Gordas Capitulo 1
Todo esto empieza en un rincón apartado del mundo. Un lugar humilde, de casas de madera con techos de zinc que crujían con cada brisa, de calles sin pavimentar donde los niños corrían descalzos y los vecinos se saludaban con una sonrisa honesta. Allí vivían tres nenas tan hermosas como singulares: L.
Todo esto empieza en un rincón apartado del mundo. Un lugar humilde, de casas de madera con techos de zinc que crujían con cada brisa, de calles sin pavimentar donde los niños corrían descalzos y los vecinos se saludaban con una sonrisa honesta. Allí vivían tres nenas tan hermosas como singulares: Luna, Camila y Sol. Eran inseparables. Iban juntas a la escuela por las mañanas, con sus mochilas viejas colgando del hombro y el cabello suelto bailando con el viento. Pero por las tardes, cuando los deberes estaban hechos y el sol empezaba a esconderse, la curiosidad les ganaba… y comenzaban sus pequeñas aventuras.
Un día, mientras exploraban los alrededores del barrio, encontraron una casona antigua y olvidada, cubierta de enredaderas, con ventanas rotas y una puerta apenas sostenida por las bisagras. “¿Y si entramos?” preguntó Sol, con esa chispa en los ojos que siempre significaba problemas… o diversión.
Dentro, el polvo cubría todo como una manta gris. Subieron al ático, guiadas por la emoción de descubrir algo prohibido. Allí, entre muebles viejos y cajas llenas de telas, encontraron un espejo, pesado, con un borde en cuero desgastado y letras doradas
Camila limpió el cristal con la manga de su saco, y un destello de la luz de las ventanas, reflejadas en el espejo iluminó el cuarto. Al instante, una sensación cálida recorrió sus cuerpos.
“¿Si seré bonita?” susurró Luna, mientras veía su figura voluptuosa en el espejo
Las chicas se miraron entre sí, y soltaron carcajadas, riéndose encantadas.
Las tres tenían un físico en común; quizás eso también era parte de lo que las unía. Eran gorditas, no mucho, pero lo suficiente como para que en la escuela algunos niños hicieran comentarios tontos… y ellas simplemente se rieran entre sí.
Luna tenía mejillas redonditas y rosadas, como si siempre acabara de reírse. Su cuerpo era suave y generoso, con caderas anchas y sus piernas fuertes así como su trasero que le daba un aire maternal a pesar de su corta edad.
Camila, la más alta, tenía una pancita simpática que se asomaba por debajo de su blusa cuando se estiraba, y un andar despreocupado que la hacía parecer flotar. Su cabello largo siempre estaba despeinado, pero ella decía que era “libre, como yo”.
Sol, la más inquieta, era bajita y algo rellenita, con brazos gruesos que usaba para abrazar fuerte y defender a sus amigas cuando hacía falta. Siempre tenía una sonrisa pícara, y sus ojos brillaban como si supiera algo que nadie más sabía.
“las tres nos vemos… lindas, ¿no?” dijo Camila, tocándose la cintura con curiosidad.
“Nos vemos como deberíamos vernos siempre”, respondió Sol, sin apartar la vista del cristal.
Sin saberlo, ese instante frente al espejo fue el inicio de algo grande. Algo que no solo cambiaría cómo se veían… sino cómo se sentían en su propia piel.
Luna se apretó los pechos sobre su ropa. “Ya quisieran esas niñitas tener unas tetas como estas”, y soltó una risa que fue seguida por sus amigas.
Sentadas frente al espejo, con la luz del atardecer tiñendo el cuarto de naranja suave, las tres sintieron que algo debería cambiar en ellas. Era como si el reflejo les hablara, como si ese espejo no solo les mostrara lo físico, sino también algo dentro de ellas que llevaba tiempo queriendo salir.
“¿Deberíamos cambiar nuestra forma de ser?” preguntó Camila, acariciando el marco del espejo. “Como… dejar de ser tan inocentes. Aprovechar lo que tenemos.”
Luna la miró, arqueando una ceja con una sonrisa traviesa. “¿Te refieres a…?”
Sol soltó una risita nerviosa, bajando la voz. “A que ya no somos unas niñas tontas. Nosotras también tenemos poder. ¿No se dan cuenta lo que tenemos?”
