
Jugueteó unos segundos más, metiendo apenas la cabeza de Su verga dentro de mí, para inmediatamente retirarla. De pronto embistió con fuerza. De un firme empujón me la metió hasta el fondo, haciendo que en un acto reflejo yo arqueara mi espalda y lo aprisionara con mis piernas. Mis manos se crisparon y lancé sin querer un grito por el dolor y la sorpresa, pero éste sólo fué durante unos segundos, porque pronto el dolor se tornó en un intenso placer, y el grito en estridentes gemidos de excitación. Era el placer de ser poseída por alguien que no era mi marido. El placer de saberme la esclava sexual de alguien de quien no le conocía la cara, ni la voz. El placer de saberme cogida por un desconocido de Internet a quien me había sometido, dominada por mis bajos instintos.
Mi Amo inició un violento movimiento de cintura, metiéndome y sacándome Su verga una y otra vez, Podía sentir que ya no sólo yo sudaba, sino Él también. Mis muñecas estaban entumecidas por las esposas, y deseaba poder librarme de ellas para acariciar ese cuerpo firme y resbaloso. Las embestidas eran cada vez más violentas, como si deseara acabar conmigo, y sentí que Se vendría dentro de mí. En esos momentos mi mente no se preocupaba por cosas como el estarle siendo infiel de la peor manera a mi esposo, ni por estar siendo cogida sin protección, ni por estar a merced de alguien que podría ser un maniático sexual que podría hacerme lo que se le antojara… Mi mente estaba, precisamente, enloquecida por el placer de estarle siendo infiel a mi esposo de la peor manera, por ser cogida por un extraño, sin protección, y que podría ser un maniático sexual que podría hacer conmigo lo que se le antojara…
Y lo hizo. Acompañando Sus brutales embestidas, me besaba en la boca con fuerza de manera deliberadamente prolongada para forzar un abundante intercambio de saliva, que acepté gustosa, y acallando mis gemidos de placer. Sus manos recorrían mi cuerpo arriba y abajo, deteniéndose por momentos en mis tetas para retorcer con fuerza mis pétreos pezones. Luego bajaba por mi cuello, lamiéndolo, hasta llegar a mis senos y chuparlos y morderlos con violencia, causándome un placer que rayaba en el masoquismo.
– ¡¡Aaaaaahhhh!! ¡¡Sí… así, mi Señor!! ¡¡Cógeme, muérdeme, mátame!! ¡¡Soy tuya, Señor, sólo tuya!! ¡¡Así, así!! ¡¡Destrózame!! ¡¡Acábame!! ¡¡Úsame!!
No me importaba que todo el motel se enterara de lo que estaba sucediendo ahí. Lo mío eran auténticos gritos ya. Los gritos de la peor de las putas, que se entregaba sin pedir a cambio nada más que una verga dentro de su cuerpo.
Pronto Él se vino dentro de mí, lanzando un prolongado gemido de placer. Su cuerpo firme se tensó y me abrazó con fuerza, embistiéndome a cada chorro que descargaba en mi interior. Yo lo aprisionaba con mis piernas, deseando que no me sacara Su verga de dentro de mí… quería tenerla adentro siempre…
Estaba yo en éxtasis. Con el cuerpo bañado en sudor, sintiendo el peso de mi Amo sobre mí, aprisionándolo con mis piernas para que no me abandonara nunca, sometida a Su voluntad… me tomó por sopresa el que de pronto Se retirara de mí, sacándome de golpe Su pene. Desconcertada, pensé que todo había terminado, y estaba por suplicarle que no me dejara todavía, cuando lo sentí montarse sobre mí, sentándose en mis tetas y poniéndome en los labios su verga, aún chorreante de semen y de mis propios jugos. Me tomó de los cabellos de manera violenta y me la restregó en los labios. Hambrienta de sexo, abrí mi boca y la recibí con gula, saboreando una vez más Su semen delicioso. Podría pasarme la vida mamando aquella verga maravillosa. Incluso llegué a pensar que podría ser esclava de Su verga, como si ésta tuviera vida y voluntad propias…
Unos minutos después, y ante el ímpetu de mi lengua y boca, Su miembro endureció una vez más, y pude sentir a mi Señor apoyarse sobre sus manos, para luego empezar a cogerme con fuerza por la boca. Sentí que me ahogaba, y de repente las arcadas me traicionaron, pero estaba tan caliente que me dije que morir ahogada por aquella verga sería lo mejor que me podría pasar. El aire me faltaba, pero sentir aquel cuerpo firme embistiendo mi boca era enloquecedor.
