Fue por mi madre
Dicen que madre solo hay una… ¡Gracias Dios mío!.
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–Mira hija, me importa una puta mierda que folles con condón o sin condón, si sigues virgen o te haces puta, si eres hetero, lesbiana, bisex, plurisexual, o si te haces monja. Tu cuerpo es tuyo, ya casi tienes 16 años y puedes hacer con él lo que te venga en gana… siempre que no me pidas nunca dinero y te lo pagues todo tú.
Toda esa arenga con desprecio, mala leche e incluso con un poco de odio y asco, me lo soltó una tarde de principios de Marzo, mi santa y única madre. Sí amig@s, mi única madre, ya que si al nacer o en los últimos años hubiese podido tener otra, me hubiese ido con la otra para siempre… o si me encontraba con otra mujer que pudiese hacer de madre.
Me llamo Lidia, tengo 15 años y aún soy vaginalmente virgen. Tengo miedo de quedarme preñada porque sé que no cuento con la ayuda de mi loca madre. Varias de mis compañeras del cole, de diversos cursos, se han ido quedando preñadas a lo largo de los años que he pasado allí. Sé masturbarme divinamente, mamo pollas con pasión y muchas ganas, incluso con algunos chicos más adultos he dejado que me la metiesen bastantes veces en el culo y me lo llenasen de semen, pero mi coño tiene aún el himen intacto ¿por qué mi madre me habló así… de esa manera tan despectiva?
Yo solo quería que me diese algún consejo de madre a hija con las hormonas a punto de explotar, y que me llevase a su ginecólogo para que me realizase una buena revisión. Tengo un cuerpo precioso, posiblemente un poco delgada por mi situación personal que no me permite cuidarme debidamente, pero practico atletismo desde pequeña y nunca lo he dejado. Mido 177, mi contorno es de 92 cm, mi cintura de 63 cm y mis caderas de otros 92 cm. Grandes ojos castaños oscuros con largas pestañas, pelo casi negro con melena hasta los hombros, areolas y pezones un poco más grandes y marcados de lo «llamado» normal, amplia boca y labios carnosos.
Si preguntáis por mi padre, nos mandó a tomar por el culo a mi madre y a mí hace más tres años, y desde entonces, mi madre se atiborra de ansiolíticos y de sedantes. Bueno, en realidad desde entonces toma más que antes, porque siempre la he conocido con las pastillas en la mano. También desde entonces, mis abuelos maternos llegaron a un acuerdo con mi padre, renunció a mi custodia y no he vuelto a saber nada de él.
Las pastillas han costado a mi madre, temporalmente, la pérdida de su puesto de trabajo, ya que la han mandado a casa con una excedencia, por dormirse en el trabajo ¿Qué hace una hija con una madre así? Pues tomar el papel de padre y madre, en lugar de hija, y ocuparse de la casa con lo poco que cobra mi madre por su baja, y lo que mis abuelos me dan «bajo mano», para que no se entere mi madre y lo malgaste. Hago lo posible para sacar la casa a flote. Y encima los estudios, que gracias a Dios, me sirven de válvula de escape y tengo muy buenas notas. Aunque no lo creáis, amo las bibliotecas.
Y aquí empieza mi historia. Varios días después de esta bronca de mi madre, me llamó la nueva psicóloga del cole. Una mujer, Andrea, de unos 50 años, casi tan alta como yo, fuerte, de voz potente y siempre muy bien arreglada. Solamente había hablado con ella a principios de curso para conocernos, como con las demás alumnas, y ahora me llama nuevamente, cerca ya de las vacaciones de Pascua. Fui a su despacho a la hora prevista y me recibió con una amplia sonrisa, me dijo que me sentase frente a ella. Miró unos instantes su portátil y sonriéndome me dijo:
– Hola Lidia, voy a hablar muy claro contigo, ya que veo con sorpresa que tu madre no ha venido nunca a ninguna reunión programada como tutora tuya, y tampoco la pasada semana que la cité. Sé que tu padre vive lejos de aquí y pasa de ti y tu madre. Pero lo verdaderamente interesante y preocupante para mí, es que tus profesores me están diciendo que te pasa algo importante, que te ven muy deprimida, cada vez más encerrada en ti misma, y que tus notas, aunque están por encima de la media, están empezando a caer ¿puedes explicarme el por qué tu madre no viene nunca y a ti te pasa todo esto? Porque si tú no me das razones convincentes, yo tendré que exponer este problema a la dirección, comunicarlo a la inspección, y estos a los servicios sociales para que te controlen ellos, y entonces sí estarás sola. Dime Lidia ¿qué te pasa? ¿Sufres algún tipo de maltrato?
Cruzó sus manos sobre la mesa sin dejar nunca de sonreírme… y exploté en un intenso y estremecedor lloro. Se levantó asustada, me dio varios pañuelos de papel para enjugarme lágrimas y mocos, me ayudó a levantarme y me acompañó hasta un pequeño sofá donde nos sentamos las dos. Me abrazó acariciándome la espalda y yo seguía llorando. Oí cómo se abría la puerta del despacho y una profesora preguntó si nos podía ayudar, por mi estado y porque era ya hora de terminar las clases. Mi psicóloga, Andrea, le dijo lo que me pasaba y que se quedaba conmigo un poco más, y que le dijese al conserje que cuando saliésemos le buscaría para cerrar el centro. Y así se hizo.