Por primera vez hablaron sin rodeos. Tocaron un tema que siempre flotaba entre murmullos y risitas: la virginidad. No como algo vergonzoso, sino como un símbolo. Una línea invisible entre lo que eran y lo que querían llegar a ser. Una decisión. Un despertar.
“No se trata solo de hacerlo”, dijo Luna, más seria. “Sino de entender que no somos menos por no haberlo hecho… pero tampoco por querer hacerlo.”
Camila asintió, mordiéndose el labio. “Yo quiero sentirme libre. Quiero entregarme, porque lo elijo yo. Porque me gusta, porque me siento segura. Porque soy yo la que manda.”
Sol sonrió, levantándose y viéndose de nuevo en el espejo. “Entonces, cambiamos. Ser gorditas no es ser menos. Al contrario. Tenemos lo que muchas quieren… y aún no se atreven a mostrar.”
Las tres se abrazaron sin decir más. No necesitaban palabras. Ese momento fue como un pacto silencioso: ya no esconderían sus deseos, su curiosidad, ni sus cuerpos.
Eran las 6:30 p. m. El cielo, antes encendido por el sol, comenzaba a pintarse de azul profundo, y las primeras luces del vecindario tímidamente salpicaban las ventanas. Las tres sabían que era momento de volver a casa. Lo sentían en el estómago, como cuando uno despierta de un sueño intenso y aún tiene el corazón acelerado.
A sus once años, Luna, Camila y Sol aún vivían bajo las reglas de casa, de horarios estrictos, de padres que llamaban desde la puerta si tardaban más de la cuenta. Pero algo en ellas se estaba moviendo. Ese día, más que nunca, sentían que ya no eran las mismas niñas que salieron en la tarde.
“Ya van a empezar a llamarme,” murmuró Sol, abrochándose la mochila con movimientos lentos, como si no quisiera irse todavía.
Camila miró por la ventana rota del ático. Las sombras de los árboles se estiraban por el suelo como si quisieran alcanzarlas. “¿Volvemos mañana?”
“Claro,” respondió Luna.
Salieron de la casona en silencio, bajando por las escaleras viejas que crujían con cada paso. Afuera, el aire era más fresco, con ese olor a tierra y leña que solo se siente al caer la tarde en los barrios humildes.
Cruzaron la calle de tierra una junto a la otra, sin soltarse. Iban en fila, como siempre, pero algo había cambiado. Caminaban más derechas, con la barbilla en alto. No era arrogancia, era algo más suave: seguridad. Sabían que el mundo allá afuera seguía igual, pero ellas no.
Al llegar a la esquina donde solían separarse para ir a sus respectivas casas, se miraron de nuevo.
“Hoy fue raro,” dijo Camila, “pero me gustó.”
“Fue especial,” corrigió Sol, “como el principio de algo grande.”
Luna no dijo nada. Solo sonrió y se alejó calle abajo, con pasos tranquilos, como si supiera que sus noches ya no volverían a ser como antes. Como si llevara un secreto guardado en el pecho… un secreto que apenas empezaba.
Camila fue la primera en llegar a casa. Vivía en el segundo piso de una construcción antigua, con paredes desgastadas y escaleras que crujían. No vivía con sus padres. Su madre había partido a España hacía tres años en busca de trabajo, y su padre… bueno, él simplemente se había ido mucho antes de que ella tuviera edad para entender por qué. Desde entonces, su medio hermano, Julián, se había hecho cargo de ella. Tenía 26 años, trabajaba todo el día en un taller mecánico y volvía a casa con las manos negras de grasa y el cansancio dibujado en la espalda. Cuando Camila entró, sorpresivamente él ya estaba allí, Camila lo notó porque se escuchaban ruidos desde su habitación, estaba con su novia, Camila frunció el ceño y siguió hacia su habitación, su pequeña fortaleza. “Llegó temprano”, dijo a sí misma mientras dejaba sus cosas tiradas en un Rincon y comenzaba a quitarse la ropa. Nuevamente se miró al espejo, esta vez en su habitación, sonrió y hablándose en voz alta: “soy hermosa.”
