Gracias a los amigos de mi hermano pude chantajear a mi madre
Mi madre folla con los amigos de mi madre y esto lo utilizo para chantajearla .
Mi nombre es Ramón. La historia que les voy a contar me sucedió cuando era joven, tenía 19 años. Vivía con mi padre, José Antonio, y mi madre, Zaira. Ella era una mujer de 40 años, pero se conservaba muy bien. Mi madre era una mujer hermosa y sensual, con curvas en su cuerpo. Su cabello largo y oscuro enmarcaba su rostro perfectamente, resaltando sus fascinantes ojos café. Sus labios carnosos parecían esbozar una sonrisa pícara. Su cuerpo era esbelto y tonificado, con senos redondeados, grandes y firmes que parecían desafiar la gravedad con su perfección. Era el tipo de mujer que llamaba la atención a donde quiera que iba haciendo que no quisieras apartar la mirada de ella al caminar al quedar hipnotizado por su hermoso y rico trasero.
Todo comenzó un día que llegué a casa después de otro día agotador en el colegio. Al entrar, encontré a mi hermano mayor, de 20 años, jugando videojuegos con sus amigos en la sala. Pregunté por mi madre, pero nadie me hizo caso. Subí a mi habitación a dejar mis cosas y a cambiarme. Cuando fui al baño, vi que estaba ocupado, pero eran muchas mis ganas de ir que insistí en tocar la puerta para avisar que tenía una urgencia.
Para mi sorpresa, salió mi madre, acomodándose el vestido y despeinada. Su cabello estaba alborotado y su vestido ligeramente arrugado, como si hubiera estado en una situación comprometedora. Detrás de ella, vi a un chico amigo de mi hermano, al cual me pareció ver cómo se abrochaba su cinturón. Mi madre, nerviosa, me saludó y comenzó a inventar una excusa para explicar por qué estaba en el baño con ese chico.
—Hola, hijo, ¿cómo estuvo el colegio? —dijo, intentando sonar casual.
—Estuvo bien, pero ¿qué estabas haciendo en el baño con él? —pregunté, señalando al amigo de mi hermano.
—Oh, él… él me estaba ayudando a arreglar el grifo. Estaba goteando y no podía cerrarlo bien —respondió mi madre, visiblemente nerviosa.
El chico se veía incómodo y no dijo nada. No estaba seguro de qué pensar, pero algo en mi interior me decía que mi madre no estaba siendo del todo sincera. Decidí no presionar más en ese momento, pero no podía sacarme de la cabeza lo extraño de la situación.
—Está bien, mamá. Voy a usar el baño rápido y luego iré a la cocina a buscar algo de comer —dije, tratando de sonar natural.
—Claro, hijo. Iré a prepararte algo. ¿Tú y tus amigos quieren algo de comer también? —preguntó mi madre, dirigiéndose al amigo de mi hermano.
Por mis ganas de ir, entré de inmediato al baño. Algo no cuadraba, más que nada por lo nerviosa que se veía mi madre.
Cuando salí del baño, me dirigí a la cocina. El chico que estaba con mi madre ya estaba con los demás, y ella estaba preparando algo de comer. No le pregunté más del tema, solo vi cómo ese chico y otros de sus amigos no dejaban de murmurar mientras me veían a mí o a mi madre. Continuaron ellos en lo suyo hasta que se hizo tarde y comenzaron a retirarse. Mi hermano estaba con el chico del baño, hablando de un partido que jugarían al día siguiente. En eso, el chico se dirigió a mi madre preguntando si iría al partido a verlos jugar. Ella dijo: «Claro, no me lo perdería». «Perfecto, nos vemos mañana», dijo el chico. Mi madre, despidiéndose de él, dijo: «Hasta mañana, Hugo». Al día siguiente, acompañé a mi madre a ver el partido de mi hermano. mi mamá iba vestida de manera muy provocativa, con una blusa escotada que dejaba ver sus senos y un pantalón de mezclilla ajustado que resaltaba sus curvas. Llegamos y ya había varias personas en el deportivo.
Mi madre pasó a saludar a los amigos de mi hermano y luego juntos nos fuimos a las butacas. Comenzó el partido y mi madre andaba desatada, gritando y apoyando a mi hermano y a sus amigos. Yo me comencé a aburrir. Pasaron como 20 minutos desde que comenzó, así que le dije que iría a comprar algo de comer fuera del deportivo. Le pregunté si quería algo y me dijo que no. Solo me advirtió que ni se me ocurriera comprar alguna bebida alcohólica, a lo cual le dije que ni lo había pensado. Salí y varios de los puestos de comida estaban llenos, ya que en ese deportivo se hacen muchos torneos y van muchas familias, así que me demoré en regresar.