Esperaba yo Su descarga de leche de un momento a otro, cuando súbitamente se detuvo y se sentó nuevamente en mi pecho. Yo podía imaginarlo, observándome, con Su verga apuntando firme a mi barbilla. Abrí de nuevo mi boca, mostrándole que necesitaba su sexo en ella… que deseaba que me siguiera cogiendo… que podía pasarme la vida mamándosela, aunque me ahogara y me matara con ella… Entonces Él se inclinó hacia mí y me susurró:
– Eres una puta, Velia. La puta más puta que he conocido. Lo supe desde que te encontré en el chat. Lo supe también cuando te encontré en este motel, arrodillada, con los ojos vendados y esposada. Y eres mía… sólo mía… ¿entendiste? ¡Sólo mía, y voy a hacer contigo lo que se me antoje!
Escuchar Su voz fué cómo si me hubieran dado un afrodisiaco… ¡era tan firme, tan autoritaria! Imposible negarme a lo que me pidiera. Él bien sabía que era mi dueño ya.
– Sí, mi señor… soy tuya, sólo tuya… úsame como mejor te parezca… mi cuerpo te pertenece por completo… sígueme cogiendo, por favor… te necesito… métemela otra vez… déjame seguirte mamando la verga… necesito tu leche… la necesito…
Entonces se levantó y a los segundos regresó. Me hizo incorporarme y, dándome vuelta para darle la espalda, me quitó las esposas de las manos y luego me volvió hacia Él. Mi impulso fué el de quitarme la venda de los ojos para verlo… cuando entonces me aplicó una fuerte bofetada que me cruzó el rostro y me impidió hacerlo.
– No, estúpida… las cosas no son así. Entiende: tú eres mía y vas a hacer sólo lo que yo te ordene hacer. Tu cuerpo y tu vida me pertenecen. Yo soy tu único Amo, Señor y Dueño. Tu voluntad no significa nada. Si yo te digo "ven", tú vienes. Si yo te digo "lárgate", tú te largas. Si yo te digo "mámamela", tú me la mamas. Las cosas se hacen cuando yo te lo diga, en donde yo te lo diga, de la manera que yo te lo diga y las veces que yo te lodiga. Sin preguntar. Sin protestar. Y no te he ordenado que te descubras los ojos… ¿o sí?
Confundida por la bofetada, no supe qué decir…
– ¡Contéstame, perra! ¿Estás sorda, o qué? – y me abofeteó otra vez-. ¿Acaso te ordené que te descubrieras los ojos?
– N-no, señor… No me lo ordenaste… perdóname, soy una idiota…
De manera extraña, el ser maltratada y humillada de esa manera, e incluso el humillarme a mí misma, provocaba que mi excitación aumentara. Ese tipo de violencia que combinaba lo verbal con lo físico era algo nuevo para mí, y descubrí que me gustaba. Muchísimo.
– Por supuesto que eres una idiota. Una pinche puta imbécil que no piensa. Una puta que sólo sabe mamar vergas y tragar leche. Una puta que no respeta a su maridito, y que coge con el primer desconocido que encuentre. Eso eres, ¿verdad?
– Sí, Señor. Soy una puta de lo peor.
– No, estúpida. No eres una puta. Eres MI puta, ¿lo sabes?
– Sí, Señor. Soy tu puta particular. Tuya y de nadie más. Mi cuerpo te pertenece.