Luna caminó tres calles más abajo, hasta una pequeña casa con fachada de ladrillo rojo y una mata de jazmín en la entrada. Su madre la recibió desde el umbral con una mirada que no necesitaba palabras. En su familia, las emociones se entendían sin explicarse demasiado. Luna vivía con su madre y su abuela materna, dos mujeres fuertes que habían levantado la casa solas desde que su padre murió en un accidente de moto cuando ella tenía dos años. Trabajaba medio tiempo en una cafetería del centro para ayudar con los gastos, y estudiaba pedagogía en una universidad pública. Al entrar, se quitó los zapatos y fue directo a ver a su abuela, que tejía en la sala mientras sonaba la radio. Le dio un beso en la frente, y la abuela le dijo: “Tienes los ojos brillantes, ¿qué estuviste haciendo?”. Luna se rio y murmuró: “Mirando el futuro, tal vez.”
Sol, por su parte, subió la loma que llevaba a la última casa del barrio, casi en el límite con la zona boscosa. Allí vivía con su padre y sus dos hermanos menores. Su madre había fallecido hacía un año. Aunque solo tenía once años, la vida la había hecho crecer rápido. Al llegar, los niños la recibieron corriendo, uno con crayones en la mano y el otro con la camiseta al revés. Sol les sonrió y les ayudó a ponerse ordenados. En la cocina, su padre hervía agua para la pasta de la cena. “¿Cómo estuvo tu día?” le preguntó, sin dejar de remover la olla. “Largo… distinto. Bueno,” dijo ella. Y mientras servía los platos, no podía dejar de pensar en el espejo, en las palabras no dichas, y en cómo algo dentro de ella empezaba a moverse.
Ninguna de las tres dijo nada en casa. Durmieron felices, sabiendo que el siguiente día sería el primero del resto de sus vidas.
Se encontraron justo donde se habían despedido el día anterior, sonrieron al verse mutuamente, pues as tres habían acortado sus faldas y mostraban unas gruesas pero atractivas piernas. Caminaron juntas al colegio, discutiendo sobre a quien deberían entregarse para convertirse finalmente en mujeres.
La conversación no se limitó al trayecto, en el colegio, en las clases y en los descansos ninguna dejaba de pensar en eso y por ende se iban calentando, excitándose moral y sexualmente de tanto añorar que finalmente alguien las desvirgara.
Todas se sentaban atrás en la clase, lo que les permitía seguir conversando sin que el profesor o profesora de turno hiciera mucha objeción.
Fue sol, en la última clase la que primero decidió tomar algo de riesgo. Saco por debajo de su falda su ropa interior, un calzón grande de color rosa pálido, rápidamente lo metió en su maleta. Luna y Camila la miraban sonriendo y tratando de no hacer demasiado ruido. Sol rápidamente comenzó a tocarse, metiendo lentamente sus dedos en su vagina y acariciándose suavemente para darse placer. Luna no entendía lo que hacía y Camila fue quien le explico que eso se llamaba masturbación, a Camila su hermano se lo había explicado y Sol les dijo que ella lo había visto en internet, porqué su padre era descuidado y a veces dejaba abiertas paginas porno en su celular. Nadie más notaba lo que estaba haciendo Sol, ella metía sus dedos por debajo de su falda y la mesa de su pupitre la tapaba.
La clase terminó y todos empezaron a recoger sus cosas, Sol les mostró como habían quedado de mojados sus dedos, los metió a su boca y los chupo, todo eran risas para ellas, tomaron sus cosas y salieron del colegio.
Era viernes. El aire del atardecer traía consigo un dejo de libertad y ligereza. Ya no había clases, y el fin de semana prometía más tiempo para estar juntas, sin relojes ni tareas de por medio.
Después de una pequeña parada en la panadería del barrio —un lugar favorito para las tres— decidieron que querían continuar con su plan de madures sexual. No querían dejar que esa energía se desvaneciera entre la rutina. Pero entonces surgió la pregunta inevitable:
¿Dónde nos reunimos?
Camila fue la primera en descartar su casa. “Mi hermano estará con la novia. Otra vez. No quiero ser el adorno del fondo mientras se dan cariño en el sofá”, dijo con una mueca divertida.
Luna dudó, pero luego negó con la cabeza. “Mi mamá es buena gente, pero tiene el oído muy fino… y nuestras conversaciones no son para que las escuche desde la cocina”, dijo con una sonrisa culpable.
Sol no dijo nada por un momento, pero luego se encogió de hombros. “Pues… si no les molesta que mis hermanos anden por ahí con crayones en la cara, mi casa está bien.”
Las tres rieron. Era un trato justo.
Fueron primero a pedir permiso, como era costumbre.