Cuando regresé, vi que mi mamá hablaba con el tal Hugo. Se veía sudado y traía una toalla en el cuello. Al lado de ellos había otra mujer que parecía llevarse bien con mi mamá. Al acercarme, mi madre me la presentó. Era la madre de Hugo. Continuaron ellos platicando.
En eso, mi mamá dijo que necesitaba ir al baño. «Ahora que lo mencionas, igual iré para lavarme la cara», dijo Hugo. «Mira, bueno, pues acompañemos», dijo mi mamá. La madre de Hugo solo dijo: «Vale, yo iré a ver cómo termina el partido». Cada quien fue por su lado. Yo pensaba igual regresar a las butacas, pero tenía un mal presentimiento, así que los terminé siguiendo.
Llegaron a los baños. Mi mamá entró al de mujeres y Hugo, tal como dijo, se echó agua en la cara y se secó con la toalla, pero se quedó esperando a mi mamá. Ella salió, y después de lavarse las manos, se quedaron hablando. Yo me encontraba a una distancia solo observando. No escuché nada de lo que decían, pero en eso, mi madre señaló hacia un camino de arenilla de esos que utilizan para correr. Hugo solo asintió con la cabeza y los dos se fueron caminando. Los seguí detrás. Cabe mencionar que el deportivo tiene un área de muchos árboles y, a su alrededor, muchas personas pasan corriendo por ese camino, así que podía pasar desapercibido con tantas personas que corrían por ahí.
Caminaron un tramo y, en eso, mi madre se desvió metiéndose a los árboles. Desde la distancia, los vi hasta que entraron. Cuando los perdí de vista, decidí entrar igual, siendo cuidadoso de que no me vieran. Quería ver qué tramaban, así que continué. La verdad, pensé que ya los había perdido, pero llegando a una zona donde había unos columpios viejos, una zona descuidada que al parecer ya no se usaba, ya que había mucha basura y botellas, vi a mi madre hablando con Hugo. Este la tomó de la cintura y ella lo abrazó del cuello. Mi mamá se comenzó a besar con él. Me quedé sorprendido. Sentí una sensación de celos y enojo. Cuando pensaba en salir, vi que mi madre se puso de cuclillas frente a él y este se bajó el short.
Mi mamá agarró el pene de Hugo con una mano y comenzó a acariciarlo suavemente, luego lo llevó a su boca, mientras su cabeza se movía rítmicamente. Hugo sostenía la cabeza de mi madre mientras ella trabajaba con destreza. Vi como mi madre se esforzaba por complacer a Hugo, chupando su miembro, esa sensación de enojo que sentía pasó a convertirse en excitación de ver a mi mamá haciendo eso.
Pero cuando pensé que no podría estar mejor, mi mamá se levantó y, con algo de esfuerzo, se bajó su pantalón de mezclilla ajustado hasta las rodillas, junto con lo que parecía ser una tanga rosa. Desde donde estaba, podía ver a la perfección cómo su entrepierna tenía un matorral de vellos. Una vez que mi mamá tuvo el pantalón abajo, se sostuvo de uno de los columpios viejos, inclinándose y parando las nalgas, quedando empinada frente a Hugo. Este se colocó detrás de ella y, acomodándose, puso su pene entre las nalgas de mi mamá, y de un empujón, pegó su pelvis a sus nalgas.
Hugo la tomó por la cintura y comenzó a moverse. Desde mi escondite, podía ver cómo Hugo empujaba rítmicamente, enterrando su miembro profundamente en el interior de mi madre. ella gemía de placer, aferrándose al columpio mientras su cuerpo se sacudía con cada embestida. La forma en que sus caderas se movían, chocando contra las de Hugo, era casi hipnótica. Sus gemidos se intensificaron a medida que él aumentaba la velocidad y la fuerza de sus empujes. Podía ver cómo los músculos de las piernas de mi madre se tensaban, y cómo sus nalgas se apretaban cada vez que Hugo la penetraba. La escena era increíblemente erótica, y a pesar de mi confusión y celos, no podía negar que una parte de mí estaba excitada por lo que veía.