Cuando un rato más tarde me calmé, me ayudó a lavarme la cara, arreglarme un poco la ropa (no usábamos uniforme) y me dijo que, como yo tenía tiempo de sobra para irme a mi casa porque mi madre nunca estaba, si la podía acompañar un rato a su casa, para hablar detenidamente de mis problemas que preveía importantes. Asentí, cogimos su coche y en pocos minutos llegamos a su casa y ella riéndose, me dijo:
– Ya ves cómo es la vida. Siempre voy y vengo de mi casa andando y hoy había cogido el coche para irme de compras, a por unos trapitos, ya sabes ¡cosas de mujeres! Y nos ha venido bien porque así no tienes que ir andando por la calle con esa carita con mocos que tienes esta tarde. Como dirían los antiguos romanos «me debes una».
– ¿Qué es eso de me debes una? -le contesté sorprendida-
– Los romanos elegantes y educados, cuando hacían un favor le decían al favorecido «Do ut des» que significa «te doy para que me des», es decir, lo que ahora decimos eso de «me debes una». Yo te hago un favor trayéndote en coche y tú me debes otro ¿lo entiendes cielo?
Lo entendí por supuesto. Pero lo entendí como que en lugar de escucharme en el cole, lo iba a hacer en su casa para atenderme mejor y sin interrupciones. Pero claro, ella era mi psicóloga y yo la alumna. Pensé que me dedicaba unas horas altruistamente y yo le debería ese favor ¿portándome bien? No pensé nada más ¡qué equivocada estaba!
Vivía en un grupo de adosados haciendo esquina como en una «L» y justo el suyo estaba en la esquina de la calle. Era un poco más grande que los demás y con un precioso jardín, pero el sótano, que desde la calle aparentaba grande, extrañamente solo era para aparcar dos coches. Mientras subíamos a la planta baja, se quitó la chaquetita y se despasó varios botones de su ajustada blusa granate, con lo que esta se abrió y se quedaron a la vista gran parte de sus generosas tetas en un sujetador muy escotado. Nos acercamos al sofá, me ofreció un cigarrillo y aunque a mí no me gustaba demasiado el tabaco, se lo cogí y encendí. Fue a la cocina, sacó dos latas frías de cola, y de la vitrina del salón sacó dos vasos altos y me preguntó:
– ¿Qué prefieres para juntar con la cola, Ron o Ginebra?
– Ron -le dije un poco sorprendida-
– Toma cielo, tu cubata. Y a ver si esto y el tabaco te quitan un poco la tristeza que te invade. Y ahora, cuéntame todo lo que te pasa desde el principio. Como supongo será largo, ahí tienes más tabaco, más ron y ginebra y en el frigo tienes más cola. Siéntate cómoda sobre el sofá y empieza a contar, incluyendo tu vida de mamona escolar.
Levantó sus piernas como si pegase una patada a un balón inexistente y sus zapatos volaron por el aire. Se sentó con sus piernas cruzadas en el sofá levantándose la estrecha falda que se le subió hasta casi el coño. Yo hice lo mismo, pero procuré al sentarme que mi falda no se subiese tanto ¿por qué lo hice? No tengo ni la más remota idea, pero no fue por pudor.
Andrea me cogió de los hombros y mi cuerpo descansó completamente sobre el suyo. Y empecé a contárselo todo, desde que tuve uso de razón y vi a mi madre tomándose ansiolíticos. Años más tarde mi padre ya no aguantó más, vino el divorcio, más pastillas aún, y para evitar un despido definitivo como funcionaria, le obligaron a coger una larga baja por enfermedad y así estaba ahora. Y yo haciendo de ama de casa, administradora de los poquísimos bienes, cocinera y estudiante. Sin vida social ni privada.
Y así estuvimos casi una hora. No me interrumpió ni una sola vez. Por primera vez fumé varios cigarrillos seguidos y me bebí tres o cuatro cubatas. Me sentía adulta y tan a gusto, que me fui relajando y abandonando completamente. No me di cuenta que la mano izquierda de Andrea había bajado de mi hombro hasta mi pierna y mientras la acariciaba, había estado subiendo mi falda y ahora la tenía yo tan arriba como la suya o más, porque mis bragas sí estaban a la vista. Tampoco fui consciente que su boca me daba frecuentes besos en mi cabeza, apoyada sobre ella, ni que su mano, una vez subida mi falda, había ascendido y me acariciaba la parte externa de mi teta izquierda.
Solo era consciente de que tal y como le iba hablando, yo me iba relajando y me dejaba hacer todo sin problemas. Y solo fui parcialmente consciente de lo que estaba pasando entre las dos, cuando al terminar mi exposición, exclamé algo así como «¡y eso es todo!» Su brazo me estrechó totalmente sobre ella, sus labios se aplastaron sobre los míos y su mano derecha agarraba y masajeaba con fuerza mi entrepierna por encima de mis bragas.