– Y voy a hacer contigo lo que se me dé la gana. Tu cuerpo y tu voluntad son míos y sólo míos. Repítelo, pendeja chupavergas.
– Mi cuerpo, mi voluntad y mi vida te pertenecen, Señor. Tú puedes hacer conmigo lo que se te antoje.
– Por supuesto, imbécil. Ven acá…
Y entonces me tomó con rudeza por los cabellos y me quitó las antiparras de un golpe. No supe si abrir los ojos o mantenerlos cerrados. Preferí hacer esto último.
– Mírame, pinche estúpida. Dime qué ves.
Entonces abrí los ojos y pude verlo…
¡Dios mío, qué hombre!
No sabía si me impresionaba y excitaba más el hecho de que era mucho menor que yo, ya que no tenía más de 26 ó 27 años y yo ya pasaba de los 35… o Su cuerpo firme, esbelto, marcado, brillante y perlado de gotas de sudor, tal como estaba el mío… Era un cuerpo sin duda forjado no por el gimnasio, sino por el trabajo duro, físico, como de peón de albañil, en el que no había un gramo de grasa, pero que no era tampoco excesivamente musculoso… Un cuerpo joven, de los que enloquecen a las señoras mayores… y a las putas esposas infieles como yo… Su rostro no era muy agraciado, pero Su expresión era dura, autoritaria, que no dejaba lugar a dudas de que con Él no se jugaba y que a Él se le obedecía o se pagaban las consecuencias. Mis ojos inmediatamente encontraron Su verga… Su deliciosa y divina verga… erecta, dura, desafiante… la deliciosa arma con la que podría matarme de placer y de dolor cuando Él quisiera… una verga de la que, como había pensado antes, podría ser esclava toda la vida, sin importar cómo fuera el resto del cuerpo… Un portentoso par de huevos gordos y grandes colgaban bajo ella, invitando a ser lamidos y chupados una y otra vez…
– ¡Dime que ves, idiota! – me gritó y me plantó una nueva bofetada, que me sacó de mi abstracción.
– Veo el cuerpo de mi Señor… el cuerpo perfecto… excitante… delicioso de mi Amo y Señor… – y, sin pensarlo, caí de rodillas ante Él sin dejar de mirarle, demostrándole que en todos los sentidos estaba a sus pies. Que era suya.
– Así me gusta, Velia estúpida… vaya nombre de puta que elegiste… Nombre de señora vieja que busca jóvenes que la cojan una y otra vez… Por cierto… ¿Velia es tu nombre real, perra?
– No, Señor… mi nombre real es Martha.
– Martha… puros nombres de putas mamavergas tienes.
Como para probarme, se acercó a mí, colocándome Su pene a tan sólo un par de centímetros de mi boca, que al tenerla tan cerca inmediatamente se me hizo agua, pero ya había aprendido que no debía hacer nada que Él no me ordenara. Él se dió cuenta y sonrió, complacido, pero sólo durante un segundo. Inmediatamente recuperó su aspecto frío y autoritario. Me tocó con ella mis labios y la frotó en mis mejillas. Entonces me escupió en la cara. Y mientras su saliva resbalaba por mi nariz y mejillas, me arriesgué a que me regañara, pero saqué la punta de mi lengua para tomar un poco de ella y saborearla… Entonces me tomó nuevamente de los cabellos y, agitando con violencia mi cabeza, me preguntó:
– Eres una puta. Te mueres por mamarla, ¿verdad, Marthita? Se te ve en los ojos tu vicio por las vergas… ¿Quieres seguirla chupando, perra estúpida?
Aguantando el dolor, pero disfrutando la humillación, lo miré a los ojos, que destellaban furia. Sus manos fuertes parecían no querer dejar de zarandearme y de abofetearme.
– Sí, mi Señor… Quiero chupártela… me muero por tenerla en mi boca otra vez…
Entonces me agitó aún más violentamente por los cabellos y me hizo ponerme de pie, para lanzarme sin consideraciones, como un muñeco de trapo, a la cama.