Mientras Hugo continuaba embistiendo a mi madre, ella, sin dejar de gemir, llevó una mano a su escote y comenzó a bajarse la blusa, revelando sus senos redondeados y firmes. Sus pezones estaban erectos, casi suplicando ser tocados. Con la mano libre, mi madre comenzó a acariciar y pellizcar sus pezones, añadiendo más sensaciones a su ya abrumador placer. Sus senos se balanceaban al ritmo de las embestidas de Hugo, y podía ver cómo su piel se erizaba con cada caricia. La imagen de mi madre, con sus senos al aire, sus pezones siendo pellizcados y su cuerpo siendo penetrado, era morbosamente excitante. A pesar de la gravedad de la situación, no podía dejar de mirar, fascinado por la escena erótica que se desarrollaba frente a mí.
De repente, sonó un ruido: era el celular de mi mamá. Hugo continuaba fornicando con ella, pero mi madre lo detuvo solo para tomar su celular, el cual acostumbraba meterlo en la bolsa trasera del pantalón. Con esfuerzo, ya que tenía el pantalón hasta las rodillas, tomó el celular y contestó. alcance a escuchar a mi mamá decir: «Ya terminaron, qué rápido. Ya voy para allá, hijo. Vine al baño, pero me distraje viendo jugar a unos niños en los columpios. Que?, tu hermano no está, seguro se aburrió y regresó al carro. No tardo, ya voy». Luego colgó y arrojó el celular al suelo.
Se empinó de nuevo y le dijo a Hugo: «Rápido, ya, ya terminó el partido. Métemela otra vez y termina dentro, ya, para irnos». Hugo la volvió a penetrar y, de forma muy rápida, comenzó a embestirla hasta que se corrió dentro de ella. Luego, con movimientos apresurados, mi madre se acomodó la ropa, subiéndose la tanga y el pantalón, ajustándose la blusa para cubrir sus senos, que aún estaban húmedos de sudor. Hugo se subió el short y se limpió el sudor de la frente con la misma toalla que ya traía.
Sin más palabras, comenzaron a caminar de regreso, pero por otro lado, lejos de donde estaba yo. A pesar de la prisa, la forma en que mi madre caminaba, con sus caderas balanceándose y su respiración aún entrecortada, era increíblemente sensual. La imagen de ellos alejándose, con las pruebas de su encuentro aún visibles en sus ropas desaliñadas, era morbosa y perturbadora.
Yo también regresé por otro camino. Me fui directo al carro para no despertar sospechas, pero cuando llegué, ya estaba mi hermano guardando sus cosas en el carro y mi madre estaba hablando con la madre de Hugo, mientras este se cambiaba los zapatos de fútbol por otros tenis. Ambos se comportaban tan normal. Al verme, mi mamá me preguntó dónde andaba, a lo cual le dije: «Por ahí, me fui a dar la vuelta». Y me subí al carro. Luego, todos se despidieron y regresamos a casa.
Por la tarde, mi padre ya había llegado de trabajar. Estaba en la mesa comiendo y platicando con mi mamá. Mi padre le preguntó qué tal estuvo el partido, y mi mamá le dijo: «Bien, estuvo bueno, pero no alcancé a ver el final por ir al baño. O, ya ves». En eso, dirigió la mirada hacia mi hermano y le preguntó cómo habían quedado. Mi hermano dijo: «Ganamos por uno, pero sí se puso bueno». Mi mamá platicaba como si nada, sin vergüenza o algún sentimiento de arrepentimiento. Se notaba tan normal y tranquila que me daba miedo pensar desde cuándo llevaba haciendo eso. La forma en que podía cambiar de un momento de pasión desenfrenada con otro hombre a una conversación casual con su familia era desconcertante.
Me parece una excelente idea comenzar con la planificación del viaje y la descripción de los eventos por parte del hijo menor. Aquí hay un posible inicio para la historia: Pasaron unos días, y mi hermano organizó una salida para acampar, donde mi padre los acompañaría. Al escuchar esto, mi mamá insistió en ir con ellos. Mi padre me volteó a ver, diciendo: «No, ¿cómo lo vamos a dejar solo?». Y antes de que yo pudiera decir algo, mi mamá dijo: «Él se viene con nosotros también, ¿verdad, hijo?», me preguntó, volviéndose a verme. A lo cual, solo dije: «Sí, está bien, voy». Llegó el día, y una vez en el lugar, comenzamos a armar las tiendas para acampar. Mientras mi hermano, Hugo y otros de sus amigos fueron a buscar ramas o leños para encender más tarde la fogata, mi madre se paseaba por el campamento, supervisando todo. Su atuendo era llamativo y provocativo, incluso para una salida de campamento. Llevaba una blusa sin mangas ajustada que resaltaba sus curvas y un short corto que dejaba al descubierto la mayor parte de sus piernas. Sus senos se movían con cada paso que daba, y su escote parecía estar a punto de revelar más de lo que debería. Incluso en un entorno al aire libre, mi madre encontraba la manera de verte seductora y sensual.