Esos besos y caricias me hicieron, de repente, tomar conciencia de lo que sexualmente estaba pasando ¡y me dejé hacer! Estaba tan necesitada de cariño, que no me importaba el precio a pagar. En varios años nunca había tenido una hora tan plenamente relajada, tan bien acompañada, abrazada, invitada, en una casa sin gritos, con alguien que me escuchase con interés, fumando, bebiendo… ¡qué me importaba lo que quisiese hacer conmigo! Al fin y al cabo, Andrea nunca me dejaría preñada y yo necesitaba cariño.
Me dejé hacer, pero me quedé pasiva. Me dejaba besar, tocar y acariciar, pero no participaba en ese juego. No sabía qué podría pasar y yo, a pesar de mi edad, era mucho más adulta de esos años oficiales de mi vida. La vida me quitó los años jóvenes y me hizo mayor. Pero ahora Andrea, parecía querer hacerme adulta, lesbiana ¿y por qué no?
Ella se lo estaba tomando muy en serio. Sus pechos subían y bajaban cada vez a mayor ritmo. Su respiración era muy agitada, sus besos cada vez más intensos y su lengua penetraba ya en mi boca sin problemas. Su mano estaba jugando directamente con mi vagina y sus dedos intentaban coger mi clítoris poniéndome muy cerca del orgasmo. Y de repente, se levantó tan rápida que su codo me dio un fuerte golpe en mi cabeza y salió corriendo del salón. Yo, como estaba apoyada sobre ella caí sobre el sofá e intentaba pensar qué podía haber hecho yo. Qué podría haberle pasado. Y de repente se me encendió una lucecita ¡Andrea se había excitado tanto conmigo, que se había corrido brutalmente! Y yo ni me enteré.
Me incorporé en el sofá y me miré a mí misma. La falda la tenía en mis caderas, mis bragas estaban lo suficientemente bajadas para verme todo mi coño peludo, la parte izquierda de mi sujetador estaba desplazada y mi teta casi salida y en esa parte, mi blusa estaba arrugada, señal que alguien la había estado «arrugando» con caricias. Y en mi cabeza había un torbellino de sensaciones. Mi cerebro notaba aún el placer de los besos de Andrea, tanto en los labios, como en la frente y la cabeza…. y su mano en mi coño.
¡Mi coño! El pobre estaba lleno de millones de hormigas, inequívoca señal de que, no solo había estado yo excitada, sino casi a punto de correrme. Y lo más importante de todo, en muchos años no había estado tan relajada, ni me había sentido tan feliz, como ese rato en los brazos de mi psicóloga escolar. Y tomé una decisión de la que nunca me he arrepentido, si de verdad me ayudaba ¡me entregaría a todos sus deseos!
Pero antes y aprovechando la ausencia de Andrea, hice lo que toda mujer sensata hace: Calmar a los millones de hormigas hambrientas de mi coño. Es decir, me masturbé como una loca. Y de eso sí sabía yo. Me quité totalmente mis bragas, me volví a sentar en el sofá abriendo bien mis piernas, y mientras con la mano derecha me masturbaba con auténtico frenesí, con la izquierda me abrí totalmente mi blusa, despasé y bajé mi sujetador, liberé mis tetas y empecé a jugar con mis sensibles y preciosos pezones.
Pero estaba tan loca por correrme, que creo que no tardé ni dos minutos. Apreté mis labios y mandíbulas para no gritar, cerré mis ojos y como si de una fuente se tratara, empezaron a salir mis fluidos en cantidad inimaginable y a presión, mientras mi mano y mis dedos, no dejaban de masajear mi amado clítoris. Poco a poco normalicé mi respiración, mi cuerpo dejó de estremecerse ¡y un olor a humo de cigarrillo me despertó… Andrea estaba frente a mí!
Sonriéndome, mirándome sin perder detalle de mi cuerpo, puso su cigarrillo entre sus labios, terminó de despasarse los dos únicos botones que quedaban de su blusa, se la quitó y con ella su sujetador, abrió el corchete y la cremallera de su falda que dejó caer al suelo, quedándose solo con unos pantis totalmente abiertos en la entrepierna y glúteos, dejando libres sus agujeros, cogió y apagó el cigarrillo y me dijo:
– ¡Eres preciosa Lidia! Cuando te traía del colegio a mi casa soñaba que pasara todo esto, no te puedes imaginar lo que te he deseado desde que te vi cuando llegué al colegio y cada día del curso, y hace un rato, mientras hablabas y hablabas de tu miserable vida, solo he tenido un pensamiento a pesar de nuestra diferencia de edad: hacerte mi amante muy privada y convertirte en una mujer hipersexual y viciosa. Yo soy soltera, pervertida hasta el infinito y profundamente bisexual, pero prefiero una mujer antes que 10 hombres.