– Pues la vas a mamar, pero cuando yo te lo ordene, pinche zorra. Ahora quiero seguirte cogiendo. Abre las piernas.
Me acomodé rápidamente, recostándome sobre mi espalda y alzando y separando lentamente mis piernas, con las rodillas flexionadas, para recibirlo. Mientras Él se acercaba a mí para poseerme de nuevo, pude admirar Su cuerpo brillante, sudoroso, excitante… tal como estaba el mío. Disfruté por anticipado la cogida, saboreando desde ya en mi mente el sudor de Sus hombros y anticipando el contacto caliente y resbaloso de nuestros cuerpos. Mientras Él se echaba sobre mí, me mordió y chupó el cuello, seguramente dejando marcas… Seguramente una manera de marcar el que desde ese día era Su territorio, Su propiedad… pero no me importaba. Él era mi dueño y podía hacerme lo que se le antojara. Me susurró al oído…
– Estás buenísima, pinche Martha puta, y te voy a coger hasta que me harte de tí. Quiero que me saques hasta la última gota de leche. – me puso una mano en la boca y, presionando con fuerza a los costados de mi quijada, me obligó a abrir la boca. Entonces me escupió dentro de ella y me soltó. Sin esperar orden suya, yo me tragué su saliva… Incluso abrí de nuevo la boca, ofreciéndosela para que escupiera en ella cuanto quisiera. Yo me tragaría todo lo que él arrojara en ella. Pero no me escupió, sino que me besó con fuerza, metiendo su deliciosa lengua hasta lo más profundo. Yo le correspondí con la mía y, mientras nuestras lenguas se acariciaban frenéticamente, Él me acariciaba las tetas y me colocaba Su verga en la entrada de mi sexo, que lo esperaba hambriento…
Y, mientras yo rodeaba con mis pienas su cintura y Él me penetraba de nuevo, invadiendo el cuerpo que él sabía ya era suyo incondicionalmente, me dijo:
– El idiota de tu maridito ni se imagina dónde está la mamavergas que tiene por esposa en estos momentos, ¿verdad? Si supiera que a su mujercita le está metiendo la verga alguien que ella acaba de conocer… el que desde hoy es su Dueño, no le gustaría mucho que digamos, ¿no? De seguro ni sabe la clase de puta con la que se casó… Si tan sólo te viera la cara ahora, y viera cómo estás disfrutando siendo cogida por otro, se moriría el desgraciado…
Yo lo escuchaba, pero sólo jadeaba ante sus embestidas, extasiada… Gemía cada vez que Él me penetraba violenta y profundamente, como buscando desgarrarme en lo más profundo, mientras Sus palabras eran una especie de pecaminoso afrodisiaco. Aquello era una violación consentida. Sabía que cada palabra que Él decía era verdad, y no sólo no me importaba… sino que me gustaba Estaba yo disfrutando todo aquello a un nivel que ni yo misma había imaginado tan sólo unas horas antes.
Durante la noche y la madrugada siguió cogiéndome, abofeteándome, escupiéndome, haciendo que me tragara Su esperma, insultándome, humillándome… y dándome con todo ello un placer que hasta entonces no había imaginado. Había llegado yo a mi punto más bajo… me revolcaba en mi inmoralidad y descubrí que me gustaba… que me gustaba muchísimo.
No me importaba en esos momentos nada… ni mi esposo, ni las marcas que dejaría mi Amo en mi cuerpo y que serían más que evidentes, ni las consecuencias que podría traer el que eyaculara dentro de mí, ni lo que habría d evenir en el futuro. No, no me importaba nada, excepto el embriagarme de esa sensación de ser la propiedad de alguien que no era mi esposo. De alguien que podía disponer de mí como se le antojara, sin importarle mis deseos, cuando, donde, como y las veces que se le diera la gana.
Fernando, mi Amo, Dueño y Señor, tenía ya en mí a Su más fiel esclava.
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