Una vez terminamos de preparar dónde nos íbamos a quedar, acompañé a mi mamá y a otro amigo de mi hermano, Víctor, fuimos al lago a traer agua. Me di cuenta de cómo mi madre y él se acercaban más de lo normal. Víctor se colocó detrás de ella, rozándose y tocándose de manera sutil, como si buscaran un contacto más íntimo sin ser demasiado evidentes. Me sentí incómodo al ver esta interacción, pero decidí no decir nada en ese momento y me di cuenta de que estaban hablando en voz baja y de manera disimulada. Pude escuchar frases como «tenemos que mantener las cosas en secreto» y «no podemos permitir que nadie se entere
De repente, escuché pasos acercándose y me di cuenta de que mi padre se acercaba. Contuve la respiración, esperando a ver qué iba a pasar. Mi madre y Víctor se separaron de inmediato y comenzaron a hablar de cosas sin importancia, como si nada hubiera pasado. Mi padre los miró con curiosidad, pero no pareció darse cuenta de la tensión en el aire. Cuando mi padre se adelantó, pude escuchar a mi madre decir: «No podemos seguir haciendo esto, es demasiado arriesgado». Víctor respondió: «Lo sé, pero no puedo evitarlo. Te deseo tanto». Mi madre suspiró y dijo: «Tenemos que encontrar una manera de vernos sin levantar sospechas, avísale a Hugo». Yo, con el corazón acelerado y la mente llena de preguntas, no podía creer lo que acababa de escuchar. Mi propia madre estaba teniendo aventuras con los amigos de mi hermano.
De regreso todos nos reunimos alrededor de la fogata mientras comíamos. Las llamas crepitaban y danzaban, proyectando sombras inquietantes en los rostros de los presentes. Mi madre, mi padre, mi hermano y sus amigos, compartiendo historias y risas. Yo, sin embargo, me encontraba sumido en un mar de confusión y angustia, incapaz de unirme a la alegría general.
Mi madre se levantó, entró a su tienda y segundos después salió diciendo: «Regreso, voy al carro. Creo que dejé las baterías para cargar los celulares». En eso, mi padre le dijo: «Te acompaño», pero Hugo se levantó y dijo: «Sí, quiere la acompaño yo, así aprovecho y traigo mi cargador para cargar mi cel. Lo dejé porque pensé que no habría cómo cargarlo». «Ah, bueno», dijo mi padre. En eso, Víctor se levantó y dijo: «Los acompaño para bajar la comida».
Los tres se alejaron del campamento, y yo me quedé con un nudo en el estómago, la curiosidad y morbo se apoderó de mí, pero no podía decir que los acompañaría porque sabía que con mi presencia no se atreverían a hacer algo. Pasaron 10 minutos y seguía pensando qué hacer, pero mi suerte cambió cuando mi padre se nos acercó a mi hermano y a mí diciendo: «Qué despistada es tu madre, dejó las llaves del carro. De seguro debe estar buscándolas y debe estar de regreso». Mi hermano dijo: «Ya sé por dónde va, espero no vaya a ir a dejarlas». Mi padre, molesto, le dijo: «No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando». En eso, intervine y dije: «Ya yo voy» y las tomé de la mano de mi padre y fui detrás de ellos.
Mientras caminaba, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. No sabía qué iba a encontrar cuando llegara al carro, pero estaba decidido a descubrir la verdad. Llegué al lugar donde estaba estacionado el carro y me acerqué sigilosamente, tratando de no hacer ruido. Ya estaba oscureciendo, pero aún se veía bien. Me acerqué a nuestro carro, pero no había nadie. Recordé que Víctor también llevaba su camioneta, así que fui hacia donde la había dejado. Cuando me acerqué, vi…
Dentro de la camioneta, mi mamá estaba recostada desnuda en el regazo de Víctor, quien tenía sus manos en las tetas de ella, apretándolas y masajeándolas. Hugo, por su parte, estaba abajo en la puerta derecha, frente a mi madre, con su cabeza enterrada entre sus piernas. Los gemidos de mi madre llenaban el aire, y yo podía escuchar a Víctor susurrándole cosas como «Eres tan hermosa» y «Te deseo tanto».