– Pues yo no soy bisexual. Solo he tenido relaciones con chicos y nunca he pensado en chicas. No soy virgen por el culo, pero si lo soy por el coño. Como sé que no puedo contar con mi madre, siempre he tenido miedo a los embarazos ya que se que nunca me ayudaría a abortar. Pero como ves, se masturbarme muy bien y lo podría hacer contigo. Sé que te necesito Andrea, deseo entregarme a ti y si me ayudas a tener una vida «juvenil normal», con amigas, seré sexualmente tuya, cumpliré todos tus deseos, sean los que sean y nunca te diré que no a nada. Absolutamente a nada ¡te lo juro!
Mientras yo hablaba, se me acercaba la que iba a ser mi amante y maestra. Su coño estaba perfectamente afeitado, dos gruesos y pesados aros en sus labios externos y otro pequeño en el Monte de Venus. Sus tetas eran grandes, se veían duras y aunque ligeramente caídas, eran maravillosas con unas areolas ligeramente más oscuras de lo normal. Varios tatuajes, discretamente distribuidos para no ser vistos vestida (al menos no los indiscretos), decoraban su cuerpo.
Se acercó a mí, sus dos manos cogieron mi rostro, sus ojos se clavaron en los míos y me dio un beso dulce, muy dulce. Y al separarnos unos centímetros, me dijo susurrando:
– Voy a ayudarte a llevar la vida que quieres, te haré plenamente bisexual, te presentaré a una pandilla de chicas y chicos que te harán muy feliz, y si tus ánimos de sexo sin límites crecen, ten por segura que conmigo y a través de mí, todos tus apetitos sexuales serán complacidos sin límites y muchos más que no te imaginas. Y por supuesto, podrás quedarte preñada cuantas veces lo desees, conmigo a tu lado podrás abortar siempre.
Me cogió la mano, bajé del sofá, y andando las dos lentamente me llevó al dormitorio. Y vi su enorme cama.
– Lidia, tu vida es muy especial y problemática y por tanto, tienes unos sentimientos muy sensibles aunque te creas muy dura. Tienes un cuerpo escultural y aún te quedan unas semanas para los 16 años, mientras yo tengo 49. Tú aún eres casi virgen y yo soy una depravada mujer que se ha quedado preñada muchas veces y que te convertirá en poco tiempo en una depravada y pervertida puta y porno actriz ¿estás segura de que quieres seguir adelante con nuestras relaciones sexuales y entregarte plenamente a una vida de vicio? Porque en esta vida sexual, si te metes, nunca tendrás bastante sexo.
Asentí con la cabeza al mismo tiempo que me terminaba de desnudar. Andrea se quitó los pantis, se abrazó a mí y empezó a besarme. Labios, pómulos, ojos, frente, orejas… mientras sus manos acariciaban mi cuerpo. Volví a cerrar los ojos. Sus besos, caricias, su muslo metiéndose entre mis piernas y jugando con mi conejito, aprisionándolo, rozándolo sin compasión… era demasiado para mí que nunca había tenido una madre que me abrazase, me besase y me quisiese ¡y exploté! De forma inesperada me vino una oleada de placer, mi manantial vaginal se abrió de nuevo y mientras expulsaba abundantes fluidos, mi cuerpo se estremeció brutalmente y ahora fui yo quien tomó la iniciativa.
Abracé con furia a mi amante y la que daba los besos, acariciaba, chupaba y mordía sus pezones, masturbaba con rabia su vagina y volvía loco a su clítoris, era yo. Incluso penetré dentro de ella con dos de mis dedos para coger ese clítoris y con el pulgar por la parte de fuera, lo iba masajeando, estirando, aprisionándolo y jugando con él dándole un gran placer. Cierto que ninguna polla me había desvirgado, pero mi soledad, mi introversión y a veces hasta mis pequeñas depresiones, hacía que me masturbase varias veces al día convirtiéndome en una experta en darme y dar, ese clase de placer.
Y Andrea era muy depravada, muy profesional, con muchos años de ventaja sobre mí… pero también era «solo una mujer». Y como mujer, se apretó a mí intensamente, dio un grito gutural larguísimo, me abrazó y me colmó de besos, mientras mi mano se llenaba del néctar de su gran orgasmo. Mi mano derramaba sus fluidos sobre sus piernas y antes de que me diese cuenta, me cogió con esfuerzo con sus brazos y me tiró sobre la cama. Me puso boca arriba, su coño chorreando sobre mi boca y solo dijo:
– Chupa puta, chupa, hasta que me lo dejes totalmente seco.
Y aunque parezca raro, fue oír la palabra puta y volver a transformarme en una mujer sedienta de sexo. No sabía cómo hacerlo, pero fui metiendo mi boca, mi lengua, abriendo y cerrando sus labios para penetrar más adentro… hice todo lo que Andrea me dijo. La complací en todo y tanto la complací, que se volvió a correr. Sus manos agarraron con fuerza mis tetas ya muy desarrolladas, tiraban de ellas, pellizcaba con fuerza mis pezones y cuando yo creía que estaba de nuevo su coño ya seco, noté como un enorme rio se derramaba en mi boca pero no era flujo vaginal, la muy puta de Andrea se estaba meando de verdad, mientras gritaba convulsivamente y aplastaba con sus manazas mis tetas hasta producirme un dolor inenarrable.