Unos minutos después estaban entrando a casa de Sol. Como el día anterior, sus dos hermanos pequeños corrieron a recibirla, uno con una espada de plástico y el otro con un dinosaurio en mano.
—¡Soleee! —gritaron al unísono, abrazándola por las piernas.
Su padre, en cambio, estaba en el jardín trasero, sentado en una silla de mimbre, leyendo el periódico con las gafas en la punta de la nariz. Alzó la vista, las saludó con un gesto amable y volvió a su lectura. Era un hombre silencioso, pero siempre presente.
Subieron al segundo piso, a la habitación de Sol, que tenía paredes color lavanda y una repisa llena de libros de cuentos, fotos familiares y pequeños frascos con conchitas del mar. El cuarto tenía una vibra cálida y segura. Luna se lanzó sobre la cama, Camila abrió la ventana para dejar pasar el aire fresco, y Sol se sentó en el suelo, abrazando una almohada, al no tener ropa interior su vagina quedaba expuesta ante los ojos de sus amigas
—¿Y entonces? —preguntó Luna, con una sonrisa traviesa mirando directamente su abertura intima—. ¿Vamos a …?
—No se que podamos hacer —corrigió Camila—. Podemos… como si algo se activara.
Sol, que hasta ese momento había estado en silencio, murmuró: —¿No sienten que… algo dentro de ustedes está despertando?
Un suave golpecito en la puerta interrumpió su conversación. Era el padre de Sol, cargando una bandeja de madera con tres vasos y una jarra con agua de limón.
—Pensé que tendrían sed —dijo con voz tranquila, entrando con paso lento pero firme. Dejó la bandeja sobre el pequeño escritorio junto a la ventana, y antes de salir, se detuvo un momento. Observó a su hija, sentada en el suelo, Sol de pronto cayo en cuenta, estaba con las piernas abiertas, sin ropa interior y por ende con su vagina expuesta y ahora era su padre quien la miraba atentamente, Camila y Luna también se dieron cuenta, hubo un largo silencio.
Asintió levemente, como quien confirma que todo está bien, y con una sonrisa apenas visible, salió cerrando la puerta con suavidad tras de sí.
—Se te quedó viendo —dijo Camila, estirándose para alcanzar el dobladillo de la falda de Sol y tirando hacia arriba, dejando más a la vista su intimidad.—. Se excito viendo tu vagina—continuo. Luna sonrió pero asintió. Sol lo negaba pero sin mucho esfuerzo
Sol sonrió y se encogió de hombros.
—Los padres no se excitan con sus hijas —dijo Sol
—¿Cómo que no? Pasa más a menudo de lo que te imaginas. Además estábamos locas por buscar un pene, pues tu padre tiene uno —dijo Camila
—No lo sé chicas…no está bien —dijo Sol
—A mi me parece perfecto, así no corremos el riesgo con algún desconocido —dijo Luna —Papá es muy callado. No sabría como decirle algo como esto—dijo Sol
—Ya disté el primer paso y fue un gran paso, al dejarte ver tu vagina —comentó Luna con una risa baja, mientras le daba un sorbo a su bebida.
—Ya se, desnudémonos y esperemos a que vuelva, seguro volverá, se la pasa pendiente de ti. —dijo Luna
Y así lo hicieron, todas se desnudaron, quedándose únicamente con las medias escolares, como nada ocurría, Sol y Camila comenzaron a explicar entonces a Luna lo que era masturbarse, como debía hacerlo para no lastimarse y darse cuenta lo bien que se podía sentir. De pronto y sin mucho más preámbulo las tres chicas estaban en el suelo masturbándose frenéticamente. Luna lo hacía delicadamente, pero sentía un gran placer en su primera masturbación. Sol metía un par de dedos y los lamía, le gustaba mucho el sabor de su propia vagina. Y Camila, era la más decidida, su vagina se abrió casi al instante que comenzó a tocarse, se masturbaba desde hacía tiempo y sabia exactamente como tocarse para disfrutarlo.
Las tres niñas, olvidando sus planes iniciales se sobresaltan cuando la puerta nuevamente se abre, rápidamente y de forma automática las tres buscan como cubrirse “¡Papa!” Grita Sol
—No puedes entrar sin tocar —dijo Sol con el rostro totalmente enrojecido. Las tres cubren sus pechos con los restos de su propia ropa. El padre de sol se queda sorprendido en el borde de la puerta y la cierra detrás de él
—No pueden hacer esto niñas, Sol, tus hermanos están abajo, en cualquier momento podían entrar. Si van a hacer esto por favor echen seguro.