Hugo se quitó los pantalones, revelando su miembro erecto. Víctor levantó a mi madre y la puso a cuatro patas en el asiento de la camioneta. Se puso detrás de ella y comenzó a penetrarla, sus embestidas fuertes y rítmicas. Mi madre gemía de placer, sus pechos rebotando con cada movimiento. Hugo, por su parte, se acercó a mi madre y le ofreció su miembro para que lo chupara. Mi madre lo miró con lujuria, se acercó a él y lo guio hacia su boca.
Mientras Víctor embestía a mi madre, Hugo disfrutaba del placer que le proporcionaba la boca experta de ella. Los gemidos y jadeos de los tres llenaban la camioneta, creando una atmósfera cargada de lujuria y pasión. «Sí, justo ahí», gemía mi madre, mientras Víctor la penetraba cada vez más profundamente. «Me encanta tu boca», susurraba Hugo, acariciando el cabello de mi madre mientras ella lo chupaba con entusiasmo.
Los tres estaban completamente absortos en su encuentro sexual. Las embestidas de Víctor se volvían más urgentes, y los gemidos de mi madre más fuertes. «Voy a venirme», jadeó Víctor, y con unas pocas embestidas más, alcanzó el clímax, llenando a mi madre con su semen. Hugo, por su parte, se sentó en el asiento, y mi madre se subió encima de él y comenzó a bajar lentamente mientras enterraba su miembro en la vagina de mi mamá. Una vez dentro de ella, comenzó a brincar sobre él, haciendo que toda la camioneta se moviera al ritmo de sus sentones.
«Sí, así, fóllame duro», gemía mi madre, sus pechos rebotando frente al rostro de Hugo, quien los acariciaba y besaba con fervor. «Eres tan apretada, me vuelves loco», susurraba Hugo, sus manos en las caderas de mi madre, guiándola en sus movimientos.
El sonido de la carne chocando entre ella llenaba la camioneta, mezclándose con los gemidos y jadeos de mi madre. La pasión entre ellos era palpable, y yo podía ver cómo mi madre disfrutaba de cada embestida, su cuerpo vibrando con el placer que le proporcionaba Hugo.
«Más fuerte», exigía mi madre, y Hugo obedecía, sus caderas moviéndose a un ritmo frenético. «Voy a venirme», gimió mi madre, sus uñas clavándose en la espalda de Hugo mientras su orgasmo la sacudía. Hugo, por su parte, también estaba cerca del clímax, y con un último embiste, eyaculó dentro de mi madre, llenándola con su semen caliente.
Mi madre se derrumbó sobre el pecho de Hugo, ambos jadeando y sudorosos. Víctor, aún recuperándose de su propio orgasmo, los observaba con una sonrisa satisfecha. Los tres estaban perdidos en su propio mundo de lujuria y placer, ajenos a mi presencia y al mundo exterior.
Decidí hacer como si recién llegara mientras ellos aún se reponían de haber follado. En eso, fingí al verlos, haciendo cara de impresionados. Ellos se asustaron al verme. Víctor y Hugo comenzaron a vestirse rápidamente. Mi madre, pegando un brinco y con nerviosismo, preguntó qué hacía ahí, con ganas de llorar. Aprovechando la situación, dije que les traía las llaves. Mi madre no sabía qué hacer. Comenzó a vestirse rápidamente. Se podía observar cuando se puso su tanga cómo aún brotaba semen de su vagina. Una vez vestida, trató desesperadamente de hablar conmigo, dándome excusas ridículas y buscando que guardara el secreto. No le creí y solo le dije que no quería arruinarle el día a mi hermano, ya que él organizó esa salida. No diría nada por ese momento, sino hasta llegar a casa, aventándole las llaves a mi madre. Ella volvió a intentar convencerme, y solo la ignoré, caminando de regreso a casa, sentí tanta satisfacción, estaba disfrutando lo que sucedía.
Llegué al campamento y me metí a la casa de campaña. Más tarde, escuché cómo llegó mi madre con sus acompañantes sexuales. Ella trató de actuar con normalidad, pero era evidente que estaba nerviosa y preocupada por lo que yo había presenciado. El resto de la noche transcurrió con una tensión palpable en el aire, mientras luchaba por mantener la compostura y decidir cuál sería mi próximo paso.