No sé por qué, consideré que eso era parte de los placeres sexuales entre mujeres y que yo, tal y como le prometí, cumpliría todos sus deseos. Bebí todo el orín que pude, aguanté todos mis dolores… y me volví a correr. Al notarlo, mi amante me dejó totalmente y se puso invertida encima de mí. Ahora era yo quien notaba el inmenso placer de su boca en mi vagina, su gruesa lengua dentro de mi coño, cómo mis paredes vaginales destilaban placer húmedo y cómo se abrían a sus embates, hasta que poco después, mi cuerpo y mi cerebro decían basta. Me rendí. Estaba totalmente agotada y en parte, bastante desorientada.
Yo solo había acudido a esa casa para hablar de mi situación académica y social, de cómo mi madre me desatendía y de repente, mi psicóloga me estaba reeducando ¡pero sexualmente y de qué manera! Andrea se tendió a mi lado y estuvimos durante bastante tiempo acariciándonos y besándonos sin parar.
Estuvimos juntas casi dos horas y media. Fueron las mejores horas de toda mi vida, los mejores momentos vividos hasta entonces, pero también era tiempo para irme a casa si no quería recibir alguna dura reprimenda de mi madre o incluso algún guantazo. Al fin y al cabo, si yo no hacía la comida o la cena, nadie comía ni cenaba. Mi madre nunca era consciente de la hora en la que estaba, pero si era consciente de si tenía hambre o no. Andrea tomo conciencia de ese tiempo, nos vestimos rápidamente y con su coche fuimos a una casa de comidas para llevar en un centro comercial cercano, y así yo no tendría que cocinar en mi estado ni a esa hora. Luego me llevó a casa y en la misma puerta, sin salir del coche y sin importar si alguien nos vería, nos dimos un cálido y más que amistoso beso en la boca.
Al día siguiente, viernes, no la vi. El fin de semana fue horrible. No se si me masturbé 50 veces o 500. La echaba de menos. Por primera vez en mi vida sentía la necesidad de sexo, de la mayor cantidad de sexo posible y sin importarme nada de qué tipo o con quién. No me importó beberme su meada ni otras en el futuro. Desde hacía alrededor de año y medio, me ofrecían desde diversos sitios y amigas, la posibilidad de hacerme prostituta. Alababan mi cuerpo, mis tetas, mi rostro… pero cuando me miraban y veían mi semblante serio, siempre me decían que tenía que ser más risueña para eso.
Sabía de sobra que mi madre ni se enteraría, siempre que le preparase la comida tres veces al día. Sabía de sobra que ese dinero nos vendría muy bien, porque por mucho que odiase o despreciase a mi madre, mi madre era mi madre y aunque con disgusto, siempre la ayudaría. Pero nunca sentí esa llamada para ser puta, no iba conmigo.
Pero el lunes, cuando terminaba la clase de las 11, el conserje entró en clase y le dijo algo al oído de la profe y se marchó. Al terminar la clase, la profe me llamó y me dijo que Dª Andrea quería hablar conmigo antes de las 13 horas, así que me fui directamente a su despacho, junto a la sala de profesores, llamé en la puerta y entré. Me sonrió y en voz baja me dijo:
– ¿Puedes comer conmigo en mi casa sobre las 14 h.? Necesito hablar unos minutos contigo. Solo hablar -me dijo guiñando un ojo- Compraré algo para comer las dos.
– No te preocupes, como yo saldré antes, puedo ir al mismo sitio de la otra noche y comprar para las dos. Si me dices qué te apetece comer y me das unos euros, porque yo solo llevo seis.
– Para comer me apetece lo mismo que en el sexo, carne o pescado. Me es indiferente. Puedes comprar una cosa para ti y otra para mí y lo mezclamos. Y voy a hacer contigo algo que nunca he hecho con nadie, dejarte mis llaves y así podrás entrar en mi casa.
Y efectivamente, me dio las llaves y 20€, pero antes besó las llaves y me las ofreció junto a mis labios. Las besé y se las recogí. Al finalizar las clases, cogí el bus y fui al centro comercial donde compré la comida, y al llegar a su casa, un temblor de piernas me invadió. No me atrevía a entrar. Tenía miedo, todo estaba resultando muy fácil. Ayer era su alumna, hoy era su amante, y mañana posiblemente su esclava, o la fuente de sus placeres, o el culmen de sus perversiones. Aparté mis dudas, me animé, entré en el jardín y al interior de la casa. Y dejé las llaves encima de la mesa.
Cuando llegó Andrea, la mesa de la cocina estaba puesta y yo me estaba lavando las manos, porque en ese mismo momento había terminado una fuente de ensalada de productos de su frigo. Andrea miró la mesa, la botella de vino, la jarra del agua fresca, las copas para el vino y los vasos para el agua. Las dos fuentes de merluza y lomo con sus correspondientes guarniciones y la ensalada. Me miró a mí, se acercó, me dio un dulce y cálido beso y me preguntó sonriendo:
– Eres un encanto para todo ¿Quieres casarte conmigo?