—¿No estás molesto Papá? —dijo Sol
—Claro que no hija—contestó dando un ademán de salir del cuarto, pero entonces, Sol decidida, se puso de pie rápidamente, dejó que su poa cayera al suelo y se fue a abrazar a su padre. Sus pechos se aplastaron contra la panza de él y notó como en su barriga la verga de su padre comenzaba a crecer. Él intentaba apartarla, pero ella, disimulando, no dejaba de darle las gracias por no regañarla.
—Estábamos masturbándonos y olvidamos dejar el seguro en la puerta papa, perdón—dijo Sol
—Está bien hija—Contestó intentando apartar a su hija y disimular su erección. Pero era demasiado tarde.
—Su verga se le ha puesto dura —Señalo Camila. El padre de sol intento cubrirse y comenzó a pedirle perdón a las niñas: Intentó salir rápidamente de la habitación pero Sol lo detuvo.
—Déjanos verla papi—dijo Sol. Él se negó rotundamente pero entonces Sol sacó su ventaja secreta
—Crees que soy muy fea papá, es eso seguro, nunca voy a poder tener un novio porque quien podría fijarse en una niña gorda como yo —dijo Sol
—No es eso hija, es solo que…no es correcto…si alguien se entera —El padre de Sol vacilaba, estaba nervioso pero su erección lo delataba, también estaba excitado.
—Está bien—dijo de pronto él. Sol dio un brinco de felicidad, lo atrapo de su cuello con sus manos y lo abrazó, luego en un solo movimiento coloco sus labios en la boca de su padre y lo besó, fue un beso largo e inexperto, liderado por Sol que buscaba la lengua de su padre.
—Entonces no le parecemos feas —dijo Camila, poniéndose de pie, era la de senos más pequeños, pero aun así eran más pronunciados que la mayoría de niñas de esa edad, se dio la vuelta y mostrando su gordo trasero al padre de Sol esperó una reacción.
—Niñas —dijo él, suspirando, se arrodillo rendido y comenzó a besar las nalgas de Camila, le abría las nalgas en busca de sus huequitos, la niña cayó sobre la cama boca abajo y él la siguió husmeando con la boca, lamía el ano de Camila y ella gemía caliente y excitada.
El padre de Sol había perdido toda conciencia. Se puso de pie y rápidamente comenzó a desnudarse, había perdido la noción de que allí se encontraban tres niñas de 11 años, que una de ellas era su hija, únicamente veía esa cola que parecía la de una mujer adulta esperando ser profanada. Sol y Luna quedarón atónitas ante la imagen de la verga, la primera que veían, Camila no podía verla, además porque al quedar totalmente desnudo él volvió a arrodillarse, esta ves empujando más a Camila para dejar a la vista la vagina de la niña, metió su cara en medio y lamio todo lo que pudo, a sabiendas de la virginidad de la niña. Pero esto fue más de lo esperado para Camila, un incontrolable orgasmo la invadió, la mejor sensación que había sentido en su vida no se vio opacada por nada, grito con estasis mientras un flujo de jugos salía de su vagina, pero fue tanta la maravillosa sensación que no pudo controlar su vejiga y termino expulsando una gran cantidad de orina que cayó sobre el rostro del padre de Sol, que tragó todo lo que estuvo a su alcance.
Sol se tumbó en la cama en la misma posición que se había hecho Camila hace un momento, ahora ya estaba sentada y respirando agitadamente, ligeramente sorprendida de lo que acababa de pasar, nunca cuando se masturbaba había ocurrido algo como eso.
—Házmelo a mí papi por favor —dijo Sol casi que rogándole a su padre. Él vio las nalgas de su hija y no lo dudó, se inclinó y comenzó a devorar tanto su vagina como su ano. Sol ayudaba a su padre, abriendo sus nalgas con las manos esperando sentir todo lo que había sentido Camila. Pero ya cuando Sol estaba gimiendo su padre se enderezó, Sol sintió su pene en medio de sus nalgas. Primero él solo le pasaba el pene por todas las nalgas, acariciándolas, como si estuviera meditando sobre lo que estaba a punto de hacer.