A la mañana siguiente, después de un incómodo desayuno, el grupo comenzó a empacar y prepararse para regresar a casa. Mi madre evitaba el contacto visual conmigo y se mantenía lo más alejada posible de Víctor y Hugo. Yo, por mi parte, continuaba sintiendo esa sensación de satisfacción al tener ventaja sobre mi madre.
Una vez que llegamos a casa, cumplí mi promesa y esperé hasta que estuvimos a solas para confrontar a mi madre. Le dije que no podía creer lo que había visto y que necesitaba una explicación. Mi madre, con lágrimas en los ojos, me confesó que había estado sintiéndose sola y descuidada en su matrimonio, y que la atención y el placer que recibía de Víctor y Hugo la hacían sentirse viva y deseada. Me rogó que no le contara a mi padre, argumentando que solo causaría dolor y destrucción en la familia. Yo, por mi parte, mientras hablaba con ella, pensaba cómo sacar provecho de la situación. No negaré que me excitaba ver lo que hacía, así que dos partes de mí se conflictuaban, pero el morbo terminó ganando. Así que decidí chantajearla.
Al principio, le pedí cosas simples, como que me dejara salir más tarde o que me comprara objetos que deseaba. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, empecé a pensar en cómo podría llevar el chantaje a un nivel más excitante y retador. Durante ese tiempo, ella continuó teniendo relaciones con Hugo y Víctor, ya que hice que se viera más como un acuerdo que como un chantaje, dejando que ella me diera lo que le pidiera y ella podría seguir teniendo sus aventuras sin preocuparse por mí.
Para irme ganando su confianza, aproveché cada oportunidad. Un día, al regresar del colegio, entré en casa y encontré a mi mamá haciéndole sexo oral a Hugo en el sillón de la sala. Al verme, Hugo se levantó deprisa, subiéndose su pantalón. Mi madre, al igual que él, se levantó con la mano limpiándose la boca. Me miró asustada, pero yo solo les dije: «No pasa nada, continúen en lo suyo» y me subí a mi habitación. Así que, si quería llegar a más, debía ganarme la confianza de ella. Una vez arriba, escuché sus murmullos. Mi mamá decía: «No, otro día mejor». Él estaba arriba y Hugo le respondía: «El dijo que no había problema». Dejé que siguieran en lo suyo. Yo solo entré, dejé mis cosas y me cambié, y salí en silencio solo para saber qué pasaba. Para mi sorpresa, las cosas iban bien, ya que escuché los gemidos de mi mamá provenir de abajo. Me puse agachado para mirar a la sala desde las escaleras, pero no estaban ahí, se escuchaban fuerte los gemidos de mi madre, así como sus cuerpos chocando. Así que, mirando y escuchando más detalladamente, escuché cómo los gemidos provenían del baño. Dejé que continuaran, ya que ni había forma de espiarlos dentro de ahí.
Así como ese, más momentos similares ocurrieron, y me di cuenta de que ella ya le había perdido el miedo al saber que yo estaba en casa cuando ella fornicaba con ellos. Un día, mientras mi madre y yo estábamos solos en casa, le dije que quería hablar con ella sobre algo importante. Ella, nerviosa, me miró y asintió. Le expliqué que quería que me diera su tarjeta de crédito para comprar algunas cosas en línea. así como que me permitiera usar el sótano para un proyecto que tenía en mente. Mi madre frunció el ceño y me preguntó para qué quería la tarjeta. Con una sonrisa maliciosa, le dije que quería comprar unos regalos. Sin saber lo que tramaba, accedió como parte de nuestro acuerdo, solo me dijo: «No te excedas y gastes mucho».
Con la tarjeta en mano, empecé a comprar artículos sexuales en línea, como juguetes eróticos, lencería provocativa y otros objetos que sabía que mi madre nunca usaría. Una vez que llegaron los paquetes, los escondí en mi habitación y esperé el momento adecuado para usarlos en mi chantaje.
Un día, después de haber acumulado una colección de artículos sexuales, decidí que era el momento de llevar el chantaje al siguiente nivel. Esperé hasta que mi madre y yo estuviéramos solos en casa y le dije que quería mostrarle algo. Ella, nerviosa, me siguió hasta mi habitación.
Una vez dentro, saqué los juguetes eróticos y la lencería que había comprado con su tarjeta de crédito. Los extendí sobre la cama y le dije: «Quiero que uses esto para tus encuentros con Hugo y Víctor». Mi madre se sonrojó y tartamudeó: «No puedo… no puedo hacer eso». Le recordé que tenía el poder de revelar su secreto y que, si no hacía lo que le pedía, contaría todo.