No sabía el por qué, pero empezó a desnudarse y yo hice lo mismo -luego supe que le encantaba ir desnuda por casa-. Ya las dos desnudas, nos sentamos frente a frente y Andrea empezó a hablarme que el viernes de esa semana empezaban las vacaciones de Semana Santa-Pascua, mientras en dos platos depositaba la mitad de la comida de cada fuente. Me comentó, mientras comíamos, que ella se marchaba siempre a Vera, que tenía un precioso apartamento en esa conocida playa nudista y de sopetón, me pregunta:
– Lidia ¿te gustaría venir conmigo? Serias mi pareja oficial, mi novia en la vida real. Y esos días follarás sin parar, estarás profusamente usada por amigas y amigos. Incluso me atrevería a decir que podrías volver preñada ya que no te dejaré usar anticonceptivos. Como ves, te ofrezco unas vacaciones nada santas. Las únicas procesiones serán las de las personas que constantemente te follarán cada día. Aprenderás a ser mi sumisa sexual. Si me vas a decir que necesitas el permiso de tu madre, ya lo tengo y por escrito. Y si lo deseas, al volver aquí, podrás vivir conmigo y no con tu madre. Tengo su permiso y el de los servicios sociales ¡seré tu supervisora!
Yo no entendía nada de lo que me decía, pero en mi coñito sin usar aún, volvieron millones o trillones de hormigas a comérselo en vivo, y totalmente agitada y nerviosa, asentí. Como vi que Andrea seguía comiendo como si nada, yo intenté calmarme pero no solo no pude, sino que antes de terminar mi plato, tuve que agarrarme fuertemente a la mesa y mientras mi cuerpo se convulsionaba fuertemente, tuve una corrida antológica y una vez más, un torrente de fluidos salió de mi interior y terminó en la silla de madera. Cuando paré de estremecerme totalmente avergonzada, vi cómo mi amante y declarada auto-novia, con una sonrisa de oreja a oreja, llenaba mi copa de vino y me lo ofrecía. Bebí casi media copa de un tirón y poco a poco me fui relajando.
Terminamos de comer, Andrea preparó café para las dos y me preguntó si deseaba algún licor. Yo le pedí coñac, y con las tazas del café en las manos, fuimos al salón, cogió de la vitrina-bar una botella de Lepanto y dos copas, nos sentamos en el sofá, encendimos unos cigarrillos y entonces me explicó lo de Vera. Pensaba irse con una amiga al apartamento, pero yo le gusté muchísimo cuando follamos y se propuso coaccionar a mi madre para irse conmigo, con la excusa de la amenaza de los servicios sociales, mi madre aceptó y todo dependía de mí. Y yo había aceptado entrar en ese mundo sexual y ser, a mis 15 años, la novia «real y sexual», de una mujer de 49 años.
Miró Andrea su reloj y me dijo que se iba de compras y yo a clase. Y de repente, se giró y me preguntó qué talla de ropa y calzado usaba, si en mi casa tenía zapatos de tacón y qué tipo de ropa tenía para salir. Yo, avergonzada, bajé mi cabeza y le dije que solo tenía zapatillas deportivas, tres faldas, tres pantalones vaqueros, un chándal, dos o tres blusas y ropa suelta. Por supuesto, ropa de baño nada, pero como íbamos a ir a una playa nudista… pues no me haría falta. Mientras yo me vestía, me dijo:
– Mañana te espero aquí a las 17h.. Sé puntual porque estaremos un rato.
Fui puntual. Traspasé animosamente la verja del jardín, llamé a la puerta de la casa, oí unos taconeos y me abrió la puerta Andrea, totalmente desnuda. Pero era «otra» Andrea. Estaba maquillada (en el colegio solo un poco de color en mejillas y labios), no tenía los aros en los labios vaginales, llevaba unas medias negras bastante transparentes con amplios ligueros hasta unos 5-7 cm de las ingles y se movía sobre unos imponentes y delgadísimos taconazos, que luego supe eran de 12 cm. Se apartó a un lado y apenas entré, me cogió del brazo, me aplastó contra ella y nos comimos a besos, apasionados y llenos de promesas porno. Luego, agarró mi mano y nos fuimos a su dormitorio.
Pero no a follar ¡mi gozo en un pozo!, si no a ver una detallada exposición de ropa extendida sobre la cama. Medias negras largas con ligueros amplios, pequeños y ajustados shorts, microfaldas, leggins traslúcidos y de piel fina, camisetas de manga corta y otras de larguísimos tirantes, tops escandalosamente transparentes y escotados, blusas casi transparentes con pocos botones y para atar (sin botones) y en el suelo, varios pares de zapatos y sandalias, todas con delgadísimos tacones y taconazos. Todo un mundo de colores… pero ni un solo sujetador o bragas.
– ¿Y esto? -pregunté extrañadísima-
– Ya lo ves, ropa y calzado. No voy a permitir que la más joven y querida novia que he tenido no esté debidamente vestida, aunque sea en una playa nudista, porque eres mi novia y tengo que presumir de ti ¿o no quieres ya ser mi novia oficial con todo lo que ello significa? Lo repito con el deseo en mis manos ¿quieres ser mi novia sumisa?