Luna que hasta ese momento se había mantenido al margen, se levantó, hasta ese momento se había mantenido cubierta, pero se arrodilló justo a los pies del padre de Sol. Tomo el pene y lo metió a su boca, menos de la mitad le entraba en su boquita, pero aún así el padre de solo no pudo evitar emitir un bufido de placer. Luna se lo chupaba todo, ella sabía del sexo oral, en alguna ocasión en el colegio los niños habían hablado de eso, pero ella nunca había visto como se hacía, así que lo que estaba haciendo lo hacía como según ella creía que se hacía, se metía el pene todo lo que podía y luego lo sacaba y le daba lamidas por todo el tronco desde el inicio de sus testículos hasta la punta.
Pero el padre de sol estaba a punto de eyacular y no quería hacerlo sin probar a su hija, así que con mucho afán le sacó el pene de la boca a Luna, que un poco confundida se quedó ahí mirando. Sol volvió al mirar al frente al saber que su padre nuevamente se concentraría en ella y Camila se acomodo cerca para mirar lo que iba a ocurrir.
Su padre le bario con fuerza sus piernas, las piernas de sol habían quedado casi que en el aíre, apoyadas solo en algunos dedos de los pies sobre el suelo. Las nalgas de Sol se movían con ondas, como cuando una pequeña piedra cae en un charco de agua. Su padre apoyó su mano izquierda en la nalga izquierda de Sol, la dejó ahí con fuerza y con su mano derecha mantenía firme su verga, la apuntó a su ano y presionó con fuerza.
Sol lanzó un grito fuertísimo, comenzó a decir lo mucho que le dolía y a llorar, su padre se quedó quieto con un cuarto de su verga clavado dentro del ano de su hija, se la había metido de un solo movimiento. Pero él estaba desesperado, se la metió un poco más sin importarle los quejidos de Sol y luego se la sacó, y así inicio una frenética penetración en la que solo se escuchaban los lloriqueos de la pequeña pero gorda niña.
Su padre se quejaba de placer, se había dejado llevar y mientras penetraba analmente a sol la nalgueaba con su mano derecha, enrojeciendo poco a poco los cachetes del culo de Sol, que poco o nada sentía de aquello, su dolor estaba concentrado en la invasión que tenía en su ano.
Era más lo que le metía que lo que le sacaba y tras varios minutos sus bolas chocaron con las nalgas de su hija de 11 años, increíblemente o quizás no, tenía toda su verga en el interior del canal anal de Sol
Él estaba poseído, quizás por su mente ya no pasaba su hija, no sabía con quien estaba, él solo estaba teniendo sexo. Se dejó caer hacia adelante, sin sacarle el pene, de hecho clavándoselo nuevamente hasta el fondo, hizo a un lado el cabello de su hija y la beso en el cachete, sintiendo el sabor de sus lágrimas.
Así, en esa posición, comenzó a moverse extremadamente rápido, sentía el aliento de su hija que abría la boca para quejarse, la saliva le salía de su boca y manchaba el cubrelecho de su cama.
Cuando bajó su velocidad se lo sacó, Sol no había sangrado, su ano se había adaptado perfectamente a la verga de su padre, el semen salía a gotas y resbalaba por sus muslos.
Luna había tenido el primer plano, seguía arrodillada y veía como la verga goteaba semen a escasos centímetros. Él lo notó. Acomodó su venosa verga en la boca de Luna, ella abrió obediente y metió nuevamente lo que pudo de su verga, ahora resbalaba mucho más fácil, el sabor era diferente pero aún así su boca era demasiado pequeña para una verga de ese tamaño.
—Abre tus piernas —le ordenó a Camila. Ella también obedeció, Camila era la única que tenía vello púbico, pero aún así, él solo se fijaba en el ano de la niña, parecía tener una fijación por el sexo anal. Nuevamente le sacó el pene de la boca a Luna, se acomodó, levantó las piernas de Camila sobre la cama, ahora ella estaba boca arriba, apunto a su ano y comenzó a hacer presión, fue mucho más complicado que con Sol, Camila comenzó a quejarse desde el principio, pero eso no lo detuvo. Costo, pero comenzó a entrar, además él no tenía la paciencia, así que hizo fuerza con rudeza hasta ver desaparecer su pene por completo, eso era lo que le daba placer. Camila también lloraba. Sol, aun sollozando la veía al costado. Camila ahora recibía las embestidas, las lagrimas se resbalaban por su rostro.