Ella, con lágrimas en los ojos, aceptó a regañadientes. Le dije que se pusiera la lencería y que se reuniera conmigo en el sótano, donde había preparado una habitación para sus encuentros sexuales. Mi madre, temblando, comenzó a desvestirse lentamente, dejando al descubierto su piel suave y sus curvas sensuales. Se puso la lencería, que resaltaba sus pechos y sus caderas, y se veía increíblemente sexy y provocativa. Luego, me siguió al sótano.
Una vez allí, le dije que se recostara en la cama y que esperara a que Hugo y Víctor llegarán. Previo a esto, yo había hablado con ellos sobre mi idea y ellos aceptaron con tanta facilidad. Cuando ellos llegaron, les expliqué que tenían que seguir mis instrucciones. Ellos, confundidos pero excitados, aceptaron.
Al inicio, mi madre, recostada, miraba con preocupación a su alrededor. Cuando bajamos, les dije a Hugo y Víctor que jugaran con ella, que podían tocarla y usar todos los juguetes que había encima de la lavadora. Ellos, sin poner un pero, comenzaron, primero acariciándola, mientras ella cerraba los ojos.
A medida que Hugo y Víctor exploraban el cuerpo de mi madre con sus manos y los juguetes eróticos, sus gemidos comenzaron a llenar la habitación. Mi madre gemía mientras Víctor tocaba su vagina a través de la lencería con un pequeño vibrador, haciendo que su cuerpo se estremeciera de placer. «Sí, justo ahí», jadeaba ella, mientras Hugo le acariciaba los pechos y le besaba el cuello.
«Te gusta eso, ¿verdad, zorra?», le susurraba Hugo al oído, provocando que mi madre se sonrojara y asintiera con la cabeza. «Díselo, díselo a tu hijo lo mucho que te gusta». Mi madre, con lágrimas en los ojos y la voz temblorosa, me miró y dijo: «Sí, me gusta… me gusta mucho».
Yo los observaba, excitado y morboso, disfrutando del control que tenía sobre la situación. A pesar de que sabía que estaba cruzando límites, no podía negar la emoción y el placer que sentía al ver a mi madre sometida a mis deseos. «Quítense la ropa», les ordené a Hugo y Víctor, y ellos obedecieron sin dudar.
Hugo y Víctor se despojaron de su ropa, revelando sus cuerpos sudorosos y erectos. «Ahora, quítale la lencería a mi madre», les indiqué, y ellos comenzaron a desnudarla lentamente, besando y lamiendo cada centímetro de su piel expuesta.
Una vez que mi madre estuvo completamente desnuda, les pedí que usaran los juguetes sexuales en ella. Hugo tomó un consolador y comenzó a penetrarla con él, mientras Víctor usaba un vibrador en su clítoris. Luego, Víctor tomó un plug anal y comenzó a juguetear con el ano de mi madre, lubricándolo y presionándolo suavemente. Mi madre jadeaba y se estremecía con cada nueva sensación.
Antes de que la penetraran, Víctor insertó unas bolas chinas también en el ano de mi madre, haciendo que ella se retorciera de placer. «Métanse en ella», les ordené a Hugo y Víctor, y ellos obedecieron sin dudar. Hugo se puso detrás de mi madre y comenzó a penetrarla analmente, mientras Víctor seguía estimulándola con el vibrador su vagina.
Los gemidos de mi madre se volvieron más intensos, y su cuerpo se sacudía con cada movimiento. «Sí, fóllame, fóllame duro», gritaba ella, perdida en la pasión y la lujuria, yo no podía dejar de disfrutar del poder y el control que ejercía sobre ella y sus amantes.
Hugo y Víctor seguían turnándose para penetrar a mi madre, uno en su vagina y el otro en su ano. Sus cuerpos se movían rítmicamente, y los gemidos de mi madre se volvían cada vez más fuertes. «Sí, fóllame, fóllame más duro», gritaba ella, mientras Hugo la embestía con fuerza. Víctor, sin querer ser menos, comenzó a azotar el trasero de mi madre con su mano, dejando marcas rojas en su piel. «Eres una zorra sucia, ¿verdad?», le decía, mientras ella se estremecía de dolor y placer. «Sí, soy una zorra… soy tu zorra», respondía mi madre, perdida en la lujuria.
Observaba cómo Hugo y Víctor la cambiaban de posición, poniéndola a cuatro patas, de espaldas, e incluso de pie. Cada vez que un pene entraba en su ano, mi madre gritaba de dolor, pero también de placer. «¡Sí, más fuerte!», exigía, mientras ellos la complacían con cada embestida.
«Miren cómo se mueve su culo», dijo Hugo, azotándola de nuevo. «Te encanta que te follen así, ¿no?» Mi madre, con lágrimas en los ojos y el maquillaje corrido, asintió con la cabeza. «Sí, me encanta… no paren, por favor». Víctor, sudoroso y con una sonrisa maliciosa, se acercó a mi madre y le susurró al oído: «Quieres que te hagamos venir, ¿verdad, puta?» Ella, jadeando y temblando, respondió: «Sí, por favor… háganme venir». Hugo y Víctor redoblaron sus esfuerzos, embistiendo a mi madre con fuerza y velocidad. Sus cuerpos chocaban ruidosamente, y los gemidos de mi madre se volvieron cada vez más desesperados. De repente, ella arqueó la espalda y gritó con fuerza: «¡Sí, estoy por venir! ¡No paren, no paren!»
Con un último empujón, Hugo y Víctor alcanzaron el clímax, llenando a mi madre de su semen. Ella, temblando y con lágrimas en los ojos, se desplomó, completamente exhausta y satisfecha.
Mi madre, tumbada boca abajo, jadeaba exhausta después de la intensa sesión sexual. Yo, sin poder aguantar más, me bajé el pantalón y, con mi miembro erecto, me abalancé sobre ella. De un golpe se la inserté en el culo, lo que la hizo pegar un grito y, entre pujidos, pedía que no lo hiciera porque éramos madre e hijo. Pero mientras más fuerte la embestía, más iba cediendo, hasta que comenzó a disfrutar y a pedirme que se la diera con más fuerza.
Luego, le saqué mi miembro de su ano y se lo metí en su vagina, poniéndola en posición de misionera. Ella me abrazó con piernas y brazos y comenzó a besarme mientras continuábamos apareándonos. Mi madre empezó a suplicarme que la tratara como una puta, y yo accedí, diciéndole cosas sucias y dándole besos y cachetadas.
«Eres una zorra sucia, ¿verdad, mamá?», le dije, mientras la embestía con fuerza. «Sí, soy tu zorra… haz lo que quieras conmigo», respondió ella, entregándose por completo a la pasión y la lujuria.
La habitación se llenó de sonidos de carne contra carne, gemidos y jadeos, mientras yo follaba a mi madre sin restricciones. Sus pechos rebotaban con cada embestida, y sus uñas se clavaban en mi espalda, dejando marcas rojas en mi piel. «Sí, fóllame, fóllame como a una puta», me pedía, y yo obedecía, complaciéndola con cada movimiento
Los gemidos de mi madre se volvieron más intensos, y su cuerpo temblaba con cada embestida. «Voy a venir, voy a venir otra vez», jadeaba, mientras yo seguía dándole placer. Con un último empujón, mi madre alcanzó el clímax disparando chorros de sus fluidos , y yo hice lo mismo, llenándola con mi semen.
Exhaustos y sudorosos, terminamos con nuestras respiraciones entrecortadas y nuestros cuerpos temblorosos. A pesar de que sabía que lo que habíamos hecho estaba mal, no pude evitar disfrutar del poder y el control que había ejercido sobre mi madre y sus amantes.
Después de aquella intensa sesión de sexo, los cuatro nos repusimos y nos vestimos. Mi madre se metió a bañar mientras Hugo, Víctor y yo veíamos un programa en la sala. Luego, salió y se fue a cambiar. Una vez bañada y vestida, bajó preguntando si queríamos comer algo. Le dijimos que sí, y ella nos preparó la comida con una alegría y felicidad que nunca antes había visto en ella.
Con el tiempo, mi madre se separó de mi padre, y cuando cumplí 21 años, me fui a vivir con ella. Luego, conseguí una novia y dejé de tener encuentros sexuales con mi madre, pero Hugo aún sigue visitándola. Víctor, por su parte, embarazó a una chica y dejó de tener contacto con nosotros.
A pesar de que mi relación con mi madre había cambiado drásticamente después de aquellos eventos, aún podíamos convivir y relacionarnos de manera normal. A veces, cuando la veía con Hugo, no podía evitar sentir un poco de celos y nostalgia por los momentos que compartimos.
Relato muy excitante, felicitaciones.