Noté cómo su voz se hacía un poco ronca, su respiración se agitaba de nuevo y sus ojos me miraban de una forma especial. Y comprendí de golpe, que realmente Andrea quería que yo fuese verdaderamente su novia, su amante, su sumisa sexual, Sentía algo importante por mí ¡me deseaba! Hasta que la conocí a ella, nunca yo le había importado a nadie. Me pegué totalmente a ella, acaricié con mis manos su rostro, le sonreí y le dije con voz suave y totalmente tranquila:
– Sí Andrea, soy y seré tu novia para siempre o para el tiempo que tú me desees. Seré tu compañera y sumisa sexual, tu esclava personal, follaré con quien tú quieras, haré todas las perversiones que me enseñes, no me negaré nunca a nada que te guste hacerme, me quedaré preñada siempre que lo desees, abortaré, o tendré el hijo y lo regalaré o lo venderé, podrás tatuarme y ponerme los piercings que desees, tomaré todas las drogas que quieras. Soy tu novia inexperta y haré todo lo que tú desees o me ordenes ¡Me entrego totalmente a ti para complacer todos tus vicios! Decide tú qué quieres hacer conmigo.
Y con sus ojos húmedos Andrea decidió. Decidió follarme. De un manotazo levantó la colcha de su enorme cama y con ella, toda la ropa se fue al suelo. Pero no nos fuimos a la cama aún. Allí mismo, de pié, metió su mano en mi entrepierna, dentro de mis bragas, y empezó a masturbarme con fuerza. Pero en eso, yo no era inexperta y también hice lo mismo, solo que como Andrea estaba desnuda, solo tuve que alargar la mano un poco y empezar a masturbarla. Noté como sus dedos entraban en mi coño y jugué con los míos en el suyo.
Me encantaba deslizar mi mano sobre esos labios perfectamente rasurados. Me odié a mí misma por tener mi coño peludo. Pero dejé de pensar en ello cuando los labios bucales de mi novia se posaron en los míos, y luego chuparon cada uno de mis pezones. Andrea era una experta y me estaba volviendo loca. Notaba su mano con infinito placer, sus dedos dentro de mi vagina explorando mis paredes y jugando con mi clítoris a la vez que penetraban profundamente. Pronto estuvieron totalmente dentro de mí y yo me morí de placer, me entregué al placer y tuve un orgasmo, dos, tres… y mis piernas se negaban a sostenerme. Noté que Andrea estaba al borde de su segundo orgasmo y como pude me aguanté y le conseguí ese segundo orgasmo. Ella notó que mi cuerpo se desplomaba y me ayudó a tenderme en la cama. Y para mi sorpresa, me desnudo totalmente.
Se dirigió entonces a su gran cómoda, y de un cajón sacó un arnés con una enorme polla fija negra muy brillante (luego supe que era de glicerina). Mientras se lo colocaba con extraordinaria facilidad, mis ojos apreciaron su tamaño y me quedé sorprendida. Delante, para follarme a mí, no tendría menos de 22-23 cm y 4-5 de diámetro, y detrás, para clavárselo en su coño, había una especie de bola ovalada tan gruesa o más que la polla. Tenía una cabezota muy gruesa pero en punta, y a lo largo de toda ella se veían protuberancias como si de venas reales fuesen. Era una maravilla de polla falsa… pero su tamaño me acojonaba. Una vez ella se introdujo toda su parte y comprobó que su arnés estaba perfectamente colocado, se acercó a mí y me dijo:
– Toma puta, chupa esta polla que te va a destrozar tu virgen coño y te abrirá para siempre tu culo. Yo no puedo permitir que llegue virgen mi novia a Vera, así que todos estos días te follaré una y otra vez con esta polla y otra más gruesa para dilatarte a tope.
Y yo empecé a chupar esa cabezota. Su sabor era agradable, mi lengua se deslizaba de forma muy suave y pensé que con esa textura sentirla dentro de mí sería una pasada. Poco a poco me la fui introduciendo en la boca y abriendo brutalmente mis mandíbulas para que ese grosor pudiese penetrar. Mi respiración se iba haciendo agitada, pero también la de Andrea. Ella quería follarme y yo quería ser follada. Ya nada me importaba excepto rendirme al placer sexual y entregarme totalmente. Y empecé a darme cuenta que obteniendo yo placer, se lo estaba proporcionando a mi novia. Mientras esa polla penetraba en mi boca, las manos de Andrea jugaban con mis pechos, mis pezones y mi coño, se deslizaban cálidas por mi piel… ¡ y me volvían loca!
Me tragué con dificultades sobre la mitad de su tamaño. Aguantaba como podía mis arcadas, pero la mandíbula inferior me dolía mucho de abrirla tanto ¡nunca me había metido en la boca nada tan largo y grueso! Y cuando Andrea se dio cuenta que yo ya no me podría meter más polla, me la sacó y me dijo con voz enroquecida por el deseo:
– Hora es ya que dejes de ser virgen. Tu saliva, en esta polla, se mezclará ahora con tus jugos vaginales y la sangre de tu himen. Te voy a destrozar el coño, te aseguro que realmente vas ahora a dejar de ser virgen, nunca tendrás dudas de ninguna clase.
Y cogiendo una almohada, la puso bajo mi espalda levantando mis caderas y exhibiendo mi coño plenamente. Una vez yo colocada tal y como ella quería, cogió con su mano el glande de la polla, la metió en la entrada de mi coño levantado, acarició mi rostro, sonrió, y se dejó caer con todo su peso. Toda, absolutamente toda esa enorme polla negra, se introdujo en mi hasta entonces, virginal coño.
El dolor fue terrible. Mis labios sangraron porque me clavé los dientes mordiéndomelos para apagar el grito salvaje que salía de mi interior. Jamás había sentido tanto dolor, ni cuando Fernando, hacía ya tres años, me penetró por primera vez en mi estrecho culo. Andrea se quedó quieta, muy consciente de mi dolor y de los pensamientos que se intentaban abrir paso en mi cerebro. No pensé en la brutal dilatación de mis paredes vaginales, de mis músculos que parecían romperse, de mis labios mordidos, de la bestial y gruesa polla que se acaba de alojar tan violentamente en mi coño. Solo pensaba que nunca en mi vida había tenido tanto dolor, ni me había imaginado tenerlo. Y me mareé.
Poco a poco empecé a notar cómo las cálidas y suaves manos de mi amante, acariciaban mi cuerpo. Cómo sus cálidos, suaves y húmedos labios depositaban mil besos por mi rostro, mis pechos, mis pezones. Nuestras caderas estaban quietas. Yo no me movía en absoluto. Mi cuerpo pesaba mil toneladas y se hundía en el colchón. Mi cerebro era una nebulosa de sensaciones contrapuestas.
Lentamente fui volviendo a la realidad, y la realidad es que estaba ensartada por una polla que penetraba hasta el fondo de mi coño hasta entonces inexplorado. Y fui dándome cuenta que mi coño “y alrededores” me dolía intensamente. Mis paredes vaginales estaban terriblemente distendidas, como si miles de caballos tirasen de cada uno de mis múltiples músculos sin parar en ningún instante para arrancármelos. Mi cérvix estaba a punto de penetrar en mi estómago y de repente, oí su ahora dulce voz:
– Lidia, Lidia, ¿ves como ya nunca tendrás dudas de haber dejado de ser virgen en mis manos? En mis manos, en los brazos de tu novia. Sé que te duele, todas las mujeres sabemos que estas penetraciones duelen, esta polla es enormemente gruesa para ti, lo he hecho adrede, pero ahora compensaré ese dolor y te daré placer, mucho placer. Eso es la sumisión, la entrega a los deseos, al dolor, y a los placeres, a través de la obediencia.
Y con extraordinario cariño, mientras sus cálidas y suaves manos no dejaban de acariciarme y sus cálidos y húmedos labios de besarme, la polla de glicerina empezó a moverse dentro de mí. Pero no solo se movía la polla, también me movía yo enganchada a ella. La polla de Andrea ocupaba todo mi coño, estaba como pegada a las paredes vaginales, y aunque yo era alta, era delgada, pesaba poco y era fácilmente movible, por lo que entre la fuerza de mi novia y tener esa polla totalmente alojada y clavada dentro de mí, eran ellas (mi novia y su polla) quienes me dominaban y manejaban.
Yo intentaba ajustar mi cuerpo, especialmente las caderas, para poder no solo disfrutar un poco, sino salvarme del intenso dolor que sentía y que nublaba mi mente. No solo me había desvirgado, sino que me había penetrado con extraordinaria violencia y con una polla muy gruesa. Pero poco a poco, sus manos, sus labios y el cariño con el que me trataba y dirigía la follada, me fueron relajando.
Sus ojos brillaban, su boca, cuando dejaba de besarme, sonreía feliz ¡verdaderamente era y se sentía feliz! Y mis manos empezaron a acariciar las suyas mientras intentaban mis brazos ¡que pesaban toneladas!, acariciar los suyos y llegar a su espalda para abrazarla. Poco después llegó el momento en que pude abrazarla, devolver sus besos, y concentrarme un poco más en obtener placer y olvidar el dolor.
Y en esos momentos tan especiales para mí, recordé una frase que pocas semanas antes, leí en uno de mis libros preferidos:
«La vida te exige compromisos. El tiempo mitiga el dolor. El amor prevalece sobre el cuerpo. Y la obediencia ciega te somete a los placeres. A todos los placeres».
Y me prometí obedecer sus deseos… los que me pidiese ¡Sería su esclava para siempre!
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Libre95***[email protected]
Muy buen relato. Pasional y sincero. Y como bien dices, solo tenemos una madre… pero las amigas las podemos elegir. Sigue con el relato, promete aventuras.
Jajaja Muy bueno y real. Pero no todas las madres somos así… gracias a los dioses. Espero leer pronto la continuación.