Pasaron varios minutos hasta que la segunda oleada de semen salía de esa verga, esta vez, al retirarse las gotas de semen no salieron, quizás el ano de Camila era más apretado o quizás esta vez fue mucho menos semen que la primera vez.
A sol y Camila les dolía mucho el ano. El padre de sol ya había acabado dos veces. Se sentó al otro costado de Sol, exhausto. Luna no sabía como sentirse, era la única que no había tenido sexo, pero había visto lo que le había dolido a sus amigas. Se puso de pie y se paró frente a él. Quizás el estaba a gusto con su boca. Así que se arrodillo y sola esta vez se metió nuevamente el pene dentro. Él obviamente se lo permitió. Luna sentía un sabor distinto a las dos veces anteriores, estaban combinados los sabores de sus amigas y los de él. Ella paso la lengua una y otra vez por todo el tronco hasta dejarlo completamente brillante. Pero la verga ya no daba más y a pesar de tener a una nena de 11 años chupando fue haciéndose flácida.
El papa de Sol se deja caer hacia atrás al tiempo que Camila se endereza tocándose su ano con las manos, notando lo abierto que se encuentra y el ardor que siente al pasarse los dedos. Se dirige al espejo de la habitación y allí ve su ano expuesto. No sabe como sentirse en ese momento.
El padre de Sol sale de la habitación sin decir nada, sin molestarse en recoger su ropa del suelo.
Las tres niñas tuvieron tiempo para conversar sobre lo ocurrido, Luna inquieta cuestionaba a sus amigas si en verdad había dolido tanto. Sol y Camila le decían que sí, que había dolido bastante, pero que quizás había valido la pena, ya eran mujeres, ¿no? Dudaban pero aún así no se arrepentían de lo ocurrido. Quizás la más preocupada era Sol, no sabía como sería ahora la relación con su padre.
No se vistieron, aún estaba temprano y no había afán, conversaban sobre la experiencia y el aprendizaje que podría haberles dejado, eso sí, insistían en su amistad y en recalcar que nunca dejarían de ser amigas.
También cuestionaron a Luna sobre el sabor del pene y ella les explico lo que había sentido.
Del ano de Sol seguía saliendo semen, ella lo tocaba con los dedos y lo probaba, diciendo que no sabía tan mal, también se lo saba a probar a Camila a la que no le salía nada de su ano.
Luna ya notaba tranquilas a Sol y Camila, por lo que intuyo que el dolor solo había sido del momento. Les dijo a sus amigas que iba al baño y salió de la habitación, completamente desnuda. Pero fue en búsqueda de el padre de Sol. No le importo que los niños estuvieran jugando en la sala, pasó frente a ellos y lo encontró en la cocina, estaba quieto, mirando los fogones apagados, se había puesto unos bóxer limpios.
Lo cuestiono por no haberla penetrado a ella, él se sorprendió, pero se excito casi inmediatamente, a pesar de eso su verga ya no le respondía. Tuvo que explicarle que no era tan joven para poder responder por tanto sexo, pero le prometió que se lo haría. Dicho esto busco un molinillo de madera que usaba para revolver el chocolate, lo embadurnó en manteca animal que usaba para cocinar y le dio la vuelta a Luna. Ella se dejó hacer aunque con un dejo de miedo. El papa de Sol era un pervertido, y con un movimiento pausado y lento pero sin detenerse le fue metiendo el molinillo en el ano a Luna, ella soltó un grito fuerte, los hermanitos de sol aparecieron en la entrada y unos segundos más tarde, desnudas también aparecieron Sol y Camila. Sol se llevó a sus hermanitos y Camila se quedo observando como el ano de Luna era profanado a gran velocidad.
Luna soportaba el dolor, quería verse valiente con sus amigas que habían resistido antes. El molinillo entraba tan adentro como le era posible meterlo, entro más que la longitud de su pene, aunque era mucho más delgado.
Después de un rato el molinillo sale de su ano, con un leve rastro de sangre, había sido la única que había sangrado. El papá de Sol le dio una nalgada y le pidió que lo dejara solo. Camila ayudo a Luna a caminar nuevamente al cuarto de Sol.
Al entrar en la habitación se quedaron sorprendidas. Sol tenía le verguita de uno de sus hermanos en la boca, ella se apartó rápidamente…Continuara